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Lo intentaron con dos coches que pasaron en dirección a Mopti durante los siguientes quince minutos, pero ninguno se detuvo a recogerlos, así que decidieron instalar la tienda de campaña a unos cien metros de la carretera y refugiarse en ella para impedir males mayores. Cuando se abrazaron en la oscuridad, el latir de sus corazones bombeó sangre con la intensidad de un tambor sonando en mitad de la tierra africana que los rodeaba. -¿Cómo te encuentras?

– Bien -suspiró David.

– ¿Seguro?

– Ya pasó, en serio.

– ¿Qué has sentido?

– Como si una mano invisible me apretara el cerebro. Joa reflexionó unos segundos.

– Da miedo -confesó-. Yo no podía hacer nada, me sentía… como bloqueada.

– Ni siquiera estás furiosa o enfadada. -Estoy triste.

– ¿Por qué no luchaste con ella?

– No podía, David, ¡no podía! Habría sido una pelea… ¡Nos habríamos hecho daño!

– Puede que haga más daño ahora.

– No, ahora tiene un objetivo. Por fin tiene un destino.

– Se ha convertido en un monstruo.

– Porque está llena de miedo…

– Pues no lo parece.

Joa le besó el cuello. Apenas un roce con sus labios, para sentirle.

– Creía haber encontrado una hermana -susurró.

– Te queda Indira.

– ¿Daremos con ella?

– No lo sé. ¿Quieres ir a la India?

– Primero hemos de llegar cuanto antes a Egipto.

Egipto. Sonaba igual que la Luna vista desde la Tierra.

– Amina nos llevará mucha ventaja, ¿no te parece? -calculó David-. Con tu pasaporte y dinero, mañana mismo puede estar en un avión con rumbo a El Cairo. Tú en cambio has de comenzar pidiendo un duplicado del tuyo, y en este país no hay embajada de España. Quizá tardes una semana, o más.

– Tengo mis influencias -dijo ella-. Recuerda que escapé de La Habana.

– Pero allí había embajada -insistió él-. Aquí, aunque sólo fuera una semana… Amina ya habrá llegado al lugar que señala la cruz del Nilo.

– Hay algo que me da más miedo.

– ¿Qué es?

– Los Defensores de los Dioses.

– ¿Temes por ella?

– Sí.

– Joa, esa niña a la que llamas hermana es como una bomba en potencia. Los Defensores de los Dioses mataron a un pobre arqueólogo y fueron capaces de asustarte a ti, pero ese poder que no sabemos de qué forma ha desarrollado es demasiado incluso para una horda de fanáticos.

– Tampoco sabemos qué hay en ese lugar, si es realmente una puerta, un comunicador o si se trata tan sólo de algo… Incluso puede que ya no sirva. Han pasado tantos siglos…

El comentario de Joa flotó sobre sus cabezas un largo instante y después se desvaneció sumiéndolos en el silencio y la soledad, aunque fuera compartida. Sentían el peso de su derrota, el cansancio, igual que una herida al sol que el calor comienza a cauterizar aun sabiendo que eso implicará un largo proceso.

Siguieron así, abrazados en la oscuridad, minuto a minuto, hasta que poco a poco fue venciéndoles el sueño.

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