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Cuando me acercaba al cruce de la calle Balmes adverti que un coche me estaba siguiendo, bordeando la acera. El dolor de la cabeza habia dejado paso a una sensacion de vertigo que me hacia tambalearme y caminar apoyandome en las paredes. El coche se detuvo y dos hombres descendieron de el. Un silbido estridente me habia inundado los oidos y no pude escuchar el motor, o las llamadas de aquellas dos siluetas de negro que me asian cada una de un lado y me arrastraban con urgencia hacia el coche. Cai en el asiento de atras, embriagado de nausea. La luz iba y venia, como una marea de claridad cegadora. Senti que el coche se movia. Unas manos me palpaban el rostro, la cabeza y las costillas. Al dar con el manuscrito de Nuria Monfort oculto en el interior de mi abrigo, una de las figuras me lo arrebato. Quise detenerle con brazos de gelatina. La otra silueta se inclino sobre mi. Supe que me estaba hablando al sentir su aliento en la cara. Espere ver el rostro de Fumero iluminarse y sentir el filo de su cuchillo en la garganta. Una mirada se poso sobre la mia y, mientras el velo de la conciencia se desprendia, reconoci la sonrisa desdentada y rendida de Fermin Romero de Torres.

Desperte empapado en un sudor que me escocia en la piel. Dos manos me sostenian con firmeza por los hombros, acomodandome sobre un catre que crei rodeado de cirios, como en un velatorio. El rostro de Fermin asomo a mi derecha. Sonreia, pero incluso en pleno delirio pude advertir su inquietud. A su lado, de pie, distingui a don Federico Flavia, el relojero.

- Parece que ya vuelve en si, Fermin -dijo don Federico-. ?Le parece si le preparo algo de caldo para que reviva?

- Dano no hara. Ya en el empeno podria usted prepararme un bocadillito de lo que encuentre, que con estos nervios me ha entrado una gazuza de padre y muy senor mio.

Federico se retiro con prestancia y nos dejo a solas.

- ?Donde estamos, Fermin?

- En lugar seguro. Tecnicamente nos hallamos en un pisito en la izquierda del ensanche, propiedad de unas amistades de don Federico, a quien le debemos la vida y mas. Los maledicentes lo calificarian de picadero, pero para nosotros es un santuario.

Trate de incorporarme. El dolor del oido se dejaba sentir ahora en un latido ardiente.

- ?Voy a quedarme sordo?

- Sordo no se, pero por poco se queda usted medio mongolico. Ese energumeno del senor Aguilar por poco le licua las meninges a leches.

- No ha sido el senor Aguilar el que me ha pegado. Ha sido Tomas.

- ?Tomas? ?Su amigo el inventor?

Asenti.

- Algo habra usted hecho.

- Bea se ha marchado de casa... -empece.

Fermin fruncio el ceno.

- Siga.

- Esta embarazada.

Fermin me observaba pasmado. Por una vez, su expresion era impenetrable y severa.

- No me mire asi, Fermin, por Dios.

- ?Que quiere que haga? ?Repartir puros?

Intente levantarme, pero el dolor y las manos de Fermin me detuvieron.

- Tengo que encontrarla, Fermin.

- Quieto parao. Usted no esta en condiciones de ir a ningun sitio. Digame donde esta la muchacha y yo ire a por ella.

- No se donde esta.

- Le voy a pedir que sea algo mas especifico.

Don Federico aparecio por la puerta portando una taza humeante de caldo. Me sonrio calidamente.

- ?Como te encuentras, Daniel?

- Mucho mejor, gracias, don Federico.

- Tomate un par de estas pastillas con el caldo.

Cruzo una mirada leve con Fermin, que asintio.

- Son para el dolor.

Me trague las pastillas y sorbi la taza de caldo, que sabia a jerez. Don Federico, prodigio de discrecion, abandono la habitacion y cerro la puerta. Fue entonces cuando adverti que Fermin sostenia en el regazo el manuscrito de Nuria Monfort. El reloj que tintineaba en la mesita de noche marcaba la una, supuse que de la tarde.

- ?Nieva todavia?

- Nevar es poco. Esto es el diluvio en polvo.

- ?Lo ha leido ya? -pregunte.

Fermin se limito a asentir.

- Tengo que encontrar a Bea antes de que sea tarde. Creo que se donde esta.

Me sente en la cama, apartando los brazos de Fermin. Mire a mi alrededor. Las paredes ondeaban como algas bajo un estanque. El techo se alejaba en un soplo. Apenas pude sostenerme erguido. Fermin, sin esfuerzo, me rindio de nuevo al catre.

- Usted no va a ningun sitio, Daniel.

- ?Que eran esas pastillas?

- El linimento de Morfeo. Va usted a dormir como el granito.

- No, ahora no puedo...

Segui balbuceando hasta que los parpados, y el mundo, se me desplomaron sin tregua. Aquel fue un sueno negro y vacio, de tunel. El sueno de los culpables.


Acechaba el crepusculo cuando la losa de aquel letargo se evaporo y abri los ojos a una habitacion oscura y velada por dos cirios cansados que parpadeaban en la mesita. Fermin, derrotado sobre la butaca del rincon, roncaba con la furia de un hombre tres veces mas grande. A sus pies, desparramado en un llanto de paginas, yacia el manuscrito de Nuria Monfort. El dolor de la cabeza se habia reducido a un palpitar lento y tibio. Me deslice con sigilo hasta la puerta de la habitacion y sali a una pequena sala con un balcon y una puerta que parecia dar a la escalera. Mi abrigo y mis zapatos reposaban sobre una silla. Una luz purpura penetraba por la ventana, moteada de reflejos irisados. Me acerque hasta el balcon y vi que seguia nevando. Los techos de media Barcelona se vislumbraban moteados de blanco y escarlata. A lo lejos se distinguian las torres de la escuela industrial, agujas entre la bruma prendida en los ultimos alientos del sol. El cristal estaba empanado de escarcha. Pose el indice sobre el vidrio y escribi:


Voy a por Bea. No me siga. Volvere pronto.


La certeza me habia asaltado al despertar, como si un desconocido me hubiese susurrado la verdad en suenos. Sali al rellano y me lance escaleras abajo hasta salir al portal. La calle Urgel era un rio de arena reluciente del que emergian farolas y arboles, mastiles en una niebla solida. El viento escupia la nieve a rafagas. Anduve hasta el metro de Hospital Clinico y me sumergi en los tuneles de vaho y calor de segunda mano. Hordas de barceloneses, que solian confundir la nieve con los milagros, seguian comentando lo insolito del temporal. Los diarios de la tarde traian la noticia en primera pagina, con foto de las Ramblas nevadas y la fuente de Canaletas sangrando estalactitas. "LA NEVADA DEL SIGLO prometian los titulares. Me deje caer en un banco del anden y aspire ese perfume a tuneles y hollin que trae el rumor de los trenes invisibles. Al otro lado de las vias, en un cartel publicitario, proclamando las delicias del parque de atracciones del Tibidabo, aparecia el tranvia azul iluminado como una verbena, y tras el se adivinaba la silueta del caseron de los Aldaya. Me pregunte si Bea, perdida en aquella Barcelona de los que se han caido del mundo, habria visto la misma imagen y comprendido que no tenia otro lugar adonde ir.

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