Capítulo 68

Unos minutos después, Roy Grace estaba con Glenn Branson delante de la entrada de Sussex House, observando cómo las luces traseras del Bentley rojo oscuro de Bishop desaparecían al doblar una esquina a la derecha, debajo de ellos, por delante del enorme almacén de British Bookstores.

– Bueno, ¿qué piensas, viejo? -le preguntó Branson.

– Creo que necesito una copa.

Cogieron el coche y fueron al pub Black Lion, en Patchman, entraron y se acercaron a la barra. Grace invitó a Glenn a una pinta de Guinness y pidió para él un Glenfiddich largo con hielo, luego se instalaron en un banco.

– No entiendo a este tipo -dijo Grace-. Es listo. Tiene una personalidad muy fría. Y me da la impresión de que sí conoce a Sophie Harrington.

– ¿Sus ojos?

– ¿Lo has visto? -dijo Grace, satisfecho de que hubiera aprendido la lección.

– La conoce.

Grace bebió un poco de whisky y, de repente, le apeteció un cigarrillo. Joder. Un año más y estaría prohibido fumar en los pubs. Ya podía aprovecharlo. Fue a la máquina y compró un paquete de Silk Cut. Rasgó el celofán, sacó un pitillo y luego pidió fuego a la joven camarera de la barra. Dio una calada larga y profunda, saboreando cada segundo antes de que el humo le saliera por la boca.

– Deberías dejarlo. No te hace ningún bien.

Grace se encogió de hombros, indiferente.

– La vida no hace ningún bien -contestó-. Nos acaba matando a todos.

La melancolía cubrió el rostro de Branson.

– Dímelo a mí. Esa bala. ¿Sabes? Dos centímetros más a la derecha y me habría alcanzado la columna. Habría estado el resto de mi vida en una silla de ruedas. -Sacudió la cabeza, luego bebió un gran trago de cerveza-. Paso por toda la maldita rehabilitación, vuelvo a casa y, en lugar de encontrar a una mujer cariñosa que me cuida, ¿con qué me encuentro? ¡Una puta mierda!

Se inclinó hacia delante, acunando la cara en sus manos.

– Creía que sólo tenías que comprarle un caballo -le sondeó Grace con delicadeza.

Su amigo no respondió.

– No sé lo que cuesta comprar o mantener un caballo, pero recibirás una compensación por la herida… Bastante dinero. Más que suficiente, creo yo, para comprar un caballo.

De repente, la camarera de la barra que le había dado fuego estaba a su lado.

– ¿Puedo ponerles algo más? Cerraremos dentro de poco.

Grace le sonrió.

– No, gracias.

Pasó un brazo alrededor de Branson y palpó el ante suave de su chaqueta.

– ¿Sabes lo irónico del tema? -dijo el sargento-. Te lo he contado, ¿verdad? Entré en el cuerpo para que mis hijos pudieran estar orgullosos de mí. Ahora ni siquiera tengo permitido darles un beso de buenas noches.

Grace bebió un poco más de whisky y dio otra calada al cigarrillo. Aún sabía bien, pero no tanto como antes.

– Colega, ya conoces la ley. No puede impedírtelo.

Se quedó mirando la larga barra de madera. Las botellas boca abajo y los espejos detrás; los taburetes vacíos de la barra y las mesas vacías a su alrededor. Había sido un día largo. Costaba creer que hubiera almorzado junto a un lago en Munich.

– Tú -dijo Glenn Branson de repente-. Ni siquiera te he preguntado cómo te ha ido. ¿Qué ha pasado?

– Nada -contestó-. Nada.

– No hagas lo que he hecho yo, Roy. No lo fastidies todo. Tienes algo bueno con Cleo. Valórala. Es un encanto.


Cuando Grace llegó a la verja de hierro forjado de la casa adosada, poco después de las once y media, Cleo ya estaba como una cuba.

– Necesito tu ayuda -le dijo por el interfono-. ¡Dios mío, estoy pedo!

La cerradura electrónica se abrió con un clic seco, como el ruido de una pistola al amartillarla. Grace entró y cruzó las losas de piedra iluminadas por un resplandor tenue de neón, hacia la casa de Cleo. Mientras se acercaba a la puerta, ésta se abrió. Cleo estaba allí de pie, junto a lo que parecía el esqueleto boca arriba de un gigante, un cangrejo azul mutante.

Le puso la mejilla cuando él intentó darle un beso en los labios, señalando a través de su estado de embriaguez que todavía estaba enfadada con él.

– Es la cubierta dura de mi MG. Algún cabrón me ha rajado la capota hoy. ¿Puedes ayudarme a colocarla?

Grace no recordaba haber levantado algo tan pesado en su vida.

– ¿Estás bien? -le preguntó, gruñendo repetidamente mientras salían con la cubierta a la calle, tambaleándose.

Le decepcionó la frialdad de Cleo.

– ¡Es mucho más ligera que un cadáver! -contestó ella alegremente, luego estuvo a punto de caerse de lado.

Recorrieron la calle oscura y silenciosa, pasaron por delante del Alfa Romeo de Grace, llegaron al MG de ella y dejaron la cubierta en el suelo. Grace miró el corte limpio de la capota.

– ¡Cabrones! -dijo-. ¿Dónde te lo han hecho?

– En el depósito, esta tarde. No tiene sentido repararla. Volverá a pasar.

Con la mano temblorosa, Cleo intentó torpemente pulsar el mando del coche, desbloqueó las puertas, entró y bajó la capota. Con mucho esfuerzo, sudando y maldiciendo, procedieron a colocar la cubierta en su lugar.

La tarea que tenían entre manos acaparó toda su atención. Ni Roy Grace ni Cleo Morey se fijaron en la figura que, oculta entre las sombras de un callejón a poca distancia, los observaba con una sonrisa de satisfacción.

Загрузка...