Regrese a la libreria con casi cuarenta y cinco minutos de retraso. Al verme, mi padre fruncio el ceno con reprobacion y miro el reloj.
- Menudas horas. Sabeis que tengo que salir a visitar un cliente en San Cugat y me dejais aqui solo.
- ?Y Fermin? ?No ha vuelto todavia?
Mi padre nego con aquella prisa que le consumia cuando estaba de mal humor
- Por cierto, tienes una carta. Te la he dejado junto a la caja.
- Papa, perdona pero...
Me hizo un gesto para que me ahorrase las excusas, armo de gabardina y sombrero y salio por la puerta sin despedirse. Conociendole, supuse que el enfado se le habria evaporado antes de llegar a la estacion. Lo que me extranaba era la ausencia de Fermin. Le habia visto ataviado de sacerdote de sainete en la plaza de San Felipe Neri, a la espera de que Nuria Monfort saliera a escape y le guiase hasta el gran secreto de la trama. Mi fe en aquella estrategia se habia reducido a cenizas e imagine que si realmente Nuria Monfort salia a la calle, Fermin iba a acabar siguiendola hasta la farmacia o la panaderia. Valiente plan. Me acerque hasta la caja para echarle un vistazo a la carta que habia mencionado mi padre. El sobre era blanco y rectangular, como una lapida, y en lugar de crucifijo traia un membrete que consiguio pulverizarme los pocos animos que conservaba para pasar el dia.
- Aleluya -murmure.
Sabia lo que contenia sin necesidad de abrir el sobre, pero aun asi lo hice por revolcarme en el lodo. La carta era sucinta, dos parrafos de esa prosa varada entre la proclama inflamada y el aria de opereta que caracteriza al genero epistolar castrense. Se me anunciaba que en el plazo de dos meses, yo, Daniel Sempere Martin, tendria el honor y el orgullo de unirme al deber mas sagrado y edificante que la vida podia ofrecer al varon celtiberico: servir a la patria y vestir el uniforme de la cruzada nacional en la defensa de la reserva espiritual de Occidente. Confie en que al menos Fermin fuera capaz de encontrarle la punta al asunto y hacernos reir un rato con su version en verso de La caida del contubernio judeo-masonico. Dos meses. Ocho semanas. Sesenta dias. Siempre podia dividir el tiempo hasta segundos y obtener asi una cifra kilometrica. Me quedaban cinco millones ciento ochenta y cuatro mil segundos de libertad. A lo mejor don Federico, que segun mi padre era capaz de fabricar un Volkswagen, podia hacerme un reloj con frenos de disco. A lo mejor alguien me explicaba como me las iba a arreglar para no perder a Bea para siempre. Al oir la campanilla de la puerta crei que se trataba de Fermin que regresaba finalmente persuadido de que nuestros empenos detectivescos no daban ni para un chiste.
- Vaya, el heredero vigilando el castillo, como debe ser, aunque sea con cara de berenjena. Alegra ese rostro, chaval, que pareces el muneco de Netol -dijo Gustavo Barcelo, engalanado con un abrigo de camello y un baston de marfil que no necesitaba y que blandia como una mitra cardenalicia-. ?No esta tu padre, Daniel?
- Lo siento, don Gustavo. Salio a visitar a un cliente, y supongo que no volvera hasta...
- Perfecto. Porque no es a el a quien vengo a ver, y lo que tengo que decirte es mejor que no lo oiga.
Me guino el ojo, desenfundandose los guantes y observando la tienda con displicencia.
- ?Y nuestro colega Fermin? ?Anda por aqui?
- Desaparecido en combate.
- Supongo que aplicando sus talentos a la resolucion del caso Carax.
- En cuerpo y alma. La ultima vez que le vi vestia sotana y dispensaba la bendicion urbi et orbe.
- Ya... La culpa es mia por azuzaros. En buena hora se me ocurrio abrir el pico.
- Le veo un tanto inquieto. ?Ha sucedido algo?
- No exactamente. O si, de alguna manera.
- ?Que queria contarme, don Gustavo?
El librero me sonrio mansamente. Su habitual gesto altanero y su arrogancia de salon se habian batido en retirada. En su lugar me parecio intuir cierta gravedad, un atisbo de cautela y no poca preocupacion.
- Esta manana he conocido a don Manuel Gutierrez Fonseca, de cincuenta y nueve anos de edad, soltero y funcionario de la morgue municipal de Barcelona desde 1924. Treinta anos de servicio en el umbral de las tinieblas. La frase es suya, no mia. Don Manuel es un caballero de la vieja escuela, cortes, agradable y servicial. Vive en una habitacion alquilada en la calle de la Ceniza desde hace quince anos, que comparte con doce periquitos que han aprendido a tararear la marcha funebre. Tiene un abono de gallinero en el Liceo. Le gustan Verdi y Donizetti. Me dijo que en su trabajo lo importante es seguir el reglamento. El reglamento lo tiene todo previsto, especialmente en las ocasiones en que uno no sabe que hacer. Hace quince anos, don Manuel abrio un saco de lona que traia la policia y se encontro con el mejor amigo de su infancia. El resto del cuerpo venia en bolsa aparte. Don Manuel, tragandose el alma, siguio el reglamento.
- ?Quiere un cafe, don Gustavo? Se esta usted poniendo amarillo.
- Por favor.
Fui a por el termo y le prepare una taza con ocho terrones de azucar. Se lo bebio de un trago.
- ?Mejor?
- Remontando. Como iba diciendo, el caso es que don Manuel estaba de guardia el dia en que llevaron el cuerpo de Julian Carax al servicio de necropsias, en septiembre de 1936. Por supuesto, don Manuel no se acordaba del nombre, pero una consulta a los archivos, y una donacion de veinte duros a su fondo de retiro, le refrescaron la memoria notablemente. ?Me sigues?
Asenti, casi en trance.
- Don Manuel recuerda los pormenores de aquel dia porque segun me conto aquella fue una de las pocas ocasiones en que se salto el reglamento. La policia alego que el cadaver habia sido encontrado en un callejon del Raval poco antes del amanecer. El cuerpo llego al deposito a media manana. Llevaba encima solo un libro y un pasaporte que le identificaba como Julian Fortuny Carax, natural de Barcelona, nacido en 1900. El pasaporte llevaba un sello de la frontera de La Junquera, indicando que Carax habia entrado en el pais un mes antes. La causa de la muerte, aparentemente, era una herida de bala. Don Manuel no es medico, pero con el tiempo se ha aprendido el repertorio. A su juicio, el disparo, justo sobre el corazon, habia sido realizado a quemarropa. Gracias al pasaporte se pudo localizar al senor Fortuny, padre de Carax, que acudio aquella misma noche al deposito a realizar la identificacion del cuerpo.
- Hasta ahi todo encaja con lo que conto Nuria Monfort.
Barcelo asintio.
- Asi es. Lo que no te dijo Nuria Monfort es que el, mi amigo don Manuel, al sospechar que la policia no parecia tener mucho interes en el caso, y al haber comprobado que el libro que se habia encontrado en los bolsillos del cadaver llevaba el nombre del fallecido, decidio tomar la iniciativa y llamo a la editorial aquella misma tarde, mientras esperaban la llegada del senor Fortuny, para informar de lo sucedido.
- Nuria Monfort me dijo que el empleado de la morgue llamo a la editorial tres dias despues, cuando el cuerpo ya habia sido enterrado en una fosa comun.
- Segun don Manuel, el llamo el mismo dia en que el cuerpo llego al deposito. Me dice que hablo con una senorita que le agradecio el que hubiese llamado. Don Manuel recuerda que le choco un tanto la actitud de dicha senorita. Segun sus propias palabras "era como si ya lo supiese".
- ?Que hay del senor Fortuny? ?Es cierto que se nego a reconocer a su hijo?
- Eso es lo que mas me intrigaba a mi. Don Manuel explica que al caer la tarde llego un hombrecillo tembloroso en compania de unos agentes de la policia. Era el senor Fortuny. Segun el, eso es lo unico a lo que uno no llega nunca a acostumbrarse, el momento en que los allegados vienen a identificar el cuerpo de un ser querido. Don Manuel dice que es un lance que no le desea a nadie. Segun el, lo peor es cuando el muerto es una persona joven y son los padres, o un conyuge reciente, quienes tienen que reconocerle. Don Manuel recuerda bien al senor Fortuny. Dice que cuando llego al deposito apenas podia sostenerse en pie, que lloraba como un nino y que los dos policias le tenian que llevar de los brazos. No paraba de gemir: "?Que le han hecho a mi hijo?, ?que le han hecho a mi hijo?"
- ?Llego a ver el cuerpo?
- Don Manuel me conto que estuvo a punto de sugerirles a los agentes que se saltasen el tramite. Es la unica vez que se le paso por la cabeza cuestionar el reglamento. El cadaver estaba en malas condiciones. Probablemente llevaba mas de veinticuatro horas muerto cuando llego al deposito, no desde el amanecer como alegaba la policia. Manuel temia que cuando aquel viejecillo lo viese, se romperia en pedazos. El senor Fortuny no paraba de decir que no podia ser, que su Julian no podia estar muerto... Entonces don Manuel retiro el sudario que cubria el cuerpo y los dos agentes le preguntaron formalmente si aquel era su hijo Julian.
- El senor Fortuny se quedo mudo, contemplando el cadaver durante casi un minuto. Entonces se dio la vuelta y se marcho.
- ?Se marcho?
- A toda prisa.
- ?Y la policia? ?No se lo impidio? ?No estaban alli para identificar el cadaver?
Barcelo sonrio con malicia.
- En teoria. Pero don Manuel recuerda que habia alguien mas en la sala, un tercer policia que habia entrado sigilosamente mientras los agentes preparaban al senor Fortuny y que habia presenciado la escena en silencio, apoyado en la pared con un cigarrillo en los labios. Don Manuel le recuerda porque cuando le dijo que el reglamento prohibia expresamente fumar en el deposito, uno de los agentes le indico que se callara. Segun don Manuel, tan pronto el senor Fortuny se hubo marchado, el tercer policia se acerco, echo un vistazo al cuerpo y le escupio en la cara. Luego se quedo con el pasaporte y dio ordenes de que el cuerpo fuese enviado a Can Tunis para ser enterrado en una fosa comun aquel mismo amanecer.
- No tiene sentido.
- Eso penso don Manuel. Sobre todo porque aquello no casaba con el reglamento. "Pero si no sabemos quien es este hombre", decia el. Los policias no dijeron nada. Don Manuel, airado, les increpo: "?O lo saben ustedes demasiado bien? Porque a nadie se le escapa que lleva por lo menos un dia muerto." Obviamente, don Manuel se remitia al reglamento y no tenia un pelo de tonto. Segun el, al escuchar sus protestas, el tercer policia se le acerco, le miro a los ojos fijamente y le pregunto si le apetecia unirse al finado en su ultimo viaje. Don Manuel me conto que se quedo aterrado. Que aquel hombre tenia ojos de loco y que no dudo un instante de que hablaba en serio. Murmuro que el solo trataba de cumplir con el reglamento, que nadie sabia quien era aquel hombre y que por tanto todavia no se le podia enterrar. "Este hombre es quien yo diga que es", replico el policia. Entonces cogio la hoja de registro y la firmo, dando por cerrado el caso. Don Manuel dice que esa firma no la olvidara jamas, porque en los anos de la guerra, y luego durante mucho tiempo despues, volveria a encontrarla en decenas de hojas de registro y defuncion de cuerpos que llegaban no se sabia de donde y que nadie conseguia identificar...
- El inspector Francisco Javier Fumero...
- Orgullo y bastion de la Jefatura Superior de Policia. ?Sabes lo que significa eso, Daniel?
- Que hemos estado dando palos de ciego desde el principio.
Barcelo tomo su sombrero y su baston y se dirigio hacia la puerta, negando por lo bajo.
- No, que los palos van a empezar ahora.