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El 1 de septiembre de 1966 fue un día memorable en Abu Simbel, porque en esa fecha Sergio Alinardo y sus hombrees cortaron de la montaña el último de los bloques de piedra, un imponente coloso de veinticinco toneladas. Kaminski lo dejó toda la mañana colgado del brazo de la grúa Derrick, como si fuera un trofeo, y los obreros aplaudieron entusiasmados.

En lo que respecta al aumento del nivel de la presa, los cálculos de los rusos se revelaron equivocados y fueron motivo de muchos chistes. Esa mañana, el profesor Jacobi pronunció una corta charla en la que señaló que si bien la carrera contra el tiempo parecía ganada, la verdad era que hasta entonces sólo se había realizado la mitad de la tarea.

En la celebración estuvieron presentes unos cuantos miembros del gobierno en calidad de invitados, así como varios periodistas. Jacques Balouet fotografió el acontecimiento desde el lugar más elevado de la montaña con el Nilo embalsado como fondo.

Su mutua desconfianza y su recíproca necesidad habían vuelto a reunir a Balouet y a Raja Kurjanowa. El hecho de que casi siempre estuvieran juntos y el temor a que uno de ellos pudiera hacer algo sin que el otro lo supiera, los unía como si fueran un viejo matrimonio que se mantiene sólo por el interés, pero lo cierto era que poco a poco sus mutuos sentimientos se intensificaron. Su conversación giraba casi siempre en torno a un mismo tema: Jacques y Raja buscaban la oportunidad de escapar de todo aquello y encontrar un lugar donde empezar una nueva vida en común.

Pero aquel 1 de septiembre todos sus planes se vieron en peligro repentinamente.

Raja se encargaba de escribir el texto de los pies de las fotos que Balouet le dejaba en el laboratorio para que Kurosh el Águila pudiera llevarlas en avión a Asuán al día siguiente. Durante un momento, mientras realizaba su trabajo, la mirada de Raja se fijó de modo especial en una de las fotos que Balouet tomó desde la parte alta de la montaña y se reconoció a sí misma entre los espectadores de la celebración. Continuó observando la imagen y poco des pues no pudo evitar un chillido de espanto.

Balouet al oírla asomó la cabeza por la puerta para ver qué ocurría.

– Mira esto! -gritó Raja y colocó la foto delante del rostro de Balouet.

Éste observó el papel revelado, reconoció a Raja, pero no comprendió dónde estaba el peligro, así que le contestó:

– No sé qué quieres decir.

Raja dejó la fotografía sobre la mesa, tomó una lupa y se la ofreció a Jacques para que observara la imagen.

– Ahí, fíjate en el hombre con la cámara fotográfica, exactamente detrás de mí. ¡Uno con aspecto de reportero gráfico!

Balouet le arrebató la lupa y se inclinó sobre la mesa.

– ¡Dios mío! -exclamó después de mirar la foto desde diversas perspectivas-. ¡Es el coronel Smolitschew!

Rápidamente, Balouet revisó la lista de invitados que estaba sobre su mesa de despacho.

– Oficialmente el coronel Smolitschew no ha sido invitado -balbuceó y ambos siguieron contemplando la foto, anonadados.

El pulso de la joven latía acelerado. No se necesitaba mucha fantasía para imaginarse cuáles eran las razones que habían hecho que el coronel apareciera de incógnito en Abu Simbel. Era algo muy propio de él, le gustaba solucionar las misiones especiales por sí mismo, lo que muchas veces le había costado la crítica de sus superiores, pero que siempre le produjo excelentes resultados. De esa manera había logrado introducir en El Cairo a dos confidentes egipcios, que antes habían trabajado para la CÍA, y corría también el rumor de que en Asuán había conseguido ganarse para el servicio secreto soviético a un conocido tratante de antigüedades nativo, un hombre muy bien consierado en los círculos influyentes de la sociedad egipcia, ^U se había convertido en una de las mejores fuentes de formación del KGB.

La actual infiltración de Smolitschew en Abu Simbel indicaba lo bien informado que estaba sobre todas las cosas que ahí ocurrían. No cabía duda de que la celebración ofrecía una ocasión, como hacía mucho tiempo que no se daba, para investigar sobre el terreno y sin despertar sospechas la posibilidad de que Raja se hubiera escondido allí.

– ¡Tengo que salir de aquí! -La joven se puso en pie de un salto y empezó a dar vueltas con pasos cortos y los brazos cruzados sobre el pecho. Su cara tenía un color ceniciento-. ¡Tengo que salir de aquí! -repitió desesperada.

Balouet se acercó y la abrazó con fuerza.

– ¡Tranquilízate! No puedes salir huyendo así, sin más ni más. ¿Adonde podrías ir?

– ¡Tengo que irme! -gritó Raja en francés-. ¿Es que quieres que espere hasta que Smolitschew y sus nombres vengan para buscarme?, ¿o hasta que uno de ellos me pegue un tiro por la espalda? Ya sé que mis posibilidades de escapar son escasas, pero no es mi estilo esperar aquí, sin hacer nada, hasta que se cumpla mi destino.

Raja respiraba agitada. Balouet estudió la fotografía por enésima vez, la dejó a un lado y añadió:

– Si tú te vas yo me voy contigo; al fin y al cabo estoy tan involucrado en el asunto como tú y el coronel no me creerá en absoluto cuando le diga que no tenía ni idea de quién eras ni de dónde venías.

Se abrazaron de nuevo brevemente como si quisieran darse valor el uno al otro.

– Se nos presentan dos problemas a los que tenemos que enfrentarnos… -observó vacilante Jacques.

– ¡No hay ningún problema -le atajó directamente Raja-; la solución está clara!, tenemos que escapar de inmediato, si es posible, incluso esta noche. Iremos hacia el sur, a Jartum, allí no nos buscará ni siquiera el KGB.

– ¡Estás loca, Raja! ¿Sabes dónde está Jartum? A quinientos kilómetros al sur de aquí, en Sudán. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? ¡Recorrer quinientos kilómetros por el desierto!

– ¿Y sabes tú lo que le ocurre a un disidente del KGB cuando es detenido? Me temo que no te das cuenta de lo serio de nuestra situación.

Balouet movió la cabeza afirmativamente, en silencio. Raja tenía razón, escapar hacia el norte, en dirección a Asuán carecía de sentido; tenían que tomar la ruta del sur.

Durante unos minutos ambos guardaron silencio, sumidos en sus reflexiones, pero por mucho que pensaron no se les ocurrió ninguna solución salvadora.

– Ni siquiera hay una carretera -comentó resignado Jacques.

– Pero sí una vía fluvial, el Nilo -replicó ella.

Balouet guardó silencio durante un momento. Delante de la obra, en el embarcadero, había varias lanchas de motor. Tenían una posibilidad real de escapar con una si su fuga tardaba algún tiempo en ser descubierta.

Se miraron y en ese instante ambos pensaron lo mismo: ése era el único camino de fuga, Nilo arriba.

– ¿Sabes llevar un fueraborda? -le preguntó Raja.

Jacques se quitó el cigarrillo de la comisura de los labios, lo sostuvo entre el pulgar y el índice y respondió:

– Quien ha conducido un camión puede manejar también una motora; deja que yo me ocupe. Lo que más me inquieta es que tenemos que cruzar la frontera en Paras y tú no tienes pasaporte, y para un árabe no hay nada más importante que una firma o un documento con muchos sellos, sin embargo… -se dirigió a la caja fuerte, abrió su pesada puerta y señaló un buen fajo de billetes- esto nos ayudará. Bakshish 1 es la palabra favorita de todos los árabes!

– ¿Y si tropezamos con un funcionario insobornable?

– ¡Ése es un riesgo que tenemos que correr! -repuso Balouet, que trató de superar la cuestión-: ¿O prefieres que nos dirijamos al este en dirección al mar Rojo? Sólo son cuatrocientos kilómetros. ¿O hacia el oeste, a Libia? ¡Seiscientos kilómetros! En ambos casos no tendremos que temer que nos detengan en la frontera, pero la probabilidad de llegar hasta allí es igual a cero.

Raja se levantó.

– Bien, ¿cuándo nos vamos?

Balouet no se lo pensó demasiado.

– ¡Inmediatamente! -respondió-. Al amanecer tenemos que haber interpuesto la mayor distancia posible.

Cogieron sólo lo necesario. Jacques llenó dos bidones de agua; el dinero, 1.600 libras egipcias y 8.000 dólares, lo repartió en tres partes iguales, una se la guardó él, otra la escondió en el fondo de su bolsa de lona color oliva bajo las ropas y la tercera se la entregó a Raja.

Al abrir la puerta recibieron en el rostro el soplo del chamsin, un viento caliente del sur que suele arrastrar consigo nubes de arena tan espesas que a veces oscurecen el cielo en pleno día. Cuando bufaba el chamsin no se trabajaba en Abu Simbel. Esto aumentaba las posibilidades de que su fuga tardara más tiempo en ser descubierta.

Con el Volkswagen de Balouet condujeron hasta la barraca de trabajo de Kaminski, dejaron el coche aparcado ahí e hicieron a pie los últimos cien metros que los separaban del embarcadero.

El viento agitaba las cuatro lanchas atracadas. En una de ellas, Balouet encontró dos bidones de fuel, probó a poner en marcha el motor y no tuvo dificultades, así que la eligió para la fuga. Por lo que pudo ver en la oscuridad, era la más pequeña de las cuatro embarcaciones y la que estaba en mejores condiciones. Generalmente, esas lanchas se utilizaban para llevar a los obreros y sus herramientas de un lugar a otro de la obra.

El fuerte viento hizo pensar a Raja si no sería preferible esperar al amanecer, pero Jacques opinó que la oscuridad y la tempestad que amenazaba con estallar en cualquier momento eran sus mejores aliados. Raja acabó por darle la razón y él le prometió que cuando estuvieran fuera del alcance de la vista de Abu Simbel anclarían Nilo arriba, en la orilla opuesta, y buscarían un refugio hasta que pasara la tormenta.

La joven se tumbó sobre las planchas de la cubierta, donde encontró cierta protección contra el viento. Jacques encendió el motor y se colocó al timón. Condujo la lancha de proa al viento, para ofrecer la menor superficie de resistencia, y seguidamente la puso a media marcha, porque no quería hacer demasiado ruido, lo que le bastaba para navegar contracorriente.

El Nilo, por lo general tranquilo en ese lugar, formaba unas olas como Balouet jamás había visto en él. Chocaban contra la proa de forma irregular y alzaban la barca como si trataran de volcarla.

– ¡No temas, lo conseguiremos! -le gritó Jacques para hacerse oír por encima del viento.

Sus palabras expresaban un consuelo, una esperanza que el francés hubiera querido sentir. Su mirada trataba de penetrar en la oscuridad, pero tenía dificultad en mantener la visión de la orilla izquierda. La otra, en la que pensaba fondear, no podía verla.

Pronto renunció a la idea de cruzar el Nilo por ese lugar, ya que temía ser arrastrado por el viento. En vez de eso, siguió navegando río arriba y para seguir avanzando contracorriente y mantener el rumbo tuvo que poner la barca a toda marcha.

– ¿Tienes idea de dónde estamos? -le preguntó Raja, asustada, desde su refugio contra el viento.

– ¿Cómo quieres que lo sepa si no veo a tres palmos de mis nances? De todos modos da igual donde estemos, lo importante es encontrarse lejos de Abu Simbel.

La mujer hizo un movimiento de cabeza afirmativo y se aferró con fuerza a la borda de la lancha, que saltaba sobr las aguas. De tanto en tanto trataba de ver en la oscuridad y alzaba la cabeza por encima, pero cuando unas olas empaparon su rostro, volvió a tumbarse en la cubierta entregada a su suerte. Confiaba en Jacques, quizá no quería ser un héroe, pero estaba haciendo todo lo que estaba en sus manos.

Raja no sabía cuántas horas habían transcurrido desde su partida, pues la monotonía del ruido del motor, primero más regular, como un molino y después traqueteante a toda marcha, hacían perder el sentido del tiempo. De pronto, Balouet vio una de las pocas palmeras cuyos penachos todavía sobresalían de la superficie del embalse. Sin darse cuenta se habían acercado a unos cien metros de la orilla.

Por lo que Balouet pudo ver, el pantano formaba ahí una pequeña ensenada natural que le pareció adecuada para anclar y protegerse del chamsin hasta que amaneciera.

Jacques no estaba en condiciones de decir cuánto se habían alejado de Abu Simbel, ya que no conocía el curso del Nilo río arriba. Una pequeña lengua de tierra arenosa, que se alzaba visiblemente, les facilitaría llevar la barca a la orilla. Ahí, a sólo unos pasos de distancia se levantaba una roca grande como un elefante que los resguardaría del viento hasta la llegada del día.

A toda velocidad Balouet condujo la barca hacia tierra, hasta que la proa se hundió en el fondo. Jacques y Raja saltaron fuera y se dirigieron hasta el pie del peñasco. La arena, arrastrada por el viento, golpeaba sus rostros y les producía la dolorosa sensación de miles de alfileres que se clavaran en la piel. Se dejaron caer en el suelo, en el lado en que la roca los cobijaría. Presos de sus pensamientos, ninguno dijo una sola palabra.

En el fondo, Balouet ya se había arrepentido de haberse lanzado a esa aventura y le acosaba la duda de si lograrían ir a Sudán en la lancha. Estaba seguro de que tan proncomo mejorara el tiempo comenzarían a buscarlos por el río desde el aire. Kurosh el Águila era un excelente piloconocido por su habilidad para el vuelo rasante.

Habían confiado en que con la llegada del día el chamsin remitiría y podrían continuar su viaje. Pero esa esperanza resultó engañosa. La tormenta siguió azotando el Nilo con mayor fuerza aún que durante la noche anterior. Cuando Balouet se atrevió a salir de su refugio para ver cómo estaba la barca, se llevó un susto mortal.

– ¡Raja! -gritó y sacudió a la joven rusa hasta hacerla despertar-. ¡Raja, la barca ha desaparecido!

Raja Kurjanowa se puso en pie de un salto y se dirigió al lugar donde atracaron la noche anterior, la lancha había desaparecido. La marca de su encalladura permanecía en la arena. Balouet miró hacia el nordeste y sin decir una palabra señaló al centro del embalse, donde estaba la barca flotando sin rumbo como una cascara de nuez. Raja y Jacques cayeron uno en brazos del otro sin poder evitar el llanto.

– ¡Es culpa mía, culpa mía! -repetía el francés una y otra vez-. No debí arrastrarte a esta peligrosa aventura.

– ¡Eso es una insensatez! -trató de consolarlo Raja-. He sido yo quien te presionó. Quizás hubiéramos podido encontrar una solución mejor que escapar de Abu Simbel, pero juntos tomamos esa decisión y juntos debemos superar lo que nos ocurra.

Balouet sonrió amargamente.

– Sí, ¿pero cómo? Sin medios de transporte, sin agua y sin nada que comer, ¿cómo?

De hecho, su situación parecía desesperada, pero carecía de sentido dejarse llevar por la autocompasión. Ésa era Una Palabra que Raja Kurjanowa odiaba casi tanto como la Palabra «KGB».

– Los camellos pueden resistir, según se dice -comentó darse ánimos-, hasta diez días sin comer ni beber y precisamente por esa razón en las rutas de caravanas siempre hay una fuente o un abrevadero como mínimo cada diez días de marcha.

La observación de Raja provocó en Balouet una sonrisa irónica. Pese a toda su inteligencia y su dureza, la joven a veces reaccionaba como una niña.

– Por desgracia, nosotros no somos camellos -replicó el periodista- y lamentablemente tampoco nos encontramos en medio de un camino de caravanas sino a orillas de un embalse.

– ¿Se puede beber el agua del Nilo?

– Naturalmente que sí; la incógnita es de qué enfermedad acabarás contagiada.

Las ramas más altas de las palmeras, que antes se encontraban en. la ribera del río y que a consecuencia de la construcción de la presa de Asuán habían sido inundadas, salían como plumeros en número cada vez mayor sobre la superficie del agua. Animadas por el viento y las aguas, tenían el aspecto de seres fantasmales a punto de ahogarse que agitaban los brazos tratando inútilmente de salvarse.

– ¿Cuánto tiempo suele durar un chamsin como éste? -preguntó Raja cuando llevaban ya otras dos horas al amparo de la roca.

– No se puede prever -respondió Jacques, que se limpió la arena del rostro-. En ocasiones pasa en un par de horas y el cielo vuelve a brillar con sus colores más limpios; en el Alto Egipto, puede durar hasta tres días y durante ese tiempo todo es amarillo y gris como un trapo sucio.

Hacia el mediodía -hasta entonces ambos estuvieron abrazados estrechamente, tumbados detrás de la alta peñael aullar y silbar del viento fue perdiendo intensidad poco a poco, pero sin que el cielo se aclarara. Balouet conocía esos caprichos meteorológicos y sabía que con frecuencia esa paus;a no era más que un descanso que se tomaba la tormenta, como si tuviera que reponer fuerzas, para poco después solver a soplar con mayor fuerza.

Jacques y Raja aprovecharon la oportunidad para subir na elevada montaña de arena formada con precisión geoétrica por el chamsin. No pudieron descubrir la lancha or ninguna parte; tal vez, la tormenta le había dado la vuelta y se había hundido. Hacia el sur, en dirección a Suri án no vieron en principio más que una sucesión ininterrumpida de dunas que desde la distancia parecían obesos leones marinos. Pero después descubrieron que, no demasiado lejos, había un valle rodeado de palmeras en el que no serían descubiertos si se los buscaba desde el aire. Ése fue su próximo objetivo; una vez allí, ya verían.

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