60

No le sorprendió que el primero que llegase hasta ellos fuera Kafir Sharif. Serio, una máscara, tan inalterable como lo había estado siempre.

– Señorita Georgina Mir… -movió la cabeza de lado a lado como si la regañara.

– ¿Qué está haciendo aquí?

– Puse sustancia detectable en té que usted tomó en comisaría.

– ¿Qué?

– Comisaría vieja, yo quizá policía de ayer, pero métodos del siglo XXI. Usted bebe y horas después seguimiento vía satélite.

– Dígame una cosa -se lo preguntó sin ambages habida cuenta de que estaban rodeados de policías-. ¿Es usted uno de ellos?

– ¿Ellos?

– Los Defensores de los Dioses.

Kafir Sharif esbozó una sonrisa irónica alzando la comisura izquierda de sus labios y frunció el ceño con estupor.

– No -dijo tan escueta como certeramente.

– Siempre creí que sí -confesó ella.

– ¿Por esa razón no confía en mí?

– Yo no sabía nada.

– Usted sabe todo -el inspector miró el agujero en la tierra-, pero ya no dice nada, ¿verdad?

– Escuche -hizo un gesto de cansancio-, los Defensores de los Dioses se asentaban aquí, en Al-Eriat Khunash. El hombre que asesinó a Gonzalo Nieto, o al menos dio la orden de hacerlo, se llamaba Bir El Sa'íf. Era uno de los arqueólogos que trabajaban con él en la tumba TT47 del Valle de los Reyes. Vi sus tres tatuajes.

– Sospechábamos, pero no teníamos pruebas.

– Y usted necesita pruebas para todo, ¿no?

– Es ley.

– De acuerdo, ahora tiene una: me lo confesó antes de querer enterrarnos vivos, así que también cuenta su intento de matarnos a los tres.

– ¿Por qué señor Bir El Sa'íf quiere matar profesor español y ahora ustedes?

– El profesor Nieto encontró algo que no gustó a su secta. Le mataron para que no me lo contara. Y como yo he dado con ellos, tampoco les ha gustado. Tiene todo el sentido del mundo.

– Volvemos a vieja pregunta. ¿Qué encontró arqueólogo español?

– Puede que este lugar que ellos han protegido durante años.

Kafir Sharif miró a David y a Amina. Luego de nuevo el boquete abierto a sus espaldas.

– ¿Qué había en suelo?

– Custodiaban una cueva enorme, sagrada para ellos, con un camino lleno de trampas.

– ¿Más misterios?

– No -Joa sostuvo su mirada.

– No le gustará cárcel egipcia.

– ¿Qué tiene contra mí?

– Obstrucción justicia, destrucción patrimonio nacional…

– En primer lugar, nada de obstrucción a la justicia. Le he ayudado resolviendo el caso -le cortó ella-. En segundo lugar, yo no he destruido ningún patrimonio. ¿O cree que soy responsable de esto? -señaló el agujero.

– Sí.

– Pero usted es un buen policía. Sin pruebas no va a detener a nadie -remarcó sus siguientes palabras-. Es la ley, acaba de decirlo. ¿Quién creerá que una chica ha provocado el hundimiento de una cueva?

Kafir Sharif miró el agujero de la tierra y volvió a mirar a David y a Amina.

– ¿Ustedes confirman versión?

Los dos asintieron con la cabeza.

– Necesito declaración -pareció rendirse el egipcio.

– ¿Otra vez a la comisaría? -suspiró Joa.

– Señorita Georgina Mir…

– Oiga, ¿ha visto una vieja película llamada Casablanca?

Kafir Sharif volvió a fruncir el ceño.

– Sí.

– ¿No cree que éste es el comienzo de una gran amistad?

Logró hacerle sonreír.

– Lo será cuando acompañe a aeropuerto y usted vaya de aquí -y le mostró el camino hacia su coche, aparcado a unos cincuenta metros de donde se encontraban.

Загрузка...