50

En aquellos días de renuncia, Mike Mahkorn fue el único apoyo para Kaminski. Todo parecía indicar que el ingeniero no tenía familia ni amigos y, según insinuó en cierta ocasión, su piso anterior en la cuenca del Ruhr lo había dejado poco después de aceptar el trabajo en Egipto.

Arthur disponía de dinero en abundancia, no tenía que preocuparse de su futuro, pero la inquietud que lo había impulsado hasta entonces no había desaparecido. El mismo le había contado a su amigo que no existía un medio más efectivo para hacerle olvidar que encontrar otro trabajo o una nueva misión que realizar.

Mientras buscaba empleo, lo que no resultaba demasiado fácil para un hombre de cincuenta años, vivió con Mahkorn en el apartamento de éste en Schwabing, un piso amplio en un edificio antiguo con las paredes estucadas, los marcos de las puertas pintados de blanco y con vistas a la Kurfürstenplatz. Mike siempre compartía su apartamento con alguien, pues cuando estaba solo se sentía incómodo. Por lo general, sus subarrendados eran del sexo femenino. Su vida inquieta y el hecho de que raramente estuviera en casa tenía como consecuencia que sus inquilinas por no llamarlas «compañeras de cama» no aguantaran mucho tiempo a su lado.

Kaminski comenzó a habituarse con más rapidez de lo que había esperado a la vida sin Hella o, al menos, eso era lo que creía cuando la firma Eichbaum AG, una empresa de obras públicas que trabajaba principalmente en Turquía, le ofreció un empleo por cuatro años en aquel país, a partir de noviembre, en la construcción de un moderno estadio deportivo. La obra en Ankara no era comparable a la de Abu Simbel, pero allí había una cosa de la que podía estar seguro: nadie se ocuparía de su pasado.

Arthur debía haberse dado cuenta de que Mahkorn ya no mencionaba ni una sola palabra del tema que los había hecho amigos y también que éste era uno de esos tipos que cuando emprenden una tarea nunca cesan de investigar hasta haber encontrado la solución definitiva.

Sin que Kaminski lo supiera, el periodista había fijado una fecha para entrevistarse con el Profesor Heinrich Wenders, un experto en parapsicología de la Universidad de Friburgo. Mahkorn confiaba en que le informaría sobre el fenómeno de la reencarnación, fues creía que ahí se hallaba la clave de la inexplicable cortducta de Hella Hornstein.

El instituto del profesor Wenders estaba situado en la parte alta de una colina que se í»lzaba sobre la ciudad entre bosques de verde vegetación y viñedos. Desde fuera parecía más una de esas lujosas villas construidas en los últimos años del siglo pasado y primeros de éste por los grandes industriales alemanes que un centro de investigación científica. Los visitantes, sin embargo se sentían defraudados cuando se les hacía entrar por un estrecho acceso lateral.

Las enormes habitaciones de antaño habían sido divididas en varias más pequeñas para ofrecer espacio al mayor número posible de estudiantes e investigadores. En los pasillos había altas estanterías, armarios con puertas correderas y ficheros metálicos, cuyo aspecto no dejaba la menor duda de que eran de antes de la guerra.

La sala en la que Wenders recibió a Mahkorn había conocido días más alegres. Tres gandes ventanas abovedadas ofrecían su vista al valle, pero era imposible acercarse porque delante tenían varias metas que servían para dejar montones de libros, actas y documentos- En el centro de la habitación había una gran mesa angada de madera clara rodeada de sillas que, como la mayoría de los profesores, hacía ya muchos años que habían alcanzado el tiempo de la jubilación.

La edad avanzada de Wenders se reflejaba principalmente en sus ojos hundidos y en la hinchazón de sus párpados, lo que le daba un innegable parecido al papa Pío XII. Era evidente que el profesor trataba de disimular sus años peinándose su largo cabello rubio, casi blanco, a la moda de los existencialistas Amando cigarrillos mentolados como sus estudiantes.

Wenders hablaba despacio y Mahkorn, que por lo general era muy charlatán y lo hacía en voz tan alta que a veces asustaba a sus interlocutores, se supo adaptar a la forma de expresarse del profesor. Se dio cuenta de que una voz fuerte como la suya resonaría en exceso en una habitación que, aparte de las mesas mencionadas, no tenía mobiliario. Sin mencionar ningún nombre, el periodista le contó la historia de Hella Hornstein con todos sus detalles y al final le preguntó:

– Señor catedrático, ¿cree usted posible que esa mujer sea víctima de un caso de reencarnación?

El anciano profesor, que había escuchado el relato de Mahkorn con los ojos fijos en la mesa, pareció de pronto volver a la vida.

– ¿Por qué víctima? No comprendo bien lo que quiere decir con eso. ¿Por qué víctima? El fenómeno de la reencarnación no significa nada malo, perverso o que cause dolor. Es una experiencia fantástica. ¿Es que a usted no le gustaría ser Einstein, Schopenhauer o Goethe?

– ¡No! -respondió el periodista con una franqueza que lo dejó desarmado.

El catedrático pareció enfadado y de nuevo su mirada se posó en la mesa. Tenía la boca entreabierta y daba la sensación de que masticase.

– Para contestar a su pregunta -dijo tras una pausa indignada-, sí, los síntomas que me ha descrito me llevan a la conclusión de que se trata en efecto de un caso de reencar- _ nación. De todos modos, para expresar un juicio definitivo tendría que mantener una larga conversación con la persona en cuestión…

– También a mí me gustaría hablar con ella -observó el periodista-, pero al parecer forma parte de su papel de reencarnada esconderse de los amigos y los conocidos, es decir, llevar una vida en el anonimato.

Wenders pareció entusiasmado.

– ¡Típico! ¡Totalmente típico! -exclamó excitado-. Por lo que parece nos encontramos ante un fenómeno de reencarnación cerrada; es decir, la persona de referencia a causa de una vivencia perturbadora como, por ejemplo, un accidente o una profunda conmoción psíquica ha entrado en la fase de identificación total con su existencia anterior y la vive como si fuera real y actual. Por eso no acepta a las personas de esta época que la rodean. Las cosas podrían llegar hasta el extremo de no reconocer a sus mejores amigos. Normalmente se necesitan varias sesiones de terapia regresiva bajo hipnosis para lograr que un individuo que cree ser la reencarnación de alguien llegue a alcanzar ese estado. En el caso que me cuenta es como si la regresión, la vuelta a otra época y la conversión en otro ser humano se hubiera realizado por sí sola. Quizá por autosugestión o también, como ya he dicho, por una influencia externa especial. Sea como sea, es una situación peligrosa y en todo caso esa mujer necesita ser observada por un psiquiatra.

Mike no había esperado una toma de posición tan clara por parte del profesor Wenders. Sus palabras lo habían intranquilizado y, lo que era más raro en él, se sentía consternado y confuso.

– Sabe -comenzó precavidamente, porque ya se había dado cuenta de la susceptibilidad del profesor-, he oído mucho sobre el tema, pero si he de ser sincero debo decirle que no acabo de creer en ello…

– ¿Es usted católico? -lo interrumpió casi amenazador.

– Protestante -respondió el reportero-. ¿Por qué?

– Los cristianos y los musulmanes son los que admiten más difícilmente la reencarnación, por el contrario los budistas y los hindúes no tienen ningún problema. -Wenders se había ido excitando y aunque su voz se mantuvo en el mismo tono bajo, ganó en intensidad-. ¡Sepa usted, joven amigo, que el fenómeno de la reencarnación está conforme con la primitiva tradición cristiana! La creencia en una existencia anterior del alma sólo fue prohibida por la Iglesia en el Concilio de Constantinopla en el año 553. ¡Ja, ja! ¡En el Nuevo Testamento, en el Evangelio de san Mateo, se dice que la gente creía que Jesucristo era una reencarnación del profeta Elias, que vivió novecientos años antes de la era cristiana! ¡Tome a los padres de la Iglesia! Casi todos se proclamaron seguidores de esa teoría. Orígenes afirmó que el alma en nuestro mundo material no puede vivir sin cuerpo, pero cuando éste muere lo cambia por otro nuevo. Además, existen numerosos fenómenos que sólo tienen una explicación razonable bajo la premisa de otra vida anterior. Tomemos por ejemplo el caso de los niños prodigio. ¿Cómo es posible que niños de cuatro años de edad sean capaces de resolver ecuaciones de segundo grado, tocar el piano maravillosamente o jugar al ajedrez como un maestro? ¿Por qué? Porque llevan consigo el saber y la habilidad de una existencia precedente. Bobby Fisher jugaba al ajedrez como un dios cuando otros niños de su edad todavía pasaban el tiempo con sus ositos de peluche. Fisher afirma personalmente ser la reencarnación de uno de los campeones más grandes del ajedrez mundial, el cubano Capablanca.

Mahkorn reflexionó.

– Eso aclararía que la persona de la que estamos hablando pudiera leer textos que presentan grandes dificultades a los especialistas. Pero ¿por qué lo hacía?

El profesor Wenders miró por la ventana la ciudad a sus pies, sumergida en una niebla vaporosa.

– Tendría que conocer el caso mucho mejor para dar una respuesta concluyente, pero la explicación más plausible es que esa persona está buscando su pasado. Cada ser humano quiere saber de dónde viene y adonde va. Ese es el origen de todas las religiones. El individuo al que nos estamos refiriendo necesita de su existencia anterior porque no puede seguir viviendo como hasta ahora. Sospecho que busca un suceso clave totalmente determinado.

– ¿Y cree usted que espera encontrarlo en los antiguos jeroglíficos?

– ¿Por qué no? Yo no entiendo nada de la historia ni de la ciencia de la Antigüedad, pero estoy seguro de que los egipcios poseían grandes conocimientos sobre la vida, muchos de los cuales se han olvidado.

Con todo, las palabras del parapsicólogo no contestaban a la pregunta de por qué Hella Hornstein quería encontrar en los antiguos textos egipcios un acontecimiento que había ocurrido hacía más de tres mil años. ¡Si ella era efectivamente Bent-Anat debería conocer su vida anterior!

Una vez más, Wenders pareció intuir los pensamientos del periodista y trató de aclarar sus dudas.

– Debe saber que la reencarnación -explicó- no es un proceso cerrado. Es como si la persona afectada se fuera sumergiendo en las aguas de su pasada existencia. Muchos, por no decir la mayoría, se quedan en la superficie y sólo muy pocos llegan hasta el fondo de su pasado.

– ¿Y qué es lo que ven allí?

El profesor sonrió burlonamente, como si se divirtiera con la ignorancia de su interlocutor.

– En lo más profundo de esas aguas encuentran el devenir y el fenecer, el nacimiento y la muerte.

– ¿Y cómo puede alguien llegar a sospechar que es la reencarnación corporal de otro ser humano?

– De modos muy diversos. A veces se comienza hablando de cosas que uno nunca ha conocido. Por ejemplo, se pueden describir edificios en los que no se ha estado o hablar idiomas que jamás se aprendieron. Generalmente, esas personas se sienten atraídas de manera inexplicable por alguien determinado o por un lugar y pueden ir tan lejos que el afectado busque tumbas, difuntos o, como en el caso que usted me ha relatado, una momia.

– ¿Pero por qué lo hacen?

– Al principio, en la mayoría de los casos, ni ellos mismos lo saben. Sienten sólo un impulso incontenible a hacer algo, una atracción comparable al amour fou, esa locura o enamoramiento irracional, inexplicable, hacia otra persona. El que ama de esa forma hace cosas sólo para estar cerca del ser amado que parecen incomprensibles para quienes lo rodean. Si se quiere, ese tipo de enamoramiento y la reencarnación son el mismo fenómeno. Desde los primeros días de la humanidad, ha habido personas que mediante fuerzas no explicables por las ciencias han llegado a ejercer un poder dominante sobre otras.

– ¿Le atribuiría todavía ese poder a la momia de Bent-Anat?

– Desde luego.

La claridad y la seguridad con que el profesor Wenders analizaba el caso tenían algo de espantoso. Mahkorn no pudo librarse de la sospecha de que el profesor sabía mucho más de lo que decía.

El periodista tuvo cuidado a la hora de hablar por temor a herir con sus penetrantes preguntas algún lugar sensible de Wenders. Por esa razón se mostró prudente al plantear la cuestión:

– Hay críticos de su teoría que afirman que la reencarnación no es más que la fijación de ideas deseadas. Una dependienta puede querer ser princesa… O al menos, haberlo sido en su vida anterior.

– Un argumento brillante -respondió el profesor-, pero que hace ya mucho tiempo que perdió su fuerza. En la Universidad de Virginia se han investigado miles de casos de reencarnación. Los resultados le sorprenderán. Sólo una parte minúscula de esas personas afirmó que en su vida pasada fue un personaje famoso. Para la mayoría, su anterior existencia significaba más bien un retroceso económico, social o de prestigio.

– Entonces, el caso citado por mí es la excepción de la regla. Al fin y al cabo, Bent-Anat era una reina y la mujer de la que hablo una simple médica.

– Tiene razón. También se han hecho investigaciones en ese sentido que dicen que los que creen estar reencarnados o que vivieron otra existencia anterior en otro cuerpo físico suelen ser personas generalmente inteligentes, en muchas ocasiones incluso muy cultas.

Aunque le fascinaban las teorías generales, Mike intentó llevar de nuevo la conversación a su caso concreto y le preguntó:

– Profesor, ¿qué conclusiones extrae del hecho de que esa mujer rastree en documentos antiguos referencias de su vida anterior? O dicho de otro modo: ¿qué cabe esperar que ocurra cuando haya encontrado lo que busca?

– Ése es un aspecto interesante de la cuestión, aunque sólo podamos especular a la hora de dar una respuesta, cosa que creo que debemos hacer. En primer lugar surge la cuestión de los lazos personales, las relaciones madre hija, amor y pareja, nacimiento y muerte, etc. ¿qué se sabe de la vida de Bent-Anat?

– Poco, casi nada. Sólo que fue una de las hijas de Ramsés II y que éste, más tarde, la tomó como esposa.

Wenders reflexionó.

– Creo que ahí puede estar la explicación de la inquieta búsqueda emprendida por el Yo reencarnado para hallar testimonios del pasado. Estoy seguro de que esa mujer se presentará en todos los lugares donde se guarden documentos egipcios del tiempo de Bent-Anat y, más tarde o más temprano, aparecerá de nuevo junto a la tumba de la momia.

– Eso no es posible -lo interrumpió Mahkorn-; el lugar del enterramiento se encuentra sumergido bajo la presa de Asuán.

– ¡Dios mío! -exclamó el profesor Wenders en voz muy baja-. Tengo una espantosa sospecha. Aunque está totalmente desprovista de rigor científico. Es sólo eso: pura suposición. De todos modos, debe encontrar cuanto antes a esa mujer.

Загрузка...