53

La decimosegunda persona con quien compartí la droga sumarana fue mi hermano vincular Noim. Noim estaba en Manneran pasando una semana como invitado mío. Había llegado el invierno, trayendo nieve a Glin, fuertes lluvias a Salla, y sólo niebla a Manneran, y no hacía falta empujar mucho a los norteños para que fueran a nuestra cálida provincia. No había visto a Noim desde el verano anterior, cuando cazamos juntos en las Huishtor. Ese año pasado nos habíamos alejado un poco; en cierto sentido, Schweiz había llegado a ocupar el sitio de Noim en mi vida, y ya no necesitaba tanto a mi hermano vincular.

Noim era ahora un rico terrateniente en Salla, pues había recibido la herencia de la familia Condorit, y además las tierras de los parientes de su mujer. Al llegar a la edad adulta se había puesto rollizo, aunque no obeso; el ingenio y la sagacidad no estaban muy ocultos debajo de esas nuevas capas de carne. Se le veía elegante y bien cuidado, la oscura piel sin manchas, labios carnosos, complacientes, y redondos ojos sardónicos. Poco era lo que escapaba a su perspectiva. Al llegar a mi casa me observó con gran atención, como si me contara los dientes y las arrugas que rodeaban mis ojos, y después de los formales saludos fraterno — vinculares, después de presentar su regalo y el que traía de Stirron, después de que firmamos el contrato entre anfitrión y huésped, dijo inesperadamente:

—¿Estás en aprietos, Kinnall?

—¿Por qué lo preguntas?

—Tienes la cara más afilada. Has adelgazado. La boca… la tienes fija en una sonrisa nerviosa que no anuncia un interior tranquilo. Tus ojos están enrojecidos y no quieren mirar directamente a otros ojos. ¿Pasa algo?

—Estos han sido los meses más felices en la vida de uno — dije, tal vez con vehemencia un poco excesiva.

Noim hizo caso omiso de mis palabras.

—¿Tienes problemas con Loimel?

—Ella sigue su camino, y uno sigue el suyo.

—¿Dificultades en el trabajo de la Magistratura, entonces?

—Por favor, Noim, ¿no quieres creer que…?

—Hay cambios grabados en tu rostro — dijo —. ¿Niegas que ha habido cambios en tu vida?

Me encogí de hombros.

—¿Y si así fuera?

—¿Cambios para peor?

—Uno no lo cree.

—Te muestras evasivo, Kinnall. Vamos; ¿para qué está un hermano vincular sino para compartir problemas?

—No hay problemas — insistí.

—Está bien.

Y abandonó el tema. Pero esa noche vi que me observaba y de nuevo al día siguiente, durante la comida matinal; me estudiaba, me sondeaba. Nunca había podido ocultarle nada. Sentados con una botella de vino azul, hablamos de la cosecha de Salla, hablamos del nuevo programa de Stirron para reformar la estructura impositiva, hablamos de las renovadas tensiones entre Salla y Glin, las sangrientas incursiones fronterizas que recientemente me habían costado la vida de una hermana. Y, mientras tanto, Noim me observaba. Halum cenó con nosotros, y conversamos sobre nuestra infancia, y Noim me observaba. Flirteó con Loimel, pero sus ojos no se apartaban de mí. La hondura e intensidad de esa preocupación me produjo zozobra. Pronto haría preguntas a otros, procurando obtener alguna idea acerca de lo que podía estar inquietándome, y tal vez así suscitaría en ellos curiosidades molestas. No podía dejarle ignorante de la experiencia central en la vida de su hermano vincular. La segunda noche, tarde, cuando todos los demás se habían acostado, llevé a Noim a mi estudio, abrí el lugar secreto donde almacenaba el polvo blanco, y le pregunté si sabía algo acerca de la droga sumarana. Afirmó no haber oído hablar de ella. Le describí brevemente los efectos. La expresión se le oscureció; pareció retraerse, encerrándose en sí mismo.

—¿Usas a menudo esta sustancia? — preguntó.

—Hasta ahora once veces.

—Once… ¿Por qué, Kinnall?

—Para conocer la índole del propio yo, mediante la comunión de ese yo con otros.

—¿Exhibicionismo, Kinnall?

—Uno, al llegar a la madurez, descubre raras aficiones.

—¿Y con quién has jugado a este juego?

—Los nombres no importan. Con nadie que tú conozcas. Gentes de Manneran, aquellos en cuyas almas hay algo de aventura, aquellos que están dispuestos a correr riesgos.

—¿Loimel?

Ahora lancé yo el bufido.

—¡Jamás! No sabe nada de esto.

—¿Halum, entonces?

Meneé la cabeza.

—Uno quisiera haber tenido el valor de acercarse a Halum. Hasta ahora, uno le ha ocultado todo. Uno teme que sea demasiado virginal, demasiado fácil de escandalizar. Es triste, verdad, Noim, cuando uno tiene que esconder a su hermana vincular algo tan exaltante como esto, tan maravillosamente gratificante.

—También a su hermano vincular — observó con irritación.

—Uno te lo habría dicho tarde o temprano — dije —. Se te habría ofrecido la oportunidad de experimentar la comunión.

Los ojos de Noim relampaguearon.

—¿Crees que yo aceptaría?

La obscenidad deliberada no me produjo más que una leve sonrisa.

—Uno tiene la esperanza de que su hermano vincular comparta todas sus experiencias. En este momento, la droga abre una brecha entre nosotros. Uno ha ido varias veces a un sitio que tú nunca has visitado. ¿Entiendes, Noim?

Noim entendía. Se sentía tentado; vacilaba al borde del abismo; se mordisqueaba los labios y se tironeaba los lóbulos, y todo lo que pasaba por su mente era tan transparente para mí como si ya hubiéramos compartido el polvo sumarano. Estaba preocupado por mí; sabía que me había desviado seriamente del Pacto, y que pronto podía verme en graves aprietos espirituales y jurídicos. En cuanto a él, le roía la curiosidad; sabía que exhibirse con el propio hermano vincular no era un gran pecado, y anhelaba de algún modo conocer el tipo de comunión que acaso pudiese lograr conmigo bajo el efecto de la droga. Además, sus ojos revelaban un resplandor de celos, porque yo me había desnudado ante éste y ése y aquél, desconocidos sin importancia, y no ante él. Te digo que en ese momento comprendí estas cosas, aunque las confirmé más tarde, cuando el alma de Noim se abrió para mí.

Nada nos dijimos sobre estas cuestiones durante varios días. Noim fue conmigo a mi oficina, y presenció admirado cómo yo administraba asuntos de la mayor importancia nacional. Vio las reverencias con que los empleados se acercaban y se retiraban en mi presencia, y también al escribiente Ulman, que había tomado la droga, y cuya tranquila familiaridad conmigo despertó vibraciones suspicaces en las sensibles antenas de Noim. Visitamos a Schweiz, y vaciamos muchas botellas de buen vino, y ebrios discutimos sobre temas religiosos con seriedad y entusiasmo. (Dijo Schweiz: «Toda mi vida ha sido una búsqueda de razones plausibles para creer en lo que sé irracional».) Noim advirtió que Schweiz no siempre acataba las finuras gramaticales. Otra noche cenamos con un grupo de nobles mannerangueses en una voluptuosa casa de las colinas, sobre la ciudad: hombres pequeños que parecían pájaros, nerviosos y engalanados en exceso, y jóvenes esposas, enormes y bellas. A Noim le desagradaron estos duques y barones decadentes, que hablaban de comercio y joyas, pero se exacerbó más aún cuando la charla tocó el tema del rumor según el cual ahora se podía conseguir en la capital una droga llegada del continente sur, una droga que abría la mente. Ante esto, sólo emití unas corteses interjecciones de sorpresa; Noim me miró furioso por tanta hipocresía, y hasta rechazó un plato de suave coñac mannerangués, tan tensos tenía los nervios. Al día siguiente fuimos juntos a la Capilla de Piedra; no para drenarnos, sino simplemente para contemplar las reliquias de épocas tempranas, ya que Noim se interesaba ahora en las antigüedades. El drenador Jidd cruzó casualmente el claustro durante sus devociones y me miró con una sonrisa peculiar: vi que Noim calculaba en seguida si yo habría arrastrado incluso al sacerdote a mis subversiones. Durante esos días se acumulaba en Noim una ardiente tensión, pues era evidente que ansiaba volver al tema de nuestra conversación inicial, pero no llegaba a decidirse. Yo no hice nada por replantear la cuestión. Fue Noim quien tomó finalmente la iniciativa, la víspera de su partida de vuelta a Salla.

—Esa droga tuya… — comenzó con voz ronca.

Según dijo, sentía que no podía considerarse mi verdadero hermano vincular si no la probaba. Le costó mucho pronunciar estas palabras. La agitación le había arrugado las elegantes ropas, y sobre el labio superior tenía una fina hilera de gotas de sudor. Fuimos a una habitación donde nadie podría interrumpirnos, y preparé la poción. Cuando tomó la botella me lanzó brevemente su sonrisa familiar, descarada, socarrona y audaz, pero la mano le temblaba tanto que estuvo a punto de derramar la bebida. La droga nos hizo efecto rápidamente a los dos. Era una noche de espesa humedad, con una densa niebla gris que cubría la ciudad y los suburbios, y me pareció que por la ventana parcialmente abierta penetraban en nuestra habitación jirones de esa niebla; vi hebras de nube, trémulas y vibrantes, que nos buscaban, danzando entre mi hermano vincular y yo. Las sensaciones iniciales de ebriedad inquietaron a Noim, hasta que le expliqué que todo era normal; los dobles latidos del corazón, la cabeza algodonosa, los agudos sonidos quejumbrosos en el aire. Ya estábamos abiertos. Miré dentro de Noim y vi no sólo su yo sino su imagen de su yo, cubierta de vergüenza y desprecio por sí mismo; había en Noim una feroz y ardiente abominación de sus imaginarios defectos, y los defectos eran muchos. Se consideraba culpable de pereza, indisciplina y ambición, irreligiosidad, poca preocupación por las obligaciones elevadas, y debilidades físicas y morales. No pude comprender por qué se veía así, ya que el verdadero Noim estaba allí, junto a la imagen, y el verdadero Noim era un hombre de espíritu tenaz, leal con aquellos a quienes amaba, duro para juzgar la estupidez, lúcido, apasionado, enérgico. El contraste entre el Noim de Noim y el Noim del mundo era sorprendente: parecía capaz de evaluarlo todo correctamente, menos sus propios méritos. Ya había visto antes esa clase de disparidades en los viajes con la droga; a decir verdad, eran universales en todos menos en Schweiz, que no había sido preparado para la autonegación desde la infancia; sin embargo, eran más marcadas en Noim que en cualquier otro.

También vi, como había visto antes, mi propia imagen refractada a través de la sensibilidad de Noim: un Kinnall Darival mucho más noble que el que yo reconocía. ¡Cómo me idealizaba! Yo era todo lo que él anhelaba ser, un hombre de acción y coraje, que ejercía el poder; un enemigo de todo lo frívolo, que practicaba la más severa devoción y disciplina interior. Sin embargo, esta imagen comenzaba a mostrar señales de deterioro, porque, ¿acaso ahora no era también yo un exhibicionista que violaba el Pacto, que había hecho esto y eso y aquello y lo otro con once desconocidos, y que ahora había seducido a su propio hermano vincular para hacer un experimento criminal? Y también Noim encontró en mí la verdadera hondura de mis sentimientos hacia Halum, y al hacer este descubrimiento, que confirmaba antiguas sospechas, volvió a modificar su imagen de mí, no para mejorarla. Mientras tanto, yo le mostraba a Noim cómo le había visto siempre — rápido, inteligente, capaz — y también le mostré a su propio Noim, así como al Noim objetivo, mientras él me ofrecía una visión de mis yoes que él podía ver ahora junto a ese Kinnall idealizado. Estas exploraciones mutuas continuaron largo rato. Pensé que el intercambio era de un valor inmenso, pues sólo con Noim podía yo alcanzar la hondura de una perspectiva necesaria, el adecuado paralaje de carácter, y él sólo conmigo; teníamos grandes ventajas respecto de dos extraños que se encuentran por primera vez mediante la droga sumarana. Cuando el hechizo de la poción empezó a disiparse, me sentí exhausto por la intensidad de nuestra comunión, y también ennoblecido, exaltado, transformado.

No ocurrió lo mismo con Noim. Se le notaba agotado y frío. Apenas podía levantar los ojos hasta los míos. Tan frígido era su talante que no me atreví a intervenir; permanecí en silencio, aguardando a que se recobrara. Por fin dijo:

—¿Ya terminó todo?

—Sí.

—Prométeme una cosa, Kinnall. ¿Lo prometerás?

—Di qué es, Noim.

—¡Que nunca harás esto con Halum! ¿Lo prometes? ¿Lo prometes, Kinnall? Nunca. Nunca. Nunca.

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