Capítulo 69

La mañana del lunes comenzó para Roy Grace con una reunión en su despacho, a las siete y media, con la inspectora Kim Murphy, el inspector jefe Brendan Duigan, el coordinador de la Escena del Crimen Joe Tindall y Glenn Branson. Estaba volcando tanta responsabilidad en su amigo como le era posible para que se evadiera de sus problemas domésticos. Eleanor, su ayudante de apoyo a la gestión, también estaba presente. Duigan accedió a programar sus reuniones informativas de la mañana y la tarde con media hora de diferencia respecto a las de Murphy, para que Grace pudiera presidir las dos, pero aquella mañana las combinarían, para ofrecer a los dos equipos una perspectiva completa de los acontecimientos ocurridos hasta la fecha.

Poco antes de las ocho, Grace se tomó el segundo café de la mañana. Al regresar a su despacho, descargó de su teléfono móvil las tres fotografías que había tomado el día anterior en el Englischer Garten de la alemana rubia y le escribió un e-mail a Dick Pope, que volvía hoy al trabajo:

Dick, ¿es ésta la mujer que tú y Lesley visteis en el Englischer Garten la semana pasada? Roy.

Luego comprobó las fotografías. Una imagen completa de su cara y una de cada perfil. Todas en un primer plano razonable. Las mandó.

A continuación, envió un e-mail rápido a Marcel Kullen con las mismas fotografías. Ya se las había enseñado en la minúscula pantalla del móvil, pero se verían con mayor claridad en el ordenador. Luego abrió el registro de incidencias y revisó lo sucedido durante la noche. Las noches de domingo solían ser tranquilas, salvo por las carreteras en verano, con los excursionistas cansados, y algunos bebidos, que regresaban a casa. Entre las decenas de incidentes que repasó, había varios accidentes de tráfico menores, algunos delitos callejeros, algún coche robado, un episodio de violencia doméstica en Patcham, un atropello con fuga de un anciano, un atraco en un club de pesca y una pelea en un restaurante. Nada que pareciera inmediatamente relevante para las muertes de Katie Bishop o Sophie Harrington.

Envió algunos e-mails más, luego recogió de Eleanor la agenda para la reunión de las ocho y media y recorrió los pasillos hasta la sala de juntas, donde el equipo combinado ascendía a más de cuarenta personas.

Comenzó dando la bienvenida a todo el mundo y explicando, en particular para el equipo nuevo, la estructura de la investigación. Les dijo que él estaría al frente de los dos casos y que la inspectora Kim Murphy sería la responsable de las pesquisas para el asesinato de Katie Bishop, mientras que el inspector jefe Duigan lo sería para el asesinato de Sophie Harrington. A continuación, les informó de que pondría el vídeo de la escena del crimen de Sophie Harrington y, luego, repasaría las dos investigaciones para poner al día a todo el mundo.

Cuando el vídeo terminó, hubo un silencio breve, que se encargó de romper Norman Potting, sentado con los codos sobre la mesa y encorvado con su traje de lino color crema, arrugado y con lamparones.

– A mí me parece que estamos persiguiendo a un asesino al que le apestan los pies -gruñó, y miró a su alrededor con una sonrisa amplia en la cara.

La única persona que le devolvió el gesto fue Alfonso Zafferone. Pero no había humor en la expresión del joven inspector; era más bien una sonrisa de lástima.

– Gracias, Norman -dijo Grace con frialdad, enfadado con Potting por ser tan grosero e insensible. No quería apartarse del orden del día que tenía delante, y que había preparado cuidadosamente con Kim Murphy y su ayudante de apoyo a la gestión esa mañana, pero decidió aprovechar el momento para poner a Norman en su lugar-. Tal vez quieras comenzar tú con las pruebas que respaldan esa afirmación.

Potting se arregló el nudo torpe de su corbata del club de criquet del condado de Sussex, que estaba tan ajada como su pelo; parecía bastante satisfecho de sí mismo.

– Bueno, creo que he obtenido ciertos resultados en otra dirección. -Siguió ajustándose el nudo.

– Somos todo oídos -dijo Grace.

– ¡Katie Bishop tenía una aventura! -anunció el veterano sargento triunfalmente.

Y ahora cuarenta pares de ojos centraron toda su atención en él.

– Como recordaréis algunos -prosiguió Potting, consultando su libreta-, determiné anteriormente que un BMW descapotable, registrado a nombre de la señora Bishop, fue grabado por una cámara de seguridad. Fue en una gasolinera BP de la A27, a tres kilómetros al este de Lewes, justo unos minutos antes de la medianoche del jueves pasado, la noche que murió -les recordó a todos innecesariamente-. Y después identifiqué a la señora Bishop en las imágenes de la gasolinera. Luego, durante el examen del susodicho vehículo en la residencia de los Bishop el viernes por la tarde, encontré un tique de aparcamiento de zona azul. La hora que figuraba en él era… -Volvió a consultar sus notas-. Las 17.11 de la tarde del jueves, emitido por una máquina en Southover Road, Lewes.

Hizo una pausa y se tocó el nudo otra vez. Grace miró por la ventana. Fuera, el cielo estaba azul y despejado. El verano había vuelto. Como si la tarde de ayer hubiera sido un fallo en el tiempo, como si alguien hubiera accionado la palanca equivocada.

– Llamé a John Smith de la Unidad de Telecomunicaciones, aquí, en la central del Departamento de Investigación Criminal, pues me debía un favor -continuó Potting-. Le hice venir ayer para que examinara el móvil de la señora Bishop. Gracias a un número de Lewes que encontramos almacenado en la memoria de marcación rápida, pude identificar a un tal señor Barty Chancellor (un retratista de cierto prestigio internacional, tengo entendido) en una dirección en Southover Street, Lewes.

Ahora Potting parecía aún más satisfecho de sí mismo.

– Fui a interrogar al señor Chancellor a las cuatro de la tarde de ayer, en su casa, donde reconoció que él y la señora Bishop llevaban viéndose alrededor de un año. Estaba bastante afligido, puesto que había leído la noticia de la muerte de la señora Bishop, y pareció alegrarse bastante -si ése es un término correcto para definirlo- de poder desahogarse con alguien.

– ¿Qué te contó? -preguntó Grace.

– Parece que los Bishop no eran exactamente la pareja feliz que la pequeña sociedad local creía que eran. Según Chancellor, Bishop estaba obsesionado con el trabajo y nunca pasaba por casa. Parecía que no entendía que su mujer se sentía sola.

– Disculpa -le interrumpió Bella Moy, enfadada-. Norman, eso es tan típico de un hombre que intenta justificar una aventura… «Oh, su marido no la comprende en absoluto, por eso se lanzó a mis brazos, ¡es la verdad, jefe!» -La joven sargento miró a su alrededor, sonrojada-. Sinceramente, ¿cuántas veces lo habéis oído? No siempre es el marido quien tiene la culpa. ¡Hay muchas mujeres que son unas verdaderas putas!

– Dímelo a mí -dijo Potting-. Yo me casé con tres.

– ¿Bishop lo sabía? -los interrumpió Glenn Branson.

– Chancellor cree que no -contestó el sargento.

Grace, pensativamente, anotó el nombre en su libreta.

– Entonces ahora tenemos otro sospechoso potencial.

– Es un pintor bastante bueno. Tendría que serlo, vaya -dijo Potting-. Cobra entre cinco y veinte mil libras por cuadro. ¡Por esa pasta me podría comprar un coche! O una casa, en el país de mi nueva señora.

– ¿Eso es relevante, Norman? -preguntó Grace.

– Estos artistas, algunos pueden ser bastante raritos, es lo que estoy pensando. Una vez leí que Picasso aún follaba a los noventa.

– Oh, es pintor, así que tiene que ser un pervertido. ¿Es eso lo que estás diciendo? -Hoy Bella Moy estaba de muy malhumor con Potting-. Así que debió de ponerle una máscara antigás a Katie Bishop en la cabeza y estrangularla, ¿no? ¿Por qué no dejamos de perder el tiempo, entonces? Vayamos a la fiscalía con nuestras pruebas, consigamos una orden de detención para Chancellor y acabemos con esto.

– ¡Bella! -dijo Grace con firmeza-. ¡Ya basta, gracias!

La mujer miró a Potting, sonrojada. Grace se preguntó por un momento si su hostilidad hacia el sargento tenía algo profundamente arraigado detrás. ¿Habían sido pareja alguna vez? Lo dudaba, mirándolos ahora, contrastando al veterano viejo y feo con la morena divorciada lozana y atractiva de treinta y cinco años. Imposible.

– Entonces ¿has descubierto algo en su casa que indique que podría tener unos gustos sexuales extraños? -preguntó Kim Murphy-. ¿Alguna máscara antigás colgada en la pared? ¿O en alguno de sus cuadros?

– Tenía un par de desnudos atrevidos en las paredes, ¡te lo digo yo! No eran el tipo de cuadros que a tu anciana madre le gustaría contemplar. Y dijo algo muy interesante: estuvo con la señora Bishop el jueves por la noche. Hasta casi medianoche.

– Tenemos que traerle para interrogarle, cuanto antes -dijo Grace.

– Va a venir a las diez.

– Bien. ¿Quién estará contigo?

– El inspector Nicholl.

Grace miró a Nick Nicholl. El joven padre primerizo estaba reprimiendo un bostezo y apenas podía mantener los ojos abiertos. Era evidente que su bebé le había dado otra mala noche. No quería que un zombi privado de sueño interrogara a un testigo tan importante. Miró a Zafferone. Por mucho que le desagradara aquel joven gallito, sería perfecto, pensó. Su arrogancia sentaría mal a cualquiera y, en particular, a un artista sensible. Y, a menudo, la mejor forma de conseguir algo de un testigo era hacer que perdiera los estribos.

– No -dijo Grace-. El agente Zafferone lo interrogará contigo. -Bajó la mirada al orden del día y luego miró a Joe Tindall, el hombre de treinta y siete años, con la cabeza rapada, un hilito de barba y gafas de cristales azules-. De acuerdo -dijo formalmente-. Ahora escucharemos el informe del coordinador de la Escena del Crimen.

– En primer lugar -los informó Joe Tindall-, estoy a la espera de que Huntington nos envíe esta tarde los resultados de ADN del semen hallado en la vagina de la señora Bishop. -Consultó sus notas-. Esta mañana vamos a mandar al laboratorio varios objetos del piso de la señorita Harrington. Entre ellos, se incluye una pequeña muestra de carne extraída de la uña de su dedo gordo derecho y una máscara antigás hallada en la cara de la víctima, de tipo y fabricación similares a la encontrada en casa de la señora Bishop.

Bebió un trago de agua de un botellín.

– También vamos a mandar fibras de ropa recuperadas en el piso de la señorita Harrington y muestras de sangre. Creemos que las muestras de sangre pueden ser relevantes. Las sacamos de unas manchas en la pared justo encima de donde se halló a la víctima, algo que no concuerda con las heridas que presentaba la mujer. Así que puede ser sangre del asesino. -Hizo una pausa, miró sus notas-. Todas las huellas dactilares encontradas en ambas escenas hasta la fecha han sido eliminadas de nuestras pesquisas, lo que indicaría que el asesino de las dos mujeres o bien llevaba guantes -que es lo más probable- o las limpió. No obstante, utilizando potenciadores químicos hemos hallado pisadas en las baldosas del suelo del baño que hemos determinado que no son de la víctima. Las analizaremos para encontrar el tipo de calzado.

A continuación, la agente Pamela Buckley, una mujer dura de ojos penetrantes, informó que había comprobado todos los servicios de urgencias de los hospitales de la zona -Sussex County, Eastbourne, Worthing y Haywards Heath- para localizar a personas que hubieran acudido a ellos con heridas en una mano.

– Nos enfrentamos a la confidencialidad médico-paciente -dijo con algo más que sarcasmo en la voz.

Luego leyó la lista de tipos de herida en la mano que se habían tratado en cada hospital, sin los nombres de los pacientes.

Ninguna coincidía con las que Grace había observado en la mano de Brian Bishop y ningún miembro del personal médico interrogado por Buckley identificó a Bishop por la fotografía que les mostró.

Entonces el sargento Guy Batchelor expuso su informe. El agente alto y corpulento habló con su formalidad habitual.

– Bueno -dijo-, creo que tengo algo bastante interesante. -Hizo un gesto de reconocimiento hacia Norman Potting con la cabeza-. Norman hizo bien en pedirle a su colega John Smith de la Unidad de Telecomunicaciones que sacrificara su domingo. John se quedó a examinar el móvil que recogimos del piso de Sophie Harrington.

Hizo una pausa para beber un sorbo de café del vaso grande de cartón del Starbucks y alzó la vista con una sonrisa.

– El último número que marcó la señorita Harrington, según la información recuperada de su teléfono, es el… -hizo una pausa para leer sus notas- 07985 541298. Así que he comprobado el número. -Miró a Roy Grace directa y triunfalmente a los ojos-. Es el móvil de Brian Bishop.

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