17

Cuando Balouet regresó al día siguiente de Asuán, Raja fue a recogerlo con el Land-Rover. Lo recibió en el embarcadero con especial cordialidad, se interesó por su estado de ánimo, le preguntó cómo le habían ido las cosas y sl pudo solucionarlo todo a su gusto. Finalmente aceptó pasar con él una larga velada en el casino, cosa que hasta entonces siempre había rechazado con una u otra excusa.

La repentina actitud amable de Raja confundió a Jacques Balouet. Presintió que algo debía de haber ocurrido, ñero hizo como si no notara su cambio de comportamiento En la misma medida en que Balouet se iba poniendo nervioso y perdía su autocontrol, Raja se tranquilizaba cada vez más. Mientras Balouet abría el pequeño maletín negro que llevaba consigo en sus viajes a Asuán, la rusa le presunto, igual que si se tratara de la cuestión más sencilla del mundo:

– ¿Ha ofrecido Smolitschew una recompensa por mi cabeza?

Balouet se detuvo como alcanzado por un rayo, miró a Raja pero sus ojos no pudieron resistir los de la joven rusa.

– ¿Smolitschew?…, ¿recompensa?… No sé lo que quieres decir.

La mujer no dijo una palabra más y su pregunta quedó colgada en el aire como un fantasma amenazador. Dio a entender claramente con su silencio que no aceptaba la evasión de Balouet y que esperaba una respuesta clara a una pregunta importante.

– ¿Lo… sabes? -respondió por fin Balouet con voz muy débil y en el mismo momento le vino a la mente la idea de que de un modo u otro debía de haber llegado a las manos de la rusa la documentación que guardaba en el armario-. ¡Me has estado espiando!

Raja se echó a reír.

– Un juego que, por lo visto, tú realizas con mejores resultados. Yo sé que el KGB no paga mal, pero no recompensa la cantidad de trabajo sino los resultados; vistas las cosas desde ese ángulo tú debes de valer mucho dinero Para Smolitschew…

En los movimientos nerviosos y desordenados del frances, Raja pudo leer una gran excitación, mucho mayor que la de ella, aunque de lo que se trataba era de su propia suerte. Ese conocimiento le dio una fuerza insospechada y, con voz firme, repitió su pregunta:

– ¿Ha ofrecido Smolitschew una recompensa por mi cabeza?

Balouet se encogió de hombros.

– No lo sé. En esta ocasión no me he encontrado con Smolitschew.

La rabia enrojeció el rostro de Raja.

– Eres un tipo pequeño y miserable, Balouet, y lo que es peor, un cobarde. ¿Por qué no hablas de una vez? Soy dura de pelar; la vida no me ha mimado. Puedes expresarte con claridad. ¿Qué pretende hacer conmigo Smolitschew? -preguntó finalmente.

En los ojos de Balouet había una expresión que tenía mucho de súplica. Sabía que fuera la que fuese su respuesta, Raja no le creería, y en su interior podía entenderlo.

– No estuve con Smolitschew -dijo-. Tú sabes bien que no es fácil visitar a ese hombre cuando no se ha sido invitado y en esta ocasión yo no lo estaba. Ni siquiera fui a la datscha y no he informado a nadie de tu huida a Abu Simbel. -Y al ver la mirada de cínica incredulidad de Raja, añadió-: ¡Te lo juro!

La rusa no se ahorró la respuesta. Su rabia se desató, gritó e insultó a Balouet. Lo consideraba una criatura despreciable, capaz de traicionar por dinero a su propia sombra.

«¿Cómo podría demostrar a esa mujer que estaba diciendo la verdad?», pensó Balouet. En las últimas semanas todas sus reflexiones se habían dirigido a descubrir la forma de ascender en los servicios del KGB, pero no había pensado ni por un momento en capitalizar la suerte de Raja. Aunque, naturalmente, ella no lo creería, y él lo podía comprender.

Durante un rato se quedaron sentados dándose la espalda en silencio en la oficina de prensa pobremente amueblada. Sin saberlo, ambos tenían el mismo pensamiento. ¿No dependían el uno del otro? ¿El destino de cada uno no estaba supeditado a que el otro callara?

Realmente, Balouet tenía a Raja en sus manos, delatarla Vnificaria el final de su vida. A su vez, Raja podía desenmascarar a Balouet como agente del KGB. Eso, ciertamente no le costaría la vida pero sí unos años de prisión y el fin de su carrera. En esa diabólica situación, ella causaba la impresión de ser la más serena. Suponiendo que Balouet hubiese dicho la verdad y no la hubiera delatado, Raja tenía una buena jugada y su suerte sólo podría cambiar a mejor. Balouet, por el contrario, parecía estar destruido, absolutamente acabado. Había comprobado por propia experiencia hasta qué punto aquella mujer podía ser fuerte e imprevisible. Y esa fortaleza junto a la incapacidad para predecir su conducta le causaban miedo. Balouet no estaba a la altura de Raja y lo sabía.

Derrotado e infeliz, el francés se había desplomado en su asiento. Daba calada tras calada al cigarrillo sin quitárselo de los labios y, finalmente, miró por la ventana y habló. Sus palabras sonaron como una confesión:

– No he hecho todo esto por propia iniciativa -logró decir por fin. A intervalos irregulares salían por su nariz espesas bocanadas de humo; continuó-: Como la mayoría, he venido voluntario a Abu Simbel, pero sólo porque en aquellos momentos me pareció la única oportunidad…

Apartó su mirada de la ventana y la fijó en Raja. Esperaba sin duda que la rusa lo asaltara a preguntas sobre cuáles eran aquellas desgraciadas circunstancias que lo llevaron hasta allí. Pero Raja supo contener su curiosidad, se lo quedó mirando y no dijo una sola palabra.

Eso hizo que el francés se sintiera aún más locuaz y continuó hablando:

– En Toulon yo era un hombre bien considerado, redactor jefe del mejor periódico de aquella ciudad, la Gazette. ero tuve relaciones homosexuales con un joven redactor de sucesos, Pierre, quien correspondía a mis sentimientos, o al menos así lo creí yo al principio, en los primeros dos años. Pero los hombres cambian y con ellos sus sentimientos. Hasta entonces, yo siempre había pensado que sólo podía amar a personas de mi sexo, a hombres, pero poco a poco comencé a darme cuenta de que mis sentimientos estaban equivocados. La madre de Fierre fue precisamente la que fortaleció esa idea. Nos amábamos en secreto y hacíamos el amor en los lugares más inverosímiles, en el banco de un parque, en el ascensor parado entre dos pisos o en el coche delante del supermercado… ¡pero nos amábamos! Me costaba trabajo decírselo a Fierre, que acabó sabiéndolo por su madre. Eso hizo que su supuesto amor se transformara en odio y comenzó a hacerme chantaje. Me exigía fuertes sumas de dinero que acabaron siendo tan considerables que iban más allá del límite de mi capacidad económica. Cuando no pude pagarle, me amenazó con hacer públicas nuestras relaciones lo que, naturalmente, hubiera significado el fin de mi carrera.

Raja lo miró perpleja. Sin saber por qué, aquel joven le daba pena. Y de pronto comprendió la razón por la que Balouet había intentado cortejarla; buscaba mujeres fuertes, que lo dirigieran y lo dominaran y no al contrario.

– ¿Y cómo fuiste a parar al KGB?

Con la colilla de su cigarrillo, el jefe de prensa encendió otro nuevo, la columna de humo ascendió recta hacia el techo, después respondió:

– Ocurrió ese mismo año, mientras realizaba un viaje a Moscú con otros periodistas. Una mujer habló conmigo en la Plaza Roja, era maravillosamente bella y me preguntó si no quería invitarla a cenar, contesté, ¿por qué no?, pensando que no me vendría mal una aventura. Mientras cenábamos quedó claro que sus intenciones eran otras. Me propuso trabajar para el servicio secreto soviético, a cambio de una buena suma, se entiende. Un dinero que me venía muy bien en la situación en que me encontraba.

– Entre nosotros esas cosas eran habituales y siempre seguían las mismas pautas -lo interrumpió Raja sonriendo.

Teóricamente habría sido posible que tú y yo nos hubiéramos encontrado entonces, hace cinco años…

– ¿Contigo?

– Sí, yo también realizaba ese tipo de reclutamientos.

Balouet sacudió la cabeza y siguió hablando:

– Mi asunto con Fierre y las relaciones que mantenía con su madre me arruinaron de tal modo que pensé en mandarlo todo al garete y empezar en otro lado. Había oído hablar de Abu Simbel y me dirigí a Grands Travaux de Marseille, la empresa francesa que participaba en la obra. Desde entonces estoy aquí.

– ¿Y Fierre y su madre?

– Las cosas han cambiado. Como es natural suspendí mis pagos al chantajista, puesto que ya no podía hacerme daño. Y ocurrió algo extraño; en vez de amenazas, Fierre me devolvió las cartas acompañadas de una confesión de su ardiente amor. Me pidió perdón por su mala conducta y me devolvió hasta el último céntimo que le había pagado mientras me estuvo extorsionando.

– ¿Y su madre?

Balouet vaciló, finalmente añadió con tristeza:

– Me llamó cobarde y muchas otras cosas que no quiero repetir. Desde entonces no he vuelto a saber de ninguno de ellos…

Aunque Raja no lo demostró, la historia de Jacques la conmovió. Pero antes de que pudiera hacer una nueva pregunta, Balouet continuó hablando:

– Naturalmente creí que con mi decisión de venir a Abu Mmbel, también me había quitado de encima al KGB. ¡ ero en eso me equivocaba y mucho! Pasé a tener mayor mteres para los soviéticos, que me presionaron hasta que «Pte trabajar aquí para ellos. Ahora ya lo sabes todo. ver uno conocía por fin la historia del otro y pudieron Y que sus destinos tenían muchas cosas en común. Y nada une más que un destino común.

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