Capítulo 87

Parecía que Leighton Lloyd había tenido un día complicado. Rezumando un olor tenue a tabaco, estaba sentado en la sala de interrogatorios sin ventanas, mal ventilada y cerrada, vestido con un traje caro pero arrugado, camisa color crema y corbata de seda elegante. Un maletín de piel muy ajado, del que sacó una libreta negra tamaño DIN-A4 de rayas, descansaba en el suelo a su lado.

Lloyd era un hombre enjuto y nervudo, con el pelo muy corto y un rostro vigilante y rapaz que a Branson le recordó un poco al actor Robert Carlyle cuando interpretó al malo de la película de James Bond El mundo nunca es suficiente. A Branson le encantaba adjudicar a todos los abogados la cara de un malo del cine, descubrió que le ayudaba a evitar la sensación de intimidación que producían en él, en particular cuando los defensores le interrogaban en un juicio.

Muchos policías se llevaban bien con los abogados. Se lo tomaban con calma, diciéndose que todo era un juego que a veces se ganaba y a veces se perdía. Pero para Branson el tema era más personal. Sabía que los penalistas sólo hacían su trabajo y que representaban una parte importante de las libertades de la nación británica. Pero durante casi una década antes de entrar en la policía, estuvo empleado varias noches a la semana como portero de discoteca en esta ciudad. Había visto y se había peleado con casi toda la escoria imaginable, desde borrachos fanfarrones a gánsteres horribles y algunos delincuentes muy listos. Sentía la enorme obligación de intentar que esta ciudad fuera un lugar mejor para sus hijos que cuando él era pequeño. Ésa era su queja hacia el hombre que tenía sentado delante ahora mismo, enfundado en su traje hecho a mano y sus mocasines negros con borlas, con su enorme BMW aparcado fuera y, sin duda, una casa apartada y ostentosa en alguna de las calles más pijas de Hove, todo pagado con los abundantes ingresos recibidos por sacar a cabrones de la cárcel y devolverlos a las calles.

Branson no estaba de mejor humor después de discutir acaloradamente por el móvil con su mujer Ari, mientras caminaba hacia el bloque de detención. Había llamado para dar las buenas noches a los niños y ella le señaló mordazmente que ya llevaban dormidos un buen rato. Y la respuesta de él -que no era muy divertido estar a las nueve de la noche trabajando todavía- fue recibida con un torrente de sarcasmo. Luego la conversación degeneró en una batalla de gritos y terminó cuando Ari le colgó el teléfono.

Nick Nicholl cerró la puerta, acercó una silla al lado de Branson y se sentó. Lloyd se había situado a la cabecera de la mesa, como si preparara el escenario para hacerse valer desde el principio.

El abogado anotó algo en su libreta negra con un bolígrafo de punta fina.

– Bueno, caballeros, ¿qué información tienen para mí? -Hablaba con voz rápida y cortada, con un tono educado pero firme. Encima de ellos, un aparato de aire acondicionado comenzó a bombear aire frío ruidosamente.

Lloyd ponía nervioso a Branson. El sargento podía lidiar con la fuerza bruta, ningún problema, pero los cerebros astutos siempre le incomodaban. Y Lloyd estaba observando a todo el mundo con una expresión inescrutable e impenetrable. Hablaba despacio, articulando cada palabra como si se dirigiera a un niño pequeño, pensando muy detenidamente lo que iba a decir a continuación.

– Hemos hablado con el señor Bishop a lo largo de los últimos cuatro días. En estas circunstancias es normal, como comprenderá, para obtener información sobre él y su esposa. Nos han llegado ciertos datos que abordaremos durante el interrogatorio, relativos a sus movimientos y paradero en torno a la hora del asesinato.

– Bien -dijo Leighton Lloyd, un tanto impaciente, como para marcar que no estaba allí para escuchar palabrerías-. ¿Puedo saber por qué han detenido a mi cliente?

Entonces Branson le entregó el documento de información previa al interrogatorio que habían preparado.

– Si quiere leer esto, podemos repasar cualquier pregunta que tenga.

Lloyd alargó la mano por la mesa y cogió el informe breve, un único folio DIN-A4, y lo leyó en silencio. Luego leyó partes en voz alta.

– «Posible estrangulamiento por atadura, sujeto a más análisis forenses…» «Disponemos de ciertas pruebas de ADN que formarán parte del interrogatorio.»

Miró a los dos policías un momento, luego continuó leyendo en voz alta, ahora su tono era de burla:

– «Tenemos razones para creer que el señor Bishop no ha estado contando toda la verdad. Por lo tanto, deseamos formularle algunas preguntas, tras advertirle de sus derechos.»

El abogado dejó caer la hoja sobre la mesa.

– ¿Pueden dar un poco de cuerpo a este documento? -le preguntó a Branson.

– ¿Qué información tiene? -preguntó Branson.

– Muy poca. Obviamente, he seguido la crónica del asesinato de la señora Bishop en los periódicos y en las noticias. Pero todavía no he hablado con mi cliente.

Durante los veinte minutos siguientes, Lloyd interrogó a los policías. Comenzó preguntando por la señora de la limpieza y los detalles de la escena del crimen. Glenn Branson le proporcionó la información mínima que le pareció que necesitaba. Le explicó resumidamente las circunstancias que rodearon el descubrimiento del cadáver de Katie Bishop y la hora aproximada de la muerte que había calculado el patólogo, pero ocultó el detalle de la máscara antigás. Y rechazó firmemente revelar cualquier información sobre las pruebas de ADN.

El abogado acabó intentando confundir a Branson para que le dijera por qué creían que Brian Bishop no decía la verdad. Pero Branson no picó.

– ¿Mi cliente ha proporcionado alguna coartada? -preguntó.

– Sí -contestó Branson.

– Y supongo que no les satisface.

El sargento dudó, luego dijo:

– Eso es algo que trataremos durante el interrogatorio.

Lloyd anotó algo más en la libreta con su bolígrafo de punta fina. Luego sonrió a Branson.

– ¿Pueden decirme algo más llegados a este punto?

Branson miró a Nicholl y negó con la cabeza.

– Bien. Pues me gustaría ver a mi cliente.

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