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Solo, me dirigí hacia el norte flanqueando las Huishtor, y luego hacia el oeste, por el camino que conduce a la Kongoroi y a la Puerta de Salla. Más de una vez pensé en desviar el vehículo y enviarlo dando tumbos fuera de la carretera, poniendo así fin a todo. Más de una vez, cuando la primera luz del día tocaba mis párpados en algún lugar apartado, pensé en Halum y tuve que obligarme a salir de la cama, porque parecía mucho más fácil seguir durmiendo. Día y noche, noche y día, y unos pocos días más, y me había internado en Salla Occidental, con la intención de subir las montañas y atravesar la puerta. Una noche, mientras descansaba en un pueblo situado a medio camino de las tierras altas, descubrí que en Salla se había difundido una orden de arresto contra mí. Kinnall Darival, hijo del septarca, un hombre de treinta años, de tal estatura y tales rasgos, hermano de lord Stirron, era buscado por monstruosos crímenes: exhibicionismo y uso de una peligrosa droga que, contra las órdenes explícitas del septarca, estaba ofreciendo a los incautos. Con esta droga, Darival había empujado a la demencia a su propio hermana vincular, que en su locura había perecido de manera horrible. Por lo tanto, se ordenaba a todos los ciudadanos de Salla capturar al malhechor, por quien se pagaría una cuantiosa recompensa.

Si Stirron sabía por qué había muerto Halum, entonces Noim se lo había contado todo. Estaba perdido. Cuando llegara a la Puerta de Salla me estarían esperando agentes de la comisaría de la Salla Occidental, ya que se sabía a dónde me dirigía. En tal caso, sin embargo, ¿por qué en el aviso no se informaba a la población de que yo iba hacia las Tierras Bajas Abrasadas? Quizá Noim hubiese ocultado algo de lo que sabía para permitirme escapar.

No me quedaba otra alternativa que seguir adelante. Tardaría días en llegar a la costa, y cuando llegara encontraría todos los puertos de Salla dispuestos para recibirme, aunque consiguiese subir a bordo de algún barco, ¿adónde iría? ¿A Glin? ¿A Manneran? Era igualmente inútil pensar en cruzar de algún modo el Huish o el Woyn para llegar a las provincias aledañas: ya estaba proscrito en Manneran, y en Glin encontraría sin duda un helado recibimiento. Tendrían que ser entonces las Tierras Bajas Abrasadas. Allí permanecería algún tiempo, y después tal vez intentaría salir por algún paso de las Threishtor, para iniciar una nueva vida en la costa occidental. Tal vez.

Compré provisiones en el pueblo, en un sitio donde se abastecen los cazadores que entran en las Tierras Bajas: alimentos secos, algunas armas y agua condensada, en cantidad suficiente para que me alcanzara, disolviéndola cuidadosamente, durante varias lunas. Mientras hacía las compras me pareció que los lugareños me miraban de una manera extraña. ¿Me reconocían como el príncipe depravado a quien buscaba el septarca? Nadie se movió para detenerme. Quizá supieran que la Puerta de Salla estaba rodeada, y no quisieron arriesgarse con semejante bruto, cuando había policías de sobra para capturarme en lo alto de la Kongoroi. Cualquiera que fuese el motivo, salí del pueblo sin ser molestado, y emprendí el último tramo de la carretera. Antes había ido por allí solamente en invierno, cuando la nieve estaba alta; aun ahora había parches de sucia blancura en rincones sombreados y, a medida que el camino subía, la nieve se hacía más espesa, hasta que cerca de la doble cima de la Kongoroi su manto lo cubría todo. Calculando cuidadosamente el ascenso, logré llegar al gran paso mucho después de la puesta del sol, con la esperanza de que la oscuridad me protegería si el camino estaba bloqueado. Pero la puerta no estaba custodiada. Con las luces del coche apagadas, recorrí el último trecho — casi convencido de que caería al precipicio — y después del habitual viraje hacia la izquierda, llegué a la Puerta de Salla, donde no vi a nadie. Stirron no había tenido tiempo de cerrar la frontera occidental, o bien no me creía tan loco como para huir por allí. Avancé, atravesé el paso y bajé lentamente por la ruta en zigzag de la vertiente occidental de la Kongoroi, y cuando el alba me alcanzó ya estaba en las Tierras Bajas Abrasadas, ahogándome de calor pero a salvo.

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