Capítulo 34

Chris Tarrant apoyó la barbilla en su mano. El público guardaba silencio. Las crudas luces de estudio se reflejaban en las gafas grandes y anticuadas del hombre estudioso y con cara de empollón que estaba sentado en la silla. Había mucho en juego. El hombre iba a gastar el dinero que ganara -si lo ganaba- en una casita para su mujer discapacitada; las gotas de sudor poblaban su frente amplia.

Chris Tarrant repitió la pregunta.

– John, tienes 64.000 libras. -Hizo una pausa y alzó el cheque en el aire para que todo el mundo lo viera. Luego lo dejó otra vez en la mesa-. Por 125.000 libras, ¿dónde se encuentra la ciudad turística de Monastir?, a) Túnez; b) Kenia; c) Egipto, o d) Marruecos.

La cámara enfocó a la mujer del concursante, que estaba sentada en una silla de ruedas entre el público del estudio; por su aspecto parecía que estaba a punto de recibir un golpe con un bate de criquet.

– Bueno -dijo el hombre-. Creo que en Kenia no está.

En su cama, mientras veía la televisión, Sophie bebió un sorbo de Sauvignon.

– No es Marruecos -dijo en voz alta. No sabía mucho de geografía, pero había estado de vacaciones en Marrakech, una semana, y había aprendido bastantes cosas sobre el país antes de viajar. No le sonaba que Monastir estuviera allí.

Tenía la ventana abierta de par en par. El aire de la tarde aún era cálido y húmedo, pero al menos soplaba una brisa constante. Había dejado la puerta del dormitorio y las ventanas del salón y la cocina abiertas para que hubiera corriente. Un bum-bum-bum tenue e irritante de música de baile alteraba la tranquilidad de la noche en la calle. Tal vez fueran los vecinos de abajo, tal vez proviniera de otra parte.

– Aún le quedan dos comodines -dijo Chris Tarrant.

– Creo que voy a llamar a un amigo.

¿Eran imaginaciones suyas o acababa de ver una sombra pasando por delante del dormitorio? Esperó un momento, sólo prestando un oído en la televisión y observando la puerta del dormitorio mientras una punzada leve de preocupación le subía por la espalda. El concursante había decidido telefonear a un amigo llamado Ron. Escuchó el tono.

Allí no había nada. Eran sólo imaginaciones suyas. Dejó la copa, cogió el tenedor, pinchó una gamba y un trozo de aguacate y se los llevó a la boca.

– ¡Hola, Ron! ¡Soy Chris Tarrant!

– Hola, Chris. ¿Cómo estás?

Justo cuando tragaba, volvió a ver la sombra. Esta vez estaba claro que no eran imaginaciones suyas. Una figura se movía hacia la puerta. Escuchó un frufrú de ropa o plástico. Fuera, una moto zumbó a toda mecha por la calle.

– ¿Quién anda ahí? -gritó, su voz un chillido tenso, inquieto.

Silencio.

– Ron, estoy aquí con tu colega John. Ahora acaba de ganar 64.000 libras y ahora va a por las 125.000. ¿Cómo vas de geografía?

– Sí, bueno, veamos.

– Muy bien, Ron, tienes treinta segundos, que empiezan ya. Por 125.000 libras, ¿dónde se encuentra la ciudad turística de Monastir? ¿En…?

A Sophie se le hizo un nudo en la garganta. Cogió el mando y silenció el programa. Sus ojos saltaron de nuevo a la puerta, luego al bolso, donde tenía el móvil, muy lejos de ella, sobre el tocador.

La sombra se movía. Poco a poco. Ahí fuera había alguien, casi quieto. Acechando.

Agarró la bandeja un instante. Era la única arma que tenía aparte del tenedor.

– ¿Quién anda ahí? -dijo-. ¿Quién es?

Entonces, él entró en la habitación y todos los miedos de Sophie se desvanecieron.

– ¡Eres tú! -dijo-. Dios santo, ¡menudo susto me has dado!

– No estaba seguro de si te alegrarías de verme.

– Claro que me alegro. Me…, me alegro muchísimo -dijo-. Tenía tantas ganas de hablar contigo, de verte. ¿Cómo estás? Yo… pensaba que no…

– Te he traído un regalo.

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