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Jacques Balouet, el jefe de la oficina de prensa en Abu Simbel, no era capaz de explicarse a sí mismo por qué razón se había puesto de parte de la joven rusa. Tenía que representar un doble papel y al hacerlo se colocaba en una situación de gran peligro. Y precisamente él no era uno de esos tipos a los que les gusta jugar con fuego.

Pudo conseguirle a Raja un trabajo como ayudante en su departamento. Para alejar de ella cualquier sospecha dejó de llamarse Kurjanowa y tomó el apellido de Montet. Le dijo a todo el mundo que había nacido en París, pero que vivía en el extranjero desde hacía muchos años. Sus excelentes conocimientos de idiomas le fueron de gran ayuda y apenas nadie dudó de sus datos personales, ni siquiera Gastón Bedeau, el ingeniero de obras francés al que le gustaba hablar con ella en su propio idioma siempre que la encontraba.

Entre Raja y Balouet existía una tensión latente. Para Raja el apoyo y la ayuda prestados por Balouet no eran más que un intento desesperado de acercarse a ella, mientras que Jacques vivía en permanente estado de terror porque se le escapara una frase o una pequeña insinuación que lo descubriera como espía del KGB. En sucesión rápida e inquietante se produjeron una serie de pequeños malentendidos, de modo que Raja llegó a pensar en la conveniencia de cambiar de lugar de trabajo. Pero debido a la falta de documentación y porque temía que someterse a un nuevo interrogatorio resultara peligroso, decidió que era preferible continuar soportando a Balouet.

Raja encontró en Lundholm y en Alinardo dos admiradores a los que tomarse en serio. Ambos la cortejaban y Raja se enfrentaba a ellos con fingido orgullo pues, cada uno a su modo, los dos le caían bien. Al darse cuenta, Balouet trató de desacreditarlos, calificando a Alinardo de mujeriego empedernido frente al que no había en Abu Simbel falda que pudiera considerarse segura; en cuanto a Lundholm, dijo que estaba prometido en matrimonio con Eva, la hija del director general de la obra. Ambas afirmaciones escapaban a la verdad, pero en principio no dejaron de servir al objetivo buscado por Balouet y Raja no le dio a ninguno de los dos la menor esperanza.

Pocos días después, Raja supo por la propia Eva Jacobi que Balouet le había mentido. En lo que a Lundholm se refería, dijo Eva, eran buenos amigos pero no había entre ellos el menor compromiso; respecto a Alinardo, a juicio también de Eva y teniendo en cuenta que se trataba de un italiano, era más bien retraído y reservado. «¡Ese miserable de Balouet!», pensó Raja. Y comenzó a odiarle.

Desde que tenía uso de razón, Raja había vivido en un ambiente de desconfianza. En su círculo, nadie se fiaba del otro e incluso aquellos a los que se conocía tenían que ser metidos a un nuevo examen de tiempo en tiempo. Eso se efería también a los mejores amigos. Balouet estaba muy lejos de poder aspirar a la amistad de Raja, pero en los prieros días la joven había mostrado cierta confianza en el hombre que tan desinteresadamente, al menos en apariencia, la había ayudado. Ahora, eso era agua pasada.

Apenas Balouet salió de Abu Simbel en uno de sus viajes a Asuán, Raja se hizo con una llave que el francés solía esconder en una grieta junto a una ventana de su despacho. Había observado que Balouet estaba tan lejos de mantener un orden escrupuloso en su trabajo como podría estarlo un funcionario ruso; pero, no obstante, siempre cuidaba concienzudamente de mantener cerrado uno de sus cajones incluso cuando él estaba presente. Raja sabía que guardaba dinero en aquel cajón, pero eso no le parecía razón suficiente para su extraño comportamiento.

Más tarde, hubo momentos en los que se arrepintió de su desconfianza y de su desbordada curiosidad, pues lo que llegó a sus manos en el misterioso cajón le causó una gran impresión y le quitó hasta el último resto de fe para confiar en nadie en este mundo.

Lo que le provocó la mayor perplejidad no fue el montón de cartas atadas con una cinta de un tal Pierre (aunque naturalmente despertó en ella la pregunta de por qué un nombre que recibe cartas amorosas de otro le hace la corte a una mujer), sino el descubrimiento de una lista de nombres, entre los que se hallaban los de Jacobi, Lundholm, el doctor Heckmann, Rogalla, Bedeau y Alinardo. Debajo de cada nombre figuraba su estado civil y los de otras personas con las que se relacionaba y, sobre todo, sus hábitos Personales y sus debilidades.

Raja conocía bien ese tipo de listas. Ella misma había confeccionado algunas semejantes para el KGB; eran la ase para el trabajo del servicio secreto soviético. En un to determinado, Raja se dio cuenta del peligro en el se encontraba. Estuvo a punto de ponerse a gritar llena de rabia impotente y pensó en delatar a aquel cerdo de Balouet. Algo evitó que lo hiciera y su único recurso fue desahogar su ira en lágrimas, que inundaron su rostro.

Rápidamente cerró el cajón, volvió a poner la llave en su escondite y salió al aire libre. A la sombra del muro que protegía la entrada de la masa de arena comenzó a sollozar. Las lágrimas le sabían saladas y dejaban marcas pegajosas en su rostro. ¿Qué podía hacer?

No encontraba respuesta. Estaba en las manos de aquel Balouet y tuvo la sensación de que había sido atraída a una trampa de la que no había escape posible. Pensar en la fuga era algo imposible, tan pronto llegara a Asuán, los hombres de Smolitschew estarían esperándola. Raja estaba acabada. Se sentó en el suelo, al pie del muro, con la cabeza sobre las rodillas y reflexionó.

De repente levantó la vista. ¿Con lo que acababa de descubrir no tenía en sus manos un poderoso instrumento de presión contra el francés? Balouet era un cobarde y ella tenía que enfrentarse a él con fuerza y resolución, sólo así veía una oportunidad de salvar la piel. Con el dorso de la mano trató de borrar de su rostro las huellas dejadas por las lágrimas. Después regresó a la casa y estableció un plan de acción.

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