Capítulo 48

Poco antes de las cuatro, Holly Richardson estaba en la caja de la nueva boutique más moderna de Brighton, pagando el vestido negro caro, brevísimo, ribeteado de strass, del que había decidido que no podía prescindir para la fiesta de esta noche. Lo compraba por cortesía de una tarjeta de crédito Virgin que había aterrizado oportunamente en el felpudo de su puerta, seguida de un código PIN, hacía justo unos días. Su tarjeta Barclays había sobrepasado el límite y, según sus cálculos, si continuaba con el ritmo actual de gastos, el sueldo que ganaba en el centro de fitness Esporta en Falmer, donde trabajaba de recepcionista, le permitiría saldar todas sus deudas más o menos cuando cumpliera noventa y cinco años.

Casarse con un rico no era una opción, era una necesidad.

Y tal vez esta noche el «señor realmente guapo e inmensamente rico a quien le gustan las chicas morenas de pelo rizado con una nariz ligeramente grande» estuviera en esa fiesta a la que iban a asistir ella y Sophie. El tipo que la organizaba era un productor musical de éxito. La casa era una vivienda impresionante de estilo morisco que estaba justo en la playa, a un par de puertas de la que Paul McCartney le había comprado a su ex amada Heather.

«¡Oh, mierda!» Acababa de recordar que había prometido a Sophie llamarla ayer, cuando saliera de la peluquería, y se le había ido totalmente de la cabeza.

Tras agarrar su carísima compra por las asas de la bolsa chic de la tienda, salió a la concurrida East Street, sacó su móvil Nokia minúsculo último modelo y marcó el número de Sophie. Saltó directamente el buzón de voz. Dejó un mensaje de disculpa y le sugirió quedar para tomar una copa sobre las siete y media y compartir luego un taxi hasta la fiesta. Cuando terminó, llamó al fijo del piso de Sophie. Pero también saltó el contestador.

Y dejó un segundo mensaje.

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