Capítulo 19

Hoy mi padre está llorando. Nunca le había visto llorar. Le he visto borracho y enfadado, que es como está la mayor parte del tiempo, borracho y enfadado, pegando a mi madre o pegándome a mí, o dándonos puñetazos en la cara a alguno de nosotros, o quizá las dos cosas, según de qué humor esté. A veces le da una patada al perro porque es mi perro y no le gustan los perros. A la única persona a la que no da puñetazos o pega o da patadas es a Annie, mi hermana, que tiene diez años. A ella le hace otras cosas. La oímos gritar cuando él está en su cuarto. Y a veces la oímos llorar cuando ya se ha marchado.

Pero hoy quien llora es él. Mi padre. Sus veintidós palomas están muertas. Incluidas dos que hace quince años que tenía.

Y sus cuatro volteadoras de Birmingham, que podían volar al revés y realizar otro tipo de acrobacias.

Les he puesto una dosis grande de insulina de su kit para la diabetes a cada una. Esas palomas eran su vida. Es extraño que pudiera querer tanto a esos pájaros ruidosos y apestosos y odiarnos a todos nosotros. Nunca he entendido cómo pueden darles niños a él y a mi madre. Hay veces que somos hasta ocho. Los otros vienen y van. Mi hermana y yo somos los únicos que estamos siempre. Sufrimos junto con nuestra madre.

Pero hoy, por una vez en la vida, es él quien sufre. Su dolor es inmenso.

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