Capítulo 64

La mujer de detrás del mostrador de madera y la ventana de cristal le entregó un formulario rectangular de color beis.

– Por favor, escriba aquí su nombre y dirección y otros datos -le pidió con voz cansada.

Parecía llevar demasiado tiempo allí sentada y le recordó a un objeto expuesto en la vitrina de un museo al que habían olvidado quitar el polvo. Su cara tenía una palidez de interior, y su cabello castaño sin forma caía alrededor del rostro y de los hombros como una cortina que se ha soltado de una de las anillas.

Arriba del mostrador de recepción del servicio de urgencias del Royal Sussex County Hospital había una gran pantalla de LCD con letras amarillas sobre fondo negro que ahora rezaba: «TIEMPO DE ESPERA: 3 HORAS».

Estudió el formulario detenidamente. Se solicitaba un nombre, una dirección, una fecha de nacimiento y una persona de contacto. También había un espacio para alergias.

– ¿Algún problema? -preguntó la mujer.

Él levantó la mano hinchada.

– Me cuesta escribir -dijo.

– ¿Quiere que lo rellene por usted?

– Puedo arreglármelas.

Luego, apoyándose en el mostrador, se quedó mirando el formulario unos momentos, su cerebro, embotado por el dolor, no funcionaba demasiado bien. Intentaba pensar deprisa, pero sus pensamientos no surgían en la secuencia correcta. De repente, se sintió un poco mareado.

– Sentado podrá hacerlo mejor -sugirió la mujer.

– ¡He dicho que puedo arreglármelas! -le espetó, gritando.

A su alrededor, la gente alzó la vista desde sus asientos grises de plástico duro, sobresaltada. «No era inteligente -pensó-. No era inteligente llamar la atención.» Rellenó el formulario deprisa y, luego, como para reparar el daño, junto a «Alergias» escribió «Dolor», con mucho ingenio, pensó.

Pero la mujer no pareció fijarse cuando recogió el formulario.

– Por favor, siéntese y una enfermera vendrá a verle enseguida.

– ¿Tres horas? – dijo él.

– Les diré que es urgente -dijo la mujer cansinamente.

Luego observó con cautela al hombre raro con el pelo castaño largo y desgreñado, bigote y barba densos y gafas grandes con cristales oscuros, vestido con una camisa blanca sobre una camiseta de malla, pantalones anchos grises y sandalias; se dirigió a un asiento vacío, entre un hombre con el brazo lleno de sangre y una anciana con la cabeza vendada, y se sentó. Entonces, la mujer descolgó el teléfono.

El Multimillonario de Tiempo sacó la Blackberry de su funda, que llevaba sujeta en el cinturón, pero antes de que tuviera tiempo de hacer nada, una sombra cayó delante de él. Una mujer morena de aspecto agradable de unos cincuenta años, vestida de enfermera, estaba frente a él. La placa de su solapa decía «BARBARA LEACH. ENFERMERA DE URGENCIAS».

– ¡Hola! -dijo jovialmente-. ¿Me acompaña?

Lo llevó a un pequeño cubículo y le pidió que se sentara.

– ¿Cuál parece ser el problema?

Él levantó la mano.

– Me hice daño trabajando en un coche.

– ¿Cuándo?

– El jueves por la tarde -dijo tras pensar un momento.

La mujer examinó la mano detenidamente, le dio la vuelta y luego la comparó con la mano izquierda.

– Parece infectada -dijo-. ¿Le han puesto la vacuna del tétanos recientemente?

– No me acuerdo.

La enfermera volvió a examinarle un rato, pensativamente.

– ¿Trabajando en un coche? -dijo

– Un coche antiguo. Lo estoy restaurando.

– Iré a buscar a un médico para que le visite cuanto antes.

Él regresó a su silla en la sala de espera y volvió a centrar la atención en su Blackberry. Entró en internet, pulsó en favoritos y accedió a Google.

Cuando se abrió la página, introdujo una orden de búsqueda para «MG TF».

Era el coche que conducía Cleo Morey.

A pesar del dolor, a pesar de los pensamientos embotados, estaba elaborando un plan. Un plan bastante bueno.

– ¡Soy un puto genio! -dijo en voz alta, incapaz de controlar su excitación. Luego, de inmediato, se retrajo en su caparazón.

Estaba temblando.

La señal de que el Señor lo aprobaba.

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