Después de descender de la montaña y regresar hasta el Siq, abandonaron Petra por el desfiladero, caminando despacio y sin hablar. Joa lo hizo con la nostalgia de quien sabe que a veces la vida se escapa de entre las manos. Pensó que algún día regresaría, como una turista más, con David, para sentir otras sensaciones que las que la acompañaban a lo largo de aquella búsqueda, desde la misma desaparición de su padre en Yucatán. El conductor de burros no agregó nada más a sus explicaciones antes de dejarlos al pie de la montaña, ni ella tenía más preguntas que formularle. Al llegar al coche de alquiler eran casi las siete de la tarde y oscurecía ya muy rápido. Lo aconsejable era quedarse a dormir allí, aunque la distancia hasta Aqaba fuese menor que la de Ammán a Petra.
Alquilaron dos habitaciones en el Moevenpick Petra Hotel, un cinco estrellas enorme de ciento ochenta habitaciones próximo al acceso de la ciudad. Mientras cenaban, Resh Abderrahim le habló del curioso doble enclave formado por la jordana Aqaba y la israelí Eilat, que en algunos mapas constaba como Elat y en otros como Ellat. Las dos ciudades compartían el nacimiento del golfo de Aqaba, una a cada lado de la frontera, prácticamente una línea vertical desde el mar Muerto. No sólo coexistían pacíficamente allí, mientras los dos países vivían el perpetuo enfrentamiento entre árabes e israelitas, sino que desde lejos parecían una sola. Pero es que además, a escasos dos o tres kilómetros, ya en las aguas del golfo, surgían otras dos fronteras, una a cada lado de él, la egipcia y la de Arabia Saudí. Cuatro naciones confluyendo en un pequeño espacio de tierra y agua. Aqaba y Elat constituían un milagro, las salidas al mar Rojo y de ahí al océano índico pasando por el golfo de Aden de los dos países.
Jordania vivía aislada en medio de un polvorín, con Irak a la derecha, Israel a la izquierda y Siria al norte.
– Hábleme de esos gigolós.
– Esta palabra no correcta aquí. Mejor, amantes.
– Pues hábleme de esos amantes.
– ¿La sorprende?
– La verdad, mucho. Pensé que aquí el turismo venía a otra cosa, y desde luego nada de mujeres ansiosas de marcha.
– ¿Marcha?
– Ganas de pasarlo bien -se lo aclaró.
– Aqaba es algo aislado. Diferente. Muchas mujeres vienen, solas, solteras, viudas, divorciadas o casadas aburridas. En Aqaba muchos jóvenes atractivos. Ellas buscan cariño y amor, juventud perdida. Ellos buscan dinero, buena ropa, amistad y posibilidad de enamorar a turista y marcharse en busca de mundo mejor. Jordano buen amante.
Lo dijo sin falsa modestia.
– ¿Cuánto hace que dura esto?
– Mucho.
– ¿Y el gobierno…?
– Turismo trae divisas. Bueno para el país. Aqaba lejos de capital. Mucha discreción.
– ¿Cuántos amantes llamados Hamid puede haber en Aqaba?
– No desanime -Resh puso cara de respeto-. Dos días aquí y ya sigue buena pista de Amina.
– Con dinero es fácil -apuró su copa de vino.
– ¿No importa dinero?
– No.
– Porque tiene.
Se sintió mal por haber dado aquella respuesta tan categórica.
Resh suavizó su comentario.
– ¿Puedo hacer pregunta?
– Adelante.
– ¿Georgina Mir tiene hombre?
– Sí -concedió.
– ¿Por qué él no aquí? ¿No conoce secreto? ¿Por qué no estaba David allí, con ella?
– Conoce el secreto, pero está en Barcelona.
– Yo indiscreto. Disculpe.
Joa se encogió de hombros. Se dio cuenta de que ella ni siquiera le había preguntado a su guía si tenía familia. Una falta de sensibilidad. Pero lo que menos deseaba era mantener ahora una conversación trivial sobre el tema, o que Resh le mostrara fotografías de media docena de niños. Al otro lado de los cristales del pequeño restaurante turístico la noche era muy plácida. Un pequeño televisor situado sobre la barra rompía el silencio mientras hablaba del tema de moda: el cambio climático cada vez más acelerado y descontrolado. Las opiniones de los expertos eran progresivamente más encontradas. En la pantalla un científico canadiense llamado Cavanaugh afirmaba que la Tierra podía cambiar su eje de rotación en unos meses. No años. Meses. Y que con ello toda la vida en el planeta quedaría alterada. Adiós a los Polos. Adiós al equilibrio. El planeta necesitaría readaptarse, crear nuevos sistemas, readecuar las corrientes marinas, las estaciones… Joa se estremeció.
Habían hablado precisamente de eso en Yucatán. Los mayas habían anunciado el fin de la humanidad, pero no como extinción, sino como cambio, la necesidad de readaptación, la obligatoriedad de asumir un nuevo papel en la evolución. Reciclarse o morir. Subir el listón del ser humano y situarlo en otra esfera más solidaria y vinculante de cara al futuro o desaparecer como raza. Tomar conciencia del punto de inflexión o sucumbir. La llegada de la nave fue el punto culminante de todo ello.
Pero nadie, salvo unos pocos, sabían ese detalle.
Y en aquellos meses todo se estaba acelerando.
– Alarmistas -desgranó Resh Abderrahim al darse cuenta de que ella estaba atenta al documental.
– Cavanaugh no es un alarmista -lo defendió Joa.
El científico daba arduas explicaciones para sustentar sus teorías. Hablaba de las corrientes marinas principalmente, pero también del Sol, de sus explosiones, de la energía que…
A alguien más no le gustó lo que decía, porque un camarero cambió de canal y una película árabe sustituyó la imagen internacional.
Joa acabó de cenar. Su compañero la dejó sola con su silencio. Compartieron algunas pocas palabras más y luego se retiraron.
Ella entró en su habitación de hotel llena de deseos de telefonear a David aprovechando la diferencia horaria. En España era más temprano. Pero cuando tuvo el móvil en la mano ni siquiera lo intentó. Un súbito desfallecimiento la hizo caer en la cama. ¿Qué le contaba, que había recorrido Petra cumpliendo uno de sus sueños? ¿Que seguía tras la pista de Amina rumbo a la sorprendente Aqaba? ¿Que si daba con esa joven ni siquiera sabría qué hacer, salvo tratar de convencerla de que siguieran juntas y regresar a Egipto en busca de la puerta que las comunicara con sus antepasados extraterrestres?
¿Y por qué la llamaba su hermana? ¿Su madre y la de Amina lo eran? ¿Hermanas? Quizá las hubiesen fabricado en un laboratorio. Cobayas soltados en la Tierra como experimento.
No quería sentirse derrotista, ni triste. Una llamada y David estaría a su lado en veinticuatro horas. Pero primero Amina. Después…
Cuando despertó, ocho horas más tarde, seguía vestida sobre la cama, con el móvil a un lado.
Se duchó, se cambió de ropa y bajó a desayunar.
Resh Abderrahim ya la esperaba para continuar el viaje hasta Aqaba.