Capítulo 96

– Su coartada -dijo Grace, dándose un golpe en la palma izquierda con el puño derecho-. Tenemos que ocuparnos de eso. Ya lo he dicho antes. Es el obstáculo más importante.

Paxton, Branson y Nicholl, todavía sentados a la mesa de su despacho con él, estaban pensativos. Jane cogió una botella de agua y llenó su vaso.

– ¿No crees que ahora tenemos pruebas suficientes, Roy? -dijo-. Nos queda poco tiempo si queremos retener a Bishop hasta mañana, a menos que solicitemos una prórroga al juez esta noche.

Grace se planteó el asunto unos momentos. La hora a la que habían detenido a Bishop ayer, las ocho de la tarde, jugaba en su contra. Significaba que tenían que soltarle hoy a las ocho. Podrían conseguir una ampliación de doce horas fácilmente. Pero eso sólo les daría hasta las ocho de la mañana. Si querían retenerle más tiempo, tendrían que solicitar al juez una prórroga de la orden de detención. Y tendrían que prepararla esta tarde si querían evitar llamadas de madrugada y molestar a gente que tenía todo el derecho a dormir en paz.

Miró su reloj. Eran las 17.35. Descolgó el teléfono y llamó a Kim Murphy.

– Kim, uno de los miembros del equipo interrogó al asesor financiero de Bishop, Phil Taylor. Necesito su número urgentemente. ¿Puedes conseguírmelo? O mejor todavía, ¿llamarle y pasármelo?

Mientras esperaba, deliberaron sobre las ramificaciones de las últimas pruebas. Grace mantuvo su postura.

– Pero ¿qué hay de las pruebas de ADN halladas en el cuerpo de Sophie Harrington, Roy? -preguntó Nick Nicholl-. Son bastante concluyentes, ¿no?

Roy estaba impacientándose, pero logró no perder los nervios.

– Nick, ¿no lo entiendes? Si la coartada de Bishop, que estaba en Londres a la hora del asesinato de su esposa, permanece sólida, las pruebas de ADN no sirven de nada. La defensa argumentará que alguien las colocó allí de algún modo. Si nos precipitamos demasiado al relacionar los dos asesinatos, también podríamos fastidiar las pruebas de ADN del caso Harrington, por los mismos motivos.

Grace había vivido la amarga experiencia de aprender que era difícil que se hiciera justicia y que sólo se conseguía de vez en cuando. Porque había demasiadas cosas que podían salir mal en un juicio. A los jurados, integrados a menudo por personas que se sentían perdidas en un tribunal de justicia, se los podía guiar, influir, engatusar, seducir y confundir; con frecuencia tenían prejuicios, o simplemente eran estúpidos. Algunos jueces estaban caducos; otros, a veces parecía que venían de otro planeta. No bastaba tener un caso sin fisuras, respaldado con pruebas condenatorias. Seguía haciendo falta mucha suerte para obtener una condena.

– Tenemos a la testigo que vio a Bishop delante de la casa de Sophie Harrington -dijo Jane Paxton para tranquilizarle.

– ¿Ah, sí?

Tras cada minuto que pasaba, estaba más irritado. Se preguntó si sería por el calor. ¿O porque estaba muerto de cansancio? ¿O porque tenía que aguantar a su maldito inquilino? ¿O porque Sandy había tocado un punto sensible?

– Bueno… Yo creo que es un testimonio sólido -dijo Jane, a la defensiva.

– Tenemos que pasar por un proceso formal de identificación con esa testigo y volver a comprobar las horas antes de que su testimonio sea sólido de verdad. Y es posible que salgan a la luz otras pruebas durante los próximos días. Si retenemos a Bishop con cargos, nos quitamos de encima la presión del caso de la señorita Harrington. Al menos la prensa tendrá algo con lo que entretenerse.

Sonó el teléfono. Era Kim, para decirle a Grace que tenía a Phil Taylor y que iba a pasárselo. Grace se apartó de la mesa y atendió la llamada desde su escritorio.

Cuando acabó, volvió a levantarse.

– Ha accedido a reunirse conmigo esta noche en Londres. Parece un hombre bastante franco. -Miró a Branson-. Solicitaremos una ampliación de doce horas para Bishop e iremos a Londres en cuanto termine la reunión informativa de las seis y media. Me gustaría que me acompañaras.

A continuación, llamó a Norman Potting y le pidió que contactara con el comisario del PACE para que solicitara una ampliación de doce horas. Luego se volvió hacia el trío presente en su despacho.

– De acuerdo, os veo en la sala de reuniones a las seis y media. Muchas gracias a todos.

Se sentó a su mesa. Ahora se enfrentaba a otra tarea igual de complicada, aunque en un sentido muy distinto: cómo explicarle a Cleo que iba a tener que ir a Londres esta noche y que, aun poniéndole toda la voluntad del mundo, era improbable que regresara antes de medianoche.

Para su sorpresa, seguramente porque Cleo comprendía la naturaleza de dedicación plena que requería el trabajo de un policía, se lo tomó con buen humor.

– No pasa nada -dijo-. Estoy haciendo cola en la caja de Sainsbury's con un montón de gambas y vieiras frescas. Sería una pena desperdiciarlas, así que tendré que comérmelas todas yo sólita.

– Mierda, lo siento mucho.

– No pasa nada. Estos asesinatos son mucho más importantes que unas gambas. Pero ¡ya puedes darte prisa cuando vuelvas!

– Seguramente ya habré comido, me zamparé algo en el coche.

– ¡No estaba hablando de comida!

Grace le lanzó un beso.

– ¡Diez más! -contestó ella.

Mientras colgaba, sonrió, aliviado de que Cleo pareciera haber olvidado su viaje a Munich, al menos de momento.

Pero ¿y él?

Eso dependería, lo sabía, de si las pesquisas de Marcel Kullen aportaban alguna pista. Y, de repente, por primera vez, se descubrió deseando -casi- que no encontrara ninguna.

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