Capítulo 107

A pesar de estar desesperadamente cansado, Grace durmió de manera irregular. Se despertaba con el ruido más mínimo y no cogía el sueño hasta asegurarse de que provenía de fuera y no del interior de la casa de Cleo.

Su mente era un embrollo de pensamientos oscuros. Un MG quemado. Un tatuaje. Una máscara antigás. Un cadáver lleno de cangrejos, rodando en la espuma de las olas de la playa de Brighton, el rostro sonriente y alegre de Janet McWhirter en su despacho del DDL

«Investigar primero el entorno más cercano.»

Las palabras de su mentor, el comisario Dave Gaylor, que se había jubilado hacía poco, se arremolinaban en su cabeza como la espuma. Gaylor era inspector cuando Grace lo conoció. El más joven que había tenido nunca la Policía de Sussex. Doce años mayor que él, Gaylor le había enseñado mucho de lo que sabía hoy. En cierto sentido, sus intentos por ayudar a Glenn Branson eran su forma de traspasar esos conocimientos.

«Investigar primero el entorno más cercano.»

Era una vieja expresión del Departamento de Investigación Criminal. Gaylor siempre le había recalcado la importancia de examinar lo que tenías inmediatamente alrededor cuando estabas en una escena del crimen. De no descartar nada, por muy irrelevante que pudiera parecer en ese momento. También le había dicho a Grace que si algo le daba mala espina, seguramente sería por algo.

La muerte de Janet McWhirter le daba mala espina.

Las palabras de uno de sus mantras personales, «causa y efecto», también daban vueltas en su cabeza. «Causa y efecto. Causa y efecto.»

Tras quince años en el Departamento de Datos Informáticos de la Policía, Janet McWhirter se enamora. Decide cambiar de profesión, de estilo de vida, planea trasladarse a Australia. ¿Fue la «causa» de este cambio de vida el hombre al que había conocido? ¿Y el «efecto» para ella, acabar muerta?

Todo aquello le perturbaba mucho.

Estaba amaneciendo. A Grace nunca le había dado miedo la oscuridad, ni siquiera de niño, tal vez porque sabía que su padre policía estaba allí, en la habitación contigua, para protegerle. Pero ahora le había preocupado la oscuridad. Le inquietaba que quien andaba ahí fuera quisiera hacer daño a Cleo. ¿Su ex novio, Richard, que era un celoso patológico?

Richard Northrop-Turner.

El hombre que había acosado a Cleo sin tregua y de una manera cada vez más cruel, hasta que ella lo amenazó con denunciarlo. Entonces se había esfumado, o eso parecía. Richard Northrop-Turner, que organizaba carreras de coches y era el encargado de la mecánica. A pesar de que Cleo protestara y dijera que no creía que su ex fuera tan lejos como para intentar matarla, la primera llamada que realizaría esa misma mañana, cuando se marchara, sería al investigador jefe del intento de asesinato, un inspector competente llamado Roger Pole, y le sugeriría que se centraran en Richard Northrop-Turner como sospechoso principal.

Cleo se movió y él le dio un beso suave en la frente y percibió su aliento cálido, agrio, en la cara. Quería sacarla de allí y que se instalara con él durante los próximos días, lo que también significaría librarse por fin de su inquilino. Por unos momentos, permaneció tumbado y despierto, preguntándose si podía hacer un intercambio con Cleo. Dejar que Glenn Branson se quedara en su casa -y actuar de vigilante- mientras ella se quedaba con él.

Pero cuando se lo sugirió mientras se vestía, más tarde, ella mostró poco entusiasmo.

– Aquí no corro peligro -dijo-. Sólo hay una forma de entrar y salir, por la verja. Me siento segura aquí.

– No estás segura cuando sales. ¿Cuántas noches más tienes guardia?

– Toda la semana.

– Si tienes que volver a salir de casa en mitad de la noche, iré contigo.

– Qué mono. Gracias.

– ¿En el depósito estás segura?

– Las puertas están siempre cerradas con llave. Darren está allí todo el tiempo y Walter Hordern también está casi siempre.

– Voy a destinar coches patrulla extra en tu casa, de noche, y también diré que vigilen más detenidamente los alrededores del depósito. ¿Tienes una fotografía razonablemente reciente de Richard?

– Un montón -dijo Cleo-. En mi ordenador.

– Mándame una por e-mail esta mañana, una buena. Voy a hacerla circular por la policía local, por si lo ven por algún sitio.

– De acuerdo.

– ¿Cómo irás a trabajar hoy?

– Darren va a venir a buscarme.

– Bien.

Grace le dijo a Cleo que esa noche llevaría comida china, en cuanto pudiera escaparse, y una botella de vino. Ella lo despidió con un beso y le dijo que le parecía un buen plan.

Eran las seis menos cuarto cuando se marchó. Tenía el tiempo justo para pasarse por su casa, tomar una ducha, afeitarse y cambiarse de ropa. Entró tan silenciosamente como pudo para no despertar a Glenn Branson, más para evitar tener que soportar otra ronda de introspección matutina de su amigo que porque le preocupara que el sargento no durmiera sus horas preceptivas.

Como siempre, Glenn había dejado el salón hecho una pocilga. Había varios CD y DVD, fuera de sus cajas, esparcidos por todas partes, y los restos de alguna comida precalentada en un recipiente de papel de aluminio -olía a tarta de pescado- estaban sobre y alrededor de una bandeja encima de la moqueta, junto con dos latas vacías de Coca-Cola y una tarrina de helado.

Grace se arregló y salió corriendo, deteniéndose sólo para poner un CD de un rapero que nunca había oído en el equipo de música del salón. Lo encendió y subió el volumen tanto como para que retumbaran los cimientos de todas las casas en ocho kilómetros a la redonda.

Demasiado alto para oír los gritos y palabrotas de Glenn Branson mientras se alejaba en el coche.

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