El cuerpo desnudo de Clara yacia sobre sabanas blancas que brillaban como seda lavada. Las manos del maestro Neri se deslizaban sobre sus labios, su cuello y su pecho. Sus ojos blancos se alzaban hacia el techo, estremeciendose bajo las embestidas con que el profesor de musica la penetraba entre sus muslos palidos y temblorosos. Las mismas manos que habian leido mi rostro seis anos atras en las tinieblas del Ateneo aferraban ahora las nalgas del maestro, relucientes de sudor, clavandole las unas y guiandole hacia sus entranas con un ansia animal, desesperada. Senti que me faltaba el aire. Debi de permanecer alli, paralizado, observandolos por espacio de casi medio minuto, hasta que la mirada de Neri, incredula al principio, encendida de ira despues, reparo en mi presencia. Jadeando todavia, atonito, se detuvo. Clara le aferro sin comprender, restregando su cuerpo contra el suyo, lamiendole el cuello.
- ?Que pasa? -gimio-. ?Por que te paras?
Los ojos de Adrian Neri ardian de furia.
- Nada -murmuro-. Ahora vuelvo.
Neri se incorporo y se lanzo hacia mi como un obus, apretando los punos. Ni le vi venir. No podia apartar los ojos de Clara, envuelta en sudor, sin aliento, las costillas dibujandose bajo su piel y los pechos temblando de anhelo. El profesor de musica me agarro del cuello y me arrastro afuera de la habitacion. Senti que mis pies apenas rozaban el suelo, y por mucho que lo intente no pude zafarme de la presa de Neri, que me llevaba como un fardo a traves del invernadero
- El alma te voy a romper yo a ti, desgraciado -mascullaba entre dientes.
Me llevo a rastras hasta la puerta del piso y una vez alli la abrio y me lanzo con fuerza al rellano. El libro de Carax se me habia caido de las manos. Lo recogio y me lo tiro a la cara con rabia.
- Si te vuelvo a ver por aqui, o me entero de que te has acercado a Clara en la calle, te juro que te envio al hospital de la paliza que te doy, sin importarme una mierda la edad que tengas -dijo friamente-. ?Estamos?
Me incorpore trabajosamente, y descubri que en el forcejeo Neri me habia desgarrado la chaqueta y el orgullo.
- ?Como has entrado?
No conteste. Neri suspiro, sacudiendo la cabeza.
- Venga, dame las llaves -espeto Neri, conteniendo su furia.
- ?Que llaves?
De la bofetada que me propino, me cai al suelo. Me levante con sangre en la boca y un silbido en el oido izquierdo que me taladraba la cabeza como el silbato de un urbano. Me palpe la cara y senti el corte que me habia partido los labios ardiendo bajo los dedos. Un anillo de sello brillaba en el dedo anular del profesor de musica, ensangrentado.
- Las llaves, te he dicho.
- Vayase usted a la mierda -escupi.
No vi venir el punetazo. Tan solo senti como si un martillo pilon me hubiese arrancado el estomago de cuajo. Me doble en dos como un titere roto, sin respiracion, tambaleandome contra la pared. Neri me agarro de un tiron por el pelo y hurgo en mis bolsillos hasta dar con las llaves. Me deslice hasta el suelo, sujetandome el estomago, lloriqueando de agonia, o de rabia.
- Digale a Clara que...
Me cerro la puerta en las narices, y quede en la oscuridad absoluta. Busque el libro a tientas en la negrura. Lo encontre y me deslice con el escaleras abajo, apoyandome contra los muros, jadeando. Sali al exterior escupiendo sangre y respirando por la boca a borbotones. El frio y el viento me cineron las ropas empapadas, mordientes. El corte en la cara me quemaba.
- ?Esta usted bien? -pregunto una voz en la sombra.
Era el mendigo al que habia negado mi ayuda un rato antes. Asenti, evitando su mirada, avergonzado. Eche a andar.
- Espere un poco, al menos hasta que amaine la lluvia -sugirio el mendigo.
Me tomo del brazo y me guio hasta un rincon bajo los arcos donde guardaba un fardo y una bolsa con ropa vieja y sucia.
- Tengo un poco de vino. No es malo. Beba un poco. Le ira bien para entrar en calor. Y para desinfectar eso...
Bebi un trago de la botella que me ofrecia. Sabia a gasoil esclarecido con vinagre, pero su calor me calmo el estomago y los nervios. Unas gotas me salpicaron la herida y vi estrellas en la noche mas negra de mi vida.
- Bueno, ?eh? -Sonrio el mendigo-. Hala, echele un traguillo mas, que esto levanta a los muertos.
- No, gracias. Para usted -musite.
El mendigo bebio un largo trago. Le observe detenidamente. Parecia un contable gris de ministerio que no se hubiese cambiado de traje en quince anos. Me ofrecio su mano y la estreche.
- Fermin Romero de Torres, cesante. Mucho gusto en conocerle.
- Daniel Sempere, tonto de remate. El gusto es mio.
- No se venda barato, que en noches asi todo se ve peor de lo que es. Ahi donde me ve, yo soy un optimista nato. No me cabe la menor duda de que el regimen tiene los dias contados. Segun todos los indicios, los americanos nos van a invadir el dia menos pensado y a Franco le pondran un puesto de chufas en Melilla. Y yo recuperare el puesto, la reputacion y la honra perdida.
- ?A que se dedicaba usted?
- Servicio de inteligencia. Alto espionaje -dijo Fermin Romero de Torres-. Solo le dire que yo era el hombre de Macia en La Habana.
Asenti. Otro loco. La noche de Barcelona los coleccionaba a punados. Y a los idiotas como yo, tambien.
- Oiga, ese corte tiene mala pinta. Le han zurrado a base de bien, ?eh?
Me lleve los dedos a la boca. Sangraba todavia.
- ?Asunto de faldas? -inquirio-. Se lo podia haber usted ahorrado. Las mujeres de este pais, se lo digo yo que he visto mundo, son unas mojigatas y unas frigidas. Asi como suena. Me acuerdo yo de una mulatita que deje en Cuba. Oigame, otro mundo, ?eh?, otro mundo. Y es que la hembra caribena se te arrima al cuerpo con ese ritmo isleno y te susurra "ay, papito, dame plaser, dame plaser", y un hombre de verdad, con sangre en las venas, que le voy yo a contar...
Me parecio que Fermin Romero de Torres, o cualquiera que fuese su verdadero nombre, anhelaba la anodina conversacion casi tanto como un bano caliente, un plato de lentejas con chorizo y una muda limpia. Le di cuerda durante un rato, esperando a que se me calmase el dolor. No me costo gran esfuerzo, porque aquel hombrecillo solo necesitaba algun asentimiento puntual y alguien que hiciese como que le escuchaba. Estaba el mendigo por relatarme los pormenores y tecnicismos de un plan secreto para secuestrar a dona Carmen Polo de Franco cuando adverti que ya llovia con menos fuerza y que la tormenta parecia alejarse lentamente hacia el norte.
- Se me hace tarde -murmure, incorporandome.
Fermin Romero de Torres asintio con cierta tristeza y me ayudo a levantarme, haciendo como que me quitaba el polvo de la ropa empapada.
- Otro dia sera, entonces -dijo, resignado-. A mi es que me pierde la boca. Empiezo a hablar y... oiga, de lo del secuestro, que quede entre usted y yo, ?eh?
- No se preocupe. Soy una tumba. Y gracias por el vino.
Me aleje hacia las Ramblas. Me detuve en el umbral de la plaza y volvi la vista hacia el piso de los Barcelo. Las ventanas permanecian oscuras, llorando de lluvia. Quise odiar a Clara, pero fui incapaz. Odiar de veras es un talento que se aprende con los anos.
Me jure que no volveria a verla, que no volveria a mencionar su nombre, o a recordar el tiempo que habia perdido a su lado. Por alguna extrana razon, me senti en paz. La ira que me habia sacado de casa se habia evaporado. Temi que volviese, y con sana renovada, al dia siguiente. Temi que los celos y la verguenza me consumiesen lentamente una vez las piezas de cuanto habia vivido aquella noche cayesen por su propio peso. Faltaban varias horas para el alba y todavia me quedaba una cosa que hacer antes de poder volver a casa con la conciencia limpia.
La calle Arco del Teatro seguia alli, apenas una brecha de penumbra. Un riachuelo de agua negra se habia formado en el centro del callejon y se adentraba en procesion funeraria hacia el corazon del Raval. Reconoci el viejo porton de madera y la fachada barroca a la que me habia conducido mi padre un amanecer seis anos atras. Ascendi los peldanos y me resguarde de la lluvia bajo la arcada del portal que olia a orines y a madera podrida. El Cementerio de los Libros Olvidados olia mas a muerto que nunca. No recordaba que el picaporte era un rostro de diablillo. Lo asi por los cuernos y golpee tres veces la puerta. El eco cavernoso se esparcio en el interior. Al rato volvi a llamar, seis golpes esta vez, mas fuertes, hasta que me dolio el puno. Pasaron otros tantos minutos y empece a pensar que no debia de haber ya nadie en aquel lugar. Me acurruque contra la puerta y saque el libro de Carax del interior de la chaqueta. Lo abri y lei de nuevo aquella primera frase que me habia capturado anos atras.
Aquel verano llovio todos los dias, y aunque muchos decian que era castigo de Dios porque habian abierto en el pueblo un casino junto a la iglesia, yo sabia que la culpa era mia y solo mia porque habia aprendido a mentir y guardaba todavia en los labios las ultimas palabras de mi madre en su lecho de muerte: nunca quise al hombre con quien me case, sino a otro que me dijeron que habia muerto en la guerra; buscale y dile que mori pensando en el, porque el es tu verdadero padre.
Sonrei, recordando aquella primera noche de lectura febril seis anos atras. Cerre el libro y me dispuse a llamar por tercera y ultima vez. Antes de que pudiera rozar con los dedos el picaporte, el porton se abrio lo suficiente para insinuar el perfil del guardian portando un candil de aceite.
- Buenas noches -musite-. Isaac, ?verdad?
El guardian me observo sin pestanear. El reluz del candil esculpia sus rasgos angulosos en ambar y escarlata, y le conferia una inequivoca semejanza con el diablillo del picaporte.
- Usted es Sempere hijo -murmuro con voz cansina.
- Tiene usted una excelente memoria.
- Y usted un sentido de la oportunidad que da asco. ?Sabe que hora es?
Su mirada acerada ya habia detectado el libro bajo mi chaqueta. Isaac hizo un gesto inquisitivo con la cabeza. Extraje el libro y se lo mostre.
- Carax -dijo-. Debe de haber diez personas como mucho en esta ciudad que sepan quien es o que hayan leido ese libro.
- Pues una de ellas anda empenada en prenderle fuego. No se me ocurre mejor escondite que este.
- Esto es un cementerio, no una caja fuerte.
- Precisamente. Lo que este libro necesita es que lo entierren donde nadie pueda encontrarlo.
Isaac lanzo una mirada recelosa hacia el callejon. Abrio un poco la puerta y me hizo senas para que me colase dentro. El vestibulo oscuro e insondable olia a cera quemada y a humedad. Se podia oir un goteo intermitente en la oscuridad. Isaac me tendio el candil para que lo sostuviese mientras el extraia de su abrigo un manojo de llaves que hubiera sido la envidia de un carcelero. Conjurando alguna ciencia ignota, acerto cual era la que buscaba y la introdujo en un cerrojo protegido por una carcasa de cristal repleta de reles y ruedas dentadas que sugeria una caja de musica a escala industrial. A una vuelta de muneca, el mecanismo chasqueo como las entranas de un automata y vi las palancas y los fulcros deslizarse en un ballet mecanico asombroso hasta trabar el porton con una arana de barras de acero que se hundio en una estrella de orificios en los muros de piedra.
- Ni el Banco de Espana -comente impresionado-. Parece algo sacado de Julio Verne.
- Kafka -matizo Isaac, recuperando el candil y encaminandose hacia las profundidades del edificio-. El dia que comprenda usted que el negocio de los libros es miseria y compania y decida aprender a robar un banco, o a crear uno, que viene a ser lo mismo, venga a verme y le explicare cuatro cosas sobre cerrojos.
Lo segui a traves de los corredores que recordaba con frescos de angeles y quimeras. Isaac sostenia el candil en alto, proyectando una burbuja intermitente de luz rojiza y evanescente. Cojeaba vagamente, y el abrigo de franela deshilachado que vestia semejaba un manto funebre. Se me ocurrio que aquel individuo, a medio camino entre Caronte y el bibliotecario de Alejandria, se sentiria a gusto en las paginas de Julian Carax.
- ?Sabe usted algo de Carax? -pregunte.
Isaac se detuvo al final de una galeria y me miro, indiferente.
- No mucho. Lo que me contaron.
- ?Quien?
- Alguien que le conocio bien, o eso creia.
Me dio el corazon un vuelco.
- ?Cuando fue eso?
- Cuando aun me peinaba. Usted debia de andar en panales, y no parece que haya evolucionado mucho, la verdad. Mirese: esta usted temblando -dijo.
- Es por la ropa mojada, y el frio que hace aqui dentro.
- Otro dia me avisa y enciendo la calefaccion central para recibirle en volandas, capullito de aleli. Venga, sigame. Aqui esta mi oficina, que tiene estufa y algo que echarle a usted encima mientras le secamos la ropa. Y algo de mercurocromo y agua oxigenada tampoco le irian mal, que me trae un careto que parece salido de la comisaria de Via Layetana.
- No se moleste, de verdad.
- No me molesto. Lo hago por mi, no por usted. Pasada esa puerta, yo pongo las reglas y aqui los unicos muertos son los libros. A ver si me va usted a pillar una neumonia y tengo que llamar a los del deposito. Ya nos encargaremos del libro ese mas tarde. En treinta y ocho anos todavia no he visto ninguno que echase a correr.
- No sabe como se lo agradezco...
- Sin pamplinas. Si le he dejado pasar, es por respeto al padre de usted, de lo contrario le hubiese dejado en la calle. Haga el favor de seguirme. Y si se comporta, a lo mejor le cuento lo que se de su amigo Julian Carax
De refilon, cuando creyo que no podia verle, adverti que se le escapaba una sonrisa de pillo redomado. Isaac estaba claramente disfrutando de su papel de siniestro cancerbero. Yo tambien sonrei para mis adentros. Ya no me cabia la menor duda de a quien pertenecia el rostro del diablillo del picaporte.