Capítulo 65

Acortando a regañadientes sus preciosas horas en Munich, Grace logró embarcar en un vuelo anterior. El clima en Inglaterra había cambiado drásticamente durante el día y poco después de las seis de la tarde, mientras iba a recoger el coche al aparcamiento de corto plazo de Heathrow, un gris que no auguraba nada bueno tiñó el cielo y se levantó un viento frío que salpicó de lluvia el parabrisas.

Era la clase de viento que uno olvidaba que existía durante los largos días de verano que habían tenido últimamente, meditó. Era como si la madre naturaleza les recordara con severidad que el verano no iba a durar mucho más. Los días ya se acortaban. Dentro de poco más de un mes, llegaría el otoño. Luego el invierno. Otro año.

Alicaído y cansado, se preguntó qué había conseguido hoy, aparte de ganarse otro punto negativo en la lista de Alison Vosper. ¿Algo más?

Metió el tique en la máquina y la barrera se levantó. Incluso el sonido escandaloso del motor mientras aceleraba, que normalmente le gustaba escuchar, parecía desafinado esta tarde. No funcionaba con todos sus cilindros. Como su propietario.

Aclárate en Munich. Llámame cuando vuelvas.

Mientras se dirigía a una rotonda, tomando la dirección de la M25, colocó el teléfono en el dispositivo del manos libres y marcó el número del móvil de Cleo. Comenzó a sonar. Luego escuchó su voz, arrastraba un poco las palabras, y costaba descifrarla con el barullo estentóreo de la música de jazz que se oía de fondo.

– ¡Eh! ¡Comisario Grace! ¿Dónde estás?

– Saliendo de Heathrow. ¿Y tú?

– Emborrachándome con mi hermana pequeña, vamos por el tercer Sea Breeze… No… Lo siento… ¡Rectifico! Vamos por el quinto, abajo en los Arches. Hace un viento horroroso, pero hay un grupo genial. ¡Reúnete con nosotras!

– Tengo que ir a la escena de un crimen. ¿Después?

– ¡No creo que aguante consciente mucho tiempo!

– Entonces, ¿hoy no estás de guardia?

– ¡Tengo el día libre!

– ¿Puedo pasarme luego?

– No te garantizo que esté despierta. Pero ¡puedes intentarlo!


Cuando era niño, Church Road, en Hove, era el páramo apagado en el que se había transformado Western Road, la calle comercial, bulliciosa y concurrida de Brighton, en algún punto al oeste del supermercado Waitrose. Había repuntado bastante en los últimos años, con restaurantes de moda, ultramarinos y tiendas que exhibían productos que la gente menor de noventa años quizá querría comprar realmente.

Como en la mayor parte de esta ciudad, muchos de los nombres conocidos de su pasado en Church Road, como el tendero Cullen, la farmacia Paris and Greening, los almacenes Hills de Hove y Plummer Roddis, habían desaparecido. Sólo quedaban unos pocos. Uno era Forfars, la panadería. Giró a la derecha poco después de pasar por delante, subió por una calle de sentido único, dobló a la derecha al final y luego otra vez a la derecha para acceder a Newman Villas.

Como ocurría con la mayoría de las áreas residenciales de alquiler bajo de esta ciudad de paso, la calle era un desmadre de tablones de agencias de casas de alquiler. El número 17 no era una excepción. Un cartel de RAND & Co., expuesto en un lugar destacado, anunciaba un piso de dos habitaciones para alquilar. Justo unos centímetros debajo, un policía corpulento, con una tablilla sujetapapeles, estaba apostado delante de una barrera de cinta azul y blanca que acordonaba parte de la acera. Aparcados en la calle, había varios automóviles conocidos. Grace vio el enorme tráiler del centro de investigaciones, varios furgones y coches patrulla más estacionados en doble fila, estrechando la ya angosta calle, y un grupo de reporteros, con el bueno de Kevin Spinella, observó, entre ellos.

Anónimo en su Alfa Romeo privado, condujo por delante de ellos y encontró un espacio junto a dos líneas amarillas a la vuelta de la esquina, otra vez en Church Road. Apagó el motor y se quedó quieto un momento.

«Sandy.»

¿Qué hacía ahora? ¿Esperar a ver si Kullen obtenía algo? ¿Regresar a Munich y pasar más tiempo allí? Le quedaban quince días de vacaciones, Cleo y él habían hablado de ir juntos a algún sitio, tal vez ella le acompañara a un simposio de la policía en Nueva Orleans a finales de este mes. Pero en esos momentos, gran parte de él estaba desgarrado.

Si Sandy estaba en Munich, sabía que podía encontrarla, si le daban tiempo. Lo de hoy había sido una estupidez, en realidad. Jamás sería capaz de conseguir demasiado en sólo unas horas. Pero al menos había accionado la maquinaria, había hecho lo que había podido. Marcel Kullen era una persona de confianza, haría todo lo posible por él. Si volvía para una semana, tal vez bastara. Podía pasar una semana allí y otra en Nueva Orleans con Cleo. Eso funcionaría, si podía convencerla, lo cual estaba por ver.

Centrando su mente en la tarea que le aguardaba de inmediato, sacó su bolsa del maletero y regresó caminando al número 17. Varios periodistas le gritaron, una mujer expectante le metió un micrófono de espuma en la cara y los flashes estallaron.

– Sin comentarios por ahora -dijo con firmeza.

De repente, Spinella le bloqueó el paso.

– ¿Ha habido otro, comisario? -preguntó en voz baja.

– ¿Otro qué?

Spinella bajó aún más la voz, lanzándole una mirada de complicidad.

– Ya sabe a qué me refiero. ¿Verdad?

– Se lo diré cuando lo haya visto por mí mismo.

– No se preocupe, comisario. Si no habla usted, ya me lo dirá alguien. -Spinella se dio un golpecito en la nariz-. ¡Tengo mis fuentes!

Albergando el agradable pensamiento de darle una paliza a Spinella, y casi escuchando el crujido de los huesos de su nariz, Grace le empujo para abrirse paso y señaló su nombre en la tablilla sujetapapeles. El agente le dijo que subiera hasta el último piso.

Se agachó para pasar por debajo de la cinta, luego sacó un traje de papel blanco nuevo de la bolsa y comenzó a ponérselo con torpeza. Con gran bochorno, casi se cayó delante de todos los medios de comunicación de Sussex al introducir los dos pies en la misma pernera. Rojo como un tomate, salió del apuro, se puso unos chanclos desechables y un par de guantes de látex y entró.

Cerró la puerta tras él, se detuvo en el vestíbulo y olisqueó el aire. Sólo percibió el habitual olor a humedad de moqueta vieja y verduras hervidas típicas del millar de edificios gastados como éste en los que había estado a lo largo de su carrera. No apestaba a cadáver putrefacto, lo que significaba que la víctima no llevaba muerta mucho tiempo -no harían falta demasiados días con una ola de calor veraniego para que empezara a notarse el hedor a cuerpo en descomposición-. Un pequeño alivio, pensó, fijándose en la cinta que habían colocado a lo largo de las escaleras y que marcaba la ruta de entrada y de salida, algo que le satisfizo ver. Al menos el equipo policial que había llegado aquí sabía lo que había que hacer para evitar contaminar la escena.

Algo que él también debía evitar. No sería inteligente subir, por el riesgo que corría de proporcionar a la defensa una situación de contaminación cruzada que podía ralentizar todo el proceso. Así que sacó el móvil y llamó a Kim Murphy para decirle que estaba abajo.

Arriba, en el primer piso, vio aparecer de repente a un miembro del SOCO con traje blanco y capucha llamado Eddie Gribble. Estaba arrodillado en el suelo, cogiendo muestras. Lo saludó con la cabeza. Luego apareció un segundo agente del SOCO, vestido igual, Tony Monnington, que espolvoreaba la pared en busca de huellas.

– ¡Buenas tardes, Roy! -gritó animadamente.

Grace levantó la mano.

– ¿Estás pasando un domingo agradable?

– Así salgo de casa, y Belinda puede ver lo que ella quiera en la tele.

– ¡No hay mal que por bien no venga! -contestó Grace en tono grave.

Momentos después, aparecieron dos figuras más con trajes blancos y capuchas que bajaron las escaleras hacia él. Una era Kim Murphy, con una cámara de vídeo, la otra era el inspector jefe Brendan Duigan, un policía simpático, alto y corpulento de cara dulce y rubicunda y pelo prematuramente blanco y peinado moderno. Duigan era el inspector de guardia a quien habían requerido en un primer momento en la escena, había sabido Grace de camino al lugar. Posteriormente, Duigan había llamado a Kim Murphy, por las similitudes que presentaba el caso con el asesinato de Katie Bishop.

Tras intercambiar breves formalidades, Murphy mostró a Grace el vídeo que había sacado de la escena. El comisario lo vio en la pantalla de la parte trasera de la cámara.

Después de años desempeñando este trabajo, uno comenzaba a pensar que era inmune a los horrores, que lo había visto todo, que ya nada podía sorprenderlo o impactarlo. Pero las imágenes a las que se enfrentó ahora provocaron que un escalofrío aciago le recorriera todo el cuerpo.

Mientas miraba las imágenes ligeramente movidas de las figuras en traje blanco y capucha de otros dos agentes del SOCO a cuatro patas y uno más de pie, y a Nadiuska de Sancha de rodillas junto a la cama, vio el cuerpo desnudo color alabastro de una joven de pelo largo castaño sobre la cama, con una máscara antigás en el rostro.

Era una copia lo más fiel posible del modo como habían hallado a Katie Bishop.

Salvo que Katie no parecía haber opuesto resistencia. Ahora la cámara comenzó a revelar que esta joven sí había luchado. Vio un plato hecho añicos en el suelo y una marca en la pared de encima. El espejo resquebrajado de un tocador, frascos de perfume y botes de maquillaje tirados por todas partes, además de una mancha de sangre en la pared, justo encima de la cabecera blanca. Luego un plano prolongado mostró, en el suelo, un cuadro abstracto enmarcado de una hilera de hamacas, el cristal roto en mil pedazos.

A lo largo de los años, Brighton había tenido su cuota de asesinatos, pero algo que, gracias a Dios, nunca había empañado su imagen había sido el espectro de un asesino en serie. Ni siquiera era un terreno que Grace hubiera tenido que explorar demasiado, hasta la fecha.

Cerca, la alarma de un coche pitó con fuerza. La bloqueó mentalmente mientras contemplaba la imagen congelada de la joven muerta. Había asistido con regularidad a las conferencias que pronunciaban algunos inspectores sobre casos de asesinos en serie en el simposio anual de la Asociación Internacional de Investigadores de Homicidios, que casi siempre se celebraba en Estados Unidos. Intentaba recordar las características habituales. De momento, Spinella había cumplido con su palabra y la prensa no había hecho referencia alguna a la máscara antigás, así que era improbable que se tratara de un imitador.

Algo que sí recordaba con claridad era una charla sobre el miedo que podía asaltar a una comunidad cuando se anunciaba que había un asesino en serie suelto. Pero al mismo tiempo, los ciudadanos tenían derecho a saberlo, la necesidad de saberlo.

Entonces Grace se volvió hacia el inspector jefe Duigan.

– ¿Qué tenemos por ahora? -preguntó.

– Nadiuska calcula que la joven lleva muerta unos dos días, más o menos.

– ¿Alguna idea de cómo murió?

– Sí.

Kim Murphy puso en marcha la cámara, acercó la imagen y señaló la garganta de la joven. Vislumbró una marca de atadura de color rojo oscuro, luego la vio con mayor claridad durante un instante cuando el flash de la cámara de un fotógrafo de la policía la iluminó.

Grace notó que se le agarrotaban las tripas antes de que Kim lo confirmara.

– Idéntico que Katie Bishop -dijo.

– ¿Estamos delante de un asesino en serie…, signifique lo que signifique esa descripción? -preguntó Grace.

– Por lo que he visto hasta el momento, Roy, es pronto para pronunciarse -contestó Duigan-. No soy un experto en asesinos en serie. Por suerte, nunca he tenido ningún caso.

– Ya somos dos.

Grace estaba pensando con intensidad. Dos mujeres atractivas asesinadas, al parecer, de la misma forma, con veinticuatro horas de diferencia.

– ¿Qué sabemos de ella?

– Creemos que se llama Sophie Harrington -dijo Murphy-. Tiene veintisiete años y trabajaba en una productora de cine en Londres. Hace un ratito he contestado a una llamada, de una joven de nombre Holly Richardson, que afirma ser su mejor amiga. Intentaba ponerse en contacto con ella desde ayer. Tenían pensado ir juntas a una fiesta anoche. La última vez que Holly habló con ella fue el viernes sobre las cinco de la tarde.

– Eso nos ayuda -dijo Grace-. Al menos sabemos que entonces estaba viva. ¿Ha interrogado alguien a Holly Richardson?

– Nick ha ido ahora a buscarla.

– Y es evidente que la señorita Harrington se resistió de lo lindo -añadió Duigan.

– El cuarto está destrozado -dijo Grace.

– Nadiuska ha encontrado algo debajo de la uña de un dedo gordo del pie. Un trocito minúsculo de carne.

Grace notó una subida repentina de adrenalina.

– ¿Carne humana?

– Es lo que cree.

– ¿Pudo arrancársela a su agresor en la pelea?

– Es posible.

Y, de repente, con la memoria bien aguzada ahora, Roy Grace recordó la herida que presentaba Brian Bishop en la mano. Recordó que había estado desaparecido durante varias horas la tarde del viernes.

– Quiero un análisis de ADN -dijo-. Por la vía rápida.

Habló a la vez que utilizaba el móvil.

Linda Buckley, la agente de Relaciones Familiares, contestó al segundo tono.

– ¿Dónde está Bishop? -preguntó.

– Cenando con sus suegros. Ya han vuelto de Alicante -contestó.

Grace le pidió la dirección y luego llamó a Branson al móvil.

– Eh, viejo, ¿qué pasa?

– ¿Qué estás haciendo?

– Me estoy comiendo unos canelones de verduras asquerosamente sanos de tu congelador, escuchando tu música de mierda y viendo tu televisión antigua. Tío, ¿cómo puede ser que no tengas una de pantalla ancha como el resto del planeta?

– Olvida todos tus problemas. Vas a salir a trabajar. -Grace le dio la dirección.

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