Capítulo 66

El tintineo de una cucharilla rompió fugazmente el silencio mientras Moira Denton removía el té en su taza de delicada porcelana fina. A Brian Bishop nunca le había resultado fácil llevarse bien con sus suegros. En parte, sabía que era porque el padre y la madre de Katie no se llevaban bien entre ellos. Recordó una cita que había leído una vez y que hablaba de la gente que «llevaba una vida de desesperación callada». Le pareció que nada, lamentablemente, podía describir mejor la relación entre Frank y Moira Denton.

Frank era un emprendedor en serie -y un fracasado en serie-. Brian había realizado una pequeña inversión en su última empresa, una fábrica en Polonia que convertía el trigo en combustible biodiésel, más por mostrar una prueba de solidaridad familiar que porque esperara realmente obtener beneficios, y menos mal, pues había quebrado, igual que todas las operaciones que Frank había puesto en marcha. Era un hombre alto de unos setenta y pocos años, que sólo había empezado a aparentarlos recientemente, y también era un follador en serie. Llevaba el pelo largo y elegante, aunque debido al uso de algún tinte, ahora tenía un matiz naranja que le daba un aspecto bastante sucio. Además, su ojo izquierdo tenía un párpado perezoso, lo que hacía que pareciera que estaba permanentemente medio cerrado. En el pasado, a Brian le había recordado a un pirata bribón y afable, aunque en estos momentos, sentado en silencio, encorvado hacia delante en su sillón en el minúsculo horno que era su piso, sin afeitar, despeinado y vestido con una camisa blanca arrugada, parecía un anciano triste, andrajoso y roto. Su copa de brandy permanecía intacta al lado de una botella pequeña y gruesa de Torres 10 Gran Reserva.

Moira estaba sentada frente a él al otro lado de una mesita de café de madera tallada, sobre la que descansaba el Argus de ayer con su lúgubre titular. A diferencia de su marido, se había esforzado por tener buen aspecto. A sus sesenta y cinco años, era una mujer guapa y aún habría estado mejor si no hubiera permitido que la amargura surcara tanto su rostro. Su pelo negro teñido, enroscado en la parte superior de la cabeza, estaba pulcramente peinado; llevaba una camisa gris, ancha y sencilla, una falda plisada azul marino, zapatos negros planos y se había maquillado.

En la televisión, con el sonido bajado, un alce corría por una pradera. Como los Denton vivían ahora casi todo el tiempo en su piso de España, les parecía que en Inglaterra, incluso en pleno verano, hacía un frío insoportable. Así que ponían la calefacción central del piso, próximo al paseo marítimo de Hove, varios grados por encima de los 26,5. Y con las ventanas cerradas.

Sentado en un sillón de velvetón verde, Brian estaba sudando. Dio un sorbo a su tercera cerveza San Miguel, el estómago quejumbroso, a pesar de que Moira acababa de servirles la comida. Apenas había tocado el pollo frío y la ensalada, ni tampoco los trozos de melocotón de lata del postre. Simplemente no tenía apetito. Y tampoco se sentía con ánimo para charlar demasiado. Desde que Brian había llegado hacía un par de horas, los tres habían estado la mayor parte del tiempo en silencio. Habían hablado de si debían enterrar o incinerar a Katie. No era un tema que Brian hubiera tratado con su mujer, pero Moira insistió en que Katie hubiera querido que la incineraran.

Luego habían hablado de los preparativos del funeral, que tendría que esperar hasta que el juez les entregara el cadáver, que Frank y Moira habían visto ayer en el depósito. La conversación los había sumido a los dos en un mar de lágrimas.

Comprensiblemente, sus suegros estaban muy afectados por la muerte de Katie. Había sido algo más que su única hija, había sido lo único realmente de valor en sus vidas, además del pegamento que los había mantenido juntos. Una Navidad particularmente incómoda en que Moira bebió demasiado jerez, champán y luego Baileys, le había confiado con aspereza a Brian que sólo había aceptado que Frank volviera tras sus aventuras por el bien de Katie.

– Te gusta esta cerveza, ¿verdad, Brian? -le preguntó Frank.

Tenía un acento pijo, algo que había trabajado para disimular sus raíces obreras. Moira también tenía una voz afectada, salvo cuando bebía demasiado y recuperaba su acento originario de Lancashire.

– Sí, sabe bien. Gracias.

– Eso es España, ¿entiendes? ¡Calidad! -Más animado de repente por un momento, Frank Denton levantó una mano-. Es un país muy subestimado, su comida, vinos, cervezas. Y los precios, por supuesto. Hay partes que están sobreexplotadas, pero todavía es uno de los pocos países donde se presentan grandes oportunidades si sabes lo que haces.

Pese al dolor del hombre, Brian percibió que el padre de Katie estaba a punto de soltarle un rollo de vendedor. Y así fue.

– Allí los precios de las casas se duplican cada cinco años, Brian. Lo inteligente es elegir el próximo momento adecuado. Los costes de construcción son baratos y son unos trabajadores la mar de eficaces, esos españoles. He localizado una oportunidad realmente fantástica justo al otro lado de Alicante. Lo que yo te diga, Brian, es pan comido.

Lo último que él quería o necesitaba en estos momentos era escuchar los detalles de otro más de los planes de Frank, que sonaban plausibles pero que acababan siendo un fracaso estrepitoso. Era preferible el silencio miserable, al menos le había permitido concentrarse en sus pensamientos.

Bebió otro trago de cerveza y se dio cuenta de que casi había apurado el vaso. Debía tener cuidado, lo sabía, porque iba a conducir y no sabía cómo reaccionaría al percibir el olor del alcohol en su aliento la agente de Relaciones Familiares que le esperaba abajo en su coche, como un centinela.

– ¿Qué te ha pasado en la mano? -preguntó Moira de repente, mirando la venda nueva.

– Yo… Me di un golpe… Al salir del coche -dijo quitándole importancia.

Sonó el timbre de la puerta.

Los Denton se miraron, luego Frank se puso de pie y salió al vestíbulo arrastrando los pies.

– No esperamos a nadie -le dijo Moira a Brian.

Momentos después, Frank regresó a la habitación.

– La policía -dijo, y lanzó una mirada extraña a su yerno-. Están subiendo.

Siguió mirando a Brian, como si algún pensamiento extraño hubiera penetrado en su cabeza mientras se había ausentado de la habitación.

Brian se preguntó si la policía había dicho algo más que el anciano ocultaba.

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