La despedida había sido cortés pero, de alguna forma, un poco tensa. En el taxi, porque Carlos se empeñó en acompañarla aunque el restaurante estaba al lado de su hotel. Se habían dado un beso en la mejilla. Un beso cálido por parte de ella, intenso por parte de él. La velada había sido finalmente agradable, pero en ese momento Joa sintió la presión de ese contacto puntual como algo casi desesperado, como si su compañero se aferrase a la vida momentáneamente a través de ella. Pensó que quizá necesitase algo más que una amiga, un hombro en el que llorar o una compañía efímera. De pronto se le antojó que el beso era un grito procedente de alguien muy solitario. -Gracias -le dijo de nuevo.
En los ojos de Carlos Nieto encontró el abismo del vacío.
Salió del taxi y se quedó en la puerta, viendo cómo el coche se retiraba de regreso al hotel de su compañero.
Las tres pirámides y la Efigie brillaban en la distancia con tonos azulados.
Más de cuarenta siglos siendo testigos de la evolución de la humanidad a su alrededor.
– ¿Han cenado bien?
Tuvo un sobresalto. Kafir Sharif había llegado hasta ella surgiendo de la nada, sin hacer ruido, lo mismo que una serpiente arrastrándose en busca de su presa. Contó mentalmente hasta tres antes de volver su cuerpo hacia él.
– ¿Me ha seguido, inspector?
– ¡Oh, no! -hizo un gesto de lo más disciplente-. En realidad acabar…, acabo… ¿Se dice así? Acabo de llegar, sí.
– ¿Por qué? -se alarmó temiendo que volviera a llevarla a la comisaria.
– Gesto de buena voluntad -le tendió su pasaporte.
– ¿Ya no soy sospechosa?
– Mi deber era asegurarme, señorita Georgina Mir.
– Gracias -lo cogió con la mano derecha y lo dejó en ella, sintiendo su precioso contacto-. Podía habérmelo dado mañana.
– Mañana usted y señor Nieto hijo viaje, ¿sí? El compra billetes de avión a Luxor.
– Lo sabe todo, ¿eh?
El inspector le mostró una de sus sonrisas de hiena, con sus blancos dientes y su bigotito alargándose de extremo a extremo de su cara igual que una frontera negra que separase sus dos mitades.
– ¿Trabaja siempre hasta tan tarde? -le preguntó ella.
– Veinticuatro horas día. Policía no duerme.
– ¿Por qué me ha estado siguiendo?
– Precaución.
Se preguntó si la habrían visto hablando con el hombre del museo.
Y si el tipo de la chilaba blanca y la barba…
– Buenas noches, inspector -hizo ademán de echar a andar hacia la puerta del Pyramids para sumergirse en su mundo gélido, dominado por los aires acondicionados.
– Señorita Georgina Mir…
– ¿Sí?
– He hecho más averiguaciones sobre usted.
– ¿Y…?
Kafir Sharif plegó los labios en una mueca de insatisfacción.
A veces era muy expresivo.
– Persona conflictiva -manifestó lleno de falso pesar.
– ¿Usted cree?
– Madre desaparece. Padre desaparece, reaparece, vuelve a desaparecer… No va nunca a Barcelona. Viaja de un lado a otro del mundo…
– ¿Eso me hace ser conflictiva?
– Tiene amigos poderosos.
– ¿Yo? -la sorpresa no tuvo límites.
– Usted sabe.
– No, no sé.
– ¿Conoce alguien embajada de Estados Unidos?
– No -abrió unos ojos como platos.
– Ellos a usted, sí.
Logró despertar toda su curiosidad.
– Oiga, ¿de qué me está hablando? -se plantó delante de él con los brazos cruzados.
Kafir Sharif tardó tres segundos en responder.
Primero sostuvo su mirada.
– Yo recibí hoy llamada embajada americana.
Los ojos de Joa se dilataron un poco más.
– ¿Sorprendida?
– ¿A usted qué le parece?
– Llamada dice usted es buena persona. Se interesa por investigación. Y por su estado. Yo digo que usted es libre y agregado feliz.
Ya no sólo era pasmo. Era inquietud.
Joa se estremeció.
– ¿No sabe nada, señorita Georgina Mir?
– No.
– Llama hombre de embajada y usted no sabe nada.
– ¡No, no sé nada! -lo expuso con energía y un atisbo de miedo.
– Yo no creo -lamentó el policía.
– ¿Sabe qué le digo?, que me da igual lo que usted crea. Hay cosas inexplicables y punto. ¿No es policía? Averigüe qué está pasando. Por ejemplo qué sucede con los Defensores de los Dioses.
Logró impactarle, aunque sólo le delató un destello en sus pupilas.
– ¿Defensores de los Dioses?
– Le mataron con su ritual, todo eso de las tres dagas, no se haga el despistado. Yo también sé investigar.
– Bien.
– ¿Bien, qué?
– Vieja leyenda cobra vida ahora. Yo investigo.
– ¿Y?
– Defensores de los Dioses no existen.
– Ya -su sarcasmo proyectó un aura de desparpajo a su alrededor.
– Alguien copia método -lo justificó él.
– Así que en lugar de hablar de unos fanáticos pasamos a hacerlo de unos burdos imitadores que saben algo de historia antigua.
Kafir Sharif no respondió.
Ya no.
Tampoco sonreía. Su largo bigotito parecía un trazo inmóvil en mitad de un rostro hierático. Los ojos flotaban ingrávidos, revestidos de inalterable calma.
– ¿Tiene algo más que decirme, inspector?
El hombre dio un paso atrás y se inclinó ligeramente.
– Buenas noches, señorita Georgina Mir -le deseó.
Empezaba a odiar la forma en que decía una y otra vez lo de «señorita Georgina Mir».
– Buenas noches, inspector -se rindió ella.
Caminó hasta la puerta del hotel notando la mirada del egipcio fija en su cuerpo. Se le antojó que tardaba una eternidad en cruzar hasta llegar al amparo del ascensor.
No soltó un grito de rabia hasta sentirse sola y a salvo en su suite.