Julian Carax concluye La Sombra del Viento con una breve memoria para hilvanar los destinos de sus personajes anos mas tarde. He leido muchos libros desde aquella lejana noche de 1945, pero la ultima novela de Carax sigue siendo mi favorita. Hoy, con tres decadas a mis espaldas, ya no tengo esperanzas de cambiar de opinion.
Mientras escribo estas lineas sobre el mostrador de la libreria, mi hijo Julian, que manana cumple diez anos, me observa sonriente e intrigado por esa pila de cuartillas que crece y crece, quiza convencido de que su padre tambien ha contraido esa enfermedad de los libros y las palabras. Julian tiene los ojos y la inteligencia de su madre, y me gusta creer que quiza posee mi ingenuidad. Mi padre, que tiene dificultad para leer los lomos de los libros aunque no lo admita, esta arriba en casa. Muchas veces me pregunto si es un hombre feliz, en paz, si nuestra compania le ayuda o si vive dentro de sus recuerdos y de esa tristeza que siempre le ha perseguido. Bea y yo llevamos la libreria ahora. Yo llevo las cuentas y los numeros. Bea hace las compras y atiende a los clientes, que la prefieren a ella mas que a mi. No les culpo.
El tiempo la ha hecho fuerte y sabia. Casi nunca habla del pasado, aunque a menudo la sorprendo varada en uno de sus silencios, a solas consigo misma. Julian adora a su madre. Les observo juntos y se que les une un lazo invisible que yo apenas puedo empezar a comprender. Me basta sentirme parte de su isla y saberme afortunado. La libreria da para vivir sin lujos, pero soy incapaz de imaginarme haciendo otra cosa. Las ventas se reducen ano a ano. Yo soy optimista y me digo que lo que sube baja, y lo que baja, algun dia ha de subir. Bea dice que el arte de leer se esta muriendo muy lentamente, que es un ritual intimo, que un libro es un espejo y que solo podemos encontrar en el lo que ya llevamos dentro, que al leer ponemos la mente y el alma, y que esos son bienes cada dia mas escasos. Cada mes recibimos ofertas para comprarnos la libreria y transformarla en una tienda de televisores, de fajas o de alpargatas. No nos sacaran de aqui como no sea con los pies por delante.
Fermin y la Bernarda pasaron por la vicaria en 1958 y ya van por los cuatro crios, todos ellos varones y con la nariz y las orejas de su padre. Fermin y yo nos vemos menos que antes, aunque a veces aun repitamos aquel paseo por el rompeolas al alba y arreglemos el mundo a martillazos. Fermin dejo el empleo en la libreria hace anos y tomo el relevo a la muerte de Isaac Monfort al frente del Cementerio de los Libros Olvidados. Isaac esta enterrado junto a Nuria en Montjuic. Les visito a menudo. Hablamos. Siempre hay flores frescas sobre la tumba de Nuria.
Mi viejo amigo Tomas Aguilar se marcho a Alemania, donde trabaja como ingeniero para una empresa de maquinaria industrial inventando prodigios que nunca he llegado a comprender. A veces escribe cartas, siempre a nombre de su hermana Bea. Se caso hace un par de anos y tiene una hija a la que no hemos visto nunca. Siempre envia recuerdos para mi, pero se que le perdi hace anos sin remedio. Me gusta pensar que la vida nos arrebata a los amigos de la infancia porque si, pero no siempre me lo creo.
El barrio sigue como siempre, pero hay dias en que me parece que la luz se atreve cada vez mas, que vuelve a Barcelona, como si entre todos la hubiesemos expulsado pero nos hubiese perdonado al fin. Don Anacleto dejo la catedra del instituto y ahora se dedica en exclusividad a la poesia erotica y a sus glosas de contraportadas, mas monumentales que nunca. Don Federico Flavia y la Merceditas se fueron a vivir juntos cuando fallecio la madre del relojero. Hacen una pareja flamante, aunque no faltan los envidiosos que aseguran que la cabra tira al monte y que, de tarde en tarde, don Federico hace alguna escapadilla de picos pardos ataviado de faraona.
Don Gustavo Barcelo cerro la libreria y nos traspaso sus fondos. Dijo estar hasta el gorro del gremio y deseoso de emprender nuevos desafios. El primero y ultimo de ellos fue la creacion de una editorial dedicada a la reedicion de las obras de Julian Carax. El primer tomo, conteniendo sus tres primeras novelas (recuperadas de un juego de galeradas perdido en un guardamuebles de la familia Cabestany), vendio trescientos cuarenta y dos ejemplares, muchas decenas de miles detras del exito del ano, una hagiografia ilustrada de El Cordobes. Don Gustavo se dedica ahora a viajar por Europa en compania de damas distinguidas y a enviar postales de catedrales.
Su sobrina Clara se caso con el banquero millonario, pero su union apenas duro un ano. La lista de sus amantes sigue siendo prolija, aunque encoge ano a ano, como su belleza. Ahora vive sola en el piso de la plaza Real del que cada dia sale menos. Hubo un tiempo en que la visitaba, mas porque Bea me recordaba su soledad y su mala suerte que por mi propio deseo. Con los anos he visto brotar en ella una amargura que quiere vestir de ironia y despego. A veces creo que sigue esperando que aquel Daniel hechizado de quince anos acuda a adorarla en la sombra. La presencia de Bea, o de cualquier otra mujer, la envenena. La ultima vez que la vi se buscaba las arrugas del rostro con las manos. Me cuentan que a veces aun ve a su antiguo profesor de musica, Adrian Neri, cuya sinfonia sigue inacabada y que al parecer ha hecho carrera como gigolo entre las damas del circulo del Liceo, donde sus acrobacias de alcoba le han merecido el apodo de La Flauta Magica.
Los anos no fueron generosos con la memoria del inspector Fumero. Ni siquiera quienes le odiaban y le temian parecen recordarle ya. Hace anos me tropece en el paseo de Gracia con el teniente Palacios, que dejo el cuerpo y se dedica ahora a dar clases de educacion fisica en un colegio de la Bonanova. Me conto que todavia hay una placa conmemorativa en honor a Fumero en los sotanos de la comisaria central de Via Layetana, pero la nueva maquina expendedora de refrescos a monedas la tapa completamente.
En cuanto al caseron de los Aldaya, sigue alli, contra todo pronostico. Finalmente, la inmobiliaria del senor Aguilar consiguio venderlo. Fue restaurado completamente y las estatuas de los angeles reducidas a gravilla para cubrir la pista del aparcamiento que ocupa lo que fuera el jardin de los Aldaya. Hoy en dia es una agencia de publicidad, dedicada a la creacion y promocion de esa rara poesia de los calcetines de punto, los flanes en polvo y los deportivos para ejecutivos de altos vuelos. Tengo que confesar que un dia, alegando razones inverosimiles, me presente alli y solicite visitar la casa. La vieja biblioteca en la que estuve a punto de perder la vida es ahora una sala de juntas decorada con carteles de anuncios de desodorantes y detergentes con poderes milagrosos. La habitacion donde Bea y yo concebimos a Julian es ahora el bano del director general.
Aquel dia, al regresar a la libreria despues de visitar el antiguo palacete de los Aldaya, me encontre con un paquete en el correo que traia matasellos de Paris. Contenia un libro titulado El angel de brumas, novela de un tal Boris Laurent. Deje pasar las hojas al vuelo, sintiendo ese perfume magico a promesa de los libros nuevos, y detuve la vista en el arranque de una frase al azar. Supe al instante quien la habia escrito, y no me sorprendio regresar a la primera pagina y encontrar, en el trazo azul de aquella pluma que tanto habia adorado de nino, la siguiente dedicatoria:
Para mi amigo Daniel, que me devolvio la voz y la pluma.
Y para Beatriz, que nos devolvio a ambos la vida.
Un hombre joven, tocado ya de algunas canas, camina por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derrama sobre la Rambla de Santa Monica como una guirnalda de cobre liquido.
Lleva de la mano a un muchacho de unos diez anos, la mirada embriagada de misterio ante la promesa que su padre le ha hecho al alba, la promesa del Cementerio de los Libros Olvidados.
Julian, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie. A nadie.
- ?Ni siquiera a mama? -inquiere el muchacho a media voz.
Su padre suspira, amparado en esa sonrisa triste que le persigue por la vida.
- Claro que si -responde-. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contarselo todo.
Al poco, figuras de vapor, padre e hijo se confunden entre el gentio de las Ramblas, sus pasos para siempre perdidos en la sombra del viento