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Por supuesto, encontré muchas razones para postergar el uso de la droga junto con Schweiz. Primero, el Gran Juez Kalimol partió en una cacería, y dije a Schweiz que las redobladas presiones de mi trabajo en ausencia de aquél me hacían imposible emprender entonces el experimento. Volvió Kalimol; Halum cayó enferma; usé como excusa siguiente mi preocupación por ella. Halum se recobró; Noim nos invitó a Loimel y a mí a pasar unas vacaciones en su casa de campo en Salla Sur. Regresamos a Salla; estalló la guerra entre Salla y Glin, creando complejos problemas marítimos para mí en la Magistratura. Y así pasaban las semanas. Schweiz se impacientó: ¿Pensaba yo tomar la droga alguna vez? No podía responderle. Realmente no lo sabía. Tenía miedo. Pero siempre ardía en mí la tentación que él había sembrado allí. Extender la mano como un dios y entrar en el alma de Halum…

Fui a la Capilla de Piedra, esperé hasta que Jidd pudiera recibirme y me hice drenar. Pero oculté a Jidd toda mención de Schweiz y su droga, temiendo revelar que jugaba con tan peligrosos entretenimientos. Por consiguiente, el drenaje fue un fracaso, ya que no había abierto plenamente mi alma al drenador, y salí de la Capilla de Piedra tenso y entristecido, con el espíritu congestionado. Ahora veía con claridad que inevitablemente debía ceder ante Schweiz; que lo que él ofrecía era una prueba por la cual debía pasar, ya que no era posible eludirla. Él me había descubierto. Bajo mi devoción, yo era un traidor potencial al Pacto. Fui a verle.

—Hoy — le dije —. Ahora.

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