Sostuvo la mirada de su madre hasta darse cuenta de que le hablaba en serio.
– ¿Cuándo?
– Acabamos de descubrir que en unas semanas el Sol sufrirá una de las erupciones más importantes de su historia. Otras veces esa pequeña estrella ha tenido erupciones, cuyas descargas han bañado a la Tierra, y luego todo volvía a su cauce. En esta ocasión no será así. Se está almacenando una densa carga de energía, interior y exterior, que saltará al espacio y arrasará la Tierra. El cambio climático ya ha alterado el equilibrio del planeta, y es irreversible. Unido a ello, lo que hará esa erupción solar es modificar el eje de la Tierra, que se desplazará entre dos y cinco grados. Eso supone cambiar no sólo el movimiento de rotación en sí, sino también desplazar los Polos, derretirlos prácticamente en unas semanas, inundar las tierras costeras en todos los continentes y posiblemente dejar el planeta vulnerable para el paso del cometa Apophis en 2029 y, mucho más probable, en 2036.
Joa recordó al científico que había visto en la televisión, en Jordania, diciendo que el Sol podía provocar una erupción que alterase los polos de la Tierra.
– ¿Me hablas… del fin del mundo?
– De una parte de la humanidad. No toda. Pero ya nada volverá a ser igual.
También había hablado del cometa Apophis con David en Yucatán. Parecía algo muy lejano. Ciencia ficción.
– Es una combinación de fuerzas dantescas, cariño -suspiró su madre.
– ¿Pero en qué momento el Sol sufrirá esa explosión?
– Tenemos muy poco tiempo.
– ¿Por qué has dicho que nosotras tres somos ahora vuestros ojos y… vuestra voluntad de lucha? -consiguió serenar su ánimo y ordenar los pensamientos que la atropellaban-. Mamá, ¿no me digas que tres simples chicas…?
No terminó la frase.
De pronto toda aquella blancura se le antojó una burla. Estaba en el paraíso hablando del fin del mundo. Su mundo.
– ¿Qué sabes de Indira y Amina?
– Amina está conmigo. De Indira apenas sé nada.
– ¿Sabes dónde está? ¿Irás a buscarla?
– Sí -cedió.
– Joa -su madre le puso las dos manos sobre los hombros-. Aquí hemos discutido mucho, desde el retorno de todas las hijas de las tormentas, sobre si debíamos interferir o no en el proceso vital de la Tierra. Somos una colectividad, cierto, pero hay debates, y se estudian todas las opciones. Para algunos, el ser humano ha fracasado, no ha aprendido, y merece la autodestrucción por la que tanto parece haber luchado sin darse cuenta. Para otros, la Tierra es un planeta primitivo y formáis una sociedad joven, que como tal comete errores.
– ¡Vosotros tenéis poder, podéis salvarnos!
– No somos Dios, Joa. Lo discutimos, lo hablamos, pero ya queda muy poco para hacer algo. Todo se ha precipitado después de llevarnos a nuestras enviadas y estudiar sus mentes al tiempo que descubríamos lo que le esperaba al Sol. No podemos armar nuestra nave tan deprisa y hacer el viaje físico de regreso otra vez. Vosotras tres en cambio estáis allí y, escúchame, sí tenéis una oportunidad.
– ¿Cómo? -abrió sus dos manos con impotencia.
– Se necesitan cinco cristales.
– ¿Cinco? -lo pronunció con asombro.
– Cada cristal supone una identidad. Es el único equipo con el que viajamos fuera de aquí. Las hijas de las tormentas regresaron con el suyo, excepto las tres que dimos a luz: Indira, Amina y tú heredasteis los nuestros. Nosotras no fuimos avisadas previamente. Simplemente fuimos recogidas. Por esa razón no nos los llevamos. Esos cristales tienen un enorme potencial. Se necesitan cuatro para formar un sistema. Con un quinto se crea una estrella. Ese núcleo es el que debéis insertar en el corazón de Stonehenge.
– ¿En Inglaterra?
– Cuando llegamos a la Tierra por primera vez lo hicimos en ese lugar del sur de Inglaterra: Stonehenge. Allí construimos nuestra primera base científica y permanecimos estudiando el planeta hasta que nos fuimos. La ocultamos a una cierta profundidad para no dejar huellas de nuestro paso, aunque siendo un foco energético como es, no logramos borrar su rastro. Con el paso de los siglos Stonehenge se ha convertido en un monumento megalítico mágico, lleno de historias y leyendas que se pierden en la noche de los tiempos, y también un lugar turístico al que se acude en peregrinación. Pero debajo del anillo de piedras sigue nuestra base científica, protegida. Ese lugar es un punto vital sobre el que se cruzan los meridianos esenciales de la Tierra, físicos, geotérmicos y geodésicos. Stonehenge es el corazón de la Tierra, cariño. Sólo así se evitará que cambie el eje de la Tierra. La estrella os mantendrá en equilibrio otros miles de años.
– ¿Y si no encuentro a Indira?
– Has de hacerlo. Unid vuestros poderes, Amina y tú, para dar con ella.
– Aun así me faltará un cristal. Tenemos el cristal del país Dogon…
– Extraordinario… El quinto cristal fue enterrado en las montañas del Tíbet.
– ¿Estás diciéndome…?
El silencio se hizo evidente.
Las montañas del Tíbet.
El techo del mundo. Y en alguna parte, un cristal perdido.
– Consigue el cristal de Indira. Cuando lo tengas, únelos. Los cuatro han de guiarte hasta el quinto cristal. Es el más poderoso. Más aún que el cristal de la segunda expedición al corazón de África, el de los dogones. Fue el primer cristal en la Tierra. Con él cerrarás el núcleo y darás forma a la estrella. Llévalos a Stonehenge antes de que el Sol tenga esa erupción y después…
– ¿Qué, mamá? ¿Después qué?
– Volveremos a encontrarnos.
– ¿Dónde? ¿Cuándo?
– Confía en mí.
– No me hagas esto, por favor…
– Joa -la abrazó con la intensidad del que sabe que se acerca el final.
– Aún no quiero regresar -lo captó ella.
– No puedes viajar tanto tiempo como lo estás haciendo. Necesitas la misma energía para ir y para volver. Estás consumiendo ya demasiada.
– ¿Por qué no me das tú ese quinto cristal? Mejor aún, los dos que todavía no tenemos.
– Porque tú no estás aquí físicamente. No puedes llevarte nada.
– Pero yo te estoy tocando, eres real, soy real.
– Todo está aquí, mi niña -le puso un dedo en la frente-. Has de regresar o quizá te quedes a mitad de camino, perdida en el vacío.
Sintió un desgarro en el corazón.
Un órgano que tenía en la Tierra, a años luz de distancia.
Hizo la última pregunta que le quedaba.
– ¿Y papá?
No le respondió ella. La voz surgió de su espalda.
– Estoy aquí, Joa.