20

Nuria Monfort vivia en sombras. Un angosto pasillo conducia a un comedor que hacia las veces de cocina, biblioteca y oficina. De camino pude entrever un dormitorio modesto, sin ventanas. Aquello era todo. El resto de la vivienda se reducia a un bano minusculo, sin ducha ni pica, por el que penetraban toda suerte de aromas, desde los olores de las cocinas del bar de abajo al aliento de canerias y tuberias que rondaban el siglo. Aquella casa yacia en perpetua penumbra, un balcon de oscuridades sostenido entre muros despintados. Olia a tabaco negro, a frio y a ausencias. Nuria Monfort me observaba mientras yo fingia no reparar en lo precario de su vivienda.

- Bajo a la calle a leer porque en el piso apenas hay luz -dijo-. Mi marido ha prometido regalarme un flexo cuando vuelva a casa.

- ?Esta su esposo de viaje?

- Miquel esta en la carcel.

- Disculpe, no sabia...

- No tenia usted por que saberlo. No me averguenza decirselo, porque mi marido no es un criminal. Esta ultima vez se lo llevaron por imprimir octavillas para el sindicato de metalurgia. De eso hace ya dos anos. Los vecinos creen que esta en America, de viaje. Mi padre tampoco lo sabe, y no me gustaria que se enterase.

- Quede tranquila. Por mi no habra de saberlo -dije.

Se tramo un silencio tenso y supuse que ella veia en mi a un espia de Isaac.

- Debe de ser duro sacar adelante la casa, sola -dije tontamente, por llenar aquel vacio.

- No es facil. Saco lo que puedo con las traducciones, pero con un marido en prision no da para mucho. Los abogados me han desangrado y estoy de deudas hasta el cuello. Traducir da casi tan poco como escribir.

Me observo como si esperase alguna respuesta. Me limite a sonreir docilmente.

- ?Traduce usted libros?

- Ya no. Ahora he empezado a traducir impresos, contratos y documentos de aduanas, porque se paga mucho mejor. Traducir literatura da una miseria, aunque algo mas que escribirla, la verdad. La comunidad de vecinos ya ha intentado echarme un par de veces. Lo de menos es que me retrase en los pagos de los gastos de la comunidad. Imaginese usted, hablando idiomas y llevando pantalones. Mas de uno me acusa de tener en este piso una casa de citas. Otro gallo me cantaria...

Confie en que la penumbra ocultase mi sonrojo.

- Perdone. No se por que le cuento todo esto. Le estoy avergonzando.

- Es culpa mia. Yo he preguntado.

Se rio, nerviosa. La soledad que desprendia aquella mujer quemaba.

- Se parece usted un poco a Julian -dijo de repente-. En la manera de mirar y en los gestos. El hacia como usted. Se quedaba callado, mirandote sin que pudieses saber lo que pensaba, y una iba y como una tonta le contaba cosas que mas valdria callarse... ?puedo ofrecerle algo?, ?cafe con leche?

- Nada, gracias. No se moleste.

- No es molestia. Iba a hacerme uno para mi.

Algo me hizo sospechar que aquel cafe con leche era toda su comida del mediodia. Decline de nuevo la invitacion y la vi retirarse hasta un rincon del comedor donde habia un hornillo electrico.

- Pongase comodo -dijo, dandome la espalda.

Mire a mi alrededor y me pregunte como. Nuria Monfort tenia su despacho en un escritorio que ocupaba la esquina junto al balcon. Una maquina de escribir Underwood reposaba junto a un quinque y una estanteria repleta de diccionarios y manuales. No habia fotos de familia, pero la pared frente al escritorio estaba recubierta de tarjetas postales, todas ellas estampas de un puente que recordaba haber visto en algun sitio pero que no pude identificar, quiza Paris o Roma. Al pie de este mural, el escritorio respiraba una pulcritud y una meticulosidad casi obsesiva. Los lapices estaban afilados y alineados a la perfeccion. Los papeles y carpetas estaban ordenados y dispuestos en tres hileras simetricas. Cuando me volvi me di cuenta de que Nuria Monfort me observaba desde el umbral del pasillo. Me contemplaba en silencio, como se mira a los extranos en la calle o en el metro. Encendio un cigarrillo y permanecio donde estaba, su rostro velado en las volutas de humo azul. Pense que Nuria Monfort destilaba, a su pesar, trazas de mujer fatal, de las que encandilaban a Fermin cuando aparecian entre las nieblas de una estacion en Berlin envueltas en halos de luz imposible, y que tal vez su propio aspecto la aburria.

- No hay mucho que contar -empezo-. Conoci a Julian hace mas de veinte anos, en Paris. Por aquel entonces, yo trabajaba para la editorial Cabestany. El senor Cabestany habia adquirido los derechos de las novelas de Julian por dos duros. Yo habia empezado a trabajar en el departamento de administracion, pero cuando el senor Cabestany se entero de que hablaba frances, italiano y algo de aleman me puso al cargo de adquisiciones y me hizo su secretaria personal. Entre mis funciones estaba el mantener la correspondencia con autores y editores extranjeros con quienes la editorial tenia tratos, y asi es como entre en contacto con Julian Carax.

- Su padre me conto que eran ustedes buenos amigos.

- Mi padre le diria que tuvimos una aventura o algo asi. ?No es verdad? Segun el, yo echo a correr detras de cualquier par de pantalones como si fuese una perra en celo.

La sinceridad y el desparpajo de aquella mujer me robaban las palabras. Tarde demasiado en urdir una respuesta aceptable. Para entonces, Nuria Monfort sonreia para si y negaba con la cabeza.

- No le haga ni caso. Mi padre saco esa idea de un viaje que tuve que hacer a Paris en el ano 33 para resolver unos asuntos del senor Cabestany con Gallimard. Estuve una semana en la ciudad y me hospede en el apartamento de Julian por la sencilla razon de que el senor Cabestany preferia ahorrarse el hotel. Ya ve usted que romantico. Hasta entonces habia mantenido mi relacion con Julian Carax estrictamente por carta, normalmente para tratar asuntos de derechos de autor, galeradas y temas de edicion. Lo que sabia de el, o me imaginaba, lo habia sacado de la lectura de los manuscritos que nos enviaba.

- ?Le contaba el algo acerca de su vida en Paris?

- No. A Julian no le gustaba hablar de sus libros o de si mismo. No me parecio que fuese feliz en Paris, aunque me dio la impresion de que era de esas personas que no pueden ser felices en ninguna parte. La verdad es que nunca llegue a conocerle a fondo. No se dejaba. Era un hombre muy reservado y a veces me parecia que habia dejado de interesarle el mundo y la gente. El senor Cabestany le tenia por muy timido y un tanto lunatico, pero a mi me parecio que Julian vivia en el pasado, encerrado con sus recuerdos. Julian vivia de puertas adentro, para sus libros y dentro de ellos, como un prisionero de lujo.

- Lo dice usted como si le envidiase.

- Hay peores carceles que las palabras, Daniel.

Me limite a asentir, sin saber muy bien a que se referia.

- ?Hablaba Julian alguna vez de esos recuerdos, de sus anos en Barcelona?

- Muy poco. En la semana que estuve en su casa, en Paris, me conto algo de su familia. Su madre era francesa, profesora de musica. Su padre tenia una sombrereria o algo asi. Se que era un hombre muy religioso, muy estricto.

- ?Le explico Julian la clase de relacion que tenia con el?

- Se que se llevaban a morir. La cosa venia de largo. De hecho, la razon de que Julian marchase a Paris fue para evitar que su padre le metiese en el ejercito. Su madre le habia prometido que antes de que eso sucediese, se lo llevaria lejos de aquel hombre.

- Aquel hombre era su padre, despues de todo.

Nuria Monfort sonrio. Lo hacia apenas con una insinuacion en la comisura de los labios y un brillo triste y cansino en la mirada.

- Aunque lo fuera, nunca se comporto como tal y Julian nunca lo considero asi. En una ocasion me confeso que, antes de casarse, su madre habia tenido una aventura con un desconocido cuyo nombre nunca quiso revelar. Ese hombre era el verdadero padre de Julian.

- Eso parece el arranque de La Sombra del Viento. ?Cree que le dijo la verdad?

Nuria Monfort asintio.

Julian me explico que habia crecido viendo como el sombrerero, porque asi era como el le llamaba, insultaba y pegaba a su madre. Despues entraba en el dormitorio de Julian para decirle que el era hijo del pecado, que habia heredado el caracter debil y miserable de su madre y que iba a ser un desgraciado toda su vida, un fracasado en cualquier cosa que se propusiera...

- ?Sentia Julian rencor hacia su padre?

- El tiempo enfria estas cosas. Nunca me parecio que Julian le odiase. Quiza hubiera sido mejor asi. Mi impresion es que le habia perdido completamente el respeto al sombrerero a fuerza de tanto numerito. Julian hablaba de aquello como si no le importara, como si fuese parte de un pasado que habia dejado atras, pero esas cosas nunca se olvidan. Las palabras con que se envenena el corazon de un hijo, por mezquindad o por ignorancia, se quedan enquistadas en la memoria y tarde o temprano le queman el alma.

Me pregunte si hablaba por experiencia propia y me vino de nuevo a la mente la imagen de mi amigo Tomas Aguilar escuchando estoicamente las arengas de su augusto progenitor.

- ?Que edad tenia entonces Julian?

- Ocho o diez anos, imagino.

Suspire.

- En cuanto tuvo edad de ingresar en el ejercito, su madre se lo llevo a Paris. No creo que ni se despidieran. El sombrerero nunca entendio que su familia le abandonase.

- ?Oyo mencionar alguna vez a Julian a una muchacha llamada Penelope?

- ?Penelope? Creo que no. Lo recordaria.

- Era una novia suya, de cuando todavia vivia en Barcelona.

Extraje la fotografia de Carax y Penelope Aldaya y se la tendi. Vi que se le iluminaba la sonrisa al ver a un Julian Carax adolescente. Se la comia la nostalgia, la perdida.

- Que jovencito estaba aqui... ?es esta la tal Penelope?

Asenti.

- Muy guapa. Julian siempre se las arreglaba para acabar rodeado de mujeres bonitas.

Como usted, pense.

- ?Sabe usted si tenia muchas...?

Aquella sonrisa de nuevo, a mi costa.

- ?Novias? ?Amigas? No lo se. A decir verdad, nunca le oi hablar de ninguna mujer en su vida. Una vez, por pincharle, le pregunte. Sabra usted que se ganaba la vida tocando el piano en una casa de alterne. Le pregunte si no se sentia tentado, todo el dia rodeado de bellezas de virtud facil. No le hizo gracia la broma. Me respondio que el no tenia derecho a amar a nadie, que merecia estar solo.

- ?Dijo por que?

- Julian nunca decia el porque.

- Aun asi, al final, poco antes de regresar a Barcelona en 1936, Julian Carax iba a casarse.

- Eso dijeron.

- ?Lo duda usted?

Se encogio de hombros, esceptica.

- Como le digo, en todos los anos que nos conocimos, Julian nunca me habia mencionado a ninguna mujer en especial, mucho menos a una con la que fuera a casarse. Lo de la supuesta boda me llego de oidas mas tarde. Neuval, el ultimo editor de Carax, le conto a Cabestany que la novia era una mujer veinte anos mayor que Julian, una viuda adinerada y enferma. Segun Neuval, esta mujer lo habia estado mas o menos manteniendo durante anos. Los medicos le daban seis meses de vida, como mucho un ano. Segun Neuval, ella queria casarse con Julian para que el fuese su heredero.

- Pero la ceremonia nunca llego a celebrarse.

- Si es que alguna vez existio tal plan o tal viuda.

- Segun tengo entendido, Carax se vio envuelto en un duelo, al amanecer del mismo dia en que iba a contraer matrimonio. ?Sabe con quien o por que?

- Neuval supuso que se trataba de alguien relacionado con la viuda. Un pariente lejano y codicioso que temia ver la herencia ir a parar a manos de un advenedizo. Neuval publicaba sobre todo folletines, y me parece que el genero se le habia subido a la cabeza.

- Veo que no da usted mucho credito a la historia de la boda y el duelo.

- No. Nunca la crei.

- ?Que piensa usted que sucedio entonces? ?Por que regreso Carax a Barcelona?

Sonrio con tristeza.

- Hace diecisiete anos que me hago esa pregunta.

Nuria Monfort encendio otro cigarrillo. Me ofrecio uno. Me senti tentado de aceptar, pero negue.

- Pero tendra usted alguna sospecha -sugeri.

- Todo lo que se es que en el verano de 1936, al poco de estallar la guerra, un empleado de la morgue municipal llamo a la editorial para decir que habian recibido el cadaver de Julian Carax tres dias antes. Le habian encontrado muerto en un callejon del Raval, vestido con andrajos y una bala en el corazon. Llevaba encima un libro, un ejemplar de La Sombra del Viento , y su pasaporte. El sello indicaba que habia cruzado la frontera con Francia un mes antes. Donde habia estado durante ese tiempo, nadie lo sabe. La policia contacto a su padre, pero este se nego a hacerse cargo del cuerpo alegando que el no tenia hijo. Despues de dos dias sin que nadie reclamase el cadaver, fue enterrado en una fosa comun en el cementerio de Montjuic. No pude ni llevarle unas flores, porque nadie supo decirme donde habia sido enterrado. Al empleado de la morgue, que se habia quedado el libro que encontro en la chaqueta de Julian, se le ocurrio llamar a la editorial Cabestany dias despues. Asi es como supe lo sucedido. No lo pude entender. Si a Julian le quedaba alguien a quien recurrir en Barcelona, era yo, o como mucho el senor Cabestany. Eramos sus unicos amigos, pero nunca nos dijo que habia vuelto. Solo supimos que habia regresado a Barcelona despues de muerto...

- ?Pudo averiguar algo mas despues de recibir la noticia de su muerte?

- No. Eran los primeros meses de la guerra y Julian no era el unico que habia desaparecido sin dejar ni rastro. Nadie habla de eso ya, pero hay muchas tumbas sin nombre como la de Julian. Preguntar era como darse con la cabeza contra la pared. Con la ayuda del senor Cabestany, que por entonces ya estaba muy enfermo, presente quejas a la policia y tire de todos los hilos que pude. Lo unico que consegui fue recibir la visita de un inspector joven, un tipo siniestro y arrogante, que me dijo que me convenia dejar de hacer preguntas y concentrar mis esfuerzos en una actitud mas positiva, porque el pais estaba en plena cruzada. Esas fueron sus palabras. Se llamaba Fumero, es todo lo que recuerdo. Ahora parece que es todo un personaje. Le mencionan mucho en los diarios. A lo mejor ha oido hablar usted de el.

Trague saliva.

- Vagamente.

- No volvi a oir hablar de Julian hasta que un individuo se puso en contacto con la editorial y se intereso por adquirir los ejemplares que quedasen en el almacen de las novelas de Carax.

- Lain Coubert.

Nuria Monfort asintio.

- ?Tiene idea de quien era ese hombre?

- Tengo una sospecha, pero no estoy segura. En marzo de 1936, me acuerdo porque por entonces estabamos preparando la edicion de La Sombra del Viento, una persona llamo a la editorial pidiendo su direccion. Dijo que era un viejo amigo y que queria visitar a Julian en Paris. Darle una sorpresa. Me lo pasaron a mi y yo le dije que no estaba autorizada a darle esa informacion.

- ?Le dijo quien era?

- Un tal Jorge.

- ?Jorge Aldaya?

- Es posible. Julian le habia mencionado en mas de una ocasion. Me parece que habian estudiado juntos en el colegio de San Gabriel y que a veces se referia a el como si hubiera sido su mejor amigo.

- ?Sabia usted que Jorge Aldaya era el hermano de Penelope?

Nuria Monfort fruncio el ceno, desconcertada.

- ?Le dio usted a Aldaya la direccion de Julian en Paris? -pregunte.

- No. Me dio mala espina.

- ?Que dijo el?

- Se rio de mi, me dijo que ya la encontraria por otro conducto y me colgo el telefono.

Algo parecia estar carcomiendola. Empece a sospechar adonde nos conducia la conversacion.

- Pero usted volvio a oir hablar de el, ?no es asi?

Asintio nerviosamente.

- Como le decia, al poco de la desaparicion de Julian, aquel hombre se presento en la editorial Cabestany. Por entonces, el senor Cabestany ya no podia trabajar y su hijo mayor se habia hecho cargo de la empresa. El visitante, Lain Coubert, se ofrecio a comprar todos los restos de existencias que quedasen de las novelas de Julian. Yo pense que debia de tratarse de un chiste de mal gusto. Lain Coubert era un personaje de La Sombra del Viento.

- El diablo.

Nuria Monfort asintio.

- ?Llego usted a ver a Lain Coubert?

Nego y encendio su tercer cigarrillo.

- No. Pero oi parte de la conversacion con el hijo en el despacho del senor Cabestany.

Dejo la frase colgada, como si temiese completarla o no supiera como hacerlo. El cigarrillo le temblaba en los dedos.

- Su voz -dijo-. Era la misma voz del hombre que llamo por telefono diciendo ser Jorge Aldaya. El hijo de Cabestany, un imbecil arrogante, quiso pedirle mas dinero. El tal Coubert dijo que tenia que pensar en la oferta. Aquella misma noche, el almacen de la editorial en Pueblo Nuevo ardio, y los libros de Julian con el.

- Menos los que usted rescato y escondio en el Cementerio de los Libros Olvidados.

- Asi es.

- ?Tiene alguna idea de por que motivo querria alguien quemar todos los libros de Julian Carax?

- ?Por que se queman los libros? Por estupidez, por ignorancia, por odio... vaya usted a saber

- ?Por que cree usted? -insisti.

- Julian vivia en sus libros. Aquel cuerpo que acabo en la morgue era solo una parte de el. Su alma esta en sus historias. En una ocasion le pregunte en quien se inspiraba para crear sus personajes y me respondio que en nadie. Que todos sus personajes eran el mismo.

- Entonces, si alguien quisiera destruirle, tendria que destruir esas historias y esos personajes, ?no es asi? Afloro de nuevo aquella sonrisa abatida, de derrota y cansancio.

- Me recuerda usted a Julian -dijo-. Antes de que perdiera la fe.

- ?La fe en que?

- En todo.

Se acerco en la penumbra y me tomo la mano. Me acaricio la palma en silencio, como si quisiera leerme las lineas en la piel. La mano me temblaba bajo su tacto. Me sorprendi a mi mismo dibujando mentalmente el contorno de su cuerpo bajo aquellas ropas envejecidas, de prestado. Deseaba tocarla y sentir el pulso ardiendole bajo la piel. Nuestras miradas se habian encontrado y tuve la certeza de que ella sabia lo que estaba pensando. La senti mas sola que nunca. Alce los ojos y me encontre con su mirada serena, de abandono.

- Julian murio solo, convencido de que nadie iba a acordarse de el ni de sus libros y de que su vida no habia significado nada -dijo-. A el le hubiera gustado saber que alguien le queria mantener vivo, que le recordaba. El solia decir que existimos mientras alguien nos recuerda.

Me invadio el deseo casi doloroso de besar a aquella mujer, un ansia como no la habia experimentado jamas, ni siquiera conciliando el fantasma de Clara Barcelo. Me leyo la mirada.

- Se le hace a usted tarde, Daniel -murmuro.

Una parte de mi deseaba quedarse, perderse en aquella rara intimidad de penumbras con aquella desconocida y escucharle decir como mis gestos y mis silencios le recordaban a Julian Carax.

- Si -balbucee.

Asintio sin decir nada y me acompano hasta la puerta. El pasillo se me hizo eterno. Me abrio la puerta y sali al rellano.

- Si ve usted a mi padre, digale que estoy bien. Mientale.

Me despedi de ella a media voz, agradeciendole su tiempo y ofreciendole la mano cordialmente. Nuria Monfort ignoro mi gesto formal. Me puso las manos sobre los brazos, se inclino y me beso en la mejilla. Nos miramos en silencio y esta vez me aventure a buscar sus labios, casi temblando. Me parecio que se entreabrian y que sus dedos buscaban mi rostro. En el ultimo instante, Nuria Monfort se retiro y bajo la mirada.

- Creo que es mejor que se vaya usted, Daniel -susurro.

Me parecio que iba a llorar, y antes de que yo pudiese decir nada me cerro la puerta. Me quede en el rellano y senti su presencia al otro lado de la puerta, inmovil, preguntandome que habia sucedido alli dentro. Al otro lado del rellano, la mirilla de la vecina parpadeaba. Le dedique un saludo y me lance escaleras abajo. Cuando llegue a la calle todavia llevaba su rostro, su voz y su olor clavados en el almas Arrastre el roce de sus labios y de su aliento sobre la piel por calles repletas de gente sin rostro que escapaba de oficinas y comercios. Al enfilar la calle Canuda me embistio una brisa helada que cortaba el bullicio. Agradeci el aire frio en el rostro y me encamine hacia la universidad. Al cruzar las Ramblas me abri paso hasta la calle Tallers y me perdi en su angosto canon de penumbras, pensando que habia quedado atrapado en aquel comedor oscuro en el que ahora imaginaba a Nuria Monfort sentada a solas en la sombra, arreglando sus lapices, sus carpetas y sus recuerdos en silencio, con los ojos envenenados de lagrimas.

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