No hay segundas oportunidades, excepto para el remordimiento. Julian Carax y yo nos conocimos en el otono de 1933. Por entonces, yo trabajaba para el editor Josep Cabestany. El senor Cabestany le habia descubierto en 1927 durante uno de sus viajes "de prospeccion editorial" a Paris. Julian se ganaba la vida tocando el piano por las tardes en una casa de alterne y escribia por las noches. La duena del local, una tal Irene Marceau, tenia tratos con la mayoria de editores de Paris y, gracias a sus ruegos, favores o amenazas de indiscrecion, Julian Carax habia conseguido publicar varias novelas en diferentes editoriales con resultados comerciales desastrosos. Cabestany habia adquirido los derechos exclusivos para editar la obra de Carax en Espana y America del Sur por una suma irrisoria que incluia la traduccion de los originales en frances al castellano por parte del autor. Confiaba en poder vender unos tres mil ejemplares de cada una, pero los dos primeros titulos que publico en Espana fueron un rotundo fracaso: apenas se vendieron un centenar de ejemplares de cada uno. Pese a los malos resultados, cada dos anos recibiamos un nuevo manuscrito de Julian, que Cabestany aceptaba sin poner reparos, alegando que habia suscrito un compromiso con el autor, que no todo eran los beneficios y que habia que promocionar la buena literatura.
Un dia, intrigada, le pregunte por que continuaba publicando novelas de Julian Carax y perdiendo dinero en el empeno. Por toda contestacion, Cabestany fue hasta su estanteria, tomo una copia de un libro de Julian y me invito a que lo leyese. Asi lo hice. Dos semanas mas tarde los habia leido todos. Esta vez mi pregunta fue como era posible que vendiesemos tan pocos ejemplares de aquellas novelas.
- No lo se -dijo Cabestany-. Pero lo seguiremos intentando.
Me parecio un gesto noble y admirable que no casaba con la imagen fenicia que me habia hecho del senor Cabestany. Quiza le habia juzgado mal. La figura de Julian Carax cada vez me intrigaba mas. Todo lo referente a el estaba envuelto de misterio. Por lo menos una o dos veces al mes alguien llamaba preguntando por la direccion de Julian Carax. Pronto adverti que siempre era la misma persona, que se identificaba con nombres diferentes. Yo me limitaba a decirle lo que ya decian las contraportadas de los libros, que Julian Carax vivia en Paris. Con el tiempo, aquel hombre dejo de llamar. Yo, por si las moscas, habia borrado la direccion de Carax de los archivos de la editorial. Yo era la unica que le escribia y me la sabia de memoria.
Meses mas tarde, por casualidad, me encontre con las hojas de contabilidad que el taller de impresion enviaba al senor Cabestany. Al echarles un vistazo adverti que las ediciones de los libros de Julian Carax estaban sufragadas en su integridad por un individuo ajeno a la empresa del cual yo no habia oido hablar jamas: Miquel Moliner. Es mas, los costes de impresion y distribucion de las obras eran sustancialmente inferiores a la cifra facturada al senor Moliner. Las cifras no mentian: la editorial estaba haciendo dinero imprimiendo libros que iban a parar directamente a un almacen. No tuve valor para cuestionar las indiscreciones financieras de Cabestany. Temia perder mi puesto. Lo que hice fue anotar la direccion a la que enviabamos las facturas a nombre de Miquel Moliner, un palacete en la calle Puertaferrisa. Guarde aquella direccion durante meses antes de atreverme a visitarle. Finalmente, mi conciencia pudo mas y me presente en su casa dispuesta a decirle que Cabestany le estaba estafando. Sonrio y me dijo que ya lo sabia.
- Cada cual hace aquello para lo que sirve.
Le pregunte si habia sido el quien habia estado llamando tantas veces para averiguar la direccion de Carax. Dijo que no y, con gesto sombrio, me advirtio que no debia darle esa direccion a nadie. Nunca.
Miquel Moliner era un hombre enigmatico. Vivia solo en un palacio cavernoso y casi en ruinas que formaba parte de la herencia de su padre, un industrial que se habia enriquecido con la fabricacion de armas y, se decia, la promocion de guerras. Lejos de vivir entre lujos, Miquel llevaba una existencia casi monacal, dedicado a dilapidar aquel dinero que consideraba ensangrentado en restaurar museos, catedrales, escuelas, bibliotecas, hospitales y en asegurarse de que las obras de su amigo de juventud, Julian Carax, fuesen publicadas en su ciudad natal.
- Dinero me sobra, y amigos como Julian me faltan -decia por toda explicacion.
Apenas mantenia contacto con sus hermanos o con el resto de su familia, a quienes se referia como extranos. No se habia casado y raramente salia del recinto del palacio, en el que solo ocupaba la planta superior. Alli tenia montada su oficina, donde: trabajaba febrilmente escribiendo articulos y columnas para varios periodicos y revistas de Madrid y Barcelona, traduciendo textos tecnicos del aleman y el frances, haciendo correccion de estilo de enciclopedias y manuales escolares... Miquel Moliner estaba poseido por esa enfermedad de la laboriosidad culpable y, aunque respetaba y hasta envidiaba la ociosidad en los demas, huia de ella como de la peste. Lejos de presumir de su etica de trabajo, bromeaba sobre su compulsion productiva y la describia como una forma menor de cobardia.
- Mientras se trabaja, uno no le mira a la vida a los ojos.
Nos hicimos buenos amigos casi sin darnos cuenta. Ambos teniamos mucho en comun, quiza demasiado. Miquel me hablaba de libros, de su adorado doctor Freud, de musica, pero sobre todo de su viejo amigo Julian. Nos veiamos casi todas las semanas. Miquel me contaba historias de los dias de Julian en el colegio de San Gabriel. Conservaba una coleccion de antiguas fotografias, de relatos escritos por un Julian adolescente. Miquel adoraba a Julian y a traves de sus palabras y sus recuerdos aprendi a descubrirle, a inventar una imagen en la ausencia. Un ano despues de conocernos, Miquel Moliner me confeso que se habia enamorado de mi. No quise herirle, pero tampoco enganarle. Era imposible enganar a Miquel. Le dije que le apreciaba muchisimo, que se habia convertido en mi mejor amigo, pero no estaba enamorada de el. Miquel dijo que ya lo sabia.
- Estas enamorada de Julian, pero no lo sabes todavia.
En agosto de 1933, Julian me escribio anunciandome que casi habia terminado el manuscrito de una nueva novela titulada El ladron de catedrales. Cabestany tenia unos contratos pendientes de renovacion en septiembre con Gallimard. Llevaba ya semanas paralizado con un ataque de gota y, como premio a mi dedicacion, decidio que yo viajase a Francia en su lugar para tramitar los nuevos contratos y, de paso, visitar a Julian Carax y recoger la nueva obra. Escribi a Julian anunciando mi visita para mediados de septiembre y pidiendole si me podia recomendar un hotel modesto y de precio asequible. Julian contesto diciendo que me podia instalar en su casa, un modesto piso en la barriada de St. Germain, y ahorrarme el dinero del hotel para otros gastos. El dia antes de partir visite a Miquel para preguntarle si tenia algun mensaje para Julian. Dudo un largo rato, y luego me dijo que no.
La primera vez que vi a Julian en persona fue en la estacion de Austerlitz. El otono habia llegado a Paris a traicion y la estacion estaba inundada de niebla. Me quede esperando en el anden, mientras los pasajeros partian hacia la salida. Pronto me quede sola y vi a un hombre enfundado en un abrigo negro apostado a la entrada del anden que me observaba entre el humo de un cigarrillo. Durante el viaje me habia preguntado a menudo como iba a reconocer a Julian. Las fotografias que habia visto de el en la coleccion de Miquel Moliner tenian por lo menos trece o catorce anos. Mire a un lado y a otro del anden. No habia nadie mas excepto aquella figura y yo. Adverti que el hombre me contemplaba con cierta curiosidad, quiza esperando a otra persona, al igual que yo. No podia ser el. Segun mis datos, Julian tenia entonces treinta y dos anos, y aquel hombre me parecio mayor. Tenia el pelo cano y una expresion de tristeza o cansancio. Demasiado palido y demasiado delgado, o quiza fuera solo la niebla y el cansancio del viaje. Habia aprendido a imaginar un Julian adolescente. Me aproxime a aquel desconocido con cautela y le mire a los ojos.
- ?Julian?
El extrano me sonrio y asintio. Julian Carax tenia la sonrisa mas bonita del mundo. Es lo unico quedaba de el.
Julian ocupaba una buhardilla en la barriada de St. Germain. El piso se reducia a dos piezas: una sala con una cocina diminuta que daba a una balaustrada desde la que se veian las torres de Notre-Dame emergiendo tras una jungla de tejados y neblina, y un dormitorio sin ventanas con un lecho individual. El bano estaba al fondo del pasillo del piso inferior y lo compartia con el resto de vecinos. El conjunto de la vivienda era mas pequeno que el despacho del senor Cabestany. Julian habia limpiado a conciencia y habia dispuesto todo para acogerme con sencillez y decoro. Fingi estar encantada con la casa, que todavia olia al desinfectante y a la cera que Julian habia aplicado con mas empeno que mana. Las sabanas de la cama se veian por estrenar. Me parecio que eran de un estampado con dibujos de dragones y castillos. Sabanas de nino. Julian se disculpo diciendo que las habia conseguido a un precio excepcional, pero que eran de primera calidad. Las que no llevaban estampado costaban el doble, argumento, y eran mas aburridas.
En la sala habia un escritorio de madera vieja enfrentado a la vision de las torres de la catedral. Sobre el yacia la maquina Underwood que habia adquirido con el anticipo de Cabestany y dos pilas de cuartillas, una en blanco y la otra escrita por ambas caras. Julian compartia el piso con un inmenso gato blanco al que llamaba Kurtz. El felino me observaba con recelo a los pies de su dueno, relamiendose las garras. Conte dos sillas, una percha y poco mas. Lo demas eran libros. Murallas de libros cubrian las paredes desde el suelo hasta el techo, en dos capas. Mientras yo inspeccionaba el lugar, Julian suspiro.
- Hay un hotel a dos calles de aqui. limpio, asequible y respetable. Me permiti hacer una reserva...
Tuve mis dudas, pero temia ofenderle.
- Aqui estare perfectamente, siempre y cuando no suponga una molestia para ti, ni para Kurtz.
Kurtz y Julian intercambiaron una mirada. Julian nego, y el gato imito su gesto. No me habia dado cuenta de lo mucho que se parecian el uno al otro. Julian insistio en cederme el dormitorio. El, alegaba, apenas dormia y se instalaria en la sala en un plegatin que le habia prestado su vecino monsieur Darcieu, un anciano ilusionista que leia las lineas de la mano a las senoritas a cambio de un beso. Aquella primera noche dormi de un tiron, agotada por el viaje. Me desperte al alba y descubri que Julian habia salido. Kurtz dormia sobre la maquina de escribir de su dueno. Roncaba como un mastin. Me aproxime al escritorio y vi el manuscrito de la nueva novela que habia venido a recoger.
El ladron de catedrales
En la primera pagina, al igual que en todas las novelas de Julian, rezaba la leyenda, escrita a mano:
Para P
Me senti tentada de empezar a leer. Estaba a punto de tomar la segunda pagina cuando adverti que Kurtz me miraba de reojo. Al igual que habia visto hacer a Julian, negue con la cabeza. El gato nego a su vez, y devolvi las paginas a su lugar. Al rato, Julian aparecio trayendo pan recien hecho, un termo de cafe y queso fresco. Desayunamos en la balaustrada. Julian hablaba sin cesar pero rehuia mi mirada. A la luz del alba me parecio un nino envejecido. Se habia afeitado y enfundado el que supuse era su unico atuendo decente, un traje de algodon color crema que se veia gastado pero elegante. Le escuche hablarme de los misterios de Notre-Dame, de una supuesta barcaza fantasma que surcaba el Sena por las noches recogiendo las almas de los amantes desesperados que se habian suicidado tirandose a las aguas heladas, de mil y un embrujos que inventaba sobre la marcha con tal de no permitirme preguntarle nada. Yo le contemplaba en silencio, asintiendo, buscando en el al hombre que habia escrito los libros que conocia casi de memoria de tanto releerlos, al muchacho que Miquel Moliner me habia descrito tantas veces.
- ?Cuantos dias vas a estar en Paris? -pregunto.
Mis asuntos con Gallimard iban a llevarme unos dos o tres dias, supuse. Mi primera cita era aquella misma tarde. Le dije que habia pensado tomarme un par de dias para conocer la ciudad antes de regresar a Barcelona.
- Paris exige mas de dos dias -dijo Julian-. No se aviene a razones.
- No dispongo de mas tiempo, Julian. El senor Cabestany es un patron generoso, pero todo tiene un limite.
- Cabestany es un pirata, pero incluso el sabe que Paris no se ve en dos dias, ni en dos meses, ni en dos anos.
- No puedo estar dos anos en Paris, Julian.
Julian miro un largo rato en silencio y me sonrio.
- ?Por que no? ?Alguien te espera?
Los tramites con Gallimard y mis visitas de cortesia a varios editores con quienes Cabestany tenia contratos ocuparon tres dias completos, tal y como habia previsto. Julian me habia asignado un guia y protector, un muchacho llamado Herve que tenia apenas trece anos y se conocia la ciudad al dedillo. Herve me acompanaba de puerta a puerta, se aseguraba de indicarme en que cafes tomar un bocado, que calles evitar, que vistas apresar. Me esperaba durante horas a la puerta de las oficinas de los editores sin perder la sonrisa y sin aceptar propina alguna. Herve chapurreaba un espanol divertido, que mezclaba con tintes de italiano y portugues.
- Signore Carax, ya me ha pagato con tuoda generosidade pos meus servicios...
Segun pude deducir, Herve era el huerfano de una de las damas del establecimiento de Irene Marceau, en cuyo atico vivia. Julian le habia ensenado a leer, escribir y a tocar el piano. Los domingos lo llevaba al teatro o a un concierto. Herve idolatraba a Julian y parecia dispuesto a hacer cualquier cosa por el, incluido guiarme hasta el fin del mundo si era necesario. En nuestro tercer dia juntos me pregunto si yo era la novia del signore Carax. Le dije que no, solo una amiga de visita. Parecio decepcionado.
Julian pasaba casi todas las noches en vela, sentado en su escritorio con Kurtz en el regazo, repasando paginas o simplemente mirando las siluetas de las torres de la catedral a lo lejos. Una noche en que yo tampoco podia dormir por el ruido de la lluvia aranando el tejado sali a la sala. Nos miramos sin decir nada y Julian me ofrecio un cigarrillo. Contemplamos la lluvia en silencio durante un largo rato. Luego, cuando la lluvia ceso, le pregunte quien era P.
- Penelope -respondio.
Le pedi que me hablase de ella, de aquellos trece anos de exilio en Paris. A media voz, en la penumbra, Julian me conto que Penelope era la unica mujer a la que habia amado.
Una noche de invierno de 1921, Irene Marceau encontro a Julian Carax vagando en las calles, incapaz de recordar su nombre y vomitando sangre. Apenas llevaba encima unas monedas y unas paginas dobladas, escritas a mano. Irene las leyo, y creyo que habia dado con un autor famoso, borracho perdido, y que quiza un editor generoso la recompensaria cuando el recobrase el conocimiento. Esa era al menos su version, pero Julian sabia que le salvo la vida por compasion. Paso seis meses en una habitacion en el atico del burdel de Irene, recuperandose. Los medicos advirtieron a Irene que si aquel individuo volvia a envenenarse, no respondian de el. Se habia destrozado el estomago y el higado, e iba a pasar el resto de sus dias sin poder alimentarse mas que de leche, queso fresco y pan tierno. Cuando Julian recobro el habla, Irene le pregunto quien era.
- Nadie -respondio Julian.
- Pues nadie vive a mi costa. ?Que sabes hacer?
Julian dijo que sabia tocar el piano.
- Demuestralo.
Julian se sento al piano del salon y, frente a una intrigada audiencia de quince putillas adolescentes en panos menores, interpreto un nocturno de Chopin. Todas aplaudieron menos Irene, que dijo que aquello era musica de muertos y que ellas estaban en el negocio de los vivos. Julian toco para ella un ragtime y un par de piezas de Offenbach.
- Eso esta mejor.
Su nuevo empleo le granjeaba un sueldo, un techo y dos comidas calientes al dia.
En Paris sobrevivio gracias a la caridad de Irene Marceau, que era la unica persona que le animaba a seguir escribiendo. A ella le gustaban las novelas romanticas y las biografias de santos y martires, que la intrigaban enormemente. En su opinion, el problema de Julian es que tenia el corazon envenenado y que por eso solo podia escribir aquellas historias de espantos y tinieblas. Pese a sus reparos, Irene era quien habia conseguido que Julian encontrase editor para sus primeras novelas, quien le habia procurado aquella buhardilla en la que se escondia del mundo, la que le vestia y lo sacaba de casa para que le diese el sol y el aire, quien le compraba libros y le hacia acompanarla a misa los domingos y luego a pasear por las Tullerias. Irene Marceau le mantenia vivo sin pedirle otra cosa a cambio que su amistad y la promesa de que seguiria escribiendo. Con el tiempo, Irene le permitio llevarse a alguna de sus chicas a la buhardilla, aunque solo fuera para dormir abrazados. Irene bromeaba que ellas estaban casi tan solas como el y lo unico que querian era algo de carino.
- Mi vecino, monsieur Darcieu, me tiene por el hombre mas afortunado del universo.
Le pregunte por que no habia regresado nunca a Barcelona en busca de Penelope. Se sumio en un largo silencio y cuando busque su rostro en la oscuridad lo encontre cortado de lagrimas. Sin saber bien lo que hacia me arrodille junto a el y le abrace. Permanecimos asi, abrazados en aquella silla, hasta que nos sorprendio el alba. Ya no se quien beso primero a quien, ni si tiene importancia. Se que encontre sus labios y que me deje acariciar sin darme cuenta de que tambien yo estaba llorando y no sabia por que. Aquel amanecer, y todos los que siguieron durante las dos semanas que pase con Julian, nos amamos en el suelo, siempre en silencio. Luego, sentados en un cafe o paseando por las calles, le miraba a los ojos y sabia sin necesidad de preguntarle que el seguia queriendo a Penelope. Recuerdo que en aquellos dias aprendi a odiar a aquella muchacha de diecisiete anos (porque para mi Penelope siempre tuvo diecisiete anos), a la que nunca habia conocido y con la que empezaba a sonar. Invente mil y una excusas para telegrafiar a Cabestany y prolongar mi estancia. Ya no me preocupaba perder aquel empleo ni la existencia gris que habia dejado en Barcelona. Muchas veces me he preguntado si llegue a Paris con una vida tan vacia que cai en los brazos de Julian como las chicas de Irene Marceau, que mendigaban carino a reganadientes. Solo se que aquellas dos semanas que pase con Julian fueron el unico momento de mi vida en que senti por una vez que era yo misma, en que comprendi con esa absurda claridad de las cosas inexplicables que nunca podria querer a otro hombre como queria a Julian, aunque pasara el resto de mis dias intentandolo.
Una dia Julian se quedo dormido en mis brazos, exhausto. La tarde anterior, al cruzar frente al escaparate de una tienda de empenos se habia detenido para ensenar me una pluma estilografica que llevaba anos expuesta en el mostrador y que segun el tendero habia pertenecido a Victor Hugo. Julian nunca habia tenido un centimo para comprarla, pero cada dia la visitaba. Me vesti con sigilo y baje a la tienda. La pluma costaba una fortuna que yo no tenia, pero el tendero me dijo que aceptaria un cheque en pesetas contra cualquier banco espanol con oficina en Paris. Antes de morir, mi madre me habia prometido que ahorraria durante anos para comprarme un vestido de novia. La pluma de Victor Hugo se llevo mi velo por delante, y aunque sabia que era una locura, nunca gaste un dinero mas a gusto. Al salir de la tienda con el estuche fabuloso, adverti que una mujer me seguia. Era una dama muy elegante, con el cabello plateado y los ojos mas azules que he visto jamas. Se me aproximo y se presento. Era Irene Marceau, la protectora de Julian. Mi lazarillo Herve le habia hablado de mi. Solo queria conocerme y preguntarme si yo era la mujer a la que Julian habia estado esperando todos aquellos anos. No hizo falta que respondiese. Irene se limito a asentir y me beso en la mejilla. La vi alejarse calle abajo y supe entonces que Julian nunca seria mio, que le habia perdido antes de empezar. Regrese a la buhardilla con el estuche de la pluma oculto en mi bolso. Julian me esperaba despierto. Me desnudo sin decir nada e hicimos el amor por ultima vez. Cuando me pregunto por que lloraba le dije que eran lagrimas de felicidad. Mas tarde, cuando Julian bajo a buscar algo de comida, hice el equipaje y deje el estuche con la pluma sobre su maquina de escribir. Meti el manuscrito de la novela en mi maleta y me marche antes de que Julian regresara. En el rellano me encontre con monsieur Darcieu, el anciano ilusionista que leia la mano de las muchachas a cambio de un beso. Me tomo la mano izquierda y me observo con tristeza.
- Vous avez poison au coeur, mademoiselle.
Cuando quise satisfacer su tarifa nego suavemente, y fue el quien me beso la mano.
Llegue a la estacion de Austerlitz justo a tiempo para tomar el tren de las doce para Barcelona. El revisor que me vendio el billete me pregunto si me encontraba bien. Asenti y me encerre en el compartimento. El tren partia ya cuando mire por la ventana y aviste la silueta de Julian en el anden, en el mismo sitio que le habia visto la primera vez. Cerre los ojos y no los abri hasta que el tren hubo dejado atras la estacion y aquella ciudad embrujada a la que nunca podria regresar. Llegue a Barcelona al amanecer del dia siguiente. Aquel dia cumpli los veinticuatro anos, sabiendo que lo mejor de mi vida habia quedado atras.