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Desde el penoso incidente con el medallón, el profesor elHadid no había tenido ni un momento de tranquilidad. Todos los periódicos que informaron sobre ello se olieron un escándalo y sus opiniones sobre los métodos de investigación científica del patólogo no fueron nada positivas. Por esa razón, el profesor estaba muy interesado en hacer algo que pudiera compensar ante la opinión pública su desgraciado traspiés.

Un buen día le comunicó a Ahmed Abd el-Kadr que pensaba visitarlo y le anunció que le llevaría novedades sensacionales sobre la momia de Bent-Anat.

El-Kadr recibió la noticia de el-Hadid más bien con escepticismo; sin embargo, seguidamente citó a Hassan Moukhtar y a Istvan Rogalla, que todavía seguían en El Cairo, para que se reunieran con él en su despacho y asistieran a la entrevista con el catedrático.

El profesor el-Hadid sacó de una gran cartera de cuero negro varias radiografías de distinto formato con la afectación propia del científico de la vieja escuela y se acercó con ellas a la ventana. El-Kadr, Moukhtar y Rogalla lo siguieron interesados.

Las radiografías anunció con expresión de orgullo han sido tomadas según un nuevo procedimiento norteamericano, que muestra contrastes mucho más marcados. ¡Y miren lo que he descubierto!

Los tres hombres se colocaron alrededor del profesor y con atención contemplaron las imágenes al trasluz. El negativo que el-Hadid tenía delante de la ventana mostraba de perfil el cráneo de la momia. El patólogo tomó un lápiz y señaló una red de líneas blancas.

– ¿Y eso qué significa?

El profesor bajó la radiografía y miró con aire triunfal a los que le rodeaban.

– Lo que pueden ver en la placa es una fractura de la base del cráneo y que fue posiblemente la causa de la muerte de Bent-Anat. De acuerdo con esta imagen, el fallecimiento debió de producirse por un golpe en la parte de atrás de la cabeza, pero… -el patólogo mostró otra radiografía y continuó- los hallazgos que nos muestra este otro negativo aportan conclusiones bien distintas. En él podemos ver la pelvis, en la que se aprecia una complicada fractura múltiple.

El-Kadr, Moukhtar y Rogalla, poseídos de una gran excitación se agruparon junto al profesor y observaron con toda claridad el corte que cruzaba la pelvis en varias direcciones.

– Estas nuevas lesiones, por sí solas -disertó el-Hadid como si estuviera en su cátedra- no hubieran conducido directamente a la muerte, pero en aquellos tiempos roturas de este tipo habrían acabado convirtiendo a la reina en una inválida permanente que, más pronto o más tarde, habría muerto como consecuencia de ellas y en medio de grandes dolores.

– ¡Interesante! -comentó Rogalla-. ¿Y cuál podría ser la causa de esas lesiones?

El patólogo sacó una tercera placa y la colocó a contraluz.

– Ésta es la radiografía del cráneo de un suicida que se arrojó desde un piso muy alto en el distrito de Bulak. Como puede ver, el tipo de fracturas es casi el mismo.

– ¿Sospecha usted que la reina se suicidó? -preguntó Moukhtar impresionado.

– De hecho, hay ciertos indicios que hablan en favor de esa tesis -contestó el-Hadid-. Pero tenemos un principio básico en anatomía que dice que si las causas de la muerte aparecen especialmente claras, la investigación debe empezarse de nuevo desde el principio. ¡Eso es válido también para una momia!

– ¿Y el resultado?

– Van a sorprenderse. Además de otras roturas óseas en brazos y piernas, que confirmarían la teoría original, descubrí también lo siguiente -el profesor señaló con el lápiz un pequeño negativo cuadrado-: éstas son las vértebras cervicales y este hueso en forma de herradura es el os hyoideum. Está situado en la parte anterior superior del cuello, entre la mandíbula inferior y la faringe y su nombre vulgar es hueso hioides. Obsérvenlo con atención; pueden ver con toda claridad que está partido en su punto medio.

– ¿Y eso significa…?

– Con toda probabilidad que Bent-Anat fue estrangulada, al hacerlo le rompieron el hueso hioides. Es posible que para encubrir la causa de su muerte sus asesinos la arrojaran después desde una gran altura.

El-Kadr, Moukhtar y Rogalla se miraron entre sí. La declaración del catedrático fue algo totalmente inesperado para todos ellos. Se conocía bien poco sobre Bent-Anat, la esposa de Ramsés II, y desde luego nada en absoluto sobre su fin. La investigación del profesor el-Hadid los colocaba posiblemente sobre la pista de un drama histórico. Ahora se tenía que comparar esos hallazgos con otros para ver qué había de verdad y adonde llevaba ésta. Se trataba de un proyecto cuya realización quizá precisara varios años de difícil trabajo, pero que desde luego parecía muy adecuado para dar fama y prestigio a un investigador.

Pero ¿a quién debía considerarse el verdadero descubridor de la momia? ¿Con cuál de ellos se mantendría unido a lo largo de los años el nombre de Bent-Anat, como el de Howard Cárter lo está para siempre con el de Tutankamón?

Secretamente, todos y cada uno de ellos esperaban serlo:

El-Hadid, porque había dirigido el estudio anatómicopatológico; el-Kadr estaba considerado un gran experto en momias y la de Bent-Anat se guardaba en su museo; Moukhtar, como arqueólogo jefe de Abu Simbel; y Rogalla, porque como especialista en Ramsés II era posiblemente el mejor cualificado para seguir adelante con las nuevas investigaciones.

El respetuoso silencio de aquellos cuatro hombres tenía por lo tanto menos relación con el drama que debió de ocurrir 3.200 años antes que con las posibilidades que creían abiertas para conseguir la fama, lo que en el campo de la arqueología es de tanta importancia, o quizás aún más, como en cualquier otra ciencia.

Las mejores cartas las tenía, de momento, el profesor el-Hadid. Éste pensaba escribir en un plazo breve un trabajo sobre los resultados de su investigación, que sin duda acabaría siendo referencia obligada para muchos colegas. Con ello, muy pronto quedarían olvidados los penosos incidentes que se produjeron al dejar al descubierto el cuerpo de la momia. De los otros tres científicos, sólo tenía una posibilidad de emular o superar la fama de el-Hadid aquel que realizara algún hallazgo relacionado con Bent-Anat que confirmara o desmintiera de modo espectacular los conocimientos aportados por el patólogo.

Rogalla se paseaba nervioso de un lado para otro. Los demás debieron de darse cuenta de que tenía algo en mente que lo inquietaba.

– ¿Su primer comentario? -El-Kadr se dirigió directamente al arqueólogo alemán.

– No sé qué decir. Las conclusiones del reconocimiento de la momia me resultan tan inesperadas y sorprendentes como a usted. Para expresarlo con precaución diré que se trata de algo extraordinario, tal vez único; por otra parte, hay que tener en cuenta también el lugar donde se halló la tumba. A donde quiero ir a parar es que si yo no hubiera visto con mis propios ojos que Bent-Anat estaba enterrada en Abu Simbel, recibiría con desconfianza el informe del profesor, pero ahora nos encontramos frente a dos nociones arqueológicas que quedan fuera de toda norma. Nuestra tarea consistirá en extraer las oportunas conclusiones de estas dos anomalías.

A Moukhtar le desagradó desde el principio la opinión de Rogalla, sobre todo porque el alemán ya había hecho otras objeciones a su aspiración a ser considerado el descubridor de la momia.

– Todo eso no son más que tonterías -musitó furiosodos factores extraordinarios en una investigación están muy lejos de ser una prueba válida para confirmar una teoría. Ni siquiera cabe descartar la posibilidad de que nos estemos enfrentando a una falsificación.

Esa observación tuvo la virtud de hacer que le tocara el turno de encolerizarse a el-Hadid. El profesor, bajo de estatura pero fuerte, se quitó las gafas y se secó el sudor de la frente.

– Moukhtar -exclamó con voz tan fuerte que resonó en la habitación de techo bajo-, ¿cree usted que veinte años de práctica profesional no son suficientes para que pueda llegar a una conclusión válida? He escrito incontables trabajos, muchos de ellos pioneros en el estudio de las momias y en particular en las de los faraones del Imperio Nuevo. Y, hasta ahora, de su parte sólo he recibido comentarios mordaces. ¡Precisamente de usted, que es quien menos ha hecho hasta ahora en el campo de la investigación!

Moukhtar comenzó a alborotar furioso cuando Rogalla, que no podía seguir conteniéndose, aprobó las palabras de el-Hadid con movimientos afirmativos de cabeza y musitando entre dientes «así es, exactamente». Ciego de rabia, apartó a un lado al profesor y antes de marcharse lo llamó «neurótico presuntuoso que necesita llamar siempre la atención» y a Rogalla, asqueroso alemán. Seguidamente se fue dando un portazo.

– Lo siento mucho -se excusó Ahmed Abd el-Kadr, el director del museo-, pero creo que deben disculparlo y achacar lo ocurrido a su nerviosismo. -Y volviéndose expresamente a Rogalla añadió-: Es bastante fácil hacernos perder el control a los egipcios.

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