1945, un ano de cenizas. Solo habian pasado seis anos desde el fin de la guerra y aunque sus cicatrices se sentian a cada paso, casi nadie hablaba de ella abiertamente. Ahora se hablaba de la otra guerra, la mundial, que habia apestado el mundo con un hedor a carrona y bajeza del que jamas volveria a desprenderse. Eran anos de escasez y miseria, extranamente bendecidos por esa paz que inspiran los mudos y los tullidos, a medio camino entre la lastima y el repelus. Tras anos de buscar en vano trabajo como traductora, encontre finalmente un empleo como correctora de pruebas en una editorial fundada por un empresario de nuevo cuno llamado Pedro Sanmarti. El empresario habia edificado el negocio invirtiendo la fortuna de su suegro, a quien luego habia instalado en un asilo frente al lago de Banolas a la espera de recibir por correo su certificado de defuncion. Sanmarti, que gustaba de cortejar mozuelas a las que doblaba la edad, se habia beatificado por el lema tan en boga por entonces del hombre hecho a si mismo. Chapurreaba un ingles con acento de Vilanova i la Geltru, convencido de que era el idioma del futuro y remataba sus frases con la coletilla del "Okey".
La editorial (a la que Sanmarti habia bautizado con el peregrino nombre de "Endymion" porque le sonaba a catedralicio y propicio para hacer caja) publicaba catecismos, manuales de buenas maneras v una coleccion de seriales novelados de lectura edificante protagonizados por monjitas de comedia ligera, personal heroico de la Cruz Roja y funcionarios felices y de alta fibra apostolica. Editabamos tambien una serie de historietas de soldados americanos titulada "Comando Valor", que arrasaba entre la juventud deseosa de heroes con aspecto de comer carne siete dias a la semana. Yo habia hecho en la empresa una buena amiga en la secretaria de Sanmarti, una viuda de guerra llamada Mercedes Pietro con la que pronto senti una afinidad completa y con la que podia entenderme con apenas una mirada o una sonrisa. Mercedes y yo teniamos mucho en comun: eramos dos mujeres a la deriva, rodeadas de hombres que estaban muertos o se habian escondido del mundo. Mercedes tenia un hijo de siete anos enfermo de distrofia muscular al que sacaba adelante como podia. Tenia apenas treinta y dos anos, pero se le leia la vida en los surcos de la piel. Durante todos aquellos anos, Mercedes fue la unica persona a la que me senti tentada de contarselo todo, de abrirle mi vida.
Fue ella quien me conto que Sanmarti era un gran amigo del cada dia mas condecorado inspector jefe Francisco Javier Fumero. Ambos formaban parte de una camarilla de individuos surgidos de entre las cenizas de la guerra que se extendia como tela de arana por la ciudad, inexorable. La nueva sociedad. Un buen dia Fumero se presento en la editorial. Acudia a visitar a su amigo Sanmarti, con quien habia quedado para ir a comer. Yo, con alguna excusa, me escondi en el cuarto del archivo hasta que ambos partieron. Cuando volvi a mi mesa, Mercedes me lanzo una mirada que lo decia todo. Desde entonces, cada vez que Fumero se presentaba por las oficinas de la editorial, ella me avisaba para que me ocultase.
No pasaba un dia en que Sanmarti no intentase sacarme a cenar, invitarme al teatro o al cine con cualquier excusa. Yo siempre respondia que me esperaba mi marido en casa y que su senora debia de estar preocupada, que se hacia tarde. La senora Sanmarti, que ejercia de mueble o fardo mudable, cotizando muy por debajo del obligatorio Bugatti en la escala de afectos de su esposo, parecia haber perdido ya su papel en el sainete de aquel matrimonio una vez la fortuna del suegro habia pasado a manos de Sanmarti. Mercedes ya me habia advertido de que iba el percal. Sanmarti, dotado de una capacidad de concentracion limitada en el espacio y en el tiempo, apetecia carne fresca y poco vista, concentrando sus bagatelas donjuanescas en la recien llegada, que en este caso era yo. Sanmarti recurria a todos los resortes para iniciar una conversacion conmigo.
- Me cuentan que tu marido, ese tal Moliner, es escritor... A lo mejor le interesaria escribir un libro sobre mi amigo Fumero, para el que ya tengo titulo: Fumero, azote del crimen o la ley de la calle. ?Que me dices, Nurieta?
- Se lo agradezco muchisimo, senor Sanmarti, pero es que Miquel esta enfrascado en una novela y no creo que pueda en este momento...
Sanmarti reia a carcajadas.
- ? Una novela? Por Dios, Nurieta... Si la novela esta muerta y enterrada. Me lo contaba el otro dia un amigo que acaba de llegar de Nueva York. Los americanos estan inventando una cosa que se llama television y que sera como el cine, pero en casa. Ya no haran falta ni libros, ni misa, ni nada de nada. Dile a tu marido que se deje de novelas. Si al menos tuviese nombre, fuera futbolista o torero... Mira, ?que me dices si cogemos el Bugatti y nos vamos a comer una paella a Castelldefels para discutir todo esto? Mujer, es que tienes que poner algo de tu voluntad... Ya sabes que a mi me gustaria ayudarte. Y a tu maridito tambien. Ya sabes que en este pais, sin padrinos, no hay nada que hacer.
Empece a vestirme como una viuda de Corpus o una de esas mujeres que parecen confundir la luz del sol con el pecado mortal. Acudia a trabajar con el pelo recogido en un mono y sin maquillar. Pese a mis ardides, Sanmarti seguia espolvoreandome con sus insinuaciones, siempre prendidas de esa sonrisa aceitosa y gangrenada de desprecio que caracteriza a los eunucos prepotentes que penden como morcillas tumefactas de los altos escalafones de toda empresa. Tuve dos o tres entrevistas con perspectivas a otros empleos, pero tarde o temprano acababa por encontrarme otra version de Sanmarti. Crecian como plaga de hongos que anidan en el estiercol con que se siembran las empresas. Uno de ellos se tomo la molestia de llamar a Sanmarti y decirle que Nuria Monfort andaba buscando empleo a sus espaldas. Sanmarti me convoco a su despacho, herido de ingratitud. Me puso la mano en la mejilla e hizo un amago de caricia. Le olian los dedos a tabaco y a sudor. Me quede livida.
- Mujer, si no estas contenta, solo tienes que decirmelo. ?Que puedo hacer para mejorar tus condiciones de trabajo? Ya sabes lo que te aprecio y me duele saber por terceros que nos quieres dejar. ?Que tal si nos vamos a cenar tu y yo por ahi y hacemos las paces?
Retire su mano de mi rostro, sin poder ocultar mas la repugnancia que me producia.
- Me decepcionas, Nuria. Tengo que confesarte que no veo en ti espiritu de equipo ni fe en el proyecto de esta empresa.
Mercedes ya me habia advertido que, tarde o temprano, algo asi iba a suceder. Dias despues, Sanmarti, que competia en gramatica con un orangutan, empezo a devolver todos los manuscritos que yo corregia alegando que estaban plagados de errores. Casi todos los dias me quedaba en el despacho hasta las diez o las once de la noche, rehaciendo una y otra vez paginas y paginas con las tachaduras y comentarios de Sanmarti.
- Demasiados verbos en pasado. Suena muerto, sin nervio... El infinitivo no se usa despues de punto y coma. Eso lo sabe todo el mundo...
Algunas noches, Sanmarti se quedaba tambien hasta tarde, encerrado en su despacho. Mercedes intentaba estar alli, pero en mas de una ocasion Sanmarti la enviaba a casa. Entonces, cuando nos quedabamos solos en la editorial, Sanmarti salia de su despacho y se acercaba a mi mesa.
- Trabajas mucho, Nurieta. No todo es el trabajo. Tambien hay que divertirse. Y tu aun eres joven. Aunque la juventud pasa y no siempre sabemos sacarle partido.
Se sentaba en el borde de mi mesa y me miraba fijamente. A veces se colocaba a mi espalda y se quedaba alli durante un par de minutos y podia sentir su aliento fetido en el pelo. Otras veces me posaba las manos sobre los hombros.
- Estas tensa, mujer. Relajate.
Yo temblaba, queria gritar o echar a correr y no volver a aquella oficina, pero necesitaba el empleo y el misero sueldo que me proporcionaba. Una noche, Sanmarti empezo con su rutina del masaje y empezo a manosearme con avidez.
- Un dia me vas a hacer perder la cabeza -gemia.
Me escape de sus zarpas de un brinco y corri hasta la salida, arrastrando el abrigo y el bolso. Sanmarti se reia a mi espalda. En la escalera me tropece con una figura oscura que parecia deslizarse por el vestibulo sin rozar el suelo.
- Dichosos los ojos, senora Moliner...
El inspector Fumero me ofrecio su sonrisa de reptil.
- No me diga que trabaja usted para mi buen amigo Sanmarti. El, como yo, es el mejor en lo suyo. ?Y digame, que tal esta su marido?
Supe que tenia los dias contados. Al dia siguiente corrio el rumor en la oficina de que Nuria Monfort era una "tortillera", puesto que se mantenia inmune a los encantos y al aliento de ajos tiernos de don Pedro Sanmarti, y que se entendia con Mercedes Pietro. Mas de un joven de porvenir en la empresa aseguraba haber visto a ese "par de guarras" besuqueandose en el archivo en contadas ocasiones. Aquella tarde, al salir, Mercedes me pidio si podiamos hablar un momento. Apenas conseguia mirarme a los ojos. Acudimos al cafe de la esquina sin cruzar palabra. Alli Mercedes me dijo que Sanmarti le habia dicho que no veia con buenos ojos nuestra amistad, que la policia le habia dado informes sobre mi, sobre mi supuesto pasado de activista comunista.
- Nuria, yo no puedo perder este empleo. Lo necesito para sacar adelante a mi hijo...
Se derrumbo entre lagrimas, ajada por la verguenza y la humillacion, envejeciendo a cada segundo.
- No te preocupes, Mercedes. Lo entiendo -dije.
- Ese hombre, Fumero, va a por ti, Nuria. No se que tiene contra ti, pero se le ve en la cara...
- Ya lo se.
Al lunes siguiente, cuando llegue al despacho, me encontre a un individuo enjuto y engominado ocupando mi escritorio. Se presento como Salvador Benades, el nuevo corrector.
- ? Y usted quien es?
Ni una sola persona en toda la oficina se atrevio a cruzar la mirada o la palabra conmigo mientras recogia mis cosas. Al bajar por la escalera, Mercedes corrio tras de mi y me entrego un sobre que contenia un fajo de billetes y monedas.
- Casi todos han contribuido con lo que han podido. Cogelo, por, favor. No por ti, por nosotros.
Aquella noche acudi al piso de la Ronda de San Antonio. Julian me esperaba como siempre, sentado en la oscuridad. Habia escrito un poema para mi, dijo. Era lo primero que escribia en nueve anos. Quise leerlo, pero me rompi en sus brazos. Se lo conte todo, porque ya no podia mas. Porque temia que Fumero, tarde o temprano, le encontraria. Julian me escucho en silencio, sosteniendome en sus brazos y acariciandome el pelo. Era la primera vez en anos que sentia que, por una vez, me podia apoyar en el. Quise besarle, enferma de soledad, pero Julian no tenia labios ni piel que entregarme. Me dormi en sus brazos, acurrucada en el lecho de su habitacion, un camastro de muchacho. Cuando desperte, Julian no estaba alli. Escuche sus pasos en el terrado al alba y fingi estar todavia dormida. Mas tarde, aquella manana, oi la noticia por la radio sin caer en la cuenta. Un cuerpo habia sido hallado en un banco en el paseo del Borne, contemplando la basilica de Santa Maria del Mar sentado con las manos cruzadas sobre el regazo. Una bandada de palomas que le picoteaban los ojos llamo la atencion de un vecino, que alerto a la policia. El cadaver tenia el cuello roto. La senora Sanmarti lo identifico como el de su esposo, Pedro Sanmarti Monegal. Cuando el suegro del difunto recibio la noticia en su asilo de Banolas, dio gracias al cielo y se dijo que ahora ya podia morir en paz.