19

- Imaginense ustedes el cuadro -concluyo don Anacleto para consternacion de todos.

El epilogo de la historia no mejoraba las expectativas. A media manana, un furgon gris de jefatura habia dejado tirado a don Federico a la puerta de su casa. Estaba ensangrentado, con el vestido hecho jirones, sin su peluca ni su coleccion de bisuteria fina. Se le habian orinado encima y tenia la cara llena de magulladuras y cortes. El hijo de la panadera lo habia encontrado acurrucado en el portal, llorando como un nino y temblando.

- No hay derecho, no senor -comento la Merceditas, apostada a la puerta de la libreria, lejos de las manos de Fermin-. Pobrecillo, si es mas bueno que el pan y no se mete con nadie. ?Que le gusta vestirse de faraona y salir a cantar? ?Y que mas dara? Es que la gente es mala.

Don Anacleto callaba, con la mirada baja.

- Mala no -objeto Fermin-. Imbecil, que no es lo mismo. El mal presupone una determinacion moral, intencion y cierto pensamiento. El imbecil o cafre no se para a pensar ni a razonar. Actua por instinto, como bestia de establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene la razon y orgulloso de ir jodiendo, con perdon, a todo aquel que se le antoja diferente a el mismo bien sea por color, por creencia, por idioma, por nacionalidad o, como en el caso de don Federico, por sus habitos de ocio. Lo que hace falta en el mundo es mas gente mala de verdad y menos cazurros limitrofes.

- No diga usted majaderias. Lo que hace falta es un poco mas de caridad cristiana y menos mala leche, que parece esto un pais de alimanas -atajo la Merceditas-: Mucho ir a misa, pero a nuestro senor Jesucristo aqui no le hace caso ni Dios.

- Merceditas, no mentemos a la industria del misal, que es parte del problema y no de la solucion.

- Ya salio el ateo. ?Y a usted el clero que le ha hecho, si se puede saber?

- Venga, no se me peleen -interrumpio mi padre-. Y usted, Fermin, acerquese a lo de don Federico y vea si necesita algo, que se le vaya a la farmacia o que se le compre algo en el mercado.

- Si, senor Sempere. Ahora mismo. A mi es que me pierde la oratoria, ya lo sabe usted.

- A usted lo que le pierde es la poca verguenza y la irreverencia que lleva encima -apostillo la Merceditas-. Blasfemo. Que le tendrian que limpiar el alma con salfuman.

- Mire, Merceditas, porque me consta que es usted una buena persona (si bien algo estrecha de entendimiento y mas ignorante que un zote), y en estos momentos se presenta una emergencia social en el barrio frente a la que hay que priorizar esfuerzos, porque si no, le iba yo a aclarar a usted un par de puntos cardinales.

- ?Fermin! -clamo mi padre.

Fermin cerro el pico y salio a escape por la puerta. La Merceditas le observaba con reprobacion.

- Ese hombre les va a meter a ustedes en un lio el dia menos pensado, fijese lo que le digo. Lo menos es anarquista, mason, y hasta judio. Con ese narizon...

- No le haga usted ni caso. Todo lo hace por llevar la contraria.

La Merceditas nego en silencio, airada.

- Bueno, les dejo ya que una esta pluriempleada y le falta el tiempo. Buenos dias.

Asentimos con reverencia y la vimos partir, erguida y castigando la calle a taconazos. Mi padre respiro hondo, como si quisiera inspirar la paz recuperada. Don Anacleto languidecia a su lado, el rostro blanqueado por momentos y la mirada triste y otonal.

- Este pais se ha ido a la mierda -dijo, ya descabalgando de su oratoria colosal.

- Venga, animese, don Anacleto. Que las cosas siempre han sido asi, aqui y en todas partes, lo que pasa es que hay momentos bajos y cuando tocan de cerca todo se ve mas negro. Ya vera como don Federico remonta, que es mas fuerte de lo que todos nos pensamos.

El catedratico negaba por lo bajo.

- Es como la marea, ?sabe usted? -decia, ido-. La barbarie, digo. Se va y uno se cree a salvo, pero siempre vuelve, siempre vuelve... y nos ahoga. Yo lo veo todos los dias en el instituto. Valgame Dios. Simios es lo que llegan a las aulas. Darwin era un sonador, se lo aseguro. Ni evolucion ni nino muerto. Por cada uno que razona, tengo que lidiar con nueve orangutanes.

Nos limitamos a asentir docilmente. El catedratico se despidio con un saludo y partio, cabizbajo y cinco anos mas viejo de lo que habia entrado. Mi padre suspiro. Nos miramos brevemente, sin saber que decir. Me pregunte si debia referirle la visita del inspector Fumero a la libreria. Esto ha sido un aviso, pensaba yo. Una advertencia. Fumero habia utilizado al pobre don Federico de telegrama

- ?Te ocurre algo, Daniel? Estas blanco.

Suspire y baje la mirada. Procedi a relatarle el incidente con el inspector Fumero la otra noche, sus insinuaciones. Mi padre me escuchaba, tragandose la furia que le ardia en los ojos.

- Es culpa mia -dije-. Tenia que haber dicho algo...

Mi padre nego.

- No. No podias saberlo, Daniel.

- Pero...

- Ni se te ocurra pensarlo. Y a Fermin, ni una palabra. Sabe Dios como iba a reaccionar si supiera que ese individuo anda de nuevo tras el.

- Pero algo tendremos que hacer.

- Procurar que no se meta en lios.

Asenti, no muy convencido, y me dispuse a continuar la labor que habia empezado Fermin mientras mi padre volvia a su correspondencia. Entre parrafo y parrafo, mi padre me lanzaba alguna mirada de soslayo. Fingi no darme cuenta.

- ?Que tal con el profesor Velazquez ayer, todo bien? -pregunto, deseoso de cambiar de tema.

- Si. Quedo contento con los libros. Me comento que anda buscando un libro de cartas de Franco.

- El Matamoros. Pero si es apocrifo... un chiste de Madariaga. ?Que le dijiste?

- Que ya estabamos en ello y le deciamos algo en dos semanas maximo.

- Bien hecho. Pondremos a Fermin en el asunto y se lo cobraremos a precio de oro.

Asenti. Seguimos con la aparente rutina. Mi padre seguia mirandome. Ahi viene, pense.

- Ayer se paso por aqui una chica muy simpatica. ?Dice Fermin que es la hermana de Tomas Aguilar?

- Si.

Mi padre asintio, ponderando la casualidad con gesto de mira-tu-por-donde. Me concedio un minuto de tregua antes de volver al ataque, esta vez con aire de acordarse de repente de algo.

- Oye, por cierto, Daniel: hoy vamos a tener un dia muy ligero y digo yo que a lo mejor te apetece tomartelo para ti y tus cosas. Ademas, ultimamente me parece que trabajas demasiado.

- Estoy bien, gracias.

- Mira que hasta estaba pensando en dejar aqui a Fermin e irme al Liceo con Barcelo. Esta tarde ponen Tannhauser y me ha invitado, porque el tiene varias butacas de platea.

Mi padre hacia como que leia la correspondencia. Era un pesimo actor.

- ?Y a ti desde cuando te gusta Wagner?

Se encogio de hombros.

- A caballo regalado... Ademas con Barcelo da lo mismo la opera que pongan, porque el se pasa toda la representacion comentando la jugada y criticando el vestuario y el tempo. Me pregunta mucho por ti. A ver si vas a verle un dia a la tienda.

- Un dia de estos.

- Entonces, si te parece hoy dejamos a Fermin al mando y nosotros nos vamos a divertir un rato, que ya toca. Y si necesitas algo de dinero...

- Papa, Bea no es mi novia.

- ?Y quien habla de novias? Lo dicho. Tu mismo. Si necesitas, coge de la caja, pero deja una nota para que luego Fermin no se asuste al cerrar el dia.

Dicho esto, se hizo el despistado y se perdio por la trastienda con una sonrisa de oreja a oreja. Consulte el reloj. Eran las diez y media de la manana. Habia quedado con Bea en el claustro de la universidad a las cinco y, muy a mi pesar, el dia amenazaba con hacerseme mas largo que Los hermanos Karamazov.

Al poco regreso Fermin del domicilio del relojero y nos informo de que un comando de vecinas habia montado una guardia permanente para atender al pobre don Federico, al que el doctor le habia encontrado tres costillas rotas, contusiones multiples y un desgarro rectal de libro de texto.

- ?Ha hecho falta comprar algo? -pregunto mi padre.

- Medicinas y unguentos ya tenian para abrir una botica, por lo cual me he permitido llevarle unas flores, una botella de colonia Nenuco y tres frascos de Fruco de melocoton, que es el favorito de don Federico.

- Ha hecho usted bien. Ya me dira lo que le debo -dijo mi padre-. Y a el, ?como lo ha visto?

- Hecho una caquilla, para que mentir. Solo de verlo encogido en la cama como un ovillo, gimiendo que se queria morir, me entro un ansia asesina, fijese usted. Me plantaba ahora mismo armado hasta el gaznate en la Brigada Criminal y me cepillaba a trabucazos a media docena de capullos, empezando por esa pustula supurante de Fumero.

- Fermin, tengamos la fiesta en paz. Le prohibo terminantemente que haga nada.

- Lo que usted mande, senor Sempere.

- ?Y La Pepita como lo lleva?

- Con una presencia de animo ejemplar. Las vecinas la tienen dopada a base de lingotazos de brandy y cuando yo la vi habia caido inerme de un sopor en el sofa, donde roncaba como un marraco y expelia unas llufas que perforaban la tapiceria.

- Genio y figura. Fermin, le voy a pedir que se quede hoy usted en la tienda, que yo me voy a pasar un rato a ver a don Federico. Luego he quedado con Barcelo. Y Daniel tiene cosas que hacer.

Alce la vista justo a tiempo para sorprender a Fermin y a mi padre intercambiando una mirada de complicidad.

- Menudo par de casamenteras -dije.

Aun se reian de mi cuando sali por la puerta echando chispas.


Barria las calles una brisa fria y cortante que sembraba a su paso pinceladas de vapor. Un sol acerado arrancaba ecos de cobre al horizonte de tejados y campanarios del barrio gotico. Faltaban todavia varias horas para mi cita con Bea en el claustro de la universidad y decidi tentar a la suerte y acercarme a visitar a Nuria Monfort, con la confianza de que todavia viviese en la direccion que su padre me habia proporcionado tiempo atras.

La plaza de San Felipe Neri es apenas un respiradero en el laberinto de calles que traman el barrio gotico, oculta tras las antiguas murallas romanas. Los impactos del fuego de ametralladora en los dias de la guerra salpican los muros de la iglesia. Aquella manana, un grupo de chiquillos jugaba a soldados, ajenos a la memoria de las piedras. Una mujer joven, con el pelo marcado con mechas de plata, los contemplaba sentada en un banco, con un libro entreabierto en las manos y una sonrisa extraviada. Segun las senas, Nuria Monfort vivia en un edificio el, el umbral de la plaza. La fecha de construccion aun podia leerse en el arco de piedra ennegrecida que coronaba el portal, 1801. El zaguan apenas dejaba adivinar una estancia de sombras por la que ascendia una escalera torcida en una suerte de espiral. Consulte la colmena de buzones de laton. Los nombres de los inquilinos podian leerse en unos pedazos de cartulina amarillenta insertados en una ranura al uso.


Miquel Moliner / Nuria Monfort


3. - 2.

Ascendi lentamente, casi temiendo que la finca se derribaria si me atrevia a pisar firme sobre aquellos peldanos diminutos, de casa de munecas. Habia dos puertas por rellano, sin numero ni distincion. Al llegar al tercero escogi una al azar y llame con los nudillos. La escalera olia a humedad, a piedra envejecida y a arcilla. Llame varias veces sin obtener respuesta. Decidi probar suerte con la otra puerta. Golpee la puerta con el puno tres veces. Dentro del piso podia oirse una radio a todo volumen transmitiendo el programa "Momentos para la Reflexion con el padre Martin Calzado".

Me abrio la puerta una senora en bata acolchada a cuadros color turquesa, pantuflas y un casco de rulos. En la penuria de luz me parecio un buzo. A su espalda, la voz aterciopelada del padre Martin Calzado dedicaba unas palabras al patrocinador del programa, los productos de belleza Aurorin, predilectos de los peregrinos al santuario de Lourdes y verdadera mano de santo con pustulas y verrugones irreverentes.

- Buenas tardes. Estaba buscando a la senora Monfort.

- ?La Nurieta? Se equivoca usted de puerta, joven. Es ahi enfrente.

- Usted perdone. Es que he llamado y no habia nadie.

- ?No sera un acreedor, verdad? -pregunto de pronto la vecina con el recelo de la experiencia.

- No. Vengo de parte del padre de la senora Monfort.

- Ah, bueno. La Nurieta estara abajo, leyendo. ?No la ha visto usted al subir?

Al bajar a la calle comprobe que la mujer de los cabellos plateados y el libro en las manos seguia varada en su banco de la plaza. La observe con detenimiento. Nuria Monfort era una mujer mas que atractiva, de rasgos tallados para figurines de moda y retratos de estudio, a la que la juventud parecia estar escapandosele por la mirada. Habia algo de su padre en aquel talle fragil y pincelado. Supuse que debia de rondar los cuarenta y pocos, dejandome llevar, si acaso, por los trazos de cabello plateado y las lineas que ajaban un rostro que, a media luz, hubiera podido pasar por diez anos mas joven.

- ?Senora Monfort?

Me miro como quien despierta de un trance, sin verme.

- Mi nombre es Daniel Sempere. Su padre me dio sus senas hace algun tiempo y me dijo que tal vez usted podria hablarme sobre Julian Carax.

Al oir estas palabras, toda expresion de ensueno se desvanecio de su rostro. Intui que mencionar a su padre no habia sido un acierto.

- ?Que es lo que quiere? -pregunto con recelo.

Senti que si no ganaba su confianza en aquel mismo instante, habria perdido mi oportunidad. La unica carta que podia jugar era decir la verdad.

- Permitame que me explique. Hace ocho anos, casi por casualidad, encontre en el Cementerio de los Libros Olvidados una novela de Julian Carax que usted habia ocultado alli para evitar que un hombre que se hace llamar Lain Coubert la destruyese -dije.

Me miro fijamente, inmovil, como si temiese que el mundo fuera a desmoronarse a su alrededor.

- Solo le voy a robar unos minutos -anadi-. Se lo prometo.

Asintio, abatida.

- ?Como esta mi padre? -pregunto, rehuyendome la mirada.

- Bien. Algo mayor ya. La extrana a usted mucho.

Nuria Monfort dejo escapar un suspiro que no supe descifrar.

- Mejor que suba usted a casa. No quiero hablar de esto en la calle.

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