65

Esa noche disolví un poco del polvo en dos vasos de vino. Halum se mostró indecisa cuando le ofrecí uno, y su indecisión repercutió en mí, de modo que vacilé en seguir con nuestro plan; pero entonces ella me lanzó una mágica sonrisa de ternura y vació su vaso.

—No tiene sabor — dijo mientras yo bebía.

Nos quedamos sentados, conversando en la sala de trofeos de Noim, engalanada con lanzas de aves-punzón y adornada con pieles de truenos blindados, y cuando la droga empezó a hacer efecto Halum se echó a temblar; yo retiré de la pared una gruesa piel negra, le cubrí con ella los hombros y la estreché contra mí hasta que se le pasó el escalofrío.

¿Saldría bien aquello? Pese a toda mi propaganda, estaba asustado. En la vida de cada hombre hay siempre un impulso para hacer algo, un algo que le aguijonea en el centro del alma mientras no lo hace; sin embargo, cuando está a punto de hacerlo siente miedo, ya que tal vez colmar esa obsesión le cause más dolor que placer. Lo mismo me ocurría a mí con Halum y la droga sumarana. Pero al hacer efecto la droga mi temor menguó. Halum sonreía. Halum sonreía.

El muro que separaba nuestras almas se transformó en una membrana a través de la cual podíamos deslizarnos voluntariamente. Halum fue la primera en atravesarla. Yo me contuve, paralizado por los escrúpulos, pensando aun entonces que si entraba en la mente de mi hermana vincular sería como forzar su virginidad, y sería además una violación del mandamiento que prohíbe las intimidades corporales entre parientes vinculares. Por eso, durante algunos momentos después de caídas las barreras, quedé suspendido en esa absurda trampa de contradicciones, demasiado inhibido para practicar mi propio credo; mientras tanto Halum, comprendiendo al fin que nada se lo impedía, se introdujo en mi espíritu sin vacilar. Mi reacción instantánea fue tratar de protegerme: no quería que descubriera esto, eso, ni aquello, y especialmente que se enterara de mi deseo físico hacia ella. Pero tras un momento de avergonzada agitación, dejé de ocultar mi alma con hojas de parra, y fui al encuentro de Halum, permitiendo que empezara la verdadera comunión, el inextricable entrelazamiento de yoes.

Me encontré — sería más exacto decir me perdí — en corredores de suelo vítreo y paredes plateadas, a través de los cuales jugaba una luz fresca y chispeante, como el brillo cristalino reflejado en el fondo blanco y arenoso de una ensenada tropical. Ésta era la interioridad virginal de Halum. A lo largo de esos corredores, pulcramente exhibidos en cajas, estaban los factores que conformaban su vida: recuerdos, imágenes, aromas, sabores, visiones, fantasías, desengaños, deleites. Una invariable pureza lo gobernaba todo. No vi rastros de éxtasis sexuales, nada de pasiones carnales. No sé decirte si Halum, por pudor, se cuidó de amparar de mis sondeos la zona de su sexualidad, o si la había arrojado tan lejos de su propia conciencia que yo no pude detectarla. Se encontró conmigo sin temor, y se unió a mí con alegría.

De eso no tengo dudas. Cuando nuestras almas se mezclaron, fue una unión completa, sin reservas, sin condiciones. Nadé en sus resplandecientes profundidades, y la suciedad de mi alma me abandonó: ella me curaba, ella me depuraba. ¿La estaba manchando yo mientras ella me refinaba y purificaba? No sé decirlo. No sé decirlo. Nos rodeamos y nos inundamos el uno al otro, y nos sostuvimos el uno al otro, e interpenetramos el uno en el otro; y allí mezclándose conmigo, estaba el yo de Halum, que toda mi vida había sido mi apoyo y mi coraje, mi ideal y mi meta, esta serena, incorruptible, perfecta encarnación de la belleza; y tal vez, al tiempo que el corruptible yo mío hacía suya la incorrupción, brotó la primera plaga corrosiva sobre la brillante incorruptibilidad de Halum. No sé decirlo. Yo fui hacia ella y ella vino hacia mí. En un punto de nuestro viaje uno a través del otro, hallé una zona extraña, donde parecía haber algo enroscado y anudado: y recordé aquel momento de mi juventud, cuando yo partía de Ciudad de Salla huyendo hacia Glin, cuando Halum me había abrazado en casa de Noim, y yo había creído detectar en su abrazo un temblor de pasión apenas contenida, un destello del ansia corporal. Por mí. Por mí. Y creí haber encontrado de nuevo esa zona de pasión; sólo que cuando la miré con más atención ya no estaba, y vi la pura superficie metálica y reluciente de su alma. Quizá tanto la primera vez como la segunda fuera algo que yo fabriqué y proyecté sobre ella a partir de mis propios y fervientes deseos. No sé decirlo. Nuestras almas eran gemelas; no podía saber dónde terminaba yo y dónde empezaba Halum.

Salimos del trance. Había transcurrido la mitad de la noche. Pestañeamos, sacudimos nuestras confusas cabezas, sonreímos con inquietud. Siempre existe ese momento, al salir de la intimidad espiritual que trae la droga, cuando uno se siente azorado, uno cree haber revelado demasiado y quiere retractarse de lo que ha dado. Afortunadamente, ese momento suele ser breve. Miré a Halum y sentí que mi cuerpo ardía de santo amor, un amor que en nada era camal, y empecé a decirle, como Schweiz me había dicho una vez, «yo te amo». Pero me atraganté con esa palabra. El «yo» quedó atrapado entre mis dientes como un pez en una red. Yo. Yo. Yo. Yo te amo, Halum. Yo. Si tan sólo pudiera decirlo. Yo. No quería salir. Estaba allí, pero no podía cruzar mis labios. Tomé sus manos entre las mías, y ella sonrió con una serena sonrisa lunar, y habría sido tan fácil entonces arrojar afuera las palabras, de no ser porque algo las aprisionaba. Yo. Yo. ¿Cómo podía hablar de amor a Halum, y expresar ese amor con la sintaxis de los bajos fondos? Pensé entonces que ella no comprendería, que mi obscenidad lo destrozaría todo. Qué estupidez: nuestras almas habían sido una, ¿cómo entonces podía alterar nada un mero ordenamiento de las palabras? ¡Dilo de una vez! Balbuceante, dije:

—Hay en uno… tanto amor… por ti… tanto amor, Halum…

Halum asintió con la cabeza, como diciendo: «No hables, tus torpes palabras quiebran el hechizo». Como para decir: «Sí, hay en una tanto amor por ti también, Kinnall». Como para decir: «Yo te amo, Kinnall». Ágilmente se puso en pie y se acercó a la ventana: fresca luna estival en el formal jardín de la casona, inmóviles arbustos y árboles blancos. Me acerqué a ella por detrás y le toqué muy suavemente los hombros. Halum hizo un movimiento serpenteante y emitió un leve ronroneo. Creí que todo iba bien para ella. Tuve la certeza de que todo iba bien para ella.

No hicimos la autopsia de lo que había tenido lugar entre nosotros esa noche. También eso parecía amenazar con destruir la atmósfera. Ya podríamos discutir la experiencia al día siguiente y todos los demás días. Volví con ella a su habitación sobre el pasillo, no lejos de la mía, y la besé tímidamente en la mejilla, y recibí de ella un beso de hermana; volvió a sonreír y cerró la puerta a sus espaldas. En mi cuarto, permanecí un rato despierto, reviviéndolo todo. El fervor misionero se encendió de nuevo en mí. Juré que volvería a convertirme en un activo mesías, que recorrería de una a otra punta esa tierra de Salla, difundiendo el credo del amor; no seguiría ocultándome allí, en casa de mi hermano vincular, vencido y sin rumbo, exiliado sin esperanzas en mi propio país. La advertencia de Stirron nada significaba para mí. ¿Cómo podría expulsarme de Salla? Yo conseguiría cien conversos en una semana. Mil, diez mil. ¡Daría la droga al mismo Stirron, y dejaría que el septarca proclamara la nueva ley desde su propio trono! Halum me había inspirado. Por la mañana partiría en busca de discípulos.

Oí un ruido en el patio. Al mirar hacia fuera vi un terramóvil: Noim había vuelto de su viaje de negocios. Entró en la casa; le oí pasar frente a mi cuarto por el pasillo; después oí llamar a una puerta. Me asomé al corredor. Junto a la puerta de Halum, Noim hablaba con ella. No alcancé a verla. ¿Qué era eso, por qué iba a ver a Halum, que no era más que una amiga para él, y omitía saludar a su propio hermano vincular? Sentí que en mí despertaban unas sospechas indignas, acusaciones irreales. Las deseché. La conversación terminó; la puerta de Halum se cerró; Noim, sin verme, siguió hacia su propio dormitorio.

Me fue imposible dormir. Escribí unas cuantas páginas, pero no tenían ningún valor, y al alba salí a pasear entre la niebla gris. Me pareció oír un grito distante. Algún animal que buscaba a su hembra, pensé. Alguna bestia perdida que vagaba al amanecer.

Загрузка...