Capítulo 42

Grace observó que Bishop se había quitado la ropa de golf que llevaba antes. Ahora vestía una chaqueta cara encima de una camisa blanca, pantalones azules y mocasines color habano, sin calcetines. Parecía más un playboy que había salido de juerga que un hombre de luto, pensó.

Como si le leyera el pensamiento, Bishop se sentó incómodo en el sillón rojo de la estrecha sala de interrogatorio de testigos y dijo:

– La ropa la ha elegido de mi armario su agente de Relaciones Familiares, Linda Buckley. No es lo que yo habría escogido para estas circunstancias. ¿Puede decirme cuándo me permitirán volver a mi casa?

– En cuanto sea posible, señor Bishop. Dentro de un par de días, espero -contestó Grace.

Bishop se irguió, furioso.

– ¿Qué? ¡Esto es ridículo!

Grace miró un rasguño bastante amoratado que el hombre tenía en la mano derecha. Branson entró con tres vasos de agua, los dejó sobre la mesa y cerró la puerta, pero se quedó de pie.

– Es la escena de un crimen, señor Bishop -dijo Grace con delicadeza-. Hoy en día, el método de la policía es preservar una escena como ésta el tiempo que sea posible. Por favor, comprenda que el interés de todos es atrapar al asesino.

– ¿Tienen un sospechoso? -preguntó Bishop.

– Antes de llegar a eso, ¿le importaría que grabáramos este interrogatorio? Será más rápido que tener que tomar notas.

Bishop ofreció una sonrisa tenue y glacial.

– ¿Significa eso que soy sospechoso?

– En absoluto -le tranquilizó Grace.

Bishop dio su consentimiento con un gesto.

Glenn Branson encendió los grabadores de audio y vídeo y anunció claramente, mientras se sentaba:

– Son las 22.20 de la noche del viernes 4 de agosto. El comisario Grace y el sargento Branson interrogando al señor Brian Bishop.

– ¿Tienen…, tienen algún sospechoso? -volvió a preguntar Bishop.

– Aún no -contestó Grace-. ¿A usted se le ocurre alguien?

Bishop profirió una media carcajada, como si la pregunta fuera una ridiculez. Sus ojos se movieron rápidamente hacia la izquierda.

– No. No, no se me ocurre nadie.

Grace observó sus ojos, acordándose de antes. Hacia la izquierda decía la «verdad». Bishop había respondido un poco demasiado deprisa, y también un poco demasiado alegremente para ser un hombre afligido. Ya había visto esta clase de comportamiento antes, la contestación fría, fácil, ensayada, a las preguntas; la falta de emoción. Bishop exhibía las señales clásicas de un hombre que había cometido un asesinato. Pero no significaba que lo hubiera hecho. Y esa carcajada bien podría deberse a los nervios.

Luego, sus ojos descendieron a la mano derecha del hombre. Al rasguño en el dorso, justo en la base del pulgar; parecía reciente.

– Se ha hecho daño en la mano -dijo.

Brian Bishop se la miró, luego se encogió de hombros con desdén.

– Yo…, mmm…, me la he golpeado al entrar en el taxi.

– ¿Se refiere al taxi que ha cogido del Hotel du Vin al hotel Lansdowne Place?

– Sí, yo… Ha sido al meter una bolsa en el maletero.

– Chungo -dijo Grace, y anotó mentalmente hablar con el taxista para verificarlo. También observó que los ojos de Bishop se movían a la derecha. Al modo «construcción», lo que indicaba que mentía-. Parece que el rasguño tiene bastante mala pinta. ¿Qué le ha dicho el taxista? -Grace miró a Branson, que asintió con la cabeza.

– ¿Le ha dado algunos primeros auxilios o algo? -preguntó Branson.

Bishop miró a uno y luego al otro.

– ¿Qué diablos les pasa, amigos? Son como la maldita inquisición. Yo quiero ayudarlos. ¿Qué importa que tenga un rasguño en la mano?

– Señor Bishop, en nuestro trabajo formulamos un montón de preguntas. Me temo que a eso nos dedicamos. Es nuestra naturaleza. He tenido un día largo, y el sargento Branson también, y estoy seguro de que usted debe de estar exhausto. Por favor, tenga la bondad de contestar a nuestras preguntas y podremos marcharnos de aquí pronto. Cuanto más nos ayude, antes podremos atrapar al asesino de su mujer. -Grace bebió un trago de agua, luego dijo con delicadeza-: Sentimos cierta curiosidad acerca de por qué se ha marchado del Hotel du Vin y se ha registrado en el Lansdowne Place. ¿Podría explicarnos sus razones?

Los ojos de Bishop se movieron como si siguieran la trayectoria de un insecto por la moqueta. Grace le siguió la mirada, pero no vio nada.

– ¿Por qué? -De repente Bishop levantó la vista y lo miró fijamente-. ¿Qué quiere decir? Ustedes me han dicho que me trasladara allí.

Ahora le tocó a Grace fruncir el ceño.

– ¿Quién?

– Bueno… La policía. Usted, supongo.

– No le sigo.

Bishop abrió los brazos efusivamente. Daba la impresión de estar sorprendido de verdad.

– Me han llamado a la habitación. Me han dicho que el Hotel du Vin estaba sitiado por la prensa y que me iban a trasladar.

– ¿Se han identificado?

– Yo… No lo recuerdo. Mmm… ¿Podría ser Canning? ¿Sargento Canning?

Grace miró a Branson.

– ¿Tú sabes algo de esto?

– No -contestó Branson.

– ¿Era un hombre o una mujer? -preguntó Grace.

– Un hombre.

– ¿Su nombre era sargento Canning? ¿Está seguro?

– Sí. Canning. Sargento Canning. Creo que era sargento. Canning seguro.

– ¿Qué le ha dicho ese hombre exactamente? -Grace observó sus ojos con detenimiento. Volvieron a moverse hacia la izquierda.

– Que me habían reservado habitación en el Lansdowne Palace. Que habría un taxi fuera en la salida trasera, junto a la puerta de personal detrás de las cocinas. Que debía bajar por la escalera de incendios.

Grace anotó el nombre «sargento Canning» en su libreta.

– Este agente ¿le ha llamado al móvil o al teléfono del hotel?

– Al teléfono de la habitación -dijo Bishop tras pensarlo unos momentos.

Grace maldijo en silencio. Sería más difícil verificarlo o rastrear la llamada. La centralita del hotel podía registrar las llamadas entrantes, pero no los números.

– ¿A qué hora ha sido esto?

– Sobre las cinco y media.

– Se ha registrado en el Lansdowne Place y luego ha salido. ¿Adónde ha ido?

– A caminar por el paseo marítimo. -Bishop sacó un pañuelo y se secó los ojos-. A Katie y a mí nos encantaba. A ella le encantaba ir a la playa. Era una nadadora fantástica. -Hizo una pausa y bebió un trago de agua-. Necesito llamar a mis hijos. Están los dos en el extranjero, de vacaciones. Yo… -se quedó callado.

También Roy Grace. No había ningún agente de policía llamado Canning en su equipo.

Tras disculparse, el comisario se escabulló de la sala y recorrió el pasillo hasta la MIR Uno. Le bastaron sólo unos clics en el teclado del ordenador para determinar que no había ningún agente con ese nombre en todo el cuerpo de Policía de Sussex.

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