Capítulo 106

Grace salió de la reunión informativa, pasó por delante de su despacho, de las mesas y oficinas de la sala de inspectores casi vacías y asomó la cabeza por el despacho de Brian Cook. El jefe del Departamento de Apoyo Científico aún estaba trabajando.

Cook estaba al teléfono, manteniendo una conversación que parecía privada, pero le indicó con la mano que entrara. Le dijo alegremente a la persona al otro lado de la línea que le tomaba la palabra para esa copa y colgó.

– Roy, ¿John Pringle ya se ha puesto en contacto contigo por lo del coche de Cleo Morey? -le preguntó.

– No.

– Le he asignado el caso hoy, le he dicho que te informara puntualmente.

– Gracias, Brian -cambiando de tema, Grace le preguntó-: ¿Qué sabes sobre el ADN de gemelos?

– ¿Qué quieres saber?

– ¿Hasta qué punto es idéntico el ADN de los gemelos?

– Es idéntico.

– ¿Totalmente?

– Al cien por cien. Las huellas son distintas, curiosamente. Pero el ADN es exacto.

Grace le dio las gracias y se dirigió a su despacho. Entró, cerró la puerta y se sentó en silencio a su mesa unos momentos, planeando muy detenidamente qué iba a decir antes de llamar al número que tenía delante.

– Leighton Lloyd -contestó el hombre, su voz seca y lista para pelear, como si ya supiera quién llamaba.

– Soy el comisario Grace, señor Lloyd. ¿Podemos hablar extraoficialmente?

Hubo cierta sorpresa en el tono del abogado.

– Sí. De acuerdo. Hablemos extraoficialmente. ¿Tiene información nueva?

– Hay algo que nos preocupa -dijo Grace, con cautela. Seguía sin fiarse del hombre-. ¿Sabe por casualidad si su cliente tiene un hermano gemelo?

– No me ha mencionado nada. ¿Quiere entrar en detalles? -preguntó Lloyd.

– De momento no. Podría ser beneficioso para todos si pudiéramos determinar o eliminar esa opción. ¿Podría preguntárselo urgentemente a su cliente?

– No es horario de visitas. ¿Puede autorizar a la cárcel de Lewes que me deje hablar con mi cliente por teléfono?

– Sí, lo arreglaré ahora mismo.

– ¿Quiere que vuelva a llamarle hoy?

– Se lo agradecería.

Cuando Grace colgó, su teléfono volvió a sonar, casi de inmediato.

– Roy Grace -contestó. La voz al otro lado sonaba muy seria y pensativa.

– Comisario, soy John Pringle. Estoy en el SOCO y me han pedido que examine un MG incendiado que han traído al depósito esta mañana. Brian Cook me ha dicho que le informara de mis conclusiones.

– Sí, gracias. Me ha dicho que llamaría.

– Acabo de terminar la inspección del vehículo, señor. Los daños severos causados por el fuego en el interior han provocado que algunos cables se fundieran, así que el informe que puedo ofrecerle no es tan completo como me gustaría.

– Comprendo.

– Lo que sí puedo decirle, señor, es que el incendio no fue causado por alguien que intentara robar el coche ni por un acto de vandalismo.

Hubo un largo silencio.

Grace apretó con más fuerza el teléfono a su oreja y se encorvó sobre la mesa.

– Le escucho. ¿Cuál fue la causa?

– El vehículo fue manipulado. Se trata de sabotaje intencionado, no hay ningún género de dudas. Añadieron un juego extra de inyectores de combustible y los colocaron para que rociaran la gasolina directamente a los pies del conductor cuando se accionara al contacto. Hicieron un empalme desde el motor para que saltaran chispas al suelo cuando se activara. Además de eso, aunque es difícil determinarlo con seguridad, porque muchos de los cables se fundieron, me parece que alteraron el cableado del cierre centralizado, para que una vez que las puertas se cerraran no pudieran volver a abrirse.

Grace notó que un escalofrío le recorría la columna vertebral.

– Esto es obra de alguien muy inteligente, alguien que sabía exactamente qué estaba haciendo. No pretendía causar daños al coche, comisario. En mi opinión, la intención era matar al conductor.


Grace estaba sentado en uno de los sofás grandes rojos del salón de la planta baja de la casa de Cleo, con ella acurrucada a su lado, la pecera sin Pez todavía llena de agua sobre la mesa. Tenía un brazo alrededor de ella y sostenía un vaso grande de Glenfiddich con hielo en la mano libre. El cabello de Cleo olía a recién lavado. Tenía la piel caliente y estaba viva, intensa y maravillosamente viva. Y era muy vulnerable.

Estaba asustadísimo por ella.

Los pescadores de perlas, de Bizet, sonaba en el equipo de música. Era una música exquisita, pero demasiado dolorosa, demasiado triste para este momento. Necesitaba silencio, o algo alegre, pero no sabía qué. De repente, tuvo la sensación de no saber nada. Salvo esto. Que amaba a esta criatura hermosa, cariñosa y divertida que estaba tumbada entre sus brazos. La quería verdadera y profundamente, más de lo que había imaginado que podría querer a alguien después de Sandy. Y también sintió que, de algún modo, tenía que dejar marchar a su mujer desaparecida. No quería que su sombra destruyera esta relación.

Y no podía dejar de pensar en qué habría ocurrido si ese pobre delincuente, que todavía luchaba por su vida, no hubiera llegado antes que ella a su coche.

Si no hubiera habido una vigilancia policial. Nadie cerca para sacarla.

Pensar en ello le resultaba casi insoportable. Algún psicópata había planeado matarla y se había tomado muchas molestias para conseguirlo.

¿Quién?

¿Por qué?

Y si esa persona lo había intentado una vez y había fracasado, ¿volvería a probarlo?

Su mente regresó al domingo, el día que alguien había rajado la capota del MG. ¿Era sólo una coincidencia o guardaba relación?

Mañana un inspector se sentaría con Cleo y repasaría con ella una lista de todas las personas a las que podía haber disgustado en su trabajo. Había muchos familiares de víctimas que se enfadaban por que tuvieran que hacerles la autopsia a sus seres queridos; siempre vertían su ira contra Cleo en lugar de contra el juez, que en realidad era el responsable de esa decisión.

Al principio Cleo recibió la noticia con incredulidad, pero durante la última hora, desde que Grace había llegado a casa, había comenzado a aceptarlo y ahora el horror estaba apoderándose de ella.

Se inclinó, cogió su copa de vino y lo apuró.

– Lo que no entiendo es… -calló a media frase, como si se le hubiera ocurrido algo-. Si alguien iba a sabotear mi coche para que se incendiara, ¿no querría que pareciera un accidente? Sabría que los técnicos forenses lo examinarían de arriba abajo. Lo que hizo esa persona parecía muy obvio.

– Tienes razón. Quienquiera que fuese, así es, fue muy obvio. Aunque dudo que pudiera haber disfrazado fácilmente lo que hizo. Yo no soy mecánico, pero era algo mucho más elaborado que cruzar un par de cables.

Era despiadado, sádico, pensó, pero no lo dijo. Aún no le había dicho que ahora estaban tratando su coche como la escena de un crimen, el suceso había sido catalogado como incidente grave y se había asignado un inspector jefe y un equipo completo de investigación al caso.

Cleo se volvió y lo miró con ojos preocupados.

– No se me ocurre quién pudo hacer esto, Roy.

– ¿Qué me dices de tu ex?

– ¿Richard?

– Sí.

Ella negó con la cabeza.

– No, no iría tan lejos.

– Te acosó durante meses. Hubo un momento en que tuviste que amenazarle con una orden judicial. Dijiste que fue entonces cuando se retiró. Pero hay acosadores que no abandonan.

– No me lo imagino haciendo una cosa así.

– ¿No me dijiste que participaba en carreras de coches?

– Sí, hasta que Dios comenzó a ocupar sus fines de semana.

El móvil de Grace sonó. Dejó el vaso y se desenrolló de Cleo para sacarlo del bolsillo de su chaqueta. Miró la pantalla y vio que era Lloyd.

– Roy Grace -contestó.

– De acuerdo, he hablado con mi cliente -dijo el abogado-. Es adoptado. No sabe nada de sus padres biológicos.

– ¿No sabe nada de sus orígenes?

– Descubrió que era adoptado después de que murieran sus padres. Tras la muerte de su madre se puso a revisar papeles y encontró su certificado de nacimiento original. Fue un gran shock… No sabía nada.

– ¿Ha intentado encontrar a sus padres biológicos?

– Dice que se lo planteó hace poco, pero que aún no ha hecho nada.

Grace se quedó pensando un momento.

– ¿No le habrá dicho por casualidad dónde está su certificado de nacimiento?

– Sí. Está en un archivador de su estudio en Dyke Road Avenue. En una carpeta que pone «Personal». ¿Quiere contarme algo más?

– De momento no -contestó Grace-. Pero gracias. Le comunicaré lo que averigüe.

Colgó y marcó inmediatamente el número del centro de investigaciones de la operación Camaleón.

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