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Los días se convirtieron en meras habitaciones vacías que separaban un viaje con la droga del siguiente. Yo flotaba a la deriva entre mis responsabilidades, ocioso e indiferente, sin ver nada de lo que me rodeaba, viviendo solamente para mi próxima comunión. El mundo real se disolvió; perdí interés en el sexo, el vino, la comida, los manejos de la Magistratura del Puerto, la fricción entre provincias contiguas a Velada Borthan, y todas las otras cosas, que para mí ya no eran más que sombras de sombras. Posiblemente estuviese usando la droga con demasiada frecuencia. Adelgazaba y existía en una perpetua niebla de turbia luz blanca. Tenía dificultades para dormir, y me sorprendía retorciéndome y moviéndome durante horas, sujeto al colchón por una manta de bochornoso aire tropical; insomne, macilento, con los globos oculares doloridos e irritación bajo los párpados. Estaba cansado de día y adormilado de noche. Pocas veces hablaba con Loimel; tampoco la tocaba, y casi nunca tocaba a ninguna otra mujer. Una vez me quedé dormido a mediodía, mientras almorzaba con Halum. Escandalicé al Gran Juez Kalimol contestando a una de sus preguntas con esta frase: «A mí me parece…». El viejo Segvord Helalam me dijo que tenía aspecto de enfermo, y sugirió que fuera a cazar con mis hijos a las Tierras Bajas Abrasadas. No obstante, la droga tenía el poder de hacerme vivir. Busqué a otros para compartirla, y me resultó cada vez más fácil establecer contacto con ellos, pues ahora me eran traídos a menudo por quienes ya habían hecho el viaje interior. Eran un grupo peculiar: dos duques, un marqués, una prostituta, un archivero real, un capitán de navío llegado de Glin, la amante de un septarca, un director del Banco Comercial y Marítimo de Manneran, un poeta, un abogado de Velis que fue a consultar al capitán Khrisch, y muchos más. El círculo de los que nos exhibíamos se ensanchaba. Mi provisión de droga casi se había acabado, pero ahora algunos de mis nuevos amigos hablaban de preparar una nueva expedición a Sumara Borthan. Ya éramos cincuenta. El cambio se estaba volviendo contagioso; había una epidemia en Manneran.

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