Capítulo 113

Grace pronto descubrió que encontrar un camino para evitar la burocracia de los Servicios Sociales había sido pan comido comparado con el maratón de llamadas telefónicas que ahora estaban realizando al Consorcio de Hospitales de Brighton. A Glenn Branson le costó más de una hora y media -durante la cual le pasaron de un funcionario a otro, y tuvo que esperar a que la gente saliera de sus reuniones- que por fin le pusieran con la persona que podía autorizar la desclasificación de información confidencial sobre pacientes. Y sólo lo consiguió después de que Grace cogiera el teléfono y presentara su alegato.

El siguiente problema fue que el domingo en Urgencias no habían tratado a nadie con el apellido Bishop, y que ese día habían curado a diecisiete personas con heridas en la mano. Afortunadamente, el doctor Raj Singh estaba de guardia. Grace envió a Branson al hospital con la fotografía de la cámara de seguridad, con la esperanza de que Singh lo reconociera.

Pasadas las cuatro y media, salió de la MIR Uno y llamó a Cleo, para ver cómo se encontraba.

– Un día tranquilo -le comentó ella, con voz cansada, pero razonablemente alegre-. He tenido dos inspectores aquí todo el rato, repasando el registro. Darren y yo estamos recogiendo y luego me llevará a casa. ¿Qué tal tú?

Grace le relató la conversación que había tenido antes con el inspector Pole.

– No pensaba que hubiera sido Richard -dijo, extrañamente aliviada, lo que le molestó. Grace estaba siendo irracional, lo sabía, pero había calidez en su voz cada vez que mencionaba a su ex, y eso le preocupaba. Como si su historia hubiera terminado, pero no del todo-. ¿Vas a trabajar hasta tarde? -le preguntó ella.

– Aún no lo sé. Tengo la reunión de las seis y media; tendré que esperar a ver qué surge.

– ¿Qué te apetece cenar?

– A ti.

– ¿Qué guarnición quieres que me ponga?

– Sólo tú desnuda con una hoja de lechuga.

– Entonces ven a casa en cuanto puedas. Necesito tu cuerpo.

– Te quiero -dijo él.

– ¡Tú también me gustas bastante! -dijo ella.


Grace decidió aprovechar el primer momento libre que tenía en todo el día y se dirigió al Departamento de Datos Informáticos, en el extremo opuesto del edificio, donde la malograda Janet McWhirter había pasado tantas horas de su vida laboral.

Normalmente, la gran zona de despachos, cuyo personal informático estaba integrado en su mayoría por civiles, era un hervidero alegre de actividad. Pero aquella tarde, el ambiente estaba apagado. Llamó a la puerta de uno de los pocos despachos cerrados. Había sido el lugar de Janet McWhirter y ahora, por la etiqueta en la pared, lo ocupaba Lorna Baxter, jefa de la Unidad de Desclasificación y del DDL Como a Janet, la conocía desde había mucho tiempo y le caía muy bien.

Sin esperar respuesta, abrió la puerta. Lorna, que tendría unos treinta y cinco años, estaba en avanzado estado de gestación. Tenía el pelo castaño y normalmente lo llevaba largo, pero vio que se lo había cortado con una especie de flequillo de monje que acentuaba los kilos que había cogido en la cara. Aunque lucía un vestido de flores ancho y ligero, se notaba que sufría con aquel calor.

Estaba hablando por teléfono, pero le indicó animadamente que entrara y señaló una silla delante de su mesa. Grace cerró la puerta y tomó asiento.

Era un despacho pequeño y cuadrado, casi abarrotado por un escritorio y una silla para ella, dos sillas para visitas, un archivador metálico alto y una pila de cajas clasificadoras. A la derecha de Grace había un dibujo de Bart Simpson colgado en la pared con chinchetas de colores y un folio con un corazón grande dibujado y las palabras: «¡TE QUIERO, MAMÁ!».

Lorna colgó el teléfono.

– ¡Hola, Roy! -dijo-. Me alegro de verte. -Luego se encogió de hombros-. Qué putada, ¿verdad? -Tenía un fuerte acento de Sudáfrica, a pesar de que hacía más de doce años que vivía en Inglaterra.

– ¿Lo de Janet?

Hizo una mueca.

– Éramos buenas amigas.

– ¿Y qué pasó exactamente? He oído que se enamoró de alguien y que iba a mudarse a Australia con él para casarse.

– Sí. Era muy feliz. Ya sabes, tenía treinta y seis años y nunca había tenido un novio de verdad. Creo que casi se había resignado a quedarse soltera para el resto de su vida. Luego conoció a ese tipo y se enamoró perdidamente. A las pocas semanas, era una persona distinta.

– ¿En qué sentido?

– Se transformó por completo. El peinado, la ropa, todo. Y parecía tan feliz…

– ¿Y va y aparece asesinada?

– Eso parece.

– ¿Qué sabes tú, o cualquiera, de ese hombre, su prometido?

– No mucho. Janet era muy reservada. Seguramente yo la conocía tanto como cualquier otra persona, pero era un libro cerrado. Tardó un tiempo en reconocerme incluso que estaba saliendo con alguien. No contaba mucho de él, aunque sí dijo que era muy rico. Tenía una casa grande en Brighton y un piso en Londres. El gran «inconveniente» era que estaba casado. Pensaba dejar a su mujer.

– ¿Por Janet?

– Es lo que le había dicho él.

– ¿Y ella le creía?

– Absolutamente.

– ¿Tienes idea de a qué se dedicaba?

– Al mundo de la informática -dijo-. Algo relacionado con el rostering. Tenía una empresa de mucho éxito, al parecer. Iba a abrir una sucursal en Australia y decidió que quería empezar una nueva vida allí… Con Janet.

Rostering. Grace pensaba detenidamente. Rostering. Era el negocio de Bishop.

– ¿Te dijo cómo se llamaba?

– No, no quería. No paraba de decirme que no podía darme su nombre porque estaba casado y había jurado mantener en secreto su aventura.

– No era de las que chantajearían a alguien -dijo Grace-. Y no diría que tuviera mucho dinero.

– No. Venía a trabajar en una Vespa vieja.

– Entonces, ¿qué móvil podía tener para matarla, suponiendo que lo hiciera él?

– ¿O tal vez los mataron a los dos? -contestó-. ¿Y sólo ha aparecido el cuerpo de ella?

– Es posible. ¿Quizás alguien iba tras él y ella resultó estar en el lugar equivocado en el momento equivocado? No sería la primera vez que pasa. ¿El equipo investigador tiene alguna novedad?

– No hay muchos progresos por ahora. Sólo hay un detalle interesante.

– ¿Cuál?

– He visto a Ray Packham antes, de la Unidad de Crímenes Tecnológicos.

– Sí, le conozco. Es listo.

– Ha revisado el ordenador que Janet utilizaba aquí con un software forense y ha recuperado la agenda electrónica que borró cuando se marchó.

Alguien llamó a la puerta y entró. Grace alzó la vista y vio a un muchacho joven que reconoció de este departamento. Lorna lo miró.

– Lo siento, Dermot, ¿es urgente?

– No, tranquila, nos vemos mañana.

Lorna se quedó en blanco.

– ¿Por dónde iba?

– La agenda de Janet -le recordó Grace.

– Sí, exactamente. Aparece un nombre, hará unos nueve meses, que nadie de aquí conocemos. Era una anotación para una noche en diciembre del año pasado. Había escrito: «Copa, Brian».

– ¿Brian?

– Sí.

Grace sintió un escalofrío repentino. «Brian. Rostering. Una casa grande en Brighton. Un piso en Londres. Una mujer asesinada.»

Ahora su mente estaba muy activa, todo el cansancio se había esfumado. ¿Por eso se había despertado en mitad de la noche pensando en Janet McWhirter? ¿Su cerebro estaba diciéndole que había una relación?

– Parece que todo esto te dice algo, Roy.

– Es posible -dijo-. ¿Quién lleva el caso de Janet?

– El inspector Winter, en la MIR Dos.

Grace le dio las gracias a Lorna y se fue directo al centro de operaciones que se había instalado en la MIR Dos. Allí explicó la posible conexión que acababa de descubrir con su doble investigación.

Luego regresó a la MIR Uno y casi se chocó con Glenn Branson, que dobló la esquina casi corriendo, triunfante.

– ¡Le tenemos! -dijo Branson, sacando un papel de su bolsillo y abriéndolo-. ¡Tengo un nombre y una dirección!

Grace lo siguió hasta la sala.

– Se llama Norman Jecks.

Grace miró el papel de rayas arrugado, con un borde que se había rasgado al arrancarlo de un bloc de espiral. En él había escrito: «Sackville Road, 262B, Hove».

Miró a Branson.

– No es la dirección de Bishop.

– No, no lo es. Pero es la que apuntó el hombre en el formulario de Urgencias el domingo por la mañana. El Brian Bishop disfrazado. ¿Quizá tenga una doble vida?

Grace miró el papel, tenía malas sensaciones. Como si un oscuro nubarrón se arremolinara en su interior. ¿Tenía Brian Bishop un segundo hogar? ¿Un hogar secreto? ¿Una vida secreta?

– ¿Es una dirección real?

– Bella ha comprobado el censo electoral. En esa dirección vive un Norman Jecks.

Miró su reloj, la adrenalina bombeaba con fuerza por sus venas. Eran las seis y diez.

– Sáltate la reunión informativa -dijo-. Averigua quién es el juez de guardia y consigue una orden de registro. Luego ve al equipo de Apoyo Local. Vamos a hacerle una visita a Norman Jecks. Tan pronto como podamos.

Volvió corriendo por el laberinto de pasillos hasta la sala de DDI.

Lorna Baxter estaba saliendo por la puerta cuando llegó.

– Lorna -dijo jadeando-, ¿tienes un momento?

– Tengo que ir a recoger a la mayor a natación. -Miró su reloj-. ¿Es algo rápido?

– Sólo unos minutos, es muy importante, siento hacerte esto. ¿Janet McWhirter tenía autorización para anotar entradas en la base de datos del DDI?

– Sí. Era la única persona de aquí que podía.

– ¿Sola? ¿Sin supervisión?

– Sí.

– ¿Te importaría buscarme algo en el ordenador?

Ella sonrió.

– Ya veo que me necesitarás durante más de unos pocos minutos. Pediré a alguien que vaya a recoger a Claire -dijo, y sacó el móvil del bolso.

Fueron a sentarse a su despacho. Lorna tecleó algo en el ordenador, para acceder al sistema.

– De acuerdo -dijo-. ¡Dispara!

– Necesito buscar los antecedentes de alguien. ¿Qué información tengo que darte?

– Sólo su nombre, edad, dirección.

Grace le dio los datos de Brian Bishop y escuchó el clic de las teclas mientras entraba la información.

– ¿Brian Desmond Bishop, nacido en Brighton el 7 de septiembre de 1964?

– Ése es.

Lorna se inclinó hacia delante, para acercarse a la pantalla.

– En 1979 el juzgado de menores de Brighton lo sentenció a dos años de internamiento en un reformatorio por violar a una niña de catorce años -leyó-. En 1985, el juzgado de Lewes le condenó a dos años de libertad provisional por lesiones graves a una mujer. ¡Qué encanto de tío! -comentó.

– ¿Hay alguna anomalía en la entrada? -preguntó Grace.

– ¿Alguna anomalía? ¿Qué quieres decir?

– ¿Podrían haberla manipulado?

– Bueno, sólo hay una cosa… Aunque no es tan inusual. -Lo miró-. Normalmente, los registros tan antiguos como éstos no se modifican nunca, permanecen igual en el expediente para siempre. Sólo se tocan cuando se introducen correcciones, a veces porque surgen pruebas nuevas, se anulan antiguas condenas o hay que rectificar algún error, cosas así.

– ¿Puede saberse cuándo se modifican?

– ¡Por supuesto! -asintió enfáticamente-. Cada vez que un registro se altera se deja una huella electrónica. De hecho, aquí tenemos una.

Grace se irguió de repente.

– ¿Sí?

– Las personas que tenemos autorización disponemos de un código de acceso individual. Si corregimos un registro, la huella que dejamos es nuestro código de acceso, y la fecha de modificación.

– ¿Así que puedes averiguar a quién pertenece ese código de acceso?

Lorna le sonrió.

– Conozco ese código de acceso sin necesidad de buscarlo. Es el de Janet. Corrigió este registro el… -miró más detenidamente- el 7 de abril de este año.

Ahora Grace notó de verdad la subida de adrenalina.

– ¿Sí?

– Sí. -Lorna frunció el ceño, tecleó algo y luego volvió a mirar la pantalla-. Interesante -dijo-. Fue su último día en el departamento.

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