5

Más tarde, en el avión que lo llevaba de regreso a Abu Simbel, Jacobi reflexionó. Cuando al cabo de una hora de vuelo el morro pardo del Boelkow 207 puso rumbo exacto a occidente, el agua verde del embalse brillaba bajo ellos como lo hacía el sol a punto de desaparecer por el oeste sobre un infinito campo de escombros. Jacobi tuvo que entornar los ojos pese a que había puesto cristales oscuros sobre sus gafas de aumento.

Los dos asientos traseros del pequeño avión no llevaban pasajeros, pero sí estaban ocupados con pesadas cajas de madera y sacos de correos, de modo que el aparato necesitó en Asuán un largo recorrido por la pista antes de poder despegar. Salah Kurosh, el piloto nativo al que todos conocían como el Águila porque era capaz de efectuar en el aire los rizos más espectaculares, podía realizar aquel trayecto dormido, puesto que lo hacía en muchas ocasiones, incluso dos veces diarias, y siempre elegía la ruta sobre el pantano formado por la presa, cuya anchura había crecido ya entre los diez y los veinte kilómetros, pero sin perder nunca de vista las orillas. Volaba bajo, a menos de quinientos pies sobre la superficie del agua, y cuando se encontraba con algún carguero lo saludaba inclinándose sobre una de las alas de la avioneta.

En Asuán, al ocupar su asiento en el avión, Jacobi había decidido firmemente mandar al diablo su empleo. Tenía una misión docente en la Universidad de Hamburgo y no acababa de acostumbrarse a aquella aventura. Pero ahora, mientras la avioneta volaba directamente hacia el brillante sol de poniente y a su alrededor no había más que agua, cielo y desierto, su furia y su desencanto se habían esfumado como un globo que se desinfla y la perspectiva de pasarse todo un curso entre las aulas y el despacho le hizo cambiar de humor.

Águila -gritó Jacobi sobre el fuerte rugido del aparato-, ¿puedes imaginarte que todo lo que hemos hecho haya sido para nada?

– ¿Qué quiere decir, profesor?

– ¿Puedes hacerte a la idea de que el agua sea más rápida que nosotros?

Kurosh estaba confuso, reflexionó sobre lo que decía el profesor y respondió moviendo la cabeza dubitativamente:

– Jamás en la vida. Creo que todos y cada uno de los que se esfuerzan ahí abajo lo darían todo por salvar el templo, incluso trabajarían en tres turnos. Estoy completamente seguro, profesor.

¡Tres turnos! Jacobi miró directamente al piloto. Si fuera capaz de motivar a su gente a trabajar en tres turnos en vez de en dos, es decir, veinticuatro horas diarias en vez de dieciséis, podrían conseguirlo. Eso significaría, naturalmente, un aumento del personal y, consecuentemente, de los gastos. Pero de momento Jacobi no quería pensar en ello.

El Boelkow 207 perdió altura. La superficie de las aguas, brillante como un espejo, estaba cada vez más cerca. Solo entonces se hizo perceptible la velocidad del vuelo. Y de repente apareció ante ellos el itsmo de Abu Simbel.

Siempre resultaba impresionante el momento en que después de hora y media de vuelo sobre un mar de desierto, aparecía súbitamente lo que desde el aire podía parecer el enorme campamento de unos buscadores de oro: poderosas grúas, enormes excavadoras y todo tipo de máquinas, calles, casas, tiendas de campaña y barracas que se extendían aparentemente sin orden ni concierto. Como era su costumbre, Salah voló desde la orilla del río, muy cerca del templo, donde se alzaban los colosos de Ramsés, y después llevó el avión sobre el gran campamento y lo elevó un poco en una suave curva a la derecha.

Bajo ellos se deslizaron las antenas de la emisora de radio, los depósitos de la planta de suministro de agua y la central eléctrica de la que noche y día se escapaba una nube gaseosa y gris. El piloto redujo gas, inclinó la avioneta en una pronunciada curva a la izquierda y aterrizó dejando tras él una espesa humareda de polvo sobre la pequeña pista en el desierto. El Boelkow se detuvo, por fin, delante de una barraca alargada en cuyo tejado había un par de antenas de radio.

Jacobi se quedó sentado un momento; reflexionaba. Finalmente dijo dirigiéndose al piloto:

– Tienes razón, Salah. No vamos a renunciar, seguiremos adelante. Y lo conseguiremos.

Загрузка...