Capítulo 109

Unos minutos después de la hora de apertura, que era a las diez, Nick Nicholl pasó por los arcos electrónicos de la entrada y accedió a la magnífica sala azul pastel de la biblioteca de Brighton. Los olores a papel, cuero y madera le recordaron al colegio, pero estaba tan cansado después de pasar otra noche prácticamente en vela, cortesía de su hijo Ben, que apenas asimiló lo que le rodeaba. Se acercó al mostrador de consultas, enseñó su placa a una de las bibliotecarias y le explicó lo que necesitaba.

Cinco minutos después, el joven inspector estaba sentado delante de una de las unidades de microfichas dispuestas en hilera, debajo de un techo abovedado de estuco, sujetando un rectángulo de película con una banda roja en la parte superior que contenía el registro de nacimientos de todo el Reino Unido para el tercer trimestre de 1964. La introdujo por el lado equivocado tres veces, antes de cogerle el tranquillo al lector por fin. Luego jugó con los controles, intentando repasar las listas de nombres debajo de los apellidos, en una letra que era casi demasiado pequeña y borrosa, al menos para sus agotados ojos.

Como le había indicado la servicial asesora en adopciones, Loretta Leberknight, estaba buscando madres solteras con el apellido Jones. Los indicadores claros serían un niño con el mismo apellido que el que tenía la madre de soltera. Aunque, con uno tan común como Jones, le había advertido la bibliotecaria, habría casos en que una persona casada tendría el mismo apellido.

A pesar de las palabras «SILENCIO, POR FAVOR» que figuraban escritas en letras grandes doradas en un tablón de madera, un padre en algún lugar detrás de él explicaba algo a su hijo preguntón y escandaloso. Nick tomó nota mentalmente de no permitir nunca que su hijo hablara tan alto en una biblioteca. Luego se olvidó rápidamente de todas las notas mentales que había tomado sobre las cosas irritantes que no iba a permitir que su hijo hiciera cuando fuera mayor. Lo adoraba, pero el tema de ser padre comenzaba a parecerle desalentador. Y nadie le había advertido bien, en serio, que había que hacerlo mientras sufrías privación de sueño. ¿Alguna vez habían tenido vida sexual él y Jen? La mayor parte de su vida anterior juntos parecía ahora un recuerdo lejano.

Cerca de él, girando sobre una base, zumbaba un ventilador, que agitó momentáneamente un fajo de papeles antes de volver a alejarse. Delante de él, sobre la pantalla oscura, pasaron a toda velocidad nombres en letras blancas. Al fin encontró el apellido: «Jones».

«Belinda. Bernard. Beverley. Breit. Carl. Caroline.»

Moviendo el mango metálico y plano con torpeza, por un momento perdió la lista de los «Jones». Luego, más por azar que por habilidad, volvió a encontrarla.

«Daniella, Daphne. David. Davies. Dean. Delia. Denise. Dennis.» Luego llegó a un «Desmond» y se detuvo. Desmond era el nombre de pila que aparecía en el certificado de nacimiento de Bishop.

«Desmond. Apellido de soltera de la madre: Trevors. Nacido en Romford.»

No era ése.

«Desmond. Apellido de soltera de la madre: Jones. Nacido en Brighton.»

«Desmond Jones. Apellido de soltera de la madre: Jones.»

¡Bingo!

Y no había otro «Desmond Jones» en la lista.

Ahora sólo tenía que encontrar otra correspondencia con el nombre de pila y el apellido de soltera de la madre. Pero resultó ser un problema mayor de lo que había previsto. Había veintisiete posibilidades. Las anotó todas, luego se marchó corriendo de la biblioteca hasta su siguiente parada. Llamó a Roy Grace en cuanto salió por la puerta.

Tras decidir que sería más rápido dejar el coche en el aparcamiento, fue a pie, pasando por delante del Royal Pavilion y el Theatre Royal, atajando por las estrechas calles del Lanes, flanqueadas principalmente de joyerías de segunda mano, y salió delante del imponente edificio gris del ayuntamiento.

Cinco minutos después, estaba en una sala de espera pequeña en los despachos del registro, con sillas duras grises, suelo de parqué y una pecera grande con peces tropicales. Grace se reunió con él unos minutos después; la asesora en adopciones les había advertido de que seguramente tendrían que hacer uso de su autoridad para obtener la información que necesitaban.

Entró un hombre de unos cincuenta años alto y cortés, pero de aspecto bastante tenso, elegantemente vestido con traje y corbata y que sudaba tanto por el calor como por el hecho evidente de que tenía prisa.

– ¿Sí, caballeros? -dijo-. Soy Clive Ravensbourne, el director del registro. ¿Querían verme a mí en lugar de a uno de mis compañeros?

– Gracias -dijo Grace-. Le agradezco que nos reciba avisándole con tan poco tiempo.

– Tendrán que disculparme y ser breves, pero tengo una boda dentro de diez minutos. -Miró su reloj-. En realidad, nueve.

– Le he explicado a su ayudante por qué teníamos que verle… ¿Le ha informado?

– Sí, sí, una investigación de asesinato.

Nicholl le entregó la lista de veintisiete nacimientos con el apellido Jones.

– Estamos buscando a un gemelo -dijo-. Lo que necesitamos es que nos diga si alguno de estos niños es hermano gemelo de… -señaló el nombre- Desmond William Jones.

El director del registro pareció aterrado por un momento.

– ¿Cuántos nombres tienen en esa lista?

– Veintisiete. Necesitamos que revise los archivos y compruebe si existe una correspondencia con alguno de ellos. Estamos bastante seguros que uno de estos nombres es de un gemelo y necesitamos encontrarle urgentemente.

Volvió a mirar su reloj.

– No tengo… Yo… Esperen, aunque… Podríamos ahorrar tiempo -asintió con la cabeza-. ¿Tienen el certificado de nacimiento de este tal Desmond William Jones?

– Tenemos copias del certificado original y del de adopción -contestó Nicholl.

– Denme sólo el certificado de nacimiento. Tendrá un número de registro.

Nicholl lo sacó del sobre y se lo entregó.

El hombre lo abrió y lo examinó rápidamente.

– Ahí, ¿ven? -dijo señalando el borde izquierdo del documento-. Esperen aquí. Vuelvo enseguida.

Desapareció por la puerta y reapareció un par de minutos después, con un libro grande rojo oscuro, encuadernado en piel. Todavía de pie, lo abrió aproximadamente por la mitad y pasó deprisa varias páginas. Entonces pareció relajarse un poco.

– ¡Aquí está! -dijo-. Desmond William Jones, madre Eleanor Jones, nacido en el Royal Sussex County Hospital el 7 de septiembre de 1964 a las 3.47 de la madrugada. Y dice «adoptado», ¿verdad? ¿He entendido bien?

Grace y Nicholl asintieron.

– Bien. Pues justo debajo, al pie de la página, tenemos a Frederick Roger Jones, madre Eleanor Jones, nacido en el Royal Sussex County Hospital el 7 de septiembre de 1964 a las 4.05 de la madrugada. También adoptado posteriormente. -Alzó la vista con una sonrisa-. Me parece que tienen lo que buscaban. Nacido dieciocho minutos después. Ahí está su hermano gemelo. Frederick Roger Jones.

Grace sintió una excitación repentina.

– Gracias. Ha sido de gran ayuda. ¿Puede darnos más información?

El director cerró el libro con firmeza.

– Me temo que esto es todo lo que puedo hacer por ustedes. Los archivos de adopciones están más protegidos que las joyas de la Corona. Ahora tendrán que pelearse con los Servicios Sociales. ¡Les deseo suerte!

Diez minutos después, la mayoría de los cuales estuvo pegado al teléfono móvil, en el vestíbulo del ayuntamiento, mientras le pasaban de una extensión a otra de los Servicios Sociales, Grace comenzó a comprender lo que había querido decir el hombre. Y tras esperar cinco minutos más, escuchando una repetición perpetua de Greensleeves, estaba dispuesto a matar a alguien.

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