Capítulo 110

Veinte minutos después, todavía en la espléndida entrada del ayuntamiento, Grace por fin logró dar con el paradero del director de los Servicios Sociales. Arreglándoselas -lo mejor que pudo- para no perder los estribos, le explicó las circunstancias y las razones por las que necesitaba acceder a cierto expediente de adopción.

El hombre le escuchó con comprensión.

– Naturalmente, comisario, hacer lo que me pide sería una excepción enorme a nuestra política -dijo con pedantería-. Necesitaría poder justificar revelarle esa información. Con la garantía de que únicamente sería utilizada para los propósitos que ha apuntado. Algunas personas adoptadas no saben que lo son. Conocer esa noticia puede resultar muy traumático para ellas.

– Seguramente no tan traumático como para las dos mujeres que fueron asesinadas la semana pasada en esta ciudad -contestó Grace-. O para la siguiente mujer en la lista de este maníaco.

Hubo un breve silencio.

– ¿Y realmente cree que este hermano gemelo podría ser el asesino?

– Como acabo de explicarle, es posible que sea el responsable, y si lo es, podría volver a matar. Creo que ahora la seguridad de los ciudadanos es mucho más importante que herir los sentimientos de un hombre adulto.

– Si reveláramos información que le permitiera encontrarle, ¿cuáles serían sus intenciones?

– ¿Mis intenciones? Para lo único que me interesa o quiero esta información es para encontrar al hombre cuanto antes, con vistas a interrogarle y eliminarle de nuestras pesquisas.

– ¿O detenerle?

– No puedo especular. Pero si tenemos razones para creer, después de interrogarle, que está implicado en los asesinatos brutales de dos jóvenes inocentes, es prácticamente seguro que le detengamos, claro.

Hubo otro silencio largo. Grace sintió que volvía a perder la calma, como un perro rabioso tirando de la correa. Y la correa estaba desgastada.

– Es una decisión muy difícil para nosotros.

– Lo comprendo. Pero si matan a una tercera persona, y resulta que este gemelo es el asesino, y podría habernos conducido a él, y podríamos haber impedido un asesinato más, ¿cómo se sentirá usted?

– Tendré que hacer una llamada y comprobar una cosa con nuestro departamento legal. ¿Me da cinco minutos?

– Tengo que decidir si volver a mi despacho o quedarme por el centro -contestó Grace-. ¿Serán solamente cinco minutos o algunos más?

– Seré muy rápido, comisario, se lo aseguro.

Grace empleó el tiempo para realizar una llamada rápida a Roger Pole, el investigador jefe del caso de intento de asesinato de Cleo Morey, para que lo pusiera al día de los progresos. Dos agentes habían ido esta mañana a interrogar a su ex novio, Richard Northrop-Turner, a su bufete en Chichester, le dijo Pole. Y parecía que el abogado tenía coartada. Antes de que acabaran de hablar, una llamada entrante pitó en el móvil de Grace. Le dio las gracias a Pole y respondió. Era el director de los Servicios Sociales.

– Muy bien, comisario. No tendrá que explicarle todo esto a la asistente social de adopciones, le diré que le lleve el archivo y que le proporcione la información que precisa. ¿Le bastaría para sus propósitos con los nombres de las personas que adoptaron a Frederick Roger Jones?

– Sería un buen punto de partida -respondió Grace-. Muchas gracias.


Un autobús pasó con gran estruendo por delante de la ventana del primer piso de la pequeña sala de reuniones escasamente amueblada del edificio de oficinas del ayuntamiento. Grace miró fuera, por las persianas venecianas, al panel rosa que anunciaba la serie de televisión Sugar rush debajo del piso de arriba. Llevaba sentado en esta maldita habitación con Nick Nicholl más de un cuarto de hora, sin que le ofrecieran café, ni siquiera un vaso de agua. La mañana tocaba a su fin, pero al menos habían hecho progresos. Tenía los nervios de punta. Intentaba concentrarse en sus casos, pero no podía dejar de pensar en Cleo ni de preocuparse por ella, casi a cada segundo.

– ¿Qué tal el peque? -le preguntó al joven agente, que bostezaba y estaba pálido a pesar del espléndido clima veraniego.

– ¡Precioso! -dijo-. Ben es un chico increíble. Pero no duerme muy bien.

– Se te da bien cambiar pañales, ¿verdad?

– Soy casi un experto.

Sobre la mesa había un folleto titulado: «Instituto para la infancia, la familia y la educación del Ayuntamiento de Brighton y Hove». En las paredes colgaban pósteres de niños guapos y sonrientes de distintas razas.

Por fin se abrió la puerta y entró una joven que logró irritar a Grace incluso antes de abrir la boca, sólo por su aspecto, combinado con su ceño fruncido.

Tendría unos treinta y cinco años, era flaca como un palillo, tenía la nariz puntiaguda, la boca arqueada pintada de rojo y llevaba el pelo teñido de un fucsia intenso, engominado y de punta con un estilo agresivo. Lucía un vestido estampado de muselina hasta los pies, calzaba unas sandalias que Grace pensó que serían vegetarianas y llevaba una carpeta beis con una nota pegada.

– ¿Son ustedes los dos policías? -preguntó con frialdad.

Tenía acento del sur de Londres, y sus ojos, detrás de unas gafas verde esmeralda, se clavaron en la pared del fondo entre los dos inspectores.

Grace se levantó y Nicholl le imitó.

– Comisario Grace e inspector Nicholl del Departamento de Investigación Criminal de Sussex -dijo Grace.

Sin dar su nombre, la mujer dijo:

– El director me ha informado de que quieren saber el nombre de adopción de Frederick Jones, que nació el 7 de septiembre de 1964. -Ahora miró fijamente a Grace, todavía de manera muy hostil.

– Sí, así es. Gracias -dijo él.

Arrancó la nota pegada en la carpeta y se la entregó. En ella, escrito a mano con letra cuidada, ponía: «Tripwell, Derek y Joan».

Grace se lo mostró a Nick Nicholl, luego miró la carpeta.

– ¿Hay algo más ahí que podría sernos de ayuda?

– Lo siento, no estoy autorizada -dijo, evitando otra vez el contacto visual.

– ¿No le ha explicado su director que se trata de una investigación de asesinato?

– También es la vida privada de alguien -replicó ella.

– Lo único que necesito es la dirección de los padres adoptivos… Derek y Joan Tripwell -dijo, leyendo la nota amarilla. Luego señaló hacia el expediente con la cabeza-. Seguro que está ahí.

– Me han dicho que les diera sus nombres -dijo-. No me han dicho que les proporcionara nada más.

Grace la miró, exasperado.

– Me parece que no lo entiende… Es posible que la vida de otras mujeres de esta ciudad corra peligro.

– Comisario, usted y su compañero se deben a su trabajo, que es proteger a los ciudadanos de Brighton y Hove. Yo me debo al mío, que es proteger a los niños adoptados. ¿Le ha quedado claro?

– Pues deje que le aclare yo algo -dijo Grace, mirando a Nicholl y cerrando los puños, furioso-. Si asesinan a alguien más en esta ciudad y está usted reteniendo información que nos podría haber permitido impedirlo, voy a pedir personalmente su cabeza.

– Aquí le espero -respondió la mujer, y se marchó de la sala.

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