Capítulo 46

Roy Grace tenía razón. Con el Parlamento cerrado por vacaciones y un accidente ferroviario en Pakistán como suceso internacional más importante acaecido en las últimas veinticuatro horas, las únicas noticias que se disputaban las portadas, en particular de los tabloides, eran las declaraciones impactantes de un futbolista de la Premier pillado haciendo un trío homosexual, la noticia de una pantera que al parecer estaba aterrorizando el campo de Dorset y una foto del príncipe Enrique retozando con una chica envidiablemente atractiva. Todos los directores de periódicos del país estaban ávidos de una gran historia y ¿qué mejor que el asesinato de una mujer rica y hermosa?

La sala donde iba a celebrarse la rueda de prensa informativa que había convocado aquella mañana estaba tan llena que algunos periodistas habían tenido que quedarse fuera, en el pasillo. Habló breve y herméticamente, porque no tenía demasiado que contar a estas alturas. Durante la noche no habían recibido ninguna información nueva y en la reunión anterior del equipo se habían ocupado más de asignar tareas que de evaluar sucesos.

El mensaje que sí comunicó con claridad a una multitud de periodistas y fotógrafos, una cuarentena, más o menos, presentes en la sala era que la policía tenía mucho interés en rastrear los movimientos recientes de la señora Bishop y que estaría encantada de escuchar a cualquier ciudadano que la hubiera visto los últimos días. La prensa iba a publicar varias fotografías que Grace había elegido de casa de los Bishop, la mayoría de las cuales procedían de un montaje de imágenes de vídeo. Una mostraba a la mujer muerta en bikini en una lancha motora, otra al volante de un BMW y en otra llevaba un vestido largo y un sombrero en una carrera de caballos, en Ascot o Epsom, supuso Grace.

Había escogido las fotografías muy cuidadosamente, sabiendo que interesarían a los directores de los periódicos. Eran el tipo de instantáneas con las que a los lectores les gustaba regalarse la vista -la mujer guapa, el estilo de vida fácil y glamuroso-. Con hectáreas de columnas por llenar, Grace sabía que las utilizarían. Y una cobertura amplia podría estimular la memoria de algún testigo clave.

Al término de la rueda de prensa se escabulló deprisa, deseoso de hablar con Cleo antes de empezar otro interrogatorio a Brian Bishop, que estaba programado para el mediodía, y dejó a Dennis Ponds, el jefe de Relaciones Públicas de la Policía, que distribuyera las fotografías. Pero cuando se encontraba a sólo unos metros de la puerta de seguridad que daba al santuario de su despacho, oyó que alguien le llamaba. Se dio la vuelta y le irritó ver que el joven reportero de sucesos del Argus, Kevin Spinella, le había seguido.

– ¿Qué hace aquí? -dijo Grace.

Spinella se apoyó en la pared, cerca de un tablón en el que estaba colgado un organigrama titulado MODELO DE INVESTIGACIÓN DE HOMICIDIOS. Había una expresión insolente en su rostro anguloso, mascaba chicle y tenía su libreta negra abierta y un bolígrafo en la mano. Hoy vestía un traje oscuro barato que no parecía quedarle del todo bien, una camisa blanca que le quedaba grande y una corbata violeta con un nudo ancho y torpe. Su pelo corto tenía ese aspecto moderno y despeinado, como si acabara de levantarse.

– Quería preguntarle algo en privado, comisario.

Grace acercó su tarjeta de seguridad a la cerradura. El pestillo hizo clic y él tiró de la puerta.

– Ya he dicho todo lo que tenía que decir en la rueda de prensa. No tengo nada más que añadir en este punto.

– Yo creo que sí -dijo Spinella, ahora su expresión petulante aún irritó más a Grace-. Ha omitido algo.

– Entonces hable con Dennis Ponds.

– Lo habría sacado en la rueda de prensa -dijo Spinella-. Pero no me habría dado las gracias por ello. ¿Eso de la máscara antigás?

Grace se dio la vuelta, impactado, y dio un paso hacia el reportero, dejando que la puerta se cerrara detrás de él.

– ¿Qué ha dicho?

– He oído que se halló una máscara antigás en la escena del crimen, que el asesino podría haber utilizado, ¿para algún ritual de perversión o algo así?

Las ideas se agolpaban en la cabeza de Grace. Hervía de cólera, pero darle salida ahora no iba a ayudar en nada. Esto ya había pasado antes. Un par de meses atrás, en otro caso, alguien había filtrado al Argus una información de vital importancia sobre algo que habían encontrado en la escena de un crimen y que habían ocultado a la prensa -concretamente, un escarabajo-. Ahora parecía que había vuelto a ocurrir. ¿Quién era el responsable? El problema estaba en que podía ser cualquiera. Aunque no habían revelado la información en la rueda de prensa, la mitad de la Policía de Sussex ya lo sabría.

En lugar de gritar a Spinella, Grace le miró fijamente, evaluándole. Era un chico listo y estaba claro que los crímenes eran su especialidad. Muy probablemente, dentro de uno o dos años pasaría de este periódico local a uno más importante, quizás a uno nacional; no ganaba nada convirtiéndolo en su enemigo.

– De acuerdo, agradezco que no haya sacado el tema en la rueda de prensa.

– ¿Es cierto?

– ¿Oficial o extraoficialmente?

Spinella cerró su libreta, un gesto inteligente.

– Extraoficialmente.

Grace dudó, todavía no se sabía hasta qué punto podía confiar en él.

– En la escena del crimen se halló una máscara antigás de la Segunda Guerra Mundial, pero no sabemos qué relación tiene con el caso.

– ¿Y lo están silenciando porque sólo el asesino sabe que estaba allí?

– Sí. Y nos sería de gran ayuda que no publicara nada al respecto… todavía.

– ¿Y qué sacaría yo a cambio? -replicó Spinella al instante.

Grace se descubrió sonriendo ante el descaro del joven.

– ¿Intenta hacer un trato?

– Si le hago un favor, me deberá una. En el futuro. Me la guardo. ¿Trato hecho?

Grace meneó la cabeza con incredulidad, sonriendo otra vez.

– ¡Qué cara más dura tiene!

– Me alegra que nos entendamos.

Grace volvió a girarse hacia la puerta.

– Una cosa rapidita -dijo Spinella-. ¿Es cierto que usted y la subdirectora Alison Vosper están enfrentados?

– ¿Extraoficialmente todavía? -preguntó Grace.

Spinella asintió, levantando la libreta cerrada.

– ¡Sin comentarios!

Grace le ofreció su sonrisa más agria y, esta vez, cruzó la puerta y la cerró con firmeza después de entrar.


Diez minutos después, junto con Branson, Grace se sentó en una de las sillas rojas con forma de cubo de la sala de interrogatorio de testigos, delante de un Brian Bishop totalmente destrozado. La agente de Relaciones Familiares Maggie Campbell, que se había quedado fuera, le había traído desde su hotel.

Grace, que se había quitado la chaqueta y llevaba una camisa de manga corta debajo, dejó su libreta en la mesita de café y se secó el sudor de la frente con un pañuelo. Branson, que vestía una camisa blanca limpia y apretada como si fuera una segunda piel, vaqueros azules ajustados y deportivas, parecía hoy menos desconsolado.

– ¿Accede a que volvamos a grabarle, para ganar tiempo, señor? -le preguntó Grace a Bishop.

– Como quieran.

Branson encendió el aparato.

– Hora, 12.03. Sábado, 5 de agosto. Comisario Grace y sargento Branson interrogando al señor Brian Bishop.

Grace bebió un trago de agua y se fijó en que Bishop vestía la misma ropa que el día anterior, excepto por la camiseta -hoy llevaba un polo verde lima-. Parecía mucho más acongojado, como si se hubiera percatado de la realidad de su pérdida. Tal vez ayer lo sostenía la adrenalina del shock, algo que sucedía a veces. El dolor afectaba a la gente de manera distinta, pero la mayoría de las personas que perdían a un ser querido atravesaban etapas muy estudiadas: shock, negación, ira, tristeza, culpa, soledad, desesperación, aceptación gradual. Y Grace era consciente de que algunos de los asesinos más fríos que había conocido en su carrera habían interpretado estos sentimientos con actuaciones dignas de un Oscar.

Observó a Bishop mientras se inclinaba hacia delante en su silla, removiendo muy atentamente con una espátula de plástico el café que Branson le había traído, y frunció el ceño mientras registraba la intensa concentración que adquiría de repente el rostro del hombre. ¿Estaba contando el número de veces que lo removía?

– ¿Qué tal tiene hoy la mano? -preguntó Grace.

Bishop levantó la mano derecha hasta que quedó a la vista. Grace vio la costra en el arañazo.

– Está bien -dijo-. Mejor. Gracias.

– ¿Es usted, normalmente, propenso a los accidentes? -prosiguió Grace.

– Creo que no.

Grace asintió con la cabeza, luego se quedó callado. Branson le lanzó una mirada de perplejidad que él obvió.

Si Bishop había matado a su esposa, podía haberse lesionado en el proceso. O tal vez se había hecho daño en la mano por torpeza. Bishop no parecía un hombre que fuera patoso normalmente. Era perfectamente concebible que, consternado por el dolor, realizara juicios erróneos, pero había otras explicaciones posibles para su herida. La mayoría de los criminales eran un manojo de nervios durante las horas posteriores a la comisión del delito.

«¿Siente ira, señor Bishop?»

– ¿Qué progresos han hecho? -preguntó de repente Brian Bishop con voz ronca, mirándolos a los dos, primero a uno y luego a otro-. ¿Tienen alguna pista de quién lo hizo?

«Sí, la tengo, y me da la impresión de que la estoy mirando ahora mismo», pensó Grace, pero se aseguró de que su rostro no lo reflejara.

– Me temo que no hemos avanzado mucho respecto a anoche, señor. ¿Se le ha ocurrido algo más? ¿Alguien a quien usted o la señora Bishop hubieran molestado? ¿Algún enemigo que usted sepa?

– No… No. Ninguno. Algunas personas estaban celosas de nosotros, creo.

– Cree.

– Bueno, Katie y yo… Nosotros… Somos… Éramos… Ya sabe… Una de las parejas de oro de la ciudad. No lo digo en un sentido vulgar o para alardear. Sólo es un hecho. Era nuestro estilo de vida.

– Impuesto, claro -no pudo evitar decir Grace, y vio la sonrisita de Branson.

Bishop le ofreció una sonrisa forzada.

– No, en realidad nosotros lo elegimos así. Bueno… Katie más… Le gustaba acaparar la atención. Siempre tuvo grandes ambiciones sociales.

Una mosca cruzó erráticamente la sala. Grace siguió su vuelo unos segundos antes de decir:

– Ese Bentley tan característico que conduce…, ¿lo eligió usted o fue su mujer?

Bishop se encogió de hombros.

– El coche lo escogí yo, pero creo que Katie tuvo algo que ver con el color. Le gustaba mucho.

Grace sonrió, para intentar desarmarle.

– Muy diplomático por su parte, no me cabe duda. Las mujeres pueden ponerse un poco negativas con los juguetes de los chicos, si no se involucran. -Lanzó una mirada mordaz-. Y viceversa, a veces.

El sargento se la devolvió con una mueca.

Bishop se rascó la nuca.

– Miren, yo… Necesito… Necesito que me ayuden… con… Tengo que encargarme del funeral… ¿Qué puedo hacer?

Grace asintió con comprensión.

– Me temo que será el juez quien dictamine cuándo podrá disponer del cuerpo. Pero mientras tanto sería buena idea contratar una funeraria. Linda Buckley podría ayudarle con eso.

Bishop bajó la mirada a su café; de repente parecía un niño pequeño y perdido, como si hablar de funerarias hiciera que todo fuera demasiado real para soportarlo.

– Sólo quiero repasar una secuencia temporal con usted -dijo Grace-, para asegurarme de que está todo correcto.

– ¿Sí? -Bishop le lanzó una mirada casi de súplica.

Grace se inclinó hacia la mesa y volvió unas páginas de su libreta.

– Pasó la noche del jueves en Londres, luego el viernes por la mañana a primera hora fue a Brighton a jugar a golf. -Grace volvió otra página y leyó detenidamente un momento-. A las seis y media de la mañana de ayer, su conserje, Oliver Dowler, le ayudó a cargar sus palos de golf y su equipaje en el coche, nos dijo usted. Es correcto, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Y pasó la noche en Londres, después de cenar con su asesor financiero, el señor Phil Taylor?

– Sí. Él puede confirmarlo.

– Ya lo ha hecho, señor Bishop.

– Bien.

– Y su conserje ha confirmado que le ayudó a cargar el coche sobre las seis y media de la mañana.

– Naturalmente.

– Bien -dijo Grace. Volvió a examinar sus notas-. ¿Está seguro de que no fue a ningún sitio entre la cena con el señor Taylor y antes de marcharse por la mañana?

Brian Bishop dudó, pensando en la extraña conversación que mantuvo ayer con Sophie, cuando ella insistió en que habían dormido juntos después de cenar con Phil Taylor. No tenía sentido. Era totalmente imposible que hubiera conducido una hora y media hasta el piso de ella en Brighton, que luego hubiera regresado a Londres otra vez y que no se acordara.

¿No?

Mirando a un policía y luego al otro, contestó:

– No. No fui a ningún sitio. Segurísimo.

Grace observó la vacilación del hombre. Ahora no era momento de revelar la información que tenían, que el Bentley de Bishop había sido registrado por una cámara dirigiéndose a Brighton a las 23.47 del jueves por la noche.

Grace contaba con varios inspectores disponibles en la Policía de Sussex que estaban formados específicamente en técnicas de interrogación y que presionarían a Bishop. Decidió ocultar la información, así podrían lanzársela por sorpresa en el momento adecuado.

Ese proceso del interrogatorio comenzaría cuando Grace decidiera tratar a Bishop formalmente como sospechoso. Y el momento de tomar esa decisión se aproximaba rápidamente.

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