Capítulo 120

Norman Jecks miró con resentimiento a Grace. Estaba tumbado en la cama, en la habitación pequeña, el brazo derecho vendado desde el codo hasta el muñón tapado donde debería tener la mano. En la muñeca izquierda llevaba una etiqueta identificativa naranja. Su cara pálida estaba cubierta de moratones y rasguños. Glenn Branson estaba detrás de Grace; en el pasillo permanecían sentados dos policías.

– ¿Norman Jecks? -preguntó Grace.

Le resultaba extraño hablar con aquel hombre, que era una copia exacta de Brian Bishop, incluso en el peinado. Era como si Bishop estuviera gastándole una broma y en realidad se encontrara en dos lugares al mismo tiempo.

– Sí -contestó.

– ¿Es su nombre completo?

– Norman John Jecks.

Grace lo anotó en su libreta.

– Norman John Jecks, soy el comisario Grace y él es el sargento Branson. Han surgido pruebas, a consecuencia de las cuales le detengo como sospechoso de los asesinatos de la señorita Sophie Harrington y la señora Katherine Bishop. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será utilizado en su contra en un tribunal de justicia. Tiene derecho a hablar con un abogado. Si no puede pagar uno, se le proporcionará uno de oficio. ¿Ha comprendido?

Jecks levantó el brazo izquierdo unos centímetros y, con una sonrisa forzada, dijo:

– Va a tener problemas para esposarme, ¿verdad, comisario Grace?

Desconcertado por su rebeldía, Grace replicó:

– Tiene razón. Pero al menos ahora seremos capaces de distinguirle de su hermano.

– El mundo entero ha sido siempre capaz de distinguirme de mi hermano -aseveró con amargura-. ¿Por qué le cuesta a usted?

– ¿Está dispuesto a hablar con nosotros o desea que esté un abogado presente? -le preguntó Grace.

Jecks sonrió.

– Hablaré con ustedes. ¿Por qué no? Tengo todo el tiempo del mundo. ¿Cuánto quieren?

– Todo el que tenga.

Jecks meneó la cabeza con desaprobación.

– No, comisario Grace, no creo que quieran eso. No quieren la clase de tiempo que tengo guardado, créanme, no lo quieren.

Grace se acercó cojeando a la silla vacía junto a la cama y se sentó.

– ¿Qué ha querido decir con eso de que el mundo entero ha sido siempre capaz de distinguirle de su hermano?

Jecks le ofreció la misma sonrisa escalofriante, torcida, que había esbozado la noche anterior, mientras bajaba hacía él las escaleras de la casa de Cleo.

– Fue él quien nació en cuna de oro y yo… ¿Sabe cómo nací yo? Con un tubo para respirar en la boca.

– ¿Cómo les distingue eso físicamente?

– Brian lo tuvo todo, ¿no?, desde el principio. Salud, unos padres acomodados, una educación en un colegio privado. ¿Y yo? Mis pulmones no se desarrollaron bien y pasé los primeros meses de mi vida en una incubadora, ¡precisamente en este hospital! Es irónico, ¿verdad? Tuve problemas respiratorios durante años. Y unos padres de mierda. ¿Sabe a qué me refiero?

– En realidad no, no lo sé -dijo Grace-. A mí me parecieron muy agradables.

Jecks lo miró fijamente.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué sabe usted sobre ellos?

– Los he visto hoy.

Jecks volvió a sonreír.

– Creo que no, comisario. ¿Se trata de alguna especie de pregunta trampa? Mi padre murió en 1998, que Dios maldiga su alma, y mi madre falleció dos años después.

Grace se quedó callado un momento.

– Lo siento, hay algo que no entiendo.

– ¿Qué es lo que no entiende? -le replicó Jecks-. Bishop tenía una casa bonita, una buena educación, todos los caminos posibles en la vida; además, el año pasado su negocio, la idea que me robó, entró en la lista del Sunday Times de las cien empresas de mayor crecimiento en el Reino Unido. ¡Es un hombre importante! ¡Un hombre rico! ¿Es usted policía y no sabe ver la diferencia?

– ¿Qué idea le robó?

Jecks meneó la cabeza con indiferencia.

– Olvídelo. No es importante.

– ¿En serio? ¿Y por qué me da la sensación de que sí lo es?

De repente, Jecks se recostó en las almohadas y luego cerró los ojos.

– Creo que no quiero decir nada más, ahora no, no sin mi abogado. Verá, existe otra diferencia. Brian tiene un buen letrado, ¡el mejor que puede comprarse con dinero! Lo único que voy a conseguir yo va a ser un picapleitos de segunda cortesía del Estado. ¿Verdad?

– Hay abogados muy buenos disponibles de forma gratuita -le aseguró Grace.

– Sí, sí, bla, bla, bla -respondió Jecks, sin abrir los ojos-. No se preocupe por mí, comisario, nunca lo ha hecho nadie. Ni siquiera Dios. Fingió quererme, pero era a Brian a quien ha querido siempre. Vaya y cuide de su Cleo Morey. -Luego, con voz gélida de repente, abrió los ojos y ofreció una sonrisa amplia a Grace-. «Porque la quiere.»


El ambiente era de expectación en la sala de reuniones, que estaba abarrotada para la sesión informativa del viernes por la mañana.

Leyendo sus notas, Roy Grace dijo:

– Ahora resumiré los hechos principales ocurridos durante el día de ayer, tras la detención de Norman John Jecks. -Miró su libreta-. Un punto importante de nuestra investigación sobre el asesinato de Katie Bishop es la prueba concluyente proporcionada esta mañana por el odontólogo forense, Christopher Ghent, que ha constatado que la marca de mordisco humano hallada en la mano amputada de Norman Jecks era de Katie.

Hizo una pausa para que calara la relevancia del dato y luego prosiguió:

– El sargento Batchelor ha descubierto que durante dos años, hasta el marzo pasado, un tal Norman Jecks, que encaja con la descripción de nuestro hombre, trabajó como programador en el Departamento de Ingeniería Informática de la compañía de seguros Southern Star. Las fechas son importantes, ya que dejó el empleo aproximadamente cuatro semanas después de que Bishop contratara supuestamente un seguro de vida de tres millones de libras para su mujer con esta empresa aseguradora. Hemos requerido todos los registros bancarios de Bishop para comprobar si pagó alguna prima. Sospecho que es posible que veamos que verdaderamente no sabía nada. -Bebió un sorbo de café-. Pamela y Alfonso han estado ahondando en los antecedentes criminales de Bishop. No han logrado encontrar ninguna referencia de los delitos ni en la prensa local ni en la nacional por la época en que supuestamente tuvieron lugar, o en torno a las fechas de las condenas.

Pasó otra página.

– Ayer por la tarde, en un registro efectuado en los garajes alquilados por Jecks, descubrimos copias idénticas de la matrícula del Bentley de Brian Bishop. En un registro en su piso en Sackville Road, Hove, en el mismo momento, descubrimos pruebas de una obsesión ominosa que Jecks tenía, o mejor dicho, parecería tener, por su hermano gemelo, Brian Bishop. Entre ellas figura el hallazgo de un equipo de observación videográfica conectado, a través de internet, a cámaras de vigilancia ocultas en la casa de Brighton de los Bishop y en su piso de Londres. Jecks también reconoció el odio que siente hacia su hermano en una conversación que Glenn Branson y yo mantuvimos con él mientras lo deteníamos esta mañana.

Grace continuó, enumerando lo que habían encontrado en el piso de Jecks, aunque no reveló la información sobre los tres números marcados que él y Branson habían descubierto en el teléfono de tarjeta del hombre, ya que en realidad se suponía que no podían examinarlo, y ahora estaba en manos de la Unidad de Telecomunicaciones.

Cuando acabó de repasar sus notas, Norman Potting levantó la mano.

– Roy -dijo-, ya sé que no es estrictamente nuestro caso, pero he llamado a las agencias de viajes de Brighton y Hove para preguntar si constaba en sus registros que una tal Janet McWhirter hubiera pedido información sobre vuelos a Australia en abril de este año. Hay una agencia llamada Aossa Travel. Una señora que trabaja allí que se llama Lena ha encontrado un formulario de consulta a nombre de Janet McWhirter. El nombre que anotó para su acompañante es Norman Jecks.


Cuando terminó la reunión informativa, Grace fue a su despacho. Primero llamó al investigador jefe del caso de Janet McWhirter y le trasladó los descubrimientos de Potting. Luego llamó a Chris Binns, el abogado de la fiscalía para el caso de Katie Bishop, y le puso al corriente de lo que habían averiguado. Aunque las pruebas se alejaban cada vez más de Brian Bishop y apuntaban a su hermano, todavía era pronto, y sería una imprudencia dejar en libertad a un sospechoso demasiado deprisa. Bishop iba a comparecer ante el juez el lunes, para la siguiente vista de su fianza. Los dos hombres acordaron una estrategia. Chris Binns hablaría con el abogado de Bishop y le comunicaría que la fiscalía podía tener problemas con la acusación a consecuencia de nuevas pruebas que habían salido a la luz. Siempre que Bishop accediera a mantener informada a la policía sobre su paradero, y a entregar su pasaporte, la fiscalía no pondría objeciones a la solicitud de fianza del lunes.

Cuando Roy Grace colgó, se quedó sentado en silencio un buen rato. Faltaba una pieza del rompecabezas. Una pieza importante. De una de las carpetas del montón que tenía sobre la mesa sacó los certificados de nacimiento y adopción de Brian Bishop y los de su hermano.

La puerta se abrió y Glenn Branson asomó la cabeza.

– Me voy, viejo -dijo.

– ¿Por qué estás tan contento? -le preguntó Grace.

– ¡Esta noche me deja acostar a los niños!

– Vaya. ¡Has hecho progresos! ¿Significa eso que pronto recuperaré mi casa?

– No lo sé. Una golondrina no hace verano.

Grace volvió a mirar los certificados de adopción. Branson tenía razón. Una golondrina no hacía verano. Y, al parecer, tener dos hombres detenidos tampoco ofrecía la solución a un rompecabezas.

Norman Jecks había dicho aquella mañana que había pasado los primeros meses de su vida en una incubadora. Y que sus padres habían muerto. Y según sus padres, era él quien estaba muerto.

¿Por qué mentían?

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