1956 LAS AGUAS DE MARZO

Bea y yo nos casamos en la iglesia de Santa Ana dos meses mas tarde. El senor Aguilar, que todavia me hablaba en monosilabos y seguiria haciendolo hasta el fin de los tiempos, me habia concedido la mano de su hija ante la imposibilidad de obtener mi cabeza en bandeja. La desaparicion de Bea le habia afeitado la furia, y ahora parecia vivir en estado de perpetuo susto, resignado a que pronto su nieto me llamase papa y a que la vida, valiendose de un sinverguenza remendado de un balazo, le robase a la nina que el, pese a las bifocales, seguia viendo como el dia de su primera comunion, ni un dia mayor. Una semana antes de la ceremonia, el padre de Bea se presento en la libreria para regalarme una aguja de corbata de oro que habia pertenecido a su padre y para estrecharme la mano.

- Bea es lo unico bueno que he hecho en la vida -me dijo-. Cuidamela.

Mi padre le acompano hasta la puerta y le contemplo alejarse por la calle Santa Ana con esa melancolia que reblandece a los hombres que envejecen al mismo tiempo sin que nadie les haya pedido permiso.

- No es una mala persona, Daniel -dijo-. Cada cual quiere a su manera.

El doctor Mendoza, que dudaba de mi capacidad para sostenerme en pie durante mas de media hora, me habia advertido que el ajetreo de una boda y sus preparativos no eran la mejor medicina para sanar a un hombre que habia estado a punto de dejarse el corazon en el quirofano.

- No se preocupe -le tranquilice-. No me dejan hacer nada.

No mentia. Fermin Romero de Torres se habia erigido en dictador absoluto y factotum de la ceremonia, banquete y miscelanea varia. El parroco de la iglesia, al enterarse de que la novia llegaba prenada al altar, se habia negado en redondo a celebrar el matrimonio y amenazo con conjurar a los hados de la Santa Inquisicion para que impidiesen el evento. Fermin monto en colera y lo saco a rastras de la iglesia, gritando a los cuatro vientos que era indigno del habito, de la parroquia, y jurandole que como se le ocurriese levantar una pestana le iba a montar un escandalo en el obispado del que lo menos resultaria desterrado al penon de Gibraltar a evangelizar a las monas por mezquino y miserable. Varios transeuntes aplaudieron, y el florista de la plaza le regalo a Fermin un clavel blanco que procedio a lucir en la solapa hasta que los petalos le quedaron del color del cuello de la camisa. Compuestos y sin cura, Fermin acudio al colegio de San Gabriel y procedio a reclutar los servicios del padre Fernando Ramos, que no habia celebrado una boda en la vida y cuya especialidad era el latin, la trigonometria y la gimnasia sueca, por este orden.

- Eminencia, que el novio esta muy debil y ahora yo no puedo darle otro disgusto. El ve en usted una reencarnacion de los grandes padres de la madre Iglesia, ahi en lo alto con santo Tomas, san Agustin y la virgen de Fatima. Ahi donde usted le ve, el muchacho es como yo, devotisimo. Un mistico. Si ahora le digo que me falla usted, lo mismo tenemos que celebrar un funeral en vez de una boda.

- Si me lo pone usted asi.

Segun me contaron despues -porque yo no lo recuerdo y las bodas siempre se empenan en recordarlas mejor los demas-, antes de la ceremonia, la Bernarda y don Gustavo Barcelo (siguiendo instrucciones detalladas de Fermin) embozaron de moscatel al pobre sacerdote para soltarle las tablas. A la hora de oficiar el padre Fernando, tocado de una sonrisa bendita y un tono sonrosado muy favorecedor, opto, en un vuelo de licencia protocolaria, por sustituir la lectura de no se que Carta a los Corintios por un soneto de amor, obra de un tal Pablo Neruda, al que algunos de los invitados del senor Aguilar identificaron como comunista y bolchevique irredento mientras otros buscaban en el misal aquellos versos de rara belleza pagana, preguntandose si ya se empezaban a ver los primeros efectos del concilio en ciernes.

La noche antes de la boda, Fermin, arquitecto del evento y maestro de ceremonias, me anuncio que me habia organizado una despedida de soltero a la que solo estabamos invitados el y yo.

- No se, Fermin. A mi estas cosas...

- Confie en mi.

Llegada la noche de autos segui docilmente a Fermin hasta un tugurio infecto sito en la calle Escudillers donde los hedores a humanidad convivian con la fritanga mas abyecta del litoral mediterraneo. Un plantel de damas con la virtud en alquiler y mucho kilometraje encima nos recibio con sonrisas que hubieran hecho las delicias de una facultad de ortodoncia.

- Venimos a por la Rociito -anuncio Fermin a un macarron cuyas patillas guardaban una sorprendente resemblanza con el cabo de Finisterre.

- Fermin -musite, aterrado-. Por el amor de Dios...

- Tenga fe.

La Rociito acudio presta en toda su gloria, que calcule colindante en los noventa kilogramos sin contar el chal de lagarterana y el vestido de viscosa colorado, y me hizo un inventario a conciencia.

- Hola, corason. Yo te hasia mas viejo, fihate tu.

- Este no es el interfecto -aclaro Fermin.

Comprendi entonces la naturaleza del embrollo y mis temores se desvanecieron. Fermin nunca olvidaba una promesa, especialmente si era yo el que la habia hecho. Partimos los tres en busca de un taxi que nos condujese al asilo de Santa Lucia. Durante el trayecto Fermin, que en deferencia a mi estado de salud y a mi condicion de prometido me habia cedido el asiento delantero, compartia el trasero con la Rociito, sopesando sus evidencias con notable deleite.

- Que buenorra que estas, Rociito. Este culo serrano tuyo es el apocalipsis segun Botticelli.

- Ay, senor Fermin, que desde que se ha echao novia me tie orvida y desatendia, tunante.

- Rociito, que tu eres mucha mujer y yo estoy con la monogamia.

- Quia, eso se lo cura la Rociito con unas buenas friegas de penisilina.

Llegamos a la calle Moncada pasada la medianoche, escoltando el cuerpo celestial de la Rociito. La colamos en el asilo de Santa Lucia por la puerta trasera que se empleaba para sacar a los finados por un callejon que lucia y olia como el esofago de los infiernos. Una vez en la tiniebla del Tenebrarium Fermin procedio a dar las ultimas instrucciones a la Rociito mientras yo localizaba al abuelillo a quien habia prometido un ultimo baile con Eros antes de que Tanatos le pasara el finiquito.

- Recuerda, Rociito, que el abuelo esta un poco trompetilla asi que hablale alto, claro y guarro, con picardia, como tu sabes, pero sin pasarte, que tampoco es cuestion de facturarle al reino de los cielos antes de hora de un paro cardiaco.

- Tranquilo, mi sielo, que una e una profesiona.

Encontre al beneficiario de aquellos amores de prestado en un rincon del primer piso, un sabio ermitano parapetado tras muros de soledad. Alzo la vista y me contemplo, desconcertado.

- ?Estoy muerto?

- No. Esta usted vivo. ?No me recuerda?

- A usted le recuerdo como a mis primeros zapatos, joven, pero al verle asi, cadaverico, he creido que era una vision del mas alla. No me lo tenga en cuenta. Aqui uno pierde eso que ustedes, los exteriores, llaman el discernimiento. Asi, ?no es usted una vision?

- No. La vision se la tengo yo esperando abajo, si tiene la bondad.

Conduje al abuelo hasta una celda lugubre que Fermin y la Rociito habian ataviado de fiesta con unas velas y algunos soplos de perfume. Al posar la mirada en la abundante beldad de nuestra Venus jerezana, el rostro del abuelo se ilumino de paraisos sonados.

- Dios les bendiga a ustedes.

- Y usted que lo vea -dijo Fermin, indicandole a la sirena de la calle Escudillers que procediese a desplegar sus artes.

La vi tomar al abuelillo con infinita delicadeza y besarle las lagrimas que le caian por las mejillas. Fermin y yo nos retiramos de la escena para concederles la merecida intimidad. En nuestro periplo por aquella galeria de desesperaciones nos topamos con la hermana Emilia, una de las monjas que administraban el asilo. Nos dedico una mirada sulfurica.

- Me dicen unos internos que han colado ustedes una fulana, y que ahora ellos tambien quieren otra.

- Hermana ilustrisima, ?por quien nos toma? Nuestra presencia aqui es estrictamente ecumenica. Aqui el infante, que manana se hace hombre a ojos de la Santa Madre Iglesia, y yo acudiamos para interesarnos por la interna Jacinta Coronado.

La hermana Emilia enarco una ceja.

- ?Son ustedes familia?

- Espiritualmente.

- Jacinta fallecio hace quince dias. Un caballero vino a visitarla la noche antes. ?Es pariente suyo?

- ?Se refiere al padre Fernando?

- No era un sacerdote. Me dijo que su nombre era Julian. No recuerdo el apellido.

Fermin me miro, mudo.

- Julian es un amigo mio -dije yo.

La hermana Emilia asintio.

- Estuvo con ella varias horas. Hacia anos que no la oia reir. Cuando el se marcho, ella me dijo que habian estado hablando de otros tiempos, de cuando eran jovenes. Me dijo que ese senor le traia noticias de su hija Penelope. No sabia que Jacinta hubiera tenido una hija. Me acuerdo, porque aquella manana Jacinta me sonrio y cuando le pregunte por que estaba tan contenta me dijo que se iba a casa, con Penelope. Murio al alba, mientras dormia.

La Rociito concluyo su ritual de amor un rato despues, dejando al abuelillo rendido y en brazos de Morfeo. Cuando saliamos, Fermin le pago doble, pero ella, que lloraba de pena ante el espectaculo de todos aquellos desahuciados olvidados de Dios y del demonio, se empeno en donar sus emolumentos a la hermana Emilia para que les diesen una merienda de chocolate con churros a todos, porque a ella eso siempre le quitaba las penas de la vida, esa reina de las putas.

- E que una e una sentimenta. Mire ute, senor Fermin, ese pobresillo... si no ma queria que lo abrasase y le acarisiase. Se la parte a una to...

Colocamos a la Rociito en un taxi con una buena propina y enfilamos la calle Princesa, que estaba desierta y sembrada de velos de vapor.

- Habria que irse a dormir, por lo de manana -dijo Fermin.

- No creo que pueda.

Nos echamos a andar rumbo a la Barceloneta y, casi sin darnos cuenta, nos adentramos por el rompeolas hasta que toda la ciudad, reluciente de silencio, quedo a nuestros pies como el mayor espejismo del universo emergiendo del estanque de las aguas del puerto. Nos sentamos al borde del muelle a contemplar la vision. A una veintena de metros se iniciaba una procesion inmovil de automoviles con las ventanas veladas de vaho y hojas de diario.

- Esta ciudad es bruja, ?sabe usted, Daniel? Se le mete a uno en la piel y le roba el alma sin que uno se de ni cuenta.

- Habla usted como la Rociito, Fermin.

- No se ria usted, que son las personas como ella las que hacen de este perro mundo un sitio que vale la pena visitar.

- ?Las putas?

- No. Putas lo somos todos, tarde o temprano. Yo digo la gente de buen corazon. Y no me mire usted asi. A mi las bodas me ponen hecho un flan.

Nos quedamos alli sentados en brazos de aquella rara quietud, catalogando reflejos sobre el agua. Al rato, el alba esparcio de ambar el cielo y Barcelona se encendio de luz. Se escucharon las campanas lejanas en la basilica de Santa Maria del Mar, que emergia de las brumas al otro lado del puerto.

- ?Cree usted que Carax sigue ahi, en algun lugar de la ciudad?

- Pregunteme otra cosa.

- ?Tiene los anillos?

Fermin sonrio.

- Ande, vamos. Que a usted y a mi nos esperan, Daniel. Nos espera la vida.


Vestia de marfil y traia el mundo en la mirada. Apenas recuerdo las palabras del cura, ni los rostros prendidos de esperanza de los invitados que llenaban la iglesia aquella manana de marzo. Solo me queda el roce de sus labios y, al entreabrir los ojos, el juramento secreto que me lleve en la piel y que recordaria todos los dias de mi vida.

Загрузка...