Capítulo 121

Por primera vez en lo que parecía una semana larga, muy larga, Grace se acostó antes de medianoche. Pero sólo durmió a ratos, intentando moverse lo menos posible cuando se despertaba para no molestar a Cleo, que yacía desnuda y cálida. Dormía como un bebé entre sus brazos.

Tal vez empezara a relajarse cuando Norman Jecks estuviera entre rejas. Mientras se encontrara en el Royal Sussex County Hospital, escapar sería demasiado fácil para un hombre de su astucia, a pesar de la vigilancia policial. Y cada ruido desconocido en la noche era, potencialmente, una pisada del asesino.

El taladro Black & Decker que Cleo había encontrado en el armario de la limpieza era lo que más inquietaba a Grace… y a ella. No había tenido un taladro en su vida y a su casa no había ido ningún obrero últimamente. Era como si Jecks hubiera dejado atrás un souvenir de su visita, un regalito, un recordatorio.


PORQUE LA QUIERES


El taladro estaba ahora en una bolsa, encerrado a buen recaudo en el almacén de pruebas de la escena del crimen en el centro de investigaciones. Pero la imagen de lo que representaba, y esas palabras que Jecks había musitado antes, desde su cama en el hospital, le perseguirían durante mucho tiempo más en el futuro.

Su mente regresó a Sandy. A la convicción absoluta que tenía Dick Pope de que él y Lesley la habían visto en Munich.

Si era verdad, y había huido de ellos, ¿qué significaba? ¿Que había vuelto a empezar y no quería tener ningún contacto con su vida anterior? Pero no tenía sentido. Eran tan felices juntos, o eso creía él. ¿Tal vez hubiera sufrido una crisis de algún tipo? En ese caso, la sugerencia de Kullen de hablar con todos los médicos, hospitales y clínicas del área de Munich podría dar algún resultado. Pero luego, ¿qué?

¿Intentaría reconstruir una vida con ella sabiendo que le había abandonado y que podría volver a hacerlo? ¿Y destruir todo lo que tenía con Cleo?

Existía la posibilidad de que los Pope se hubieran equivocado, naturalmente. Que sólo se tratara de una mujer que se parecía a Sandy, como la que había perseguido él por el Englischer Garten. Habían pasado nueve años. La gente cambiaba. A veces incluso él tenía dificultades para recordar su cara.

Y la verdad era que, en el fondo de su corazón, quien más le importaba ahora era Cleo.

Ese único día en Munich casi había provocado una fisura en su relación. Entregarse a una batida a gran escala por toda la ciudad y todo el tiempo que requería eso supondría una empresa importante y ¿quién sabía qué repercusiones podía tener? Había estado nueve años persiguiendo sombras en búsquedas infructuosas. Tal vez había llegado el momento de parar. El momento de pasar página.

Se quedó dormido, resuelto a intentarlo, por lo menos.

Se despertó dos horas después, temblando y tiritando por esa pesadilla recurrente que le acosaba cada pocos meses. La voz de Sandy gritando en la oscuridad. Pidiendo ayuda.

Tardó casi una hora en volverse a dormir.


A las seis de la mañana se fue a su casa, se puso la ropa de correr y bajó al paseo marítimo. Le dolían casi todos los músculos del cuerpo y el tobillo le hacía demasiado daño para hacer footing, así que caminó cojeando hasta el mar y volvió a subir. El aire fresco matutino lo ayudó a despejarse.

Después, mientras salía de la ducha y comenzaba a secarse, oyó que Branson abría la puerta de su cuarto y, luego, que levantaba la tapa del retrete. Al cabo de unos momentos, mientras empezaba a enjabonarse la cara, oyó orinar a su amigo con un ruido semejante al que debía de hacer un superpetrolero que vaciaba sus tanques.

Al fin sonó la cisterna. Entonces, Branson gritó:

– ¿Té o café?

– ¿He escuchado bien? -preguntó Grace.

– Sí, he decidido que voy a ser la esposa perfecta.

– Tú sólo prepárame un té y olvídate de la boda, ¿vale?

– ¡Marchando un té!

Branson tarareó alegremente mientras descendía las escaleras. Grace se preguntó qué se habría tomado esta mañana. Luego volvió a centrarse en la tarea de afeitarse y en el problema que aún no había sido capaz de resolver. Aunque, en algún momento de la madrugada, había visto por dónde tenía que empezar a indagar.


Poco después de las diez estaba de vuelta en la pequeña sala de espera con forma de cubículo de las oficinas del registro en el ayuntamiento de Brighton, con una carpeta.

Al cabo de unos minutos tan sólo, entró la figura alta y cortés de Clive Ravensboume, el director. Estrechó la mano de Grace, mucho más relajado que la vez anterior que se habían visto, unos días atrás, aunque sí mostraba algo de curiosidad.

– Comisario, me alegro mucho de volver a verle. ¿En qué puedo ayudarle?

– Gracias por venir un sábado, se lo agradezco.

– Ningún problema. Para mí es día laborable.

– Está relacionado con la misma investigación de asesinato por la que vine el jueves -dijo Grace-. Tuvo la gentileza de proporcionarme una información sobre un hermano gemelo. Necesito que la verifique. Es muy urgente e importante para mi investigación. Hay ciertas cosas que no acaban de cuadrar.

– Naturalmente -dijo Ravensbourne-. Intentaré hacer todo lo que pueda.

Grace abrió la carpeta y señaló el certificado de nacimiento de Brian Bishop.

– Le di el nombre de este tipo, Desmond Jones, y le pregunté si podía determinar si tenía un hermano gemelo y el nombre de nacimiento de éste. Había veintisiete bebés posibles con el mismo apellido. Usted sugirió que podía evitarse tener que revisar cada expediente uno a uno buscando simplemente a partir del número de registro que figura en el certificado de nacimiento.

Ravensbourne asintió con énfasis.

– Sí, correcto.

– ¿Podría usted volver a comprobarlo?

– Por supuesto.

Ravensbourne cogió el certificado de nacimiento y salió de la habitación. Un par de minutos después, regresó con el libro de registros grande, rojo oscuro, encuadernado en piel, lo dejó sobre la mesa con el certificado de nacimiento al lado y pasó las hojas con ansiedad. Entonces se detuvo y comprobó el certificado otra vez.

– Desmond William Jones, madre Eleanor Jones, nacido en el Royal Sussex County Hospital, el 7 de septiembre de 1964 a las 3.47 de la madrugada. Y dice «adoptado», ¿verdad? Éste es el tipo, ¿no?

– Sí, eso cuadra. Es el nombre que me dio para el hermano gemelo lo que no encaja.

El director del Registro volvió al tomo y miró con atención la página.

– ¿Frederick Roger Jones? -leyó-. Madre Eleanor Jones, nacido en el Royal Sussex County Hospital, el 7 de septiembre a las 4.05 de la madrugada. También adoptado posteriormente. -Alzó la vista-. Éste es su gemelo. Frederick Roger Jones.

– ¿Está seguro? ¿No puede haber algún error?

El director dio la vuelta al libro para que Grace pudiera comprobarlo por sí mismo. Había cinco entradas.

– El certificado de nacimiento que tiene usted, en realidad es una copia del original. El original es esta entrada, la que figura en el libro. ¿Comprende? -preguntó el director.

– Sí -contestó Grace.

– Es una copia exacta. Ésta es la entrada original. Cinco entradas por página, ¿lo ve?, los dos del final son sus nombres, Desmond William Jones y Frederick Roger Jones.

Como para demostrárselo, Ravensbourne pasó la página.

– ¿Lo ve? Hay otras cinco entradas en la siguiente…

Se detuvo a media frase y volvió la hoja, luego la pasó de nuevo. Y entonces dijo:

– Vaya por Dios, madre santísima, ¡no me había pasado nunca! Tenía mucha prisa el día que vino a verme, lo recuerdo. Vi al hermano gemelo… Usted buscaba a un gemelo. Nunca se me ocurrió que…

Allí, en la página siguiente, la primera entrada, con letra negra pulcra e inclinada, decía: «Norman John Jones, madre Eleanor Jones, nacido en el Royal Sussex County Hospital, el 7 de septiembre de 1964 a las 4.24 de la madrugada».

Grace miró al hombre.

– ¿Significa esto lo que creo?

El director del registro estaba asintiendo enérgicamente, en parte avergonzado, en parte emocionado.

– Sí. Nacido trece minutos después. La misma madre. ¡Por supuesto que sí!

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