Capítulo 89

Brian Bishop estaba sentado solo en su celda silenciosa, encorvado en el borde del banco que también era la cama. No recordaba haber estado tan deprimido en toda su vida. Parecía que le habían arrebatado la mitad de su mundo y la otra mitad estaba volviéndose contra él. Incluso Robert Vernon, que era una persona delicada y no juzgaba nunca a nadie, antes había estado menos cordial de lo normal por teléfono. ¿Por qué? ¿Se había corrido la voz de que era mercancía dañada, que lo dejaran solo? ¿Que era venenoso?

¿Serían Glenn y Barbara los siguientes? ¿Y la otra pareja con la que él y Katie quedaban, Ian y Terrina? ¿Y el resto de la gente que en su día había considerado amigos suyos?

El mono azul de papel le apretaba debajo de las axilas y apenas podía mover los dedos de los pies dentro de las zapatillas, pero no le importaba. Todo esto era una pesadilla y pronto despertaría, y Katie le sonreiría, recostada en la cama junto a él, leyendo la columna de cotilleos del Daily Mail, la página que siempre consultaba primero, con una taza de té a su lado.

En las manos sostenía la hoja amarilla que le habían dado, entrecerrando los ojos ante las palabras borrosas, esforzándose en leerlas sin las gafas.


POLICÍA DE SUSSEX.

NOTIFICACIÓN DE DERECHOS.

RECUERDE SUS DERECHOS.


De repente, abrió la puerta de su celda un hombre pálido de unos treinta años, sin cuello y con el físico de un caramelo de goma, que parecía que solía hacer pesas, pero que ahora daba la impresión de haber dejado que sus músculos echaran carne. Llevaba un uniforme de Reliance Security con camisa blanca con monograma y charreteras negras, corbata y pantalones negros; sudaba profusamente.

Habló con voz cortés, un poco chillona, evitando el contacto visual, como si fuera la práctica habitual para dirigirse a la escoria encerrada tras las puertas con barrotes.

– Señor Bishop, su abogado está aquí. Voy a llevarle con él. Camine delante de mí, por favor.

Bishop caminó siguiendo las instrucciones que recibía desde detrás, recorriendo una red de pasillos lisos color crema, el único relieve en las paredes era la alarma roja continua con el borde metálico. Luego entró en la sala de interrogatorios, que Branson y Nicholl habían abandonado temporalmente para que pudiera hablar en privado con su abogado.

Leighton Lloyd estrechó su mano y lo acompañó a una silla. Luego, antes de sentarse él, comprobó que todos los aparatos de grabación de audio y vídeo estuvieran apagados.

– Gracias por venir -dijo Bishop.

El abogado sonrió comprensivamente, y el hombre se ganó al instante su simpatía, aunque Bishop sabía que, en estos momentos, seguramente hasta Atila el Huno se habría ganado su simpatía si hubiera dicho que había acudido en su ayuda.

– Es mi trabajo -dijo Lloyd-. Bueno, dígame, ¿le han tratado bien?

– No tengo mucho con que compararlo -dijo Bishop, intentando dar un toque de humor que pasó desapercibido al abogado-. En realidad, estoy muy enfadado por una cosa. Me han quitado las gafas de leer.

– Es normal, me temo.

– Ah, genial. Entonces si llevara lentillas podría conservarlas, pero como he elegido ponerme gafas, resulta que no puedo leer nada.

– Haré lo que pueda para que se las devuelvan pronto. -Lo anotó en su libreta-. Bien, señor Bishop, soy consciente de que es tarde y está cansado. La policía quiere realizar un interrogatorio esta noche, intentaremos que sea lo más breve posible, luego continuarán mañana por la mañana.

– ¿Cuánto tiempo voy a estar aquí? ¿Puede sacarme bajo fianza?

– Sólo puedo solicitar una fianza si presentan cargos. La policía tiene derecho a retenerlo durante veinticuatro horas sin acusarle de nada y puede conseguir una ampliación de doce horas más. Después tienen que ponerle en libertad, presentar cargos o solicitar más tiempo al juez.

– Entonces, ¿podría estar aquí hasta el miércoles por la mañana?

– Sí, eso me temo.

Bishop se quedó callado.

Lloyd levantó una hoja.

– Esto se llama documento de información previa al interrogatorio. Es un resumen de los datos que la policía está dispuesta a darnos en este momento. Si tiene problemas para leerlo, ¿quiere que se lo lea yo?

Bishop asintió. Se sentía enfermo y tan exhausto que ni siquiera tenía ánimo para hablar.

El abogado leyó el contenido y luego siguió hablando para ponerle al corriente de la poca información más que había conseguido del sargento Branson.

– ¿Todo claro? -preguntó a Bishop cuando acabó.

Bishop asintió de nuevo. Escuchar las palabras lo empeoraba todo. Se hundieron como piedras oscuras en lo más profundo de su alma. Y su pesimismo se acentuó aún más. Se sentía como si estuviera sentado en el fondo del pozo más hondo del mundo.

Durante los minutos siguientes, el abogado informó a Bishop sobre las preguntas que seguramente le formularían en el primer interrogatorio y sobre cómo debía contestar. Le dijo que fuera lacónico y que se mostrara amable, pero que diera respuestas cortas. Si había alguna pregunta que alguno de los dos encontraba inapropiada, el abogado intervendría. También le preguntó a Bishop por su salud, si se sentía capaz de soportar la terrible experiencia que le esperaba o si necesitaba ver a un médico o tomar alguna medicación. Bishop le dijo que se encontraba bien.

– Tengo una última pregunta -dijo Leighton Lloyd-. ¿Asesinó usted a su esposa?

– No. Claro que no. Qué ridiculez. Yo la quería. ¿Por qué iba a matarla? No, no lo hice, no lo hice, de verdad. Tiene que creerme. No sé lo que está pasando.

El abogado sonrió.

– De acuerdo. Con eso me basta.

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