Amanecia ya cuando acabe de leer el manuscrito de Nuria Monfort. Aquella era mi historia. Nuestra historia. En los pasos perdidos de Carax reconocia ahora los mios, irrecuperables ya. Me levante, devorado por la ansiedad, y empece a recorrer la habitacion como un animal enjaulado. Todos mis reparos, mis recelos y temores se deshacian ahora en cenizas, insignificantes. Me vencia la fatiga, el remordimiento y el miedo, pero me senti incapaz de quedarme alli, escondiendome del rastro de mis acciones. Me enfunde el abrigo, meti el manuscrito doblado en el bolsillo interior y corri escaleras abajo. Habia empezado a nevar cuando sali del portal y el cielo se deshacia en lagrimas perezosas de luz que se posaban en el aliento y desaparecian. Corri hacia la plaza Cataluna, desierta. En el centro de la plaza, solo, se alzaba la silueta de un anciano, o quiza fuera un angel desertor, tocado de cabellera blanca y enfundado en un formidable abrigo gris. Rey del alba, alzaba la mirada al cielo e intentaba en vano atrapar copos de nieve con los guantes, riendose. Al cruzar a su lado me miro y sonrio con gravedad, como si pudiera leerme el alma de un vistazo. Tenia los ojos dorados, como monedas embrujadas en el fondo de un estanque.
- Buena suerte -me parecio oirle decir.
Trate de aferrarme a aquella bendicion y aprete el paso, rogando que no fuese demasiado tarde y que Bea, la Bea de mi historia, todavia me estuviese esperando.
Me ardia la garganta de frio cuando llegue al edificio donde vivian los Aguilar, jadeando tras la carrera. La nieve estaba empezando a cuajar. Tuve la fortuna de encontrar a don Saturno Molleda, portero del edificio y (segun me habia contado Bea) poeta surrealista a escondidas, apostado en el portal. Don Saturno habia salido a contemplar el espectaculo de la nieve escoba en mano, embutido en no menos de tres bufandas y botas de asalto.
- Es la caspa de Dios -dijo, maravillado, estrenando de versos ineditos la nevada.
- Voy a casa de los senores Aguilar - anuncie.
- Sabido es que a quien madruga Dios le ayuda, pero lo suyo es como pedirle una beca, joven.
- Se trata de una emergencia. Me esperan.
- Ego te absolvo -recito, concediendome una bendicion.
Corri escaleras arriba. Mientras ascendia, contemplaba mis posibilidades con cierta reserva. Con buena fortuna, me abriria una de las criadas, cuyo bloqueo me disponia a franquear sin contemplaciones. Con peor fortuna, quiza fuera el padre de Bea quien me abriese la puerta dadas las horas. Quise creer que en la intimidad de su hogar no iria armado, al menos no antes del desayuno. Antes de llamar, me detuve unos instantes a recuperar el aliento y a intentar conjurar unas palabras que no llegaron. Poco importaba ya. Golpee el picaporte con fuerza tres veces. Quince segundos despues repeti la operacion, y asi sucesivamente, ignorando el sudor frio que me cubria la frente y los latidos de mi corazon. Cuando la puerta se abrio, todavia sostenia el picaporte en las manos.
- ?Que quieres?
Los ojos de mi viejo amigo Tomas me taladraron, sin sobresalto. Frios y supurantes de ira.
- Vengo a ver a Bea. Puedes partirme la cara si te apetece, pero no me voy sin hablar con ella.
Tomas me observaba sin pestanear. Me pregunte si me iba a quebrar en dos alli mismo, sin contemplaciones. Trague saliva.
- Mi hermana no esta.
- Tomas...
- Bea se ha marchado.
Habia abandono y dolor en su voz que apenas conseguia disfrazar de rabia.
- ?Se ha marchado? ?Adonde?
- Esperaba que tu lo supieses.
- ?Yo?
Ignorando los punos cerrados y el semblante amenazador de Tomas, me cole en el interior del piso.
- ?Bea? -grite-. Bea, soy Daniel...
Me detuve a medio corredor. El piso escupia el eco de mi voz con ese desprecio de los espacios vacios. Ni el senor Aguilar ni su esposa ni el servicio aparecieron en respuesta a mis alaridos.
- No hay nadie. Ya te lo he dicho -dijo Tomas a mi espalda-. Ahora largate y no vuelvas. Mi padre ha jurado matarte y yo no voy a ser el que se lo impida.
- Por el amor de Dios, Tomas. Dime donde esta tu hermana.
Me contemplaba como quien no sabe bien si escupir o pasar de largo.
- Bea se ha marchado de casa, Daniel. Mis padres llevan dos dias buscandola como locos por todas partes y la policia tambien.
- Pero...
- La otra noche, cuando volvio de verte, mi padre la estaba esperando. Le partio los labios a bofetadas, pero no te preocupes, que se nego a dar tu nombre. No te la mereces.
- Tomas...
- Callate. Al dia siguiente, mis padres la llevaron al medico.
- ?Por que? ?Esta Bea enferma?
- Enferma de ti, imbecil. Mi hermana esta embarazada. No me digas que no lo sabias.
Senti que me temblaban los labios. Un frio intenso se extendia por mi cuerpo, la voz robada, la mirada atrapada. Me arrastre hacia la salida, pero Tomas me agarro del brazo y me lanzo contra la pared.
- ?Que le has hecho? -Tomas, yo...
Se le derribaron los parpados de impaciencia. El primer golpe me arranco la respiracion. Resbale hacia el suelo con la espalda apoyada contra la pared, las rodillas flaqueando. Una presa terrible me aferro la garganta y me sostuvo en pie, clavado contra la pared.
- ?Que le has hecho, hijo de puta?
Trate de zafarme de la presa, pero Tomas me derribo de un punetazo en la cara. Cai en una oscuridad interminable, la cabeza envuelta en llamaradas de dolor. Me desplome sobre las baldosas del corredor. Trate de arrastrarme, pero Tomas me aferro del cuello del abrigo y me arrastro sin contemplaciones hasta el rellano. Me arrojo a la escalera como un despojo.
- Si le ha pasado algo a Bea, te juro que te matare -dijo desde el umbral de la puerta.
Me alce de rodillas, implorando un segundo, una oportunidad de recuperar la voz. La puerta se cerro abandonandome en la oscuridad. Me asalto una punzada en el oido izquierdo y me lleve la mano a la cabeza, retorciendome de dolor. Palpe sangre tibia. Me incorpore como pude. Los musculos del vientre que habian encajado el primer golpe de Tomas ardian en una agonia que solo ahora empezaba. Me deslice escaleras abajo, donde don Saturno, al verme, sacudio la cabeza.
- Hala, pase dentro un momento y compongase...
Negue, sosteniendome el estomago con las manos. El lado izquierdo de la cabeza me palpitaba, como si los huesos quisieran desprenderse de la carne.
- Esta usted sangrando -dijo don Saturno, inquieto.
- No es la primera vez.
- Pues vaya jugando y no tendra oportunidad de sangrar mucho mas. Anda, entre y llamo a un medico, hagame el favor.
Consegui ganar el portal y librarme de la buena voluntad del portero. Nevaba ahora con fuerza, velando las aceras con velos de bruma blanca. El viento helado se abria camino entre mi ropa, lamiendo la herida que me sangraba en la cara. No se si llore de dolor, de rabia o de miedo. La nieve, indiferente, se llevo mi llanto cobarde y me aleje lentamente en el alba de polvo, una sombra mas abriendo surcos en la caspa de Dios.