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Tardo en dormirse pese a la necesidad de madrugar, y cuando lo hizo, no logró evitar una larga serie de pesadillas absurdas. Árabes con dagas persiguiéndola, el coronel Hank Travis secuestrándola, David buscándola sin encontrarla, sus padres regresando a la Tierra como si no hubiera pasado nada… Incluso apareció su abuela, o mejor dicho, ella la visitaba en las tierras de los huicholes, y viajaba de nuevo a lomos del peyote. Al despertar, de manera abrupta, faltaban menos de quince minutos para salir hacia el aeropuerto.

Se duchó, se vistió, metió un par de mudas y ropa en una bolsa y pasó por el restaurante para llevarse algo de comida a modo de desayuno, frutas, pan, queso y chocolate. Bebió una naranjada a la carrera y poco más. Se metió de cabeza en un taxi y le pidió al conductor que la llevara al aeropuerto lo más rápido posible. Era un muchacho joven, así que quiso impresionarla.

Se zampó parte de lo que se había llevado allí mismo, aprovechando el largo trayecto. Incluso le ofreció fruta al taxista.

Llegó al aeropuerto de El Cairo cinco minutos antes de las siete de la mañana, un récord. Carlos Nieto tardó otros cinco minutos en hacer acto de presencia. Se besaron en la mejilla y pasaron por facturación. Ninguno de los dos llevaba maleta, sólo equipaje de mano. El control de seguridad fue mucho más largo y espinoso. Les registraron el equipaje de mano con una minuciosa y exhaustiva parsimonia policial, mirándolos de tanto en tanto para descubrir en ellos posibles rasgos de culpabilidad que los delataran por algo. La breve espera para tomar el vuelo la hicieron en una salita abarrotada de turistas. No todos escogían la placidez del Nilo para viajar por el país, desde Assuán hasta El Cairo o, por lo menos, hasta Qena, pasando por Karnak y Luxor. El ambiente era ruidoso, sobre todo por la presencia de un grupo de italianos.

No intercambió muchas palabras con el hijo de Gonzalo Nieto hasta ese momento.

– ¿Estás bien? -quiso saber él.

– Eso debería preguntártelo yo. Era tu padre -repuso Joa.

Su compañero se encogió de hombros.

– Era difícil, ¿no? -lo comprendió ella.

– Para los demás, todos los padres son maravillosos, sobre todo si destacan en algo. Para uno mismo siempre hay otra vara de medir. Yo estuve con él en el día a día. Bueno, cuando estaba, claro, porque siempre había una excavación pendiente o algo más importante y urgente que nosotros. Creo que mi madre se consumió, se apagó, detenida en la esquina de su vida, y tardé mucho en perdonarle por ello. Admiro su intelecto, su capacidad, la forma en que se entregó siempre a su pasión. Pero no puedo aplaudirle ni celebrar sus éxitos porque ellos iban en detrimento de nuestra felicidad -la miró con fijeza-. ¿El tuyo no fue así?

– En parte sí, pero yo tuve una buena relación con él. Me sentía orgullosa de su trabajo, y cuando regresaba y me contaba lo que había hecho, encontrado o visto… Yo siempre anhelaba ir con él.

– ¿Te llevó?

– A veces sí, en viajes cortos, o en verano.

– Tuviste suerte.

– ¿Tú crees? -su sonrisa fue cansina.

– Yo intenté seguir sus pasos, apasionarme por la arqueología, pero me quedé a medias. Por más que me esforzaba…, me faltaba algo. Y ahí se quebró el único hilo que nos habría unido a ambos. Me quedé en la superficie, tengo conocimientos, he leído, he viajado, pero he acabado siendo la oveja negra.

– No digas eso.

– Tengo una agencia de viajes, Georgina. A eso ha quedado reducida mi posible vocación por la historia o el mundo en general. Hace tres meses rompí con mi pareja y me quedé solo. Ahora esto. Quiero ir al Valle de los Reyes, recoger las cosas de mi padre y regresar a España con su cuerpo lo antes posible. Todo esto… -hizo un gesto de impotencia abarcando el mundo en general-. Lo único bueno es estar contigo. Te has convertido en una mujer preciosa.

– Gracias -se puso roja.

– ¿Tienes a alguien?

– Sí.

– ¿Dónde está?

– En Barcelona. Es profesor.

Carlos Nieto pareció hundirse un poco más, como si una puerta entreabierta apenas levemente se hubiera cerrado de nuevo. Por alguna razón inexplicable, Joa sintió lástima de él. Recién separado. Sin un lugar en el mundo. Sin olvidar a su madre muerta años atrás y a su padre muerto ahora.

Al menos tenía tumbas a las que llevar flores. Los suyos estaban vivos, en algún lugar de la galaxia.

Alucinante.

– ¿De verdad no tienes ni idea de lo que sucedió con tu madre ni con tu padre?

De nuevo la asaltó la duda de si contárselo o no.

Quería que Carlos entendiera por qué estaba allí, por qué Gonzalo Nieto la había llamado y por qué estaba muerto.

Y no se atrevía.

– No -mintió una vez más-. Es un misterio.

– Por lo visto, mi padre sí sabía algo -bajó la cabeza con aire de derrota.

Joa puso su mano derecha sobre las suyas y se las presionó.

Ya no hubo más, porque llamaron a los pasajeros para el embarque. Subieron disciplinadamente al avión, ocuparon sus asientos y en unos minutos el aparato alzó el vuelo. No era ni grande ni moderno. Dejaba mucho que desear. Pero el día era plácido, sin nubes en el cielo y con una visibilidad ilimitada. Apoyada en el cristal de la ventanilla Joa vio cómo alcanzaban el Nilo por el sur de El Cairo y, con él a su derecha, oteó el milenario paisaje que durante siglos fue la cuna de una civilización.

Había resuelto el enigma maya.

¿Con qué iba a encontrarse ahora allí?

En el espacio delantero, junto a la inevitable bolsa para los mareos y un plástico con las normas de seguridad del avión, encontró una revista usada y vieja. La tomó maquinalmente y nada más abrirla se encontró con un mapa del norte de Egipto, desde Alejandría y El Cairo hasta Luxor, Karnak y el Valle de los Reyes. Lo observó con curiosidad.

– Joa -capturó su atención Carlos Nieto.

– ¿Sí?

– Si en la tumba que estaban excavando mi padre vio algo…, no tiene mucho sentido que le mataran, ¿verdad? También debieron de verlo sus compañeros. Y tú vas a verlo ahora.

Era uno más de los muchos interrogantes que la asaltaban.

No sabía si el más esencial o no.

Salvo que sólo ella pudiera interpretarlo.

Se escudó en su silencio y volvió a apoyar la frente en la ventanilla.

No volvieron a hablar hasta su llegada a Luxor, con el Valle de los Reyes al otro lado del Nilo.

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