Capítulo 62

Marcel Kullen detuvo el coche junto a la acera y señaló al otro lado de la calle. En la esquina, Roy Grace vio una tienda grande de color beis. Tenía las ventanas flanqueadas de libros y el interior era oscuro. Las luces de dentro, colgadas de cuerdas, estaban encendidas, y proporcionaban más decoración que iluminación. Le recordaron a unas luciérnagas.

Unas letras grises elegantes en la fachada de la tienda rezaban: «THE MUNICH READERY». Otras anunciaban: «LIBROS DE SEGUNDA MANO EN INGLÉS».

– Sólo quería enseñarte la librería. Mañana preguntaré -dijo el inspector alemán.

Grace asintió. Se había bebido dos cervezas grandes y se había comido un bratwursi, sauerkraut y patatas, y estaba atontado. De hecho, le costaba trabajo mantener los ojos abiertos.

– Sandy leía mucho, has dicho, ¿verdad?

«Leía.» La palabra vibró en la mente de Grace. No le gustaba que la gente se refiriera a Sandy en pasado, como si estuviera muerta. Pero lo dejó pasar. Él también utilizaba a menudo ese tiempo, inconscientemente. Sintiéndose más revitalizado de repente, dijo:

– Sí, lee mucho, siempre ha leído mucho. Novela policíaca, negra, todo tipo de libros de misterio. Biografías también, le gustaba leer sobre mujeres exploradoras, en particular.

Kullen puso el coche en marcha y arrancó.

– ¿Cómo era esa frase hecha que decís en Inglaterra? ¿Al mal tiempo buena cara?

Grace dio una palmadita a su amigo en el hombro.

– ¡Buena memoria!

– Bueno, ahora iremos a la comisaría central. Allí llevan el registro de los desaparecidos. Tengo una amiga, Sabine Thomas, la Polizeirat encargada de este departamento. Se reunirá con nosotros.

– Gracias -dijo Grace-. Es muy amable de su parte, un domingo.

Su optimismo anterior le había abandonado y se sintió alicaído, al percatarse de nuevo de la enormidad de la tarea a la que se enfrentaba. Contempló calles tranquilas, tiendas desiertas, coches, peatones. Sandy podía estar en cualquier parte. En una habitación detrás de cualquiera de estas fachadas, en cualquiera de estos coches, en cualquiera de estas calles. Y sólo era una ciudad. ¿En cuántos millones de pueblos y ciudades del mundo podía estar?

Encontró el botón en la puerta y bajó la ventanilla. El aire sofocante, húmedo, le sopló en la cara. La estupidez que había sentido antes, mientras regresaba a la mesa tras su persecución infructuosa, había desaparecido, pero ahora se sentía perdido.

De algún modo, tras la llamada de Dick Pope, había tenido la sensación de que lo único que debía hacer era plantarse en el Englischer Garten y que allí encontraría a Sandy. Esperándolo. Como si, de algún modo, dejarse ver por Dick y Lesley Pope hubiera sido su forma sutil de enviarle el mensaje.

Qué estúpido era.

– Si quieres, de camino al despacho podemos pasar por Marienplatz. Es un pequeño rodeo. Podemos ir al Viktualienmarkt, es donde te dije que un inglés podría ir para encontrar comida.

– Sí, gracias.

– Luego, vendrás a mi casa y conocerás a mi familia.

Grace le sonrió, preguntándose si el alemán tenía idea de lo mucho que envidiaba la aparente normalidad de su vida. Luego, de repente, su móvil sonó. Grace miró la pantalla.

«Número privado.»

Lo dejó sonar un par de veces más, dudaba. Seguramente sería trabajo y no estaba de humor para hablar con ninguno de sus compañeros ahora mismo. Pero era consciente de sus responsabilidades. Con el corazón apesadumbrado, pulsó la tecla verde.

– ¡Eh!

Era Glenn Branson.

– ¿Qué pasa?

– ¿Dónde estás?

– En Munich.

– ¿En Munich? ¿Aún estás ahí?

– Sólo llevo unas horas.

– ¿Qué diablos haces ahí, de todas formas?

– Intento comprarte un caballo.

Hubo un largo silencio.

– ¿Un qué? -y luego-: Ah, ya lo pillo. Muy gracioso. Munich… Joder, tío. ¿Has visto la peli esa Tren nocturno a Munich?

– No.

– Dirigida por Carol Reed.

– No la he visto. No es momento para hablar de cine.

– Sí, bueno, la otra noche estabas viendo El tercer hombre. También la dirigió él.

– ¿Por eso me has llamado?

– No. -Iba a añadir algo, pero entonces Kullen se inclinó hacia Grace, señalando un edificio bastante mediocre.

– Espera un momento. -Grace tapó el micrófono.

– El Bierkeller del que echaron a Hitler, ¡por no pagar la cuenta! -dijo-. ¡Es un rumor! ¿Sabes?

– Justo estoy pasando por el bareto de Hitler -informó Grace a Branson.

– ¿Sí? Bueno, pues sigue circulando. Tenemos un problema.

– Cuéntame.

– Es grande. Enorme. ¿De acuerdo?

– Soy todo oídos.

– Pareces contentillo. ¿Has bebido?

– No -dijo Grace, espabilándose mentalmente-. Cuéntame.

– Tenemos otro asesinato entre manos -dijo el sargento-. Presenta similitudes con el de Katie Bishop.

De repente, Roy Grace se irguió en el asiento, muy atento.

– ¿Qué similitudes?

– Una mujer joven, de nombre Sophie Harrington. Ha sido hallada muerta con una máscara antigás en la cara.

Un escalofrío recorrió la columna de Grace.

– Mierda. ¿Qué más tienes?

– ¿Qué más necesitas? Te lo estoy contando, tío, tienes que mover el culo hacia aquí.

– Está la inspectora Murphy. Ella puede encargarse.

– Es tu suplente -dijo con desdén.

– Si quieres llamarla así… Para mí, es mi ayudante.

– ¿Sabes lo que decían de la suplente de Greta Garbo?

Esforzándose para recordar cualquier película que hubiera visto de la estrella del celuloide, Grace respondió con irritación:

– No, ¿qué decían?

– La suplente de Greta Garbo puede hacer todo lo que hace Greta Garbo, excepto lo que sea que hace Greta Garbo.

– Muy halagador.

– ¿Lo captas?

– Lo capto.

– En ese caso sube tu culo al primer avión de regreso aquí. Alison Vosper cree que te tiene bien cogido. A mí me importa un pito la política, pero sí me importas tú. Y te necesitamos.

– ¿Te has acordado de echarle comida a Marlon? -preguntó Grace.

– ¿Marlon?

– El pez.

– Mierda.

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