Se encontraron de nuevo en una especie de inmensa cueva. El resplandor del techo de piedra, como si la luz se filtrara por alguna parte y fuera rebotando por el espacio, apenas si alcanzaba el suelo, que era completamente liso y circular. No había murciélagos. Sólo un silencio que tenía visos de eternidad. Dejaron las antorchas para poder moverse libremente.
– Separémonos -aconsejó David-. Vayamos cada uno por un lado.
Joa se apartó de Amina y se dirigió al centro.
– ¡Ten cuidado! -quiso detenerla él. Le bastó con ver su cara. Resplandecía.
– Estamos en ella, David -la de Amina también brillaba-. Es nuestra puerta.
– Aquí no hay nada -David abarcó el lugar con la mirada moviendo la antorcha de lado a lado.
Joa caminó dejando un rastro de huellas a su paso. El suelo estaba cubierto por una fina capa de polvo. Sentía la dureza de la piedra bajo sus pies, pero la energía que percibía se le antojaba más y más balsámica. Era como sumergirse en una masa de algodón que se introducía por su cuerpo y le hacía cosquillas en las terminaciones nerviosas. Una fuente invisible de luz transparente que provenía del centro y era muy fuerte, extraordinariamente intensa. Esa misma energía catapultaba sus sentidos, los multiplicaba aumentando su capacidad. Tuvo deseos de gritar.
Se detuvo de pronto, cuando sus pies abandonaron el roce de la piedra y entraron en contacto con algo distinto, de otra solidez.
Se agachó, apartó el polvo y descubrió el metal.
Casi pudo sentir la vibración.
Como si aquello estuviese vivo.
– ¡Aquí, venid!
Se arrodillaron, uno a cada lado, y la ayudaron a quitar el polvo con las manos.
Una superficie curva, hecha de un metal casi blanco, fue formándose allá donde retiraban el polvo.
– ¿Cuánto debe de medir esto?
– Vamos a verlo.
Joa fue por la izquierda, con Amina iluminándola. David por la derecha. Primero retiraron el polvo del borde, para comprobar el diámetro de la plataforma. Cuando se reunieron de nuevo y examinaron el resultado de su trabajo, se encontraron con una circunferencia de unos diez metros de diámetro.
– Aquí hay algo -señaló Amina.
Cerca del borde, a sus pies, vieron un hueco no muy grande.
Joa sacó su cristal y lo introdujo en él. Se adaptaba perfectamente. Entonces vibró.
– ¡Sácalo, Joa! -aconsejó David-. Primero hemos de estar seguros de lo que vaya a suceder.
Le obedeció, aunque a duras penas. Ahora ya no dijeron nada. Retiraron un poco más de polvo, ampliando la zona libre en dirección al centro de la plataforma. Contaron ocho huecos más como el primero, así que en total había nueve recipientes para nueve cristales. En el centro se encontraron con la misma señal que les había llevado hasta allí, con sus lados de distinto tamaño. La cruz del Nilo.
– Nuestra puerta -se mordió el labio inferior Joa.
– ¿Ahora qué hacemos?
– Ya has visto lo que ha sucedido cuando he puesto mi cristal en ese hueco.
– De acuerdo, vamos a suponer que es un comunicador, por decirlo de alguna forma. ¿Vas a sentarte ahí en cuclillas, pondrás el cristal, cerrarás los ojos y a ver qué pasa?
– Sí.
– ¡No sabes qué sucederá!
– David, ¿entonces para qué hemos venido?
– ¡Esto lleva aquí miles de años!
Joa miró la cueva. Quizá en otro tiempo la puerta estuviera al aire libre, o tal vez no. La tierra que la rodeaba no era la misma.
– Voy a hacerlo yo sola -les dijo a los dos.
Antes de que David pudiera protestar lo hizo Amina.
– No. Necesitas mi energía y lo sabes.
– No, no lo sé. Sólo sé que llevo meses esperando esto, y que me corresponde a mí llevarlo a cabo.
– ¡Eh, eh, eh! -David agitó la antorcha por encima de sus cabezas-. ¡Estoy aquí!, ¿vale? ¡Yo también soy del equipo! ¿Por qué no probamos los tres con cada cristal?
– Porque tú eres humano -fue directa Joa-. David, no nos peleemos en este momento, por favor.
Amina puso su cristal en el hueco que tenía delante. Luego desafió a Joa con la mirada.
Volvía a ser la chica dispuesta a la lucha que encontraron en el país Dogon.
– Voy a ir contigo, hermanita -manifestó decidida. El cristal vibraba.
Podía suceder cualquier cosa, y una pelea era absurda.
– Dame tu cristal, David. ¡Y confía en mí, por favor! -se lo suplicó.
Le dio un rápido beso en los labios y sus ojos se encontraron un segundo cargado de densidades. El cristal cambió de mano.
Ya no esperó más. Joa se colocó a la izquierda de Amina. Sacó su cristal del camafeo y lo introdujo en el siguiente hueco. El de David fue a parar al tercero. Luego se arrodilló y se quedó muy quieta.
Temblaba por dentro.
No hablaban, aunque los segundos se hicieron eternos.
Los cristales vibraron unos minutos hasta que, poco a poco, cambiaron de color. Pasaron de blanco a un suave, muy suave amarillo que acabó convertido en un azul cada vez más radiante. Al hacerlo la propia plataforma varió su aspecto. Se convirtió en un círculo blanco.
Cada vez más blanco.
Luminoso.
El día se había instalado allí dentro. La luz era cada vez más poderosa, y con ella se expandía la energía que de pronto interactuó con la suya. Ya no era únicamente la que percibían las dos mujeres, sino que existía una retroalimentación. La plataforma necesitaba de ellas.
Joa sintió un millón de soles en su interior.
Podía verlo, navegar por sí misma. Y era hermoso. Como si se desmenuzara en partículas. 0 como si su mente fuera a salir de ella.
Buscó a David para decirle que estaba bien, que sentía paz, pero no lo vio, porque el resplandor inundaba ahora su entorno. En cambio sí vio a Amina, como si flotara en medio de aquella cegadora luz. Su hermana tenía los ojos cerrados y una expresión de infinita dulzura en su rostro.
Los cristales dejaron de ser azules y volvieron a ser blancos.
Se escuchó un zumbido. Creciente.
Entonces Joa apretó los ojos con fuerza y ya no volvió a abrirlos.
Estaba entrando en la puerta y flotó hacia ella.