Ya estaba despierta, aunque se sentía incapaz de levantarse de la cama, cuando sonó el móvil. Pensó en Esther. Hacía mucho que no la llamaba. Pero su mejor amiga debía de haberse cansado ya de ella, de sus silencios y de su ausencia. Al asomarse a la pantallita vio el número de David y suspiró.
– Hola, cielo -mantuvo ese mismo suspiro al pronunciar sus primeras dos palabras.
– ¿Te he despertado?
– No, pero estaba en la cama. Me he acostado tarde.
– ¿De farra?
– Sí -musitó con falsa socarronería.
– Tengo una noticia.
– ¿Buena o mala?
– No sabría decirte. Nicolás Mayoral ha muerto. El juez que la había perseguido en Yucatán. No sintió ninguna piedad, aunque sí curiosidad. Estaba muriendo demasiada gente.
– ¿Cómo ha sido?
– Un infarto.
Quizá le hubiese pasado factura todo lo ocurrido el diciembre pasado.
– ¿Cómo lo has sabido?
– Me llamaron para contármelo. Vieron la esquela. Sabes que era una persona poderosa.
Mesuró la información y el silencio se hizo demasiado largo. Lo rompió David.
– ¿Cómo estás?
– No estoy muy segura.
– ¿Por qué?
Si callaba y le pasaba algo, David no sabría nada, ni por dónde empezar. Si se lo decía, era capaz de coger el primer avión.
Y temía por él.
Al fin se decidió.
– David, Gonzalo Nieto encontró un símbolo en la tumba que inspeccionan que le llamó la atención. Es una extraña cruz enmarcada por la imagen de unos dioses relacionados con las estrellas. No habría sido nada especial, tal vez, de no ser porque hay otra cruz igual en una de las columnas del templo de Karnak, en Luxor. Así que fui a verla y también está dentro de unas pinturas y relieves que guardan relación con el Sol, la vida, el aliento de la creación… Mientras estaba en Karnak un hombre me atacó tras gritarme algo así como «ojos impuros no pueden ver ni tocar la cruz del Nilo», en palabras de un guía que me ayudó.
– ¿Te hizo daño?
– No, no fue nada, creo que sólo pretendía asustarme -le ocultó la verdad-, pero era un Defensor de los Dioses. Llevaba un tatuaje de un gato.
– Así que existen realmente.
– Sí. No creo que de pronto un grupo de locos haya decidido recuperar su memoria.
– Si mataron a Gonzalo Nieto porque encontró esa cruz del Nilo…
– Tranquilo, ¿vale?
– ¿Cómo quieres que lo esté?
– Me voy a ir de Egipto y ya está.
– Menos mal. ¿Cuándo?
– Espera que todavía no he terminado.
– ¿Hay más?
– Gonzalo Nieto había conocido a una mujer, joven y atractiva, y al parecer había sucumbido a ella.
– ¿No me digas que la has visto? ¿Sabe algo?
– Pertenecía a la secta. Llevaba otro tatuaje, como el del hombre. Otra militante de base.
– ¿Así que le tendieron una trampa?
– La más antigua del mundo. Un solitario, entregado a su trabajo, que pierde la cabeza por una mujer joven y excitante. ¿Qué más quieres?
– ¿Y tú crees que se la tendieron por…?
– Por la cruz del Nilo, está claro. Alguien supo que él se interesaba por ella. Me dijeron sus compañeros que había ido al Museo Egipcio de El Cairo a investigar. Para estar cerca de sus descubrimientos, le colocaron el cebo perfecto.
– ¿Y esa mujer…?
– Lamentablemente no me dijo nada.
– ¿Por qué?
– Se mató.
– ¿Cómo que se mató?
– Ayer, al verme, echó a correr y se tiró por un muro. El silencio se hizo opresivo.
– Joa, esto no me gusta nada. ¿Se suicidó? Ésos son fanáticos…
– Protegen la puerta, David. ¡Lo sé! Existe, en alguna parte. Una puerta para hablar con las estrellas. Por desgracia sólo tengo esa cruz como pista.
– ¿Crees que esa secta ha perdurado a través de los siglos… cuidando la herencia de los primeros visitantes y los lugares que ellos consideran santos?
– Sí.
– Suena demasiado fantástico, Joa.
– Si pudiera decirles que yo soy una de ellos…
– ¿Estás loca?
– Podría demostrárselo.
– ¡Han matado a un hombre, y una mujer se ha suicidado al verse descubierta! ¡Ni siquiera sabes dónde están, no tienes pistas!
– Quizá: Orion.
– ¿Orion? -percibió el estremecimiento de David.
– Toda la necrópolis menfita, la que pertenece a la IV Dinastía, la más misteriosa de la Antigüedad, es una copia terrenal de la constelación de Orion.
– ¿Y eso qué significa?
– Siempre se ha dicho que si hubiera extraterrestres posiblemente procederían de ahí.
– Así que los egipcios recrearon Orion en la Tierra y construyeron sus pirámides basándose en ello.
– Exacto.
– ¿Por qué justamente esa puerta, como la has llamado, no ha sido descubierta ya, como las pirámides?
– Sabes perfectamente que puede existir mucha más historia enterrada bajo el suelo de Egipto de la que se ve sobre él. Y los Defensores de los Dioses deben de haber cuidado mucho de que lo principal no se conozca. La cruz del Nilo ha de ser la clave, una referencia, quizá el punto concreto situado en un mapa.
– Entonces la respuesta está… en el cielo.
– Orion y Sirio.
– ¿Por qué Sirio?
– Es la estrella más brillante y tuvo mucha influencia en la vida de los egipcios. Se halla en la constelación de Can Mayor. La veneraban porque anunciaba las crecidas del Nilo y las buenas cosechas. Muchos templos se construyeron de manera que la luz de Sirio iluminara las cámaras interiores. ¿Sabes por qué se llama «canícula» al verano? Pues porque es la época más calurosa y coincide con la salida helíaca de Sirio en Can Mayor. Y no es sólo que los egipcios la veneraran, sino que también lo hicieron los dogones en Mali, al otro extremo de África. Ese pueblo, que aún vive de forma primitiva, afirma que proviene de Sirio, que los visitantes de las estrellas llegaron de allí. Sus paredes tribales están llenas de dibujos significativos. Lo más extraordinario es que ellos ya sabían cosas que tardaron cientos, miles de años en demostrarse, porque hasta 1862 no se descubrió que en realidad son dos estrellas que viajan juntas, unidas entre sí por una fuerza de gravedad mutua y describiendo una trayectoria en forma de espiral, cosa que los dogones ya conocían. ¿Cómo? Se ignora, aunque últimamente se haya dicho que fueron misioneros franceses los que les contaron eso.
– El mundo sigue dividido entre los realistas, los que se basan en la ciencia, y los fantasiosos, los que le sacan punta a todo.
– Y nosotros sabemos la verdad.
– Joa.
– ¿Qué?
– ¿Cuándo vuelves? Antes has dicho que todavía no habías terminado.
– Hoy iré al museo, a ver si alguien recuerda al profesor y sabe qué estaba examinando allí.
– ¡Eso es tanto como delatarte!
– No les daré tiempo, no temas. Y además ya saben que existo. Pero yo no soy como Gonzalo Nieto. No te olvides de mis poderes. Una vez investigado eso me iré a Jordania.
La voz de David iba de sorpresa en sorpresa.
– ¿Vas a ir… a por la niña jordana?
– Primero ella, sí. Es la más cercana. Luego, a la India.
– ¿Por qué?
– Mi instinto me dice que nos necesitamos, que las tres juntas podemos conseguirlo.
– Joa, tus padres prometieron volver. Espéralos.
– No pienso esperar. Si existe esa puerta o método para comunicarme con ellos, quiero encontrarlo ahora. El tiempo no se mide igual aquí que en el espacio, ¿lo olvidas?
– Tu madre es consciente de eso.
– David, ya lo hemos discutido otras veces, ¿vale? -se revistió de cansancio-. No quiero quedarme sentada, cruzada de brazos, fingir que sigo una vida corriente, olvidarme de ello sólo porque parece imposible. Y no me digas que te tengo a ti. ¡Ya sé que te tengo a ti! Pero no quiero abrazarme a esa felicidad porque con el tiempo sé que no me bastaría.
– Déjame entonces que venga contigo.
– Te dije que te llamaría si te necesitaba, y aún no es el momento.
– A veces pienso que me apartas de ti.
– No seas bobo. De hecho ya te necesito.
– ¿Qué quieres que haga?
– Cuando llegue a Ammán, ¿a quién puedo ver?
– El hombre que cuidaba a la hija de las tormentas que nació en Jordania se llama Resh, Resh Abderrahim. Luego se ocupó de su hija. Por lo que sé, es un buen tipo. Pero Joa, ¿te imaginas a una hija de las tormentas en Jordania? ¿Y ahora a su hija adolescente sola?
– Un país árabe en el que la mujer está supeditada al hombre.
– Tú lo has dicho. ¿Y vas a ir tú tan campante a hacer preguntas? ¿Crees que alguien te las responderá?
– Con dinero todo el mundo es muy comunicativo, ya lo sabes.
– Pues llévate bastante por si acaso.
Joa se sentó en la cama. La mañana al otro lado de la terraza de su suite era muy hermosa. Llevaba mucho hablando con él.
– David, ni siquiera sé una cosa que ahora mismo me parece increíble.
– ¿Qué es?
– ¿Cómo se llaman ellas, mis dos… digamos hermanastras, por llamarlas de alguna forma? Nunca te lo he preguntado.
– Amina Anwar es la jordana. Acaba de cumplir quince años. Indira Pradesh es la india, tiene veintidós. Volveré a llamarte hoy o mañana, cuando tenga todos los datos.
– Prefiero hacerlo yo.
Quedaba la despedida, siempre lo más duro. Aunque hablasen cada día tres veces sabían que todas eran difíciles porque necesitaban palabras que no estaban siquiera escritas.
Joa cerró los ojos.
– David, prométeme que esperarás a que te llame y no vendrás sin más.
– Prométeme tú que te cuidarás. Su tono estaba revestido de dolor.